-BLOG DISTINGUIDO POR EL GRUPO CLARÍN CON LA EXPULSIÓN Y PROHIBICIÓN ABSOLUTA EN SU COMUNIDAD, JA JÁ-
miércoles, 25 de agosto de 2021
ANÉKDOTAS, hoy: 70 Stones… con Diego Maradona y Daniel Grinbank…
martes, 24 de agosto de 2021
El Martiyo saluda a Charlie Watts...
FOR EVER CHARLIE
Era una hermosa
mañana del febrero de 1995, y yo cruzaba San Telmo caminando, como todo los
días, de casa al trabajo, en el diario La Prensa, en Chile y Azopardo. Como
parte del recorrido, elegía cruzar la plaza Dorrego, me gustaban sus mesitas al
sol y las fachadas de sus casas del primer Buenos Aires.
Los bares ya
habían desplegado sus mesas sobre la plaza, pero todavía no había nadie, o casi
nadie… tal vez por eso esplendía como una rareza un tipo sentado ahí, tomando
un café, con su evidente esposa y todo el aspecto de un caballero británico: su
flemática postura, cruzado de piernas, el torso recto, el cuello erguido, la
mirada calma, el pelo corto, blanco y bien peinado, y sobre todo, su traje, un
impecable traje beige, con chaleco, la camisa celeste y la corbata turquesa.
Llamaba tanto la atención, que tardé unos segundos en descubrir que era él, y
otros tantos segundos para poder creerlo. Fulminado por la visión, allí me detuve
para mirarlo bien, para terminar de creerlo.
Por entonces yo era editor de espectáculos de La Prensa, y una semana antes,
como tal, había cubierto en el Maracaná la última
presentación de los Stones en Brasil antes de su primera vez en la Argentina.
Hasta Menem los esperaba para el autógrafo. El hotel Hyatt tuvo que ser vallado
para contener las multitudes, y cualquier intento de entrevista con alguno de
ellos, daba directo en el fracaso.
Y de pronto allí tenía
yo a uno de ellos, sentado, tranquilo, haciendo nada, servido… Pero yo seguía parado ahí, fulminado por la
visión.
No sé si volví a
ver entonces la vidriera de la disquería de mi adolescencia en la calle Acoyte
cuando por fin apareció la tapa de Sticky Fingers con aquél cierre relámpago real;
seguro no pude recuperar la lejanísima vez que un amigo me los descubrió con un
simple que de un lado tenía Brown Sugar, y del otro Damas de Honky Town; ni
cuando empezamos a delinearnos los ojos como Jagger para ir a bailar a Ramos
Mejía; ni de dónde recordaba tan claramente la imagen de Brian Jones flotando
en su piscina; ni los largos e infructuosos esfuerzos por aprender con una
guitarra criolla los acordes de Wild Horses, ni el entusiasmo que nos agarraba con cada álbum nuevo, Sus Majestades Satánicas, Banquete de pordioseros, Es
sólo rocanrol, Algunas chicas, Tatuados… a lo mejor yo pensé todas esas cosas o
ninguna, pero seguía parado ahí, a unos diez, quince metros de él, encandilado…
fulminado.
Entonces me miró.
Él a mí.
Charlie Watts me
miraba.
No pensé más
nada, levanté el puño derecho, casi amenazante, manoteé un par de palabras en inglés,
y de pronto me escucho gritar.
-- ¡Great,
Charlie!... ¡For ever!...
Como un lord
inglés, Charlie sonrió y apenas inclinó la cabeza, pero levantó su pocillo de
café. Como brindando a mi salud.
Tuve el impulso
de acercarme, decirle quién era y pedirle una nota. Pero me contuve, hubiera
ensuciado comercialmente aquel instante de pura amistad, fugaz pero sentida, del
todo desinteresada.
Me incliné como
un japonés, y seguí para el diario.
Charlie se quedó
tranquilo, con su señora y su café, y yo todavía lo recuerdo brindando a mi
salud.
For ever.
* * *
sábado, 10 de julio de 2021
ANÉKDOTAS - Hoy: “LA POESÍA SECRETA”, con Pablo Neruda y García Lorca…
Hoy: La Poesía Secreta
Con Pablo Neruda
y Federico García Lorca
Hubo un tiempo
que fue hermoso, cuando los verdaderos influencers eran los grandes poetas, y
entonces recorrían los pueblos y se presentaban en público para decir sus
versos, y las gentes los aplaudían porque disfrutaban y crecían y
aprendían...
Así cierta vez,
Federico García Lorca y Pablo Neruda viajan hasta un pueblo para hacer una de
sus presentaciones, y contrariamente a lo habitual, al llegar, en la estación
de tren, no los recibe nadie.
Había una nutrida
comisión de ciudadanos esperándolos, pero en aquellos días sin internet y sin
tele, los versos eran más famosos que las caras, y no los reconocieron. Después
uno de los anfitriones se excusó.
-- Es que
esperábamos a dos hombres vestidos de poetas, y ustedes visten como personas
normales...
Lorca le explicó:
-- Es que somos
de la poesía secreta.
* * *
viernes, 9 de julio de 2021
9 DE JULIO, DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA, NO INDEPENDENCIA…
La economía argentina hipotecada en Washington, el
aparato mediático-cultural alineado con la Embajada de Estados Unidos, y parte
del territorio nacional ocupado por Gran Bretaña y las fuerzas de la OTAN.
En dicho estado colonial, nos pretendemos un país libre y
soberano.
Menos que una fantasía, se trata apenas de un oxímoron.
LA NOCHE BAJO EL SOL
“Seamos libres y lo demás no importa nada”.
José de San Martín
Tal y como nos enseñaron a repetir desde la escuela
primaria sin hacernos reparar jamás en el detalle, el 9 de julio se conmemora
el Día de la Declaración de la Independencia, ninguna independencia. La
distancia entre declararse libres y serlo es tan grande, que sigue todavía.
205 años después de aquella notable jornada, cuando un
distinguido consorcio regional manifestó su voluntad política de liberar del
yugo extranjero a estas provincias del sur, tenemos la economía en manos de
Washington, el aparato mediático-cultural alineado con la Embajada de Estados
Unidos, y parte del territorio nacional ocupado por Gran Bretaña y las fuerzas
de la OTAN. Pretendernos un país soberano, libre, es infantil. Como creer que
el 9 de julio es el Día de la Independencia Nacional. Ninguna independencia.
