El lector actual de Clarín excede el campo de la sociologia y supone uno de los casos más interesantes de la antropología moderna.
Votante de Macri, la Carrió, Solanas o los Midachi -o de cualquier cosa que mande Magnetto-, no le importa que le mientan ni que le roben, y en nombre de sus convicciones, está dispuesto a cagarse hasta en sus propias convicciones.
Votante de Macri, la Carrió, Solanas o los Midachi -o de cualquier cosa que mande Magnetto-, no le importa que le mientan ni