Ecuador, Perú,
Chile, Colombia, Argentina, Bolivia, manifiestan su hartazgo frente a los
planes de Washington, que acorralado por el incesante fracaso de su política
exterior, retoma entrados al siglo XXI los métodos del XX, y ya prueba otra vez
con golpes cívico militares sin distinguir entre las multitudes esporádicas que
agitan las calles, y los pueblos que por fin se levantan.
CINCO SIGLOS Y YA
Uno de los más
graves errores que puede cometer un gobernante, de cualquier procedencia que
fuera -democrática o no-, es confundir al pueblo con las multitudes. No son lo
mismo. Las multitudes son frecuentes, variados motivos las convocan, pero solas
se disuelven al cabo de unas horas, o se reprimen y se disipan. Los pueblos no.
Sólo el hartazgo los convoca, y por nada se disuelven.
Desde 1789 la
historia enseña que una vez que los pueblos se sublevan no vuelven a casa hasta
que concluyen su jornada. La Revolución Francesa, la Rusa, la China, el 2 de
mayo de Madrid, el 17 de octubre argentino, son sólo unos pocos ejemplos del
tronar del escarmiento cuando los pueblos agotan su paciencia.
Los Zares de
Rusia, Luis XVI y María Antonieta, son algunos de quienes ayer confundieron al
pueblo con una multitud. Hoy tenemos a Piñera, Añéz, Lenin Moreno, Duque... Ellos también creen que enfrentan multitudes,
que bastará con reprimirlas o esperar, y chau. Y no.
En Ecuador una
rebelión indígena hizo recular sobre sus ruedas al presidente Lenin Moreno con
el FMI a cuestas. El histórico traidor todavía trata de dibujar los nuevos
números mientras alrededor los tambores de guerra no paran de batir. Y ya sabe
que no callarán hasta que esos nuevos números les gusten.
El pueblo chileno
lleva más un mes en las calles y más de 25 muertos oficiales, y allí está. Sebastián
Piñera sueña con alienígenas como con serpientes, redobla la represión, y la
rebelión se redobla. Cree que enfrenta multitudes, una allá, otra más allá, otra
por acá… Pero es el pueblo, que sigue y se multiplica y no vuelve a casa.
En Bolivia, al
contrario, las mayorías estaban conformes con la marcha de las cosas que por
primera vez en toda la historia del país beneficiaban al país por sobre los
intereses extranjeros… y eso bastó para desatar la masacre encabezada por las
minorías ricas y bendecida por la milicia, la policía, la curia, y desde luego
el gobierno norteamericano. Más de 35 muertos oficiales en apenas dos semanas.
Pero desde el Alto, desde Potosí, desde Cochabamba y todo Bolivia no paran de
bajar hacia La Paz columnas y más columnas indígenas que se pierden hacia el
horizonte. Marchan a 3.600 metros sobre
el nivel del mar, pero vienen corriendo, al trote, no precisan del oxígeno,
pueden respirar entre los gases. Los matan y siguen. No van a volver. No hasta
que todo esté resuelto.
Inesperadamente
para los grandes medios que todo lo encubren, de pronto estalló Colombia, uno
de los países más injustos y más obedientes a Washington. Represión, muertos y
toque de queda. La paz que nunca tuvieron otra vez se rompió como un vaso.
¿Cómo no la
vieron venir? Se preguntan aquí y allá los habladores mediáticos que tampoco la
vieron venir. Aturdidos y aturdiendo entre el “modelo chileno” y la “dictadura
venezolana”, no vieron nada. No vieron Chile, Ecuador, Perú, Colombia, ni
siquiera Bolivia, cuyo golpe alentaron desde siempre.
Los más vivos de
los bobos todavía intentan extrañas teorías con el diario del lunes, desde las
culpas del propio Evo, al autogolpe. Mientras tanto así callan como pueden los
fracasos del patrón en Ecuador, Perú, Colombia, Argentina, y el “modelo
chileno”. Por suerte se casó Pampita.
“Latinoamérica en
llamas”, titulan algunos sin mencionar sin embargo que en esas mismas llamas
arden la ONU -más inútil que nunca-, la OEA -gestora del golpe en Bolivia pero
inoperante en Chile-, la CIDH -reducida a un papel testimonial menos que
periodístico- la Cruz Roja Internacional -ausente sin aviso-, la Bachelet -que tanto se agarraba la cabeza con Venezuela -, y
una extensa lista de ONGs y fundaciones que así dejaron en claro su claro
alineamiento con el State Department.
Pero tan grande sigue
siendo el fracaso de la política exterior norteamericana, y tan poca su
imaginación, que entrados ya en el siglo XXI vuelven a los procederes del XX
orquestando golpes cívico militares sin siquiera la novedad del revestido
mediático que los presenta. (Basta recordar la tapa de Clarín del 25 de marzo
de 1976: “Total Normalidad”).
¿Por qué
extrañarse si entonces uno de los blancos de las protestas en Chile es el
diario El Mercurio, y le prenden fuego?... Algo se rompió entre ellos y su
público. Los periodistas de la televisión chilena ya no pueden asomar a las
calles porque ahora las calles son de su público, que también se hartó de
ellos.
Los bolivianos
saben perfectamente que la prensa de su país es socia activa del genocidio en
marcha. Lo gritan por las redes en videos incesantes, incontestables. Los
muertos siguen cayendo, sí, pero cada uno levanta miles de vivos que suman y se
vienen.
Clarín, el diario
y sus canales, niegan el golpe en Bolivia. Recurren al viejo eufemismo de “la
crisis”, el mismo que usaron para encubrir los asesinatos policiales de Kosteki
y Santillán. Siguen cayendo, diario y canales, en ventas y mediciones. El 11
agosto el 70 por ciento del electorado les dijo que no les creía más nada. Sin
embargo insisten con los mismos métodos que los llevaron a este desastre. En
cuanto asuma el nuevo gobierno, apostarán al caos que llamarán “primavera”. No
calculan la destrucción, y se autodestruyen.
Porque el 11 de
agosto y el 27 de octubre no fueron unas cuantas multitudes las que les dijeron
basta. Fue el pueblo. Y en Bolivia no son un montón de indios que se resisten a
que el 3 por ciento del electorado lo gobierne a punta de pistola. También allí
es el pueblo. Y en Chile, donde no son alienígenas, Sebastián… y en Ecuador,
donde la tensión lleva ya más de tres meses; y en Perú donde ese cielo negro,
dijera Shakespeare, difícilmente se aclare sin una tempestad; y en Colombia,
que al final estalló como estallan los colombianos; y en Argentina, que avisa
por las buenas que este jolgorio del saqueo se ha terminado…
El imperio de los Estados
Unidos se agota. El 80 por ciento de su deuda pública en manos de bancos chinos.
Otra que Vietnam, de a poco los veremos evacuar por el recto de Hollywood la
cagadera que hoy viven en Afganistán, la retirada de Siria, el desastre que
dejaron en Irak, todos sus muertos, todos sus crímenes, toda su ruina, toda la
mentira… Donald Trump, en sí mismo, es un síntoma de ese final. La ferocidad de
su rugido marca la hondura de su herida.
China, Rusia, Iran, por mucho que muchos argentinos no lo crean, hay países que no les tienen ningún miedo. El imperio norteamericano se agota, y desespera. Ahí el peligro.
Podría cometer en Latinoamérica el más trágico de los errores: confundir con unas cuantas multitudes a todos estos pueblos que por fin se lenvantan.
* * *