Una suerte de nuevo plan cóndor blando -y no tanto- se
despliega sobre la región sin tantas balas –mientras no hagan falta-, pero
armado mejor con la fuerza de los grandes medios de comunicación y la
corrupción personal de los abogados que ejercen el poder judicial de cada
país.
Por eso Maduro gana las elecciones y es aislado y
amenazado, por eso Lula arrasa en las encuestas y va preso, Correa parte al
exilio, por eso Macri colabora con el golpe en Bolivia, y Cristina lleva ya más
de diez años de persecución mediático-judicial sin que aparezca todavía una
sola prueba concreta en su contra. Porque no somos libres.
Mucho menos en la Argentina, que además de sufrir todos
los males de la región, mantiene –y es preciso repetirlo una vez y otra vez-,
parte de su territorio ocupado por un país extranejro.
Diarios, portales, radios, canales, editoriales y
librerías, productoras de cine y series, el 90 por ciento de todo ese aparato
mediático-cultural está en manos del Grupo Papel Prensa, cuyo alineamiento con
la Embajada de Estados Unidos no sólo es obvio desde hace mucho, sino que
además hace mucho quedó al descubierto y en detalle con las filtraciones de
Wikileaks.
Podemos llamar a elecciones todos los días pero la
historia del mundo seguirá sin registrar un solo caso de colonia de verdad democrática.
Se trata de un vacío lleno, una noche soleada, un oxímoron, una figura
retórica, ninguna realidad.
Hace 39 años tropas y más tropas argentinas desembarcaban
en las Islas Malvinas y se parapetaban dispuestas a una guerra que desde
entonces tratamos de olvidar. Poco días antes, nuestra soberanía territorial había sido
recuperada en forma completa.
En respuesta inmediata la CEE bloqueaba comercialmente a
la Argentina, mientras Juan Alemann -entonces ministro de economía- se apuraba
a garantizarle al enemigo el pago puntual y completo de nuestra formidable
deuda externa. Ningún bloqueo a nadie. Así empezó la rendición. Ese espíritu
cipayo del gobierno de facto, pesaría más que todos los pertrechos y todos los
cuerpos de todas las tropas, y volvería inútil cualquier sacrificio en el
frente.
Esa misma cúpula genocida y cipaya que había endeudado al
país en forma record –al menos hasta la llegada de Macri-, cuando vio a los
ingleses de cerca, se rindió sin chistar. Incluso agradecida.
El retorno al estatus de colonia fue entonces tan rápido
–y era ya tan antiguo-, que ni siquiera lo sentimos. Primero nos distrajo el
Mundial de España -¡debutaba Maradona!-, y luego la campaña de
desmalvinización llevó la derrota bélica al plano moral, y la extendió desde
las Islas a todo el país y hasta nuestros días.
Los mismos grandes medios que tanto apoyaban la gesta
cuando “estábamos ganando”, a partir de entonces se dedicaron a explicarnos que
todo había sido un gran error y una locura. La locura de un solo tipo: un
borracho, que ya no precisaban más. Y chau.
Nunca más debíamos desafiar a ningún imperio, a ningún
poderoso. No era importante tener parte del país ocupado por otro país, qué va.
Tonterías escolares. Teníamos un territorio inmenso, ¿para qué pelear por dos islas
más o menos? Pronto nos dejarían votar, y chau.
La flor de la derrota fue la democracia. Una democracia
nominal, endeble, encorsetada por los vencedores de la guerra, teledirigida
desde los grandes medios más grandes que nunca, y que voló por los aires en
2001 pariendo con dolor el primer proceso político de liberación nacional desde
los ya lejanos días del general Perón… y que al cabo de 12 años de lucha, desbarrancó en Mauricio Macri y su destrucción total y su entreguismo absoluto,
porque un oxímoron es un oxímoron y una colonia es una colonia.
El 9 de julio de 1816 se declaró la independencia.
Y eso es todo por ahora.
La lucha continúa.
* * *
martes, 6 de julio de 2021
BRULOTES BRUTALES - Hoy: JORGE ASÍS, entre la ficción y la realidad...
Autor de un best-seller histórico, y más de veinte novelas entre otros libros, negar a Jorge Asís como escritor, según sus propias palabras, “es por lo menos pretencioso”. Como periodista, en cambio, surge durante la dictadura protegido bajo la acuarela costumbrista, no se le conocen grandes investigaciones ni denuncias, y sin embargo logró instalarse como “analista político”. Pero desde entonces ambula como perdido entre la realidad y la ficción.
EL TURCO EN SU NEBLINA
Subestimado como escritor, sobrestimado
como periodista, Jorge Asís, el Turco, supo componer un personaje -un muñeco,
diría un teatrista- que le permitió a un mismo tiempo tranquilidad económica,
un incierto prestigio, pero prestigio al fin, y lo mejor de todo: tiempo libre.
Ahí, quizá, su gran obra: él.
Habitué infaltable de ese limbo de espías,
periodistas y bucaneros que era en los 80 y los 90 el Florida Garden; caminador
infatigable de los mentideros porteños y los almuerzos por donde pasan todas las
verdades -y todas las operaciones-; Asís ambula como perdido entre la ficción y
la realidad sin asentarse en ninguna. Ahí su neblina.
Como periodista no se le recuerdan grandes
investigaciones, primicias ni denuncias. Su trayectoria se remite a los años
duros de la dictadura, cuando supo
protegerse en Clarín detrás de la crónica costumbrista y las acuarelas de
Oberdan Rocamora. De a poco se revelaba como escritor, hasta que en 1980 estalló
su novela Flores robadas en los jardines de Quilmes, inmediato best-seller. Como
el éxito no se perdona, pronto fue acusado de colaboracionista, pese a que la
novela estaba dedicada al recientemente desaparecido Haroldo Conti. Nace
entonces la grieta entre los escritores exiliados, y los que se quedaron. Los
de adentro, y los de afuera. En fin. Flores robadas no paraba de venderse, así
que un día Asis dejó Clarín y denunció su interna -no su poder- en Diario de la
Argentina, algo menos que una novela, pero con una fuerza narrativa
irresistible que le costó el exilio de la patria periodística, y allí cayó en
el destierro sin haberse ido nunca. Proscripto por los unos y los otros, en 1990
recuperó todos los derechos de sus libros y los sacó de circulación. Perdido
por perdido, pecé en su juventud, cuando vio llegar a Menem se abrazó al paisano,
y fue embajador en la UNESCO, en Portugal, y hasta Secretario de Cultura de la
Nación. Desde entonces no falta quien lo cree peronista. Incluso él.
