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“El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.
De su experiencia, estos recuerdos.
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El Martiyo Producciones presenta…
"Memorias de un mercenario"
“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.
Jean Lartéguy
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Hoy: "Las mieles de la victoria"
Larteguy tiene razón. Los mercenarios que yo he conocido también combaten de los veinte a los treinta por rehacer el mundo, y despuès, hasta los cuarenta, por esa idea que de sí mismo se han inventado. Yo entonces tenía 35. Estaba en el momento justo para batirme por esa idea que me había inventado de mí mismo. Si algo había aprendido al cabo de tantas batallas, era hora la de probarlo… y de probarme.
Es bueno que el novato sepa que tarde o temprano, si no cae en la contienda, llegará su momento.
Aquella pequeña revista, de género menor, dedicada a la tevé y su farándula, demorada durante meses en números ceros que nunca llegaban al uno, con su escuálida redacción de principiantes; y que yo creía condenada a ser apenas un satélite de Telefé, ya tenía nombre -Tele clic-, ya llegaba a los kioscos, y ya me había demostrado que, tras su apariencia inofensiva, era en realidad un comando especial para operaciones encubiertas. (Ver Nunca sabrás nada de nada). Pero apenas nacida, ya se moría.
Pensada para vender al menos entre diez y quince mil ejemplares (recordemos que se trataba en principio de una revista de programación, con algunos recuadritos de exaltación a las figuras de Telefé), apenas lanzada, con toda la fuerza de Atlántida y el apoyo audiovisual de Telefé y Continental, picó de salida en nueve mil ejemplares, y de allí empezó a caer semana tras semanas… hasta que cayeron sus directores, claro.
Eran Jorge Lafauci y Marita Otero, buena gente, pero no aguantaron las presiones. Demasiados amigos en la farándula, y Tele clic ya nacía llena de enemigos (el resto del mundo menos Telefé, claro). Nunca llegaron a echarlos, la tempestad se los tragó, renunciaron a coro en mitad de un cierre, el taller babeando de ansiedad, y el número aquél a la deriva… y a bordo veinte novatos y un solo profesional: yo.
Aldo Proietto dirigía por entonces El Gráfico, pero brazo derecho de Constancio Vigil, controlaba todas sus revistas, exceptuando La Chacra , pero incluyendo Tele clic, y mucho más en ese preciso momento, cuando ya no la dirigía nadie.
Pálido bajo el neón de los tubos, miró a su alrededor, uno por uno a los novatos… y yo.
Perdido por perdido, se le cayó la pregunta de la boca
-- ¿Te animás?- me dijo.
Sonreí. Bastaba asentir para que de pronto una revista de Constancio Vigil, el hombre al que yo había mandado preso pocos meses atrás (Ver No odies a tu enemigo: contrátalo), de pronto quedara en mis manos. Asentir hubiese bastado, pero hice más.
Joven, atrevido, valiente o temerario, dispuesto a batirme por la idea que me había hecho de mí mismo, hice más que asentir: sonreí, me encogí de hombros con sobrada obviedad, y recuerdo que le dije:
-- Más bien…
Proietto se atajó. Supongo su escalofrío: de golpe sin otra alternativa que el naufragio, o yo…
-- Es sólo por este cierre… -aclaró como para calmarme pero para calmarse.
-- Por mí no hay problema –le respondí para que se calme, y no.
Asintió sin sonreír.
-- Metéle –me dijo, y le metí.
Allí tenía yo, por fin, un buen buque mercante bajo mi mando por primera vez. La nave no era en sí gran cosa, pero la respaldaba una de las flotas más poderosas del continente: Atlántida-Telefé-Continental…
La nave en sí no era gran cosa, y para peor se estaba hundiendo, es cierto. Pero mejor: no habría presiones. Tenia mucho para ganar y nada para perder. Si se hundía, no era yo el que la había hundido, y si flotaba… era yo quien los salvaba a todos del naufragio…
Mentiría si dejo aquí las cifras exactas de las ediciones sucesivas, recuerdo sí –y aún debería estar en aquellos balances de Atlántida- que las ventas empezaron a subir una semana tras otra, que enseguida pasamos los diez mil ejemplares y los veinte mil, después los treinta y los cuarenta mil, y que antes de un año alcanzamos los 120 mil ejemplares, que era el tope de ventas de Noticias y Gente, los dos semanarios de mayor circulación por entonces.
Como suele ocurrir, de a poco la victoria se llenó de traidores, y al año me fui… Pero durante ese año fue una campaña triunfal, y en tal caso acá lo que importa es cómo lo conseguimos, las técnicas de combate que nos dieron la victoria… Y no me refiero a las grandes estrategias de marketing o a los pretenciosos estudios de mercado, que si fueran tan efectivos no fallarían nunca. Me refiero a lo que no falla nunca: a los recursos y la experiencia recogidos en el frente, a esas cosas que fuera de toda ortodoxia -y no necesariamente éticas-, resuelven la batalla y aniquilan al enemigo.
Era la hora de probar lo aprendido... y de probarme.
Eureka- eureka, la pólvora explotaba, sí.
Pronto Tele clic era nombrada, discutida o elogiada en casi todos los programas de la tele y la radio, alcanzábamos la tapa de los grandes diarios, y pronto imponíamos y sacábamos figuras y programas de la televisión argentina. Luego comenzamos a exportarla.
¿Cómo lo hicimos?
Para explicarlo necesito un espacio igual a éste así que mejor la sigo en el próximo episodio. Prometo esta vez no demorarme tanto, que ya hace más de un mes desde la última entrega, lo sé...
Pero es que lo mercenarios somos así. Larteguy allí no lo dice, pero cuando no dejamos la piel en la batalla, ni nos derrota la cirrosis –y encima un modesto botín de guerra nos permite un retiro relajado-, a veces nos relajamos demasiado, sí, puede ser… son las mieles de la victoria, como les llaman.
Es bueno que el novato sepa que no siempre se pierde.
(continuará)
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