Destellos Ajenos:
“Su corazón empezó a latir más y más de prisa y luego aprisa del todo. Su corazón corría tras de su sangre, agotado, allá a lo lejos, minúsculo ya, al final de las arterias, en el temblor de la punta de los dedos. La palidez le subió del cuello y luego invadió todo el rostro. Acabó ahogándose. Se fue de golpe, como si hubiera tomado empuje, estrechándose a nosotros con los dos brazos.
Y luego volvió a nosotros, casi en seguida, crispado, ya en trance de perder todo su peso de muerte.
Parapine y yo nos levantamos, nos desprendimos de sus manos. Se quedaron en el aire, sus manos, tiesas, enhiestas, amarillentas y azuladas bajo la lámpara.
Ahora, en el dormitorio, Robinson semejaba un extranjero venido de un país atroz y a quien ya nadie se atrevería a hablar.”
Louis Ferdinand Céline
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