Hoy posa de analista político limitado sin
embargo al augurio, la proyección y la sospecha, pero alambicado por un estilo
personal que al menos en televisión destaca como un diamante entre carbones. Sobre
todo en contraste con sus entrevistadores de ocasión, Alejandro Fantino, Paulo Vilouta,
relatores deportivos, y en el mejor de los casos, el animador y conductor
Fabian Doman, cuando no el genuflexo Luis Novaresio.
Así Asís -así cualquiera- resulta desde
luego indiscutible como quien habla solo, y entonces, con tono suficiente,
canchero, ralajado, se lanza al “análisis político”… una maraña subjetiva de
especulaciones, profecías, interpretaciones personales de las psiquis ajenas, más
algunos chismes y rumores que él mismo califica de “información probablemente
mala”. Así en 2015, por ejemplo, anticipó la victoria de Daniel Scioli.
También en su portal acaso lo más
interesante es el manejo de sus recursos literarios para tejer la sarasa referida.
Astuto, en sus proyecciones considera todas las posibilidades, como quien
apuesta en la ruleta a los 36 números. A la usanza de los antiguos textos griegos,
a cada personaje le adjudica su apodo (La Doctora, El Ángel Exterminador, El Furia,
etc), mientras se maneja con un estilo cablegráfico que agiliza la lectura,
permite la humorada, y facilita el efecto. Información, lo que se llama
información, no hay.
La manifestación, Los reventados, Don
Abdel Salim, La calle de los caballos muertos, Flores robadas… sus novelas
acaso no guardan los rigores técnicos de las de Osvaldo Soriano, ni la solidez de sus
argumentos -que en Asis se diluyen o resultan innecesarios porque se limita a la
voz del narrador para unificar el relato-, pero juntos rompían entonces la monotonía
de un paisaje literario devastado por la dictadura -cuando se publicaba mucho
pero no sorprendía nadie-, y ensombrecido por los viejos titanes todavía vivos:
Borges, Bioy, Cortazar… Con una prosa a veces apurada, y por lo tanto a veces
desprolija; un lenguaje descarado, vivo, y por lo tanto familiar; un ojo agudo
para el costumbrismo, y el tono irónico que impone la derrota, Asis logra en sus
libros una regia pintura de época, que negar, según sus propias palabras, “sería
por lo menos pretencioso”.
Ahí su neblina.
Porque en sus libros, con los recursos de la
ficción, supo hacer la crónica de sus días. Hoy intenta lo mismo en el
periodismo, y con los mismos recursos. Pero como no es ficción, con frecuencia
la realidad lo desbarata.
* * *
sábado, 3 de abril de 2021
DIARIO DE LA GUERRA POR LAS MALVINAS…
El Martiyo pone online una vez más el blog “Malvinas, diario de la guerra”, una crónica de aquellos días narrada por quien tuvo
la suerte de ser un corresponsal periodístico cuando tenía la edad para ser un
soldado.
Se advierte al lector que este diario no responde a los
lugares comunes acuñados por el Foreign Office y difundidos por sus repetidores
locales: la cortina de humo de Galtieri, los pobres chicos de la guerra, la
desigualdad frente al imperio… Malvinas fue otra cosa.
LAS ISLAS MALDITAS
La Guerra por las Malvinas es el hecho maldito de la
intelectualidad nacional. Por izquierda o por derecha, surge el tema y ya nadie
sabe muy bien dónde ponerse.
Cuesta ponerse en contra cuando se trata de la única
gesta soberana concreta frente al aborrecido invasor británico en ya entonces 150 años de ocupación del territorio nacional. Las Malvinas son argentinas, eso
sólo puede dudarlo Macri, ni siquiera sus votantes.
Pero cuesta ponerse a favor cuando esa gesta la decide y
conduce la cúpula de la última dictadura militar y su banda de genocidas, quienes,
en un broche de oro a su medida, ni bien vieron a los ingleses de cerca,
salieron corriendo con sus camperas de duvet intactas. Yo lo vi.
Si bien la derrota facilitó las conclusiones fáciles, agota
escuchar y leer a través de los años siempre los mismos lugares comunes que, a
partir de reducciones formidables, pretenden explicar uno de los episodios más
complejos de nuestra historia.
La cortina de humo de Galtieri, los pobres chicos muertos
de frío y de hambre, los borceguíes que nunca llegaron, ¡la locura de enfrentar
tan luego nosotros a un enemigo tanto más poderoso!, el pic-nic que se hicieron
los ingleses... Además de su
facilismo, es innegable el fervor colonial que todas estas teorías entrañan.
Los chicos de la guerra. La expresión quedó impresa apenas terminó la guerra
merced a un libro urgente para la venta titulado así. El libro consistía
en una serie de entrevistas a un puñado de conscriptos que allí contaban lo mal
que la pasaron en la guerra como cualquier soldado en cualquier guerra, el
frío, el hambre, el miedo, en fin, no había novedad, y sin embargo, todavía
hoy, tantos años después, el clisé no cesa y mientras llaman “héroes” a los
excombatientes, al mismo tiempo se los trata como “víctimas” ¿En qué quedamos? Daría
risa si no fuera triste la pretensión argentina que supone cierta originalidad
en la juventud de sus tropas, como si existiera una sola guerra en la historia librada
por “adultos mayores”. Desde las huestes de Alejandro hasta las actuales
contiendas en Afganistan, Siria o Irak, pasando por Waterloo, Vietnam o
cualquiera de las grandes guerras, la primera línea nunca superó, con suerte,
los 20 años promedio. En la noche infernal de Monte Longdon también cayeron los
británicos Ian Scrivens, Jason Burt y Neil Grose, pertenecientes al regimiento 3 de Paracaidistas. Los dos primeros tenían 17 años, el otro esa noche cumplía 18. Desde
siempre y por siempre, los mayores deciden las guerras, pero las hacen los
chicos.
La tremenda superioridad británica... ¿Y qué tan “igual” habrá sido la guerra que libró el
flamante Ejército Argentino contra el invasor español?... También entonces se enfrentaba
a una de las dos grandes potencias de la hora con soldados dispuestos “a pelear
en pelotas, como nuestros paisanos los indios”… ¿O qué tan superior sería el
equipamiento del Vietcong frente al ejército norteamericano?... Malvinas
también fue una guerra de independencia.
