Más allá y más acá de cualquier creencia, ideología o
coyuntura, muy por encima del océano de pasiones que se agita por debajo de los
dos, el encuentro del papa Francisco y la presidenta Cristina en el Vaticano
proyectó una imagen argentina y latinoamericana tan poderosa como un amanecer. Lejos
de los que sueñan con un papa que embista contra el gobierno, el papa reformuló
toda la agenda para recibir a CFK antes aún de asumir oficialmente.
Nadie puede predecir qué es lo que viene, pero si que será
grande, así fuera un cambio... o una decepción.
El Vaticano es nuestro.
Aunque egresado de colegio de curas, El Martiyo volvería a la fe católica –de la que tanto le costó huir-
si este papa Francisco de verdad le mostrara y demostrara al mundo que es mejor
que los demás hombres, que está más cerca de Cristo que cualquier otro, que en
serio es Su enviado...
Si lo viéramos expulsar del templo a los mercaderes, aunque
no fuera a palazos; si uniera y se uniera a los pobres, a los necesitados y a
los buenos, y le dejase al César lo que es del César; si usara los infinitos recursos
del Vaticano para multiplicar los panes y los peces; si a su paso se
encresparan de odio los hipócritas y los fariseos, si arranca la hierba que
nunca dará frutos; si echa al abismo a todos los cerdos de su rebaño; si no le
tiembla la voz ni se vende frente a Caifás ni frente a Pilatos; si fuese capaz de
inspirar amor, ya no sólo de predicarlo; pues entonces El Martiyo podría revisar y hasta perdonar la tremenda decepción
que le generó una institución presentada como sacra y santa, y descubierta enseguida
tan repodrida por dentro.
Ayer Inmorales Solá en La Nazión -en
un delirio futurista según el cual el nuevo sumo pontífice se ocuparía más o
menos personalmente de acabar por fin con el kirchenrismo- auguraba (porque
Inmorales augura, opina o supone, de informar ni hablar), auguraba una más que áspera
relación entre el gobierno nacional y el nuevo sumo pontífice. Esta vez ni 24
horas le duró la ilusión.
El encuentro entre los dos mandatarios no sólo fue cálido, sino
también amable, argentino, casi familiar. Cambiaron presentes, sonrisas y
besos. Y todo eso podría ser sólo para las cámaras, pero al salir del almuerzo
con el papa la presidenta habló con la prensa, y contó algo que a Inmorales Solá
puede costarle la poca calma que le queda. “Me
habló de la patria grande, y remarcó que usaba esa expresión porque era la que
usaban Bolívar y San Martín”, y también me habló de “la importante misión que están llevando a cabo los actuales líderes de
Latinoamérica”. La presidenta no escondió ni actuó su emoción. Le gustó el Papa.
Se mostró impresionada porque él insistió en agradecerle su visita. Le pidió
por Malvinas. Viejas rencillas superadas, podrían ser también olvidadas ante el
impresionante horizonte que se despeja.
El encuentro no estaba en la agenda oficial del nuevo papa.
Pero el nuevo papa resultó ser argentino, y quiso hablar primero con Cristina.
Eso Inmorales Solá ayer ni lo mencionó. También negó que el papa fuera
peronista. No supo cómo explicar su pública militancia en Guardia de Hierro, y
entonces la obvió. Hizo fácil. Si esto sigue así, ¿cuánto aguantará Joaquín sin
dar un grito?...
Será fácil entonces reconocer si este papa es quien queremos
que sea. En cuando los medios del miedo lo empiecen a atacar, a ningunear, a
cuestionar, cuando veamos a los hipócritas y a los fariseos que se encrespan de
repulsa a su paso, tendremos una señal, sabremos que él es, sí, el enviado.
El Martiyo sugiere
esperar, pero espera con esperanza.
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