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martes, 16 de abril de 2024

Brulotes Brutales – Hoy: ALEJANDRO FANTINO…

  

Relator de Boca, hablador de fútbol, animador con pretensiones de periodista, entrevistador genuflexo, Alejandro Fantino decidió así nomás dedicarse al periodismo político sin ninguna precaución ni más esfuerzos que ponerse un traje y cambiar de peinado. Imprudencia fatal. Operado, engañado y espiado por sus propios panelistas, un día despertó explicando públicamente que él no era un pederasta.

 

ANATOMÍA DE UN BOLUDO

 



   Relator de fútbol  -aunque solo de Boca-, animador de programas deportivos -donde otros habladores hablan de los profesionales de un deporte que nunca practicaron profesionalmente-; pese a su pobre formación general, y a sus dificultades de expresión, un día Alejandro Fantino decidió dar el gran salto en su carrera, y dedicarse al periodismo. Mejor, peor: al periodismo político, y sin más esfuerzos, ni otras precauciones, que ponerse un traje y cambiarse el peinado.  Una imprudencia fatal.

   Así nomás convirtió su programa Animales sueltos -en origen un rejunte de cable, donde él y otros como él se pretendían graciosos –, en un ciclo diario dedicado a debatir la actualidad política, acompañado, entre otros, por el operador judicial de Clarín Daniel Santoro -a quien Fantino creía periodista, pero terminó investigado por extorsión y espionaje ilegal-, y el falso abogado Marcelo Dalessio, preso desde 2019, ya condenado por extorsión, y aún procesado por espionaje ilegal, asociación ilícita, falsificación de documento público, y más extorsión; y a quien sin embargo Fantino presentaba como “un héroe de la lucha contra el narcotráfico”. Una suerte de “Batman”, decía. Qué boludo.

   Entre sus invitados frecuentes, estaba el oscuro Luis Barrionuevo, quien allí una noche, en vivo, contó cómo habían apretado al joven financista Federico Elaskar para declarar en contra de Cristina Kirchner en la causa inventada de “la ruta del dinero K”. Y mientras Barrionuevo, como un bandido orgulloso, se adentraba en su confesión inconfesable, Fantino -pese a considerarse periodista-, trataba de impedir la primicia, en protección del bandido: “¡Ojo que estamos en vivo, Luis!”, le avisaba temeroso.

   Atrapado entre sus propias limitaciones, intentó la entrevista, un género en apariencia simple, pero también peligroso dado su doble filo: tanto expone al entrevistado, como al entrevistador. Así, aferrado a un estilo muy en boga en la televisión argentina -basado en la genuflexión, el halago empalagoso, y la pregunta previsible para lucimiento del entrevistado-; Fantino, sin embargo, nos dejó momentos ya inolvidables, como cuando el hoy escondido Marcos Peña -entonces jefe de gabinete de Macri-, le hacía tragar sin agua que el traficante de dinero Luis Caputo -quien en breve hundiría a la Argentina en la deuda más grande de su historia-, era “el Messi de las finanzas”.  

  Pero como la única certeza que ofrece la estupidez, es reventar contra la verdad, por fin un día Fantino descubrió que la política -y por lo tanto también el periodismo político- es un mar infestado de grandes tiburones, donde no sirven de nada los buenos trajes ni el gel para el pelo. Pero ya era tarde. Para entonces despertaba explicando públicamente que él no se cogía pibes.

   Era marzo de 2018, y en el programa de su admiraba Mitha Legrand, Natacha Jaitt, en vivo y sin vueltas, denunciaba un caso de pedofilia sistemática en las divisiones inferiores del Club Independiente, acusando en primer lugar al representante Leonardo Cohen Arazi, pero mencionando entre sus consumidores al periodista Carlos Pagni, y el relator Alejandro Fantino, quien para entonces llevaba años desmintiendo sendos romances con el exjugador Adrián “el Polaco” Bastía, y el cantante Luciano Pereira. Pero esto era otra cosa.

   En su siguiente programa de animales, rápido Fantino salió a oscurecer para aclarar. “Tener que salir a aclarar que uno no tiene nada que ver con esta causa ni con el tema, está de más. Lo hago porque realmente mis seres queridos, mi viejo, mis amigos, saben lo que soy como tipo. Ustedes no tienen por qué saber lo que soy como persona". En fin.

   Para peor alguien advertía entonces la escalofriante similitud entre el logo de su programa de animales, y el triángulo azul que usan como código los pederastas, para identificar su preferencia por los menores varones. Ensuciado -sino sucio-, burlado, vencido, se eligió víctima “de las mafias que enfrentamos”. Qué risa.

   Las cosas ya no venían bien, cuando antes de un año Fantino descubría con espanto que Daniel Santoro no era un gran periodista, sino más bien un operador y un espía que incluso lo operaba y lo espiaba a él -y también lo entregaba-; y que Marcelo Dalessio tampoco era Batman, ni siquiera abogado, sino apenas un delincuente. A Dalessio se lo llevó la policía, a Santoro él mismo lo echó a empujones del estudio. Demasiado tarde.

   En un intento desesperado por cambiar, salvar, o rellenar su imagen, sin dejar de exhibir en las redes su musculatura de Photoshop; quiso al mismo tiempo darle alguna sustancia a su formidable vacío, y de pronto empezó a decir que ”estudiaba a los griegos”, mientras metía a Sócrates, Homero y Zeus en cualquier comentario, sin distinguir entre dioses, filósofos o poetas. No hay mayor ignorancia que la ilustrada.

   Ya en caída libre, a mediados del 22 amenazó con irse de América TV porque allí nadie lo cuidaba, decía, y entonces descubrió que allí tampoco nadie lo retenía. Se fue, lo fueron, algo así. Pocos meses después lo echaban de ESPN por sus peleas de gallinero con el Pollo Vignolo y Mariano Closs.

   Sin credibilidad nunca, pero ahora también sin rating y sin espacio; salió corriendo. Rifó la corbata, se sacó el saco, se despeinó a la moda, dejó la tevé abierta, y por supuesto, el “periodismo político”, que creyó tan fácil; y ya rumbo al olvido, como quien avanza mientras se repliega, se refugió en el streaming, desde donde, aún hoy, de tanto en tanto, consigue distinguirse con sus propios papelones.

   Como cuando increpó a Gabriel Katopodis porque éste anunciaba el fin de la obra pública, y allí nomás Fantino, con la bravura propia de un hablador de pizzería, le juró que él mismo lo acompañaría a “romper todo”, si Milei hacía eso. Milei hizo eso, claro, pero Fantino no invitó más a Katopodis, ni rompió nada. Al contrario. La última vez que se lo vio en la tele, entrevistaba a Milei, que allí le explicaba, entre imprecisiones, vaguedades y mentiras, lo bien que marchaba el país según los bots falsos de un par de supermercados, mientras Fantino asentía callado, con ese gesto tan típico suyo: los ojos como dos escarapelas, la boca abierta, y el maxilar colgando. Como un auténtico boludo con cara de boludo.




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