La cortina de humo de Galtieri. ¿Puede una cortina de humo coyuntural ser sin embargo
planificada años antes? El imaginario sin imaginación gusta porfiar que el paro
con movilización organizado por la CGT el 30 marzo, desató la recuperación de
las Islas el 2 de abril. Pero esa campaña llevaba por lo menos dos años de
planificación, incluso fue una de las condiciones que Anaya le impuso a Gatieri
para apoyar la destitución de Viola y su ascenso al poder. Pensada para
principios de la primavera, el episodio Davidoff en Georgias desató la escalada
en el inicio del otoño.
El pic-nic que se hicieron los ingleses. Justamente No pic-nic es el título del libro
escrito por el comandante británico Julian Thompson, donde recuerda la batalla
de Monte Longdon y qué tan cerca estuvo de ordenar la retirada de sus tropas espantado
“por aquellos adolescentes disfrazados de soldados que nos estaban provocando
tantas bajas”. El 13 de junio el almirante John Sandy Woodward, comandante de
la flota británica, le advierte a Londres en su despacho diario: “todo esto se
viene abajo”. Ya el 14, mientas Menéndez decidía su rendición, Woodward es más
explícito: “si los argentinos pudieran soplarnos, nos derrumbarían”. Ningún
pic-nic.
En el fondo de todas nuestras desgracias nacionales está
la banalidad con que encaramos la historia.
Este blog no es un ensayo ni pretende una teoría original
sobre esa guerra. Es un diario retrospectivo, una crónica elaborada con la
información que alumbran los años, apuntes que guardé de entonces, y lo que retuvo
la memoria, diálogos, momentos, escenas, esas cosas que nunca se olvidan.
La historia de la Guerra por las Malvinas es un poco
mucho más compleja que las reducciones del Foreign Office y sus repetidores
locales. Sus protagonistas, sus testigos, sus cronistas, entre todos, con los
años, acaso, logremos algo de luz sobre tanta noche.
Este diario y su crónica son solo eso. Un aporte más a la
memoria de esa guerra que tratamos de olvidar, y que acaso por eso seguimos sin
entender. Sin querer entender.
Porque toda guerra es maldita, pero esta más que ninguna.
* * *
domingo, 21 de febrero de 2021
GINÉS-VERBITSKY: EL VERDADERO DELITO…
El viernes último, mientras colapsaba la página del gobierno de CABA para la vacunación, y eran procesados por espionaje ilegal los exjefes de la AFI Silvia Majdalani y Gustavo Arribas entre otros; apenas presentado el Consejo Económico y Social con todas sus expectativas, un hecho inesperado frenaba las rotativas y eclipsaba cualquier noticia: el periodista Horacio Verbitsky confesaba haberse vacunado contra la covid merced a sus buenas relaciones con el Ministro de Salud Ginés González García. Nada importaron las sendas trayectorias de los protagonistas. Un diluvio de piedras de los que jamás pecaron, no deja de caer.
Pero el verdadero delito es muy otro.
LA CORRUPCIÓN NO
IMPORTA
Según su propia
confesión, Horacio Verbitsky accedió a la vacuna contra la Covid-19 merced a su
amistad con el ahora ex Ministro de Salud Ginés González García. El Ministro fue
echado, Verbitsky linchado.
En su portal, El
Cohete a la Luna, hoy se disculpa, Verbitsky, reconoce el error, y lo lamenta.
Y por mucho que nadie le crea o se lo permita, admite que él también es capaz
de una estupidez. De un lado y del otro de la grieta, no paran de llover las
piedras de los que jamás pecaron, y lo sepultan.
El affaire
recuerda el explosivo caso de “los bolsos de López”, cuando la indignación
gorila desbordó su propia pecera y anegó incluso el núcleo duro del
kirchnerismo. Vestiduras rasgadas de un lado y del otro. Pero en ambos asuntos,
la razón del escándalo es la misma: el error, el desliz, la falta -“el crimen”,
si se quiere- no estaba ni está en los bolsos llenos de dinero inexplicable, ni
en la vacuna otorgada a un “amigo”. El problema, en ambos casos, consiste en la
ideología que ostentan los responsables: ser o pertenecer o apoyar un gobierno peronista.
El resto son apenas excusas.
Porque un
presidente argentino puede tener 50 off-shores, y no pasa nada. Es más, un
presidente argentino puede modificar por decreto una ley aprobada por ambas
cámaras del Congreso para permitir el blanqueo de la fortuna que él y su propia
familia amasaron a partir de largos de años de fuga de divisas y evasión impositiva.
Todo bien.
Un presidente
argentino puede incluso entregarle a sus amigos centrales eléctricas, parque
eólicos, infinitos buenos negocios; intervenir la justicia a través de una mesa
judicial desde luego ilegal; utilizar los servicios de inteligencia del Estado para
perseguir adversarios y de paso encarcelarlos; puede hostigar, presionar o
eliminar fiscales y jueces para limpiar sus propios delitos; aumentar las
tarifas de las autopistas de su propiedad para inmediatamente venderlas más
caras; robarse el Correo y perseguir a quien lo investigue; reunirse con jueces
para instruirlos sobre su fallos, y hasta sacrificar un submarino de la Armada
Argentina con sus 44 tripulantes, y mucho más. Todo le es permitido.
Mejor, peor: un
presidente argentino, incluso ilegítimo, puede saquear el Estado, destruir la
industria nacional, secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer miles y miles
de personas, arrojar seres vivos pero narcotizados a las aguas del Río de la
Plata, traficar recién nacidos, y mucho más, y tampoco pasará nada, los grandes
medios lo seguirán aplaudiendo, y la justicia seguirá ausente. Apenas debe
tomar la precaución de no ser peronista, y bueno, y por lo tanto, facilitar los
grandes negocios de las grandes corporaciones que lo sustentan. Caso contrario…
De hecho en la Argentina
ni siquiera hace falta ser presidente para transgredir la ley o carecer de la
más mínima ética y seguir como si nada, basta apenas con ser antiperonista, y
la protección mediática -y por lo tanto judicial-, estará asegurada.
La diputada Carolina
Píparo y su marido intentaron asesinar a unos motociclistas, y ella sigue sin
renunciar a su banca ni a su cargo como directora de Asistencia a las Víctimas.
