Poco tardó el Vaticano en bajar al barro hediondo de la última
dictadura argentina y su genocidio. El vocero papal ya está en pleno debate con
Página 12, soñando que una rápida desmentida pondrá fin a una historia que recién
comienza. El tema son los dos jesuitas que el ahora papa habría entregado en 1976. Verdadero o falso, lo cierto es que el Vaticano le endosó sus problemas a
Bergoglio, y viceversa.
El Papa en subte, el Papa pagando el hotel de su bolsillo,
el Papa con sus zapatos viejos; nos remiten sin solución al primer Carlos
Menem, cuando apenas asumido huía de su custodia en su propio coche, para comer
en sus restorantes de siempre, lejos del protocolo y toda su pompa. El Martiyo por las dudas recomienda esperar. Poco tardará en saberse si tales gestos nacen de su interior, o son más oropel.
Mientras tanto, la Santa Sede se ve de pronto explicando asuntos que
siempre supo ignorar. Por caso, el último genocidio argentino. (Nunca
olvidemos al general Roca, otro bendito de las conquistas).
Federico Lombardi, vocero papal –el mismo que hace unos días
se enojó cuando un periodista le recordó que el nuevo presidente del IOR
fabricaba naves de guerra-, ayer se enojó con Página 12. "Estamos en presencia de una campaña calumniosa y anticlerical de
larga data llevada adelante por un medio cuyo origen es conocido y notorio".
El “medio” aludido es el diario para el que trabaja Horacio
Verbitsky, quien en su libro Iglesia y
democracia (2006), acusa al ahora papa de estar directamente relacionado
con el secuestro de dos sacerdotes de su comunidad que se desempeñaban en la
villa porteña del Bajo Flores, cuando Bergoglio dirigía la Compañía de Jesús, en
1976.
Unos acusan, los otros desmienten. En algún lugar queda la
verdad, pero por ahora todo es duda. No es lo que importa aquí.
Lo que importa aquí es lo que avisábamos apenas ayer (ver Francisco el de Floresta), cuando advertíamos
que ahora el mundo entero, con avidez mediática, revisaría la historia de Jorge
Bergolio, y allí se llevaría por delante, lo quisiera o no, le gustara o no, la historia moderna de la Iglesia Católica
Argentina.
Porque es cierto: el Vaticano le endosó a Bergoglio el
infierno que hoy esconde bajo sus sotanas, pero Bergoglio, a cambio, le endosó
al Vaticano la compleja historia moderna de la Iglesia Católica Argentina, con
la pesada cruz de un genocidio a cuestas.
La bendición sobre aquellos dictadores; los curas y las
monjas desaparecidos y/o asesinados; los miles de ciudadanos desaparecidos y/o
asesinados ante el silencio absoluto de la jerarquía eclesiástica; las tétricas
aventuras de Monseñor Plaza y el terrible von Wernick; las propias andanzas del
nuevo papa; los genocidas comulgando como si nada todavía hoy; el documento que
prueba las reuniones de los entonces cardenales Aramburu, Primatesta y Zaspe
para acordar con Videla el silencio de sus crímenes… todos asuntos que poco le
importaban al Vaticano hasta el miércoles, y que hoy, viernes nomás, ya son
suyos.
Allí está de pronto el vocero papal peleándose con un diario
porteño con la pretensión de terminar así de rápido una historia que recién
comienza.
El cruce de acusaciones y declaraciones, ha levantado su telón.
Sin quererlo, o mejor dicho: sin esperarlo, Verbitsky puso
un pie en el Vaticano. Sus acusaciones, su diario, su libro y sus testigos,
irrumpen con él. Otros medios, otras organizaciones, otros testigos, tomarán
partido, a favor, y en contra. Sea como fuere, el Papa –el Vaticano- tendrá que
explicar(se). A través de sus voceros, de sus medios, y de sus testigos, pero
tendrá que explicarse, disculparse, defenderse. Limpiarse.
También ayer lo decíamos aquí: acaso fuera apurada la euforia
de los festejos de la grey católica argentina. A veces mejor no llamar la
atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Como tantos medios públicos, EL Martiyo no deja de ser privado, y por lo tanto se reserva el derecho de pubicar o no los comentarios recibidos.