En una
conferencia de prensa que la historia recogerá como síntesis de su tartamudez y
su impericia, Mauricio Macri retomó la campaña de 2015, contestó cada pregunta
sin responder ninguna, pero anunció sin anunciar, enredado entre promesas
vencidas y metáforas descartables, la propia incompetencia y el final de su
gobierno.
La Hecatombe de la Alegría
Como un
idiota que se acerca a un bosque en llamas con un pomo de carnaval, así el
presidente y su gobierno pretenden enfrentar la inmensa crisis que encendieron con arengas de vestuario y marketing de vodevil.
Con sus
ya evidentemente insuperables problemas de dicción, entre tartamudeos, lapsus,
furcios, metáforas erradas, promesas perimidas, inexactitudes y mentiras
simples, Mauricio Macri fue más lejos que el idiota del pomo, y salió a apagar el
fuego que lo consume con la manguera de la nafta.
Adiestrado
para la ocasión por el mejor equipo de los últimos 50 años, con auricular y
todo para mantenerlo vivo en vivo, blindado contra cualquier repregunta, casi a
control remoto, enfrentó una conferencia de prensa para contestar cada pregunta
sin responder ninguna, mientras se evadía entre evasivas apuradas y balbuceos
insustanciales, tropezando a cada frase con las tremendas verdades que sólo su
gobierno consigue ignorar.
Enredado
en metáforas tristes que sin embargo dan risa; con nada nuevo que ofrecer más
que las viejas promesas incumplidas, sin presente que presentar, el presidente
pisa el pasado y augura incansable un futuro feliz, por lejos que se aleje cada
día… la gloria inminente que iba llover en el segundo semestre de hace tres, ahora
quedó para dentro “cuatro o cinco años”… así como la pesada herencia, tan
reciente recientemente, de pronto se estiró a “70 años”.
El
horror está servido.
Con el país en manos del FMI, y el estallido que late como una bomba bajo la cama
presidencial, Macri confirma el rumbo que nos llevó al abismo por donde se
desbarranca la Argentina que todos conocimos hasta hace tan poco, por mucho que
ahora la cuenten como quieran…
Aturdido
por el estruendo de su propio derrumbe, el presidente gira que te gira con una sonrisa cada
vez más nerviosa, perdido por el laberinto que solito supo construirse. Y no
encuentra la salida porque no la tiene.
Su frente
político –de alguna forma hay que llamarlo-, se resquebraja por dentro, pero
los crujidos ya se oyen desde afuera, y de lejos.
Es
dable imaginar el pánico a bordo… todos esos voceros periodísticos que se
jugaron la credibilidad a un globo inmenso que así revienta… esa jauría de
funcionarios de segunda y tercera línea que dejaron la firma y los dedos
puestos por todas partes, y cuya sola
suerte serán la cárcel y el oprobio cuando todo lo que ya empezó a terminarse
se termine del todo… Seguramente los funcionarios de primera línea acaso ya
tengan su túnel de escape cavado, pero la venganza de los propios abandonados
en la fuga, será larga y feroz…
Bomba
de tiempo de cualquier rejunte, la gran esperanza de Cambiemos es la tétrica y
a la vez desopilante Elisa Carrió, ya ida, ya sin retorno, fuera de control y
de sí.
La
princesa sonriente María Heidi Vidal, ya no sonríe como antaño. Apestada por el
escándalo de los aportes truchos, le aparecen pelos en la cara y dientes como
colmillos.
Mirtha, Leuco, Feinman, el Baby “Echecolatz”, rápido se atropellan
para abandonar el barco… el Sacrosanto Mercado que todo iba a resolverlo,
resultó ser la cuña del mismo palo que ahora tanto le duele… Melconian, Prat
Gay, ¡Gerardo Morales!, ¡su fiel Julio Bárbaro!, Aranguren, el fuego amigo… si hasta
Clarín, ya cerrada y sellada la fusión con Telecom, empieza a sacudírselo como
si fuera caspa. Magnetto no lo necesita más. Lo anuncian entre aullidos sus
mejores perros: Bonelli, Lanata, Blanck, Van der Koy… es el desbande, la hecatombe
de la alegría.
Como un
chasco barato y sin embargo atómico, las Lebacs le explotan en la cara mientras
su Toto Caputo -otrora estrella de los fondos buitres de pronto al frente del Banco Central-,
rompe todos los récords mundiales de fuga de divisas, endeudamiento externo,
tasas de interés y quema de reservas… Pero a cambio consigue una inflación
imparable.
Sus
grandes amigos del campo de toda la vida, ya le dijeron que con ellos no cuente
para nada. Sus muchachos de la barra del escolaso financiero, el lavado de
activos, y la fuga de capitales, ya le dijeron que ellos no quieren más que más.
Y sus nuevos amigos del mundo al que volvimos, acaban de declararle la
Argentina “país hiperinflacionario”. La tan anunciada lluvia de inversiones,
acabó en esta tormenta perfecta en la que ahora zozobra su gobierno.
Ya ni la
presidente Christine consigue creerle... ¿Será
que lo vio saludar a la multitud ausente de una plaza vacía?...
Cualquier
argentino mayor de 30 años sabe lo que viene ahora por mucho que no quiera
verlo. El ajuste propuesto que arderá en las calles, la previsible represión de
un gobierno sin respuestas ni salidas, su consecuente soledad política inmediata,
el caos del vacío… el final del final, y el espanto del después.
Lo
decíamos aquí en El Martiyo el 16 de
enero de 2016, apenas ejecutada la primera gran devaluación del peso en un 50%, bajo el
festivo anuncio del “exitoso fin del cepo”:
“Del
otro lado de la pantalla, el ciudadano de a pie que lo votó, con la
flexibilidad ideológica propia de un contorsionista moral, se resiste a la sola
verdad de la estupidez del odio que lo llevó al error que tampoco todavía
admite. Pero sólo pasaron treinta días de gobierno. Hay que darle tiempo.
Como el
ciego que cree volar mientras cae al vacío, todavía disfruta de la victoria en
la que se hunde; todavía se divierte con la aniquilación de Víctor Hugo Morales,
678, TVR; todavía goza con los atropellos al AFSCA y en brochet a la justicia;
con el triunfo de Clarín, los ñoquis de la Cámpora, la grasa militante, los
carísimos chistes de Alfonso Prat Gay, las patéticas incoherencias de Alfredo
Caseros, y sobre todo, con el oprobio a Cristina como en los días de la
Fusiladora con Perón y Evita. El odio es un gran combustible, y Magnetto una
fuente inagotable.
Pero
Dios perdona siempre, el hombre perdona a veces, y la realidad no perdona
nunca.
Porque
ningún odio pagará las tarifas por venir, ni parará la inflación que se anuncia
encubierta en el nuevo plan monetario; ningún odio impedirá la progresión de
los despidos que siguen y suman, y por lo tanto la caída del salario real, y
por lo tanto la del consumo, y por lo tanto más despidos, y por lo tanto...
Porque el odio es una fiesta muy cara, un lujo de los ricos, de los hartos. El
hambreado, el humillado, el desocupado, tienen otras urgencias. Otros
sentimientos”.
Esa
fiesta se terminó.
Nos deja
su desastre, y el horror de haber sido.
* * *