Todo bien. Pero un diputado peronista, en cambio, no podrá tocarle una teta a
su esposa sin perder la banca.
Un presidente del
Banco de la Nación Argentina puede otorgar créditos récords aun sabiéndolos
incobrables, siempre y cuando los beneficiarios sean amigos, por muy fundidos
que estén -caso González Fraga-Vicentín-, y ni siquiera será llamado a
indagatoria, ya no detenido. Pero un ministro peronista, aún muriendo de cáncer,
sufrirá prisión domiciliaria sin siquiera el permiso para tratar su enfermedad
tan solo porque los grandes diarios lo acusan de encubrir a los responsables de
la voladura de la AMIA. Tampoco importarán, ni se admitirán, las pruebas de su
inocencia.
Oscar Aguad,
Ministro de Defensa del gobierno macrista, puede perder un submarino, ocultar durante
meses que ya lo encontró, mentir públicamente, cagarse en la tripulación
sacrificada y en todos sus familiares, y seguir de vacaciones. Pero un ministro
kirchnerista debe ir preso por una tragedia ferroviaria por mucho que el maquinista
confiese que fue su culpa.
En dicha línea, las
analogías posibles son innúmeras, ni vale la pena el inventario, porque la
corrupción no importa: el corrupto es lo que importa. Si es peronista, o no. Ahí
el error, el desliz, el verdadero delito: ser o pertenecer o apoyar a un
gobierno peronista. El resto es espuma mediática, su consecuente agitación
judicial, y desde luego, la correspondiente indignación pequeño burguesa, esa vieja
tentación hipócrita de sentirse mejor que nadie apenas porque el otro fue descubierto,
y nosotros no.
* * *
martes, 8 de diciembre de 2020
MEDIOS MEDIOS: LA LENTA MUERTE DE PÁGINA 12…
La agonía de la prensa gráfica es
universal, ecuménica. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco, y la
terminan. Reducidos a instrumentos de poder y de negocios, los medios pierden
credibilidad, y se autodestruyen. La falta de oficio y de imaginación de sus
hacedores, hacen el resto. Clarín es una prueba. Le sigue, ahora, Página 12.
LOS DIARIOS TAMBIÉN SE MUEREN
Crítica, El Mundo, La Prensa, La Razón, Última
Hora, Noticias… los diarios también se mueren. Algunos de manera abrupta,
súbita, otros agonizan durante años, como Clarín, La Prensa o Página 12.
La Prensa, el viejo La Prensa, murió con
la vuelta de la democracia, alcanzó su mediodía con la Fusiladora, y de allí el
lento declinar hacia el ocaso. Resucitó en formato tabloide allá por 1994, para
agonizar desde entonces, ya casi fantasmal.
Clarín resultaba incontestable, mucho más
desde que distribuía el papel para la competencia. Y pese a su expresa
complicidad con la Fusiladora primero y la dictadura genocida después, y pese a
ser ya desde entonces un instrumento de poder, más que un producto
periodístico, mantuvo su hegemonía en la opinión pública hasta su
enfrentamiento con el kirchnerismo, cuando su credibilidad fue popularmente
cuestionada, y definitivamente dañada. Según el IVC (Instituto de Verificación
de Circulación), fue el diario que más lectores perdió en el quinceno
2003-2018. La constante caída en las mediciones de sus productos audiovisuales,
marcan el pulso de su agonía. Pero este cronista había visto ya a fines de los
años 80 una pintada en la esquina de Carlos Calvo y Defensa que avisaba desde entonces:
“Nos mean, y Clarín dice que llueve”. Una muerte anunciada.
Página 12 fue la última novedad en diarios
en la Argentina. Atento al avance de los medios audiovisuales, decidió ser un diario de
análisis, investigación y opinión, más que de información, y sus tapas, lejos
de anunciar, editorializaban con buena gráfica y humor. Jorge Lanata ya estaba
en venta pero todavía nadie lo había comprado, eran los días dorados de
Pasquini Duran, del mejor Bonasso, Horacio Verbitsky, las contratapas de
Osvaldo Soriano, Eloy Martínez, Juan Gelman, el Tano Dal Masseto… altri
tempi.
Sombra de lo que fue, hoy Página 12 es un
diario mal escrito y peor corregido, cuyas notas, apuradas o desganadas -cuando
no pretensiosas- no llegan a ser artículos justamente por su falta de
articulación en el desarrollo, y más bien parecen una pegatina de informaciones
que se deshilachan como quien se desangra.
La imprecisión en la información era hasta
no hace tanto algo impensable para Página. Hoy son frecuentes las fes de
erratas, las aclaraciones y las explicaciones sobre lo que se quiso decir
cuando se dijo lo que no se dijo -caso reciente, Acuña-Priebke-, cuando no los
errores y las falsedades que, si pasan, pasan.
Pero si algo distinguía a Página 12 era su
independencia frente al poder político, más allá de su orientación jamás
oculta, de su parcialidad, sin renunciar al rigor informativo, la
investigación y la primicia. Eso también se terminó allá por 2016, cuando el
“sindicalista y empresario” Víctor Santa María, presidente del PJ Capital, y
Secretario General del sindicato de los porteros, se hizo cargo del diario, y a
poco de andar, echó a Verbitsky porque este insistía con denunciar a Mauricio
Macri. Allí quedó expuesta la fractura que lo rompió.
Desde entonces Página, como Clarín, dejó
de ser un producto periodístico para convertirse en un instrumento de poder
político, y por lo tanto, de negocios. Inspirado en Magnetto, Santa María comprendió
el asunto.
Ahora, mientras se cocina por dentro entre
problemas gremiales y económicos, amenazado como todos los diarios del mundo por
la virtualidad y sus redes, reducida su suerte al público progre-peronista que
le regalan los otros medios, Página 12 agoniza despacio, pero seguro.
Convertido ya en un suplemento de su
propio suplemento Las 12, la temática feminista casi no deja espacio para el
deporte o las internacionales, mientras abunda en historias autorreferentes,
repetitivas, y previsibles desde sus títulos.
Sus viejos grandes columnistas
sobrevivientes -Wainfeld, Bruchstein, Granovsky- parecen apurados o desganados.
Wainfeld insiste con un tono enunciativo que nunca se resuelve en conclusiones
ni información, sino apenas en interpretaciones que se presumen análisis, y
conjeturas y proyecciones que la realidad desbarata con frecuencia. Bruchstein
se limita a comentar la actualidad como en una sobremesa por escrito, sin
aportar información ni sorpresa tampoco. Granosvky también parece cansado.
