Por insensato que suene, una de las virtudes del nuevo Papa más
destacada por la prensa mundial, es que viajaba en subte. Medios de todo el
mundo lo repiten como un rezo que bastaría para salvarnos, o como una cualidad
inédita del cristianismo.
Su Santidad Francisco –Bergoglio para nosotros- fue recibido
con esperanza por allí, desconfianza por acá, denuncias, ilusiones y polémicas,
rosarios de lugares comunes, absurdos televisivos, alegría argentina, tristeza
brasilera, y la también previsible indiferencia del resto del mundo no
católico.
Todos parecen olvidar el problema que le encajaron.
FRANCISCO EL DE FLORESTA
“Recuerdo una magnolia allá en Floresta,
Y una fiesta a su sombra, y otra fiesta”.
Daniel Giribaldi
Quien haya vivido alguna vez en Grecia, o en Rusia, o en
Japón, o en cualquier otro país no católico, sabrá qué poco importa un nuevo
papa por allí.
Dentro del occidente si católico, romano y apóstólico, en
cambio, la noticia resultó mayor de lo esperado: no sólo había un nuevo papa,
sino que el nuevo papa era nuevo del todo.
Con avidez periodística insalvable, ahora los medios del
mundo revisarán la biografía del nuevo Papa y en el camino habrán de toparse
con la historia moderna de la iglesia católica argentina. La grey católica nativa
se lanzo ayer en un festejo acaso apurado, a veces mejor no llamar la atención.
El impacto de la noticia llevó a instantes de delirio. Los
medios brasileros, que daban por cantada la victoria de su pollo el cardenal
Odilio Scherer, no tardaron en rescatar las denuncias por la desaparición de
dos jesuitas, su férrea oposición al matrimonio igualitario, y los días de la
dictadura. El corresponsal de la
Globo , incluso, insinuó que la curia brasilera sospechaba una
conspiración cardenalicia contra Scherer. Otro maracanazo.
Los ingleses, para quienes el papa es un asunto ajeno (quién
olvida los carteles de “Please no popes
here” que esperaban a Woytyla en 1982), aludieron a la mano de Dios; y los medios de los países más católicos,
perturbado por la sorpresa, o aturdidos por la confusión, se rindieron ante la
curiosidad de sus hábitos tranviarios y sus zapatos viejos. “Viaja en subte”, repetían atónicos.
Pero los medios argentinos, como era de esperar, no se privaron
de nada. Desbordados por el ego nacional, soltaron sus lenguas y fueron lo más
lejos que pudieron.
En un brote de brutalidad, el cómico involuntario Eduardo
Feinman, desde Roma, por c5n, llegó a decir: “¡además, un argentino que tenemos cerca, porque es de la Capital Federal !”. Un
argentino que vive en Salta, cabe
preguntarse, ¿está lejos de la
Argentina ?.
El impacto de la noticia no dejaba pensar y todavía hoy, 24
horas después, enturbia la razón.
Porque más allá de las esperanzas o ilusiones que pueda
levantar y levante el nuevo papa –latinoamericano, amante de los medios de
transporte, hincha de San Lorenzo, oriundo de Floresta, y todo su cotillón-; más
allá incluso de las denuncias hechas en su momento por Horacio Verbitsky -y
refrendadas hoy en Página 12-; parece
olvidarse que no se trata, sólo, de la persona o la figura o las intenciones de
Jorge Bergoglio, ni siquiera de sus delitos personales –los hubiera o no en su
pasado-; se trata antes del hasta ayer jefe de la Iglesia Católica Argentina,
institución profundamente complicada con el genocidio inaugurado en 1976; complicidad
que la propia institución admitió ante la justicia frente a la documentación
que probaba el encubrimiento de muchos de aquellos crímenes. Es la misma
iglesia que hoy comulga con Jorge Rafael Videla. La Iglesia que todavía no
excomulgó a ningún genocida. La
Iglesia que sistemáticamente ha salido en defensa de los
capitales concentrados y los poderes establecidos a lo largo de toda la historia
argentina. Bergoglio no es un solista.
Tampoco se trata de la inclinación por los pobres que tenga
o no el nuevo papa, porque la problemática que lo espera al frente del Estado
Vaticano, hace mucho que no es la pobreza. Ni ahí.
Es, antes, el IOR, ese su sospechoso banco, sacro paraíso
fiscal fuera del clearing internacional por no cumplir los controles de lavado
de dinero, y entre cuyos clientes hay jefes de la Cossa Nostra ; es la legión de
pedófilos que se extiende por todo el mundo y trepa hasta las más altas jerarquías
eclesiásticas; es el terrible caso aún irresuelto de Emanuela Orlandi, la niña
de 15 años, hija de un contador del Vaticano, secuestrada en 1983, desaparecida
desde entonces, y por el cual fue acusado Enrico de Pedis, uno de los mafiosos
más importantes de la Roma
de los 80, luego asesinado a balazos en 1990, y cuyo cuerpo sería enterrado en
el mismísimo Vaticano, en la capilla de San Apollinere, entre papas y
cardenales. tal cual descubrió después de un llamado anónimo Benedicto XVI, que
por algo se fue como se fue. Poco después de las revelaciones conocidas como Vatileaks, el sacerdote Gabriel Amorth,
jefe de exorcistas del Vaticano, y uno de los investigadores del caso Orlandi,
dijo sin más vueltas que Emanuela había sido una esclava sexual usada en varias orgías en el Vaticano, y luego
asesinada.
Así de seculares y materiales y judiciales y policiales son
los problemas que tiene el Vaticano hoy. Problemas mucho más urgentes que los
pobres que hace ya más de dos mil años que esperan para nada.
Problemas enormes y complejos que habrá de enfrentar el
nuevo Papa, Francisco, este muchacho de Floresta, hincha de San Lorenzo,
conocedor de la red de subterráneos de Buenos Aires, y lleno de buenas
intenciones, dicen, pese a la iglesia que lo parió.
Después la historia nos contará el resto.
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