Eduardo Aliverti, alambicado y lento, capaz
de complicar la frase más simple, se extiende durante párrafos y párrafos entre
sinónimos y rebusques para decir lo que ya sabíamos que iba a decir. Mempo
Giardinelli, siempre indignado, dice lo de siempre y siempre a los gritos, pero
nada nuevo nunca. Y a la semana se repite.
Algunos redactores, como Fernando Cibeira,
Werner Pertot, y/o Romina Calderaro, son
literalmente ilegibles, y no solo por sus problemas sintácticos y gramaticales.
Exceptuando el Cash, sostenido por los
buenos trabajos de Alfredo Zaiat, Raúl Dellatorre y David Cufré, los otros suplementos son cada vez más elitistas, endogámicos, y fatuos, como el
Radar. El Radar Libros, en cambio, no pasa de ser un chivo de las novedades
editoriales que lo sustentan. ¿Sátira 12 sería gracioso? Las 12 no hace falta, fue dicho, para
eso está el diario. Líbero, el deportivo, acaso por su propia esencia, parece
escrito con los pies.
Las contratapas, las famosas contratapas
de Página, hace rato que no importan más. José Pablo Feinmann divaga, se enrosca
en sus propios silogismos para terminar desparramado entre conceptos confusos,
neblinosos. Noé Jitrik sabe mucho de literatura, lo que no lo convierte en
escritor, y confunde el artículo con el ensayo en ripios ilegibles, sobre todo
por aburridos. Fresán, con sus módulos inarticulados y su “homo-ego”, sólo
habla de sí mismo, y de otras minucias que tampoco importan. Enrique Medina parece
escribir las suyas mientras hace otra cosa. Las contratapas, las famosas
contratapas de Página 12, tampoco importan ya.
El chiste de tapa es cada día más triste,
como Rudy, y ni el pirulo de tapa se salvó, cuyo espíritu destacaba en muy pocas líneas un detalle
revelador y relevante, mientras hoy suele ser una especie
de copete de una de las notas interiores, o una curiosidad rescatada de las
redes dos o tres días tarde.
Encorsetado por las operaciones políticas
y los variados negocios del propio Santa María -que por ejemplo le cedió el
hotel de los porteros en la Triple Frontera a la hermana de Horacio Rodríguez
Larreta, mientras al mismo tiempo impulsaba la candidatura de su pareja Gisella
Marziota junto a Lamens contra aquél-, hirviendo en conflictos internos, financieros
y fiscales, sin control de calidad, sin ideas o sin ganas, Página 12 también se
muere.
La agonía de la prensa gráfica, es
ecuménica, universal. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco. Pero la
degeneración del oficio del periodismo en propaganda, y sobre todo, la falta de
imaginación de sus propios hacedores, son su tiro de gracia.
* * *
martes, 1 de diciembre de 2020
EL MARTIYO SALUDA A DIEGO MARADONA…
Se puede escribir sobre la tristeza, incluso con tristeza, pero no cuando la tristeza te saca las ganas de escribir. Pasan los días y su ausencia se instala definitiva, inadmisible pero cierta. Diego Maradona ha muerto, y por lo tanto, ya nunca morirá. El Martiyo lo saluda.
UN MUNDO SIN MARADONA
“Yo ya viví”.
Diego A. Maradona
Sus ojos se cerraron y el mundo se detuvo.
Las multitudes de toda la tierra, los desheredados y los jefes de estado, los
pueblos y sus naciones suspendieron su día y se olvidaron de la pandemia y
salieron a llorarlo, a despedirlo. Las rotativas de todos los diarios y todas
las revistas, se pararon; se interrumpieron las transmisiones de todos los
canales y todas las radios del mundo. Los estadios vacíos de todo el planeta,
se llenaron de un silencio distinto, absoluto. Un duelo global, sin
precedentes, como la peste, ennegreció de luto las redes sociales, las calles y
las paredes de Quito a Pekín, de Londres a Damasco, de Fiorito a Montmartre. Había
muerto un dios.
Nada más natural que la muerte, y sin
embargo nada igual había sucedido nunca. Jamás antes una muerte había conmovido
a la gran humanidad. Ni un hombre, ni mucho menos un futbolista. Había muerto una
creencia, una fe, otra ilusión de eternidad. Murió lo que nunca iba a morir y
que sin embargo murió. Lo inconcebible había sucedido.
Las palabras no servían más. Nada bastaba
para decir el dolor, el estupor. Periodistas y comentaristas, artistas,
políticos, todos, nadie decía nada. Balbuceaban entre frases hechas y adjetivos
inútiles la tremenda tristeza de perder un solo hombre que había sido tantos, todas
esas multitudes que pasan los días y lo siguen llorando mientras su ausencia se
establece lenta pero definitiva, inadmisible y cierta. Parafraseando a Bioy con
Borges, ahora habrá que pensar, y vivir, un mundo sin Maradona.
Pero en ese mundo, Maradona ya es inmortal,
ya nunca morirá. Los hombres como él no mueren nunca, un día se diluyen en su
pueblo y son para siempre. Y su pueblo fue el mundo, la buena gente de todo el
mundo, la que supo perdonarle sus miserias porque nunca les mintió, porque los hizo
felices, la que sufrió sin resentimientos la fortuna del anonimato, la que
comprendió su vida sin paz entre la pobreza y la gloria, la que se alegró con él, por él, la que sintió propias
sus victorias, y sus derrotas, la que nunca lo vio del lado de los poderosos,
de los opresores, de los traidores… esa gente le dará vida toda la vida.
Diego, el hombre, Diego el tangible, se
murió. Capaz de cualquier hazaña, por qué no pensar que se murió simplemente
porque se le dio la gana, porque no quería más, cansado de una vida que ya no
le gustaba, que nunca más iba a darle lo que tanto le había dado, solo o mal acompañado,
inválido, enfermo, harto, “yo ya viví”, dijo y se fue, como se fue siempre, de
cualquier lado, cuando se le dio la gana… ¿Por qué no?.
Pasan los días y el mundo vuelve a andar. Despacio, dolorido como aturdido, sin olvido, con pena. Los medios, entusiasmados con las ventas y las mediciones, no sueltan el hueso y revuelven su tumba. Un ejército de abogados se dispone a la batalla de sus sucesores y sus bienes. El circo no se va. Habladores a sueldo, médicos de pronto, jueces de siempre, buscan culpables y los encuentran de a montón. Pero todo eso también pasará, se acallarán sus gritos, se perderán sus nombres, serán olvido. Todo pasará. Diego, en cambio, no.
Nunca.
* * *
viernes, 6 de noviembre de 2020
DEL QUE HABLA DE IRSE, Y DEL QUE SE FUE Y VOLVIÓ…
La evasora y fugadora serial Susana Giménez, el engolado Oscar Martínez, el despechado González Oro, el payaso rabioso de Alfredo Casero; la pobre Cristina Pérez, el pobre Eduardo Feinman (nadie quisiera ser ellos); Juanita Viale y Jonatan Viale -que no son hermanos aunque operen para el mismo páter-; el desgraciado Baby Echecopar –quería ser actor, y acabó siendo él-, son sólo algunos de los que impulsan el éxodo. Sin embargo lo dicen con tono de amenaza. Es gracioso.
¿Seríamos un país más pobre, menos culto, si por fin se va Susana Giménez?... Hoy que el gremio actoral sufre como pocos los rigores de la pandemia, ¿sería tan grave que Oscar Martínez y Alfredo Casero dejaran espacio a otra gente?... ¿Seríamos incapaces, como nación, de reemplazar a la mínima Cristina Pérez, al insignificante Eduardo Feinman?... ¿Baby Echecopar?... qué risa.
Tampoco saben muy bien a dónde ir, en este mundo apestado y en plena recesión. Los grandes medios -cuya sola esperanza es el caos-, alientan la diáspora y hablan de Uruguay, Australia, Suecia, Júpiter… pero las ilusiones duran lo que tarda el público en informarse de verdad.
Porque debajo y detrás de todos esos habladores, está la masa de ilusos que sueña un nuevo Eldorado en un planeta que revienta por todas sus costuras entre una pandemia universal, y la ruina sucesiva de cualquiera de sus economías, grandes, medianas, chicas, o miserables. Creen que existe eso que llaman “un país serio”, y aunque nunca consiguen ubicarlo en los mapas, saben que allí sin sudar demasiado reconocerán sus talentos aquí inadvertidos. Creen que en “cualquier lugar” estarán mejor que “en este país de mierda”, porque el mismo delirio les impone el desprecio por el lugar donde nacieron y donde tienen todos los derechos que en ningún otro lado volverán a tener.
Nunca fue un chicano en los Estados Unidos, ni un sudaca en Europa, ni un gringo en Brasil, ni siquiera un curepí en el Paraguay. Que se vaya. Que pruebe. Que se entere.
En sus locas ilusiones cree que la inseguridad es un invento argentino. Bueno. Que pruebe en Brasil, donde las grandes organizaciones del crimen como el Comando Vermelho, y sobre todo el PCC -o en su defecto los comandos paramilitares que nacieron para combatirlas-, funcionan como estados paralelos en guerra permanente en cualquier calle de cualquier ciudad y a cualquier hora. Que prueben si no en los Estados Unidos, meca de los serial killers, los asesinos en masa, y el crimen organizado; (y eso cuando el peligro no es la propia policía, racista y brutal, sobre todo con los negros y los chicanos y los inmigrantes en general). Que vaya, sí. Que vaya a Europa si quiere seguridad, pero que no tome el tren en Atocha, que evite los subtes de Londres, los teatros de Francia, las plazas de Alemania, y que ni se le ocurra mencionar a Alá… Que vaya, sí. Que pruebe. Que se entere.
Alucinan que los problemas económicos o laborales se resuelven con solo cruzar la frontera, que “allá” el provenir existe y reluce, que entonces no habrá más pena ni olvido, y está bien, porque ese espejismo es la chispa de la historia de todas las migraciones del mundo. Que vayan. Si temen que tales fantasías puedan redundar en futuras frustraciones, que vayan, que no se queden con las ganas. Pero que sepan.
Dejar el país, irse, vivir en Europa, en una playa tropical, en París o Nueva York, son fantasías habituales, como jugar en la Selección, triunfar en Hollywood, o ganarse el Nobel… Pero luego hay que irse de verdad, dejarlo todo, afectos, amigos, calles, bares, lengua, y partir… porque como dicen los italianos, una cosa es morir, y otra molto diverso é parlare de morire. Nada que ver.
El que de verdad se vaya -no el hablador- debe saber que allí donde vaya será un extranjero. Parece una obviedad, pero es un badajo de hierro colgando del cuello para siempre. Si se quiere tener una idea más precisa de lo que digo, vale reparar en cómo se trata a los extranjeros en la Argentina. Bolivianos, paraguayos, peruanos… el que de verdad se vaya, que mire, que observe, que se ponga en sus lugares. Porque más antes que después, allí donde vaya, escuchará el viejo grito “si no te gusta volvete a tu país”.
Debe saber que además de un extranjero, será, en cualquier lugar del mundo, un argentino. Y entonces la descarga de la sorpresa que significa descubrir la diferencia que hay entre lo que un argentino cree que es un argentino, y lo que el resto del mundo cree que es un argentino.
Debe saber que las gracias por Maradona duran cinco minutos, que rara vez somos bienvenidos, que los brasileros nos sonríen cuando vamos de vacaciones porque llevamos dólares, no porque son más alegres; que en Europa nos miran de reojo porque ni todos somos Messi, que algunos ni siquiera nos distinguen de colombianos o mexicanos o bolivianos, que muchos ni siquiera saben muy bien dónde queda la Argentina; que el resto de los latinoamericanos nos mira incluso algo peor porque en general nos creemos algo mejor, en fin… que el resto del mundo también está lleno de prejuicios y xenofobias y racismos y chauvinismos, que no inventamos nada, que no somos más que nadie, si te vas mejor saberlo.
Y es importante además recordar que si no sos astrónomo, físico nuclear, cardiocirujano cuando menos, entonces tu mayor virtud será tu indefensión social, y si conseguís trabajo es porque tenés apremios pero no papeles, y entonces tampoco tendrás vacaciones, aguinaldos ni francos… y eso siempre y cuando las cosas vayan bien. En general, lejos y solo, se complican.
Escribo estas líneas con la autoridad que me confieren veinte años de exilio, acaso voluntario, podría decirse, pero si bien se los revisa, los exilios nunca son del todo voluntarios. Veinte años. Cinco en Europa -protegido y muy bien acompañado- y los últimos quince en una playa tropical de esas que salen en todas las postales, y donde tampoco la pasé del todo mal. Nada reclamo. Agradezco a los dos países. Pero no me limito a mi experiencia. Hablo de lo que sé, de lo que viví y lo que vi, de la cantidad de historias de extranjeros que un día dejaron de hablar y lo dejaron todo y se fueron en serio, y de muchos a los que les fue bien, y a muchos mal, y a la gran mayoría igual que en cualquier parte, pero ninguno jamás encontró el paraíso de sus fantasías, y todos en todas partes llegaron a decir, en algún momento, ¡qué país de mierda!, y tampoco dejaron jamás de sentir esas ganas de volver que siempre vuelven.
Porque eso también tiene que saberlo el que se va: irse es difícil, seguro… pero volver puede serlo mucho más. A veces, incluso, imposible.
Ahora que se vayan.
Yo estoy de vuelta.
* * *
martes, 22 de septiembre de 2020
MEDIOS MEDIOS: LA MEDIOCRIDAD MEDIÁTICA…
La brutal
represión sufrida por enfermeras y enfermeros a manos de la Policia
Metropolitana, nada aporta sobre las características morales de Horacio
Rodríguez Larreta y su gobierno. Pero a cambio expone con toda claridad la decadencia
de la industria periodística argentina de un lado y del otro de la grieta. Para
fortuna de los unos, los otros siempre pueden ser peores.
LA SUERTE DE LAS
DEBACLES
Así como el bobo letal
de Fernando De La Rua le tiró la Montada encima a las Madres y Abuelas de Plaza
de Mayo, así ayer la policía de Rodríguez Larreta reprimió con su acostumbrada
brutalidad a las enfermeras y enfermeros en plena pandemia. La comparación
sirve a su vez para marcar la diferencia: a De La Rua Magnetto ya no lo quería
más.
Hoy ninguno de
sus dos grandes diarios, ni Clarín ni La Nazión -porque en términos políticos
los dos son suyos- mencionan el hecho en sus tapas. Todos sabemos por qué, y sin
embargo, o por lo mismo, también podemos imaginar qué hubieran hecho si la
misma represión, incluso menos brutal, la ordenaba Kicillof en la Provincia.
Ventas y
mediciones nos avisan que cada vez importa menos lo que digan estos medios, que
pescan reducidos a la pecera del odio de su propio público, que el eco multiplicado
por sus incontables medios es sonido y furia y nada más, hipertrofia
capitalina, espuma de la rabia que se deshace en las urnas. Pero allá ellos con
su debacle.
Más interesante,
cuando no preocupante, fue la reacción de los otros medios, los que no les responden,
los que podrían hacer algo más que llorar por las víctimas o mostrarlas en sus
páginas y pantallas narrando el maltrato una vez y otra vez.
A 24 horas del escándalo,
vale preguntarse: ¿A nadie se le ocurre, mejor, entrevistar a Diego Santilli,
responsable de la seguridad de CABA, y por lo tanto de la represión de ayer? Y
si lo llamaron y no quiso hablar ¿por qué nadie nos cuenta que lo llamaron y
prefirió esconderse? Todos los días lo tenemos en todos los canales
inventariando sus progresos, subestimando la pandemia, empujando a los chicos
pobres a las plazas y a la gente a las calles para que Magnetto no se le enoje…
pero desde ayer no aparece. Nadie lo encuentra.
A 24 horas del
escándalo, tampoco se sabe qué gremio reúne a esas enfermeras y enfermeros,
cuál es el delegado responsable de protegerlos, ¿por qué nadie lo entrevista?
¿no lo encuentran? ¿no lo buscan? ¿está en yunta con Larreta?... No se sabe. No
se entiende.
De un lado y del
otro de la grieta, estos hechos evidencian eso: la decadencia general de la
industria periodística argentina, que hace mucho, es cierto, que no hace
periodismo, que se limita al show, cuando no a la operación política; a la
propaganda, cuando no al mero espectáculo de la actualidad. No es de extrañar
que hoy celebren cuatro puntos de rating los mismos que ayer se amargaban con veinte.
La debacle es general.
Cuando a unos y
otros se les cuestionan estas cosas, la respuesta suele ser de índole
presupuestaria. No tenemos gente, no tenemos viáticos, no tenemos móviles… No
mienten. La caída en las ventas y las mediciones, redunda en un recorte de
costos, lo cual resiente la calidad del producto, y esto a su vez provoca una
caída en las ventas, que supone una baja en los recursos, y así giran sin parar
en un círculo vicioso como un remolino que succiona para abajo, y se los lleva.
La derrota en las
última presidenciales, fue una demostración contundente del poder de los más
grandes medios, la verdadera utilidad de sus blindajes y operaciones. Doce años
de anticristinismo rabioso, cuatro años de manejar el Estado, pervertir la
justicia, todas las instituciones, y hasta permitirse en plena democracia perseguir,
espiar y encarcelar adversarios… y con todo y tanto acaban perdiendo la
reelección, y en primera vuelta.
Pero si alguna
suerte todavía les queda, es la precariedad de los pocos medios masivos que los
enfrentan -C5N, Página 12 (los intentos de verdad independientes como El
Destape, El Cohete a la Luna, Tiempo, tampoco pescan más allá de su propia
pecera)-, las notas mal corregidas, apuradas o desganadas cuando no
pretenciosas; la fugacidad de las coberturas en nombre del “ritmo televisivo” por
encima de la hondura de los informes; la autorreferencia agotadora de sus
presentadores presentados como periodistas –“yo creo”, “a mí me parece”, “en mi
experiencia personal”, y otros enfoques que no le importan más que a ellos -;
las entrevistas abruptas despachando a los entrevistados en mitad de un razonamiento;
las preguntas repetidas porque no escuchan las respuestas, el facilismo de
soltar un micrófono por las calles para que cualquiera diga cualquier cosa y rellenar
espacio…
El tema del día
es el mismo para todos. La agenda no se discute. Se trata apenas de un juego de
espejos, imágenes iguales, pero invertidas. Y todos corren detrás de lo que
tiene el otro para que a nadie le falte lo mismo, que por lo general es nada.
Pasan las horas y
seguimos sin saber por qué Diego Santilli les pegó a las enfermeras, ni cómo se
llama el gremialista que debiera protegerlas… y el tema ya desaparece de los
medios.
La suerte propia
es la debacle ajena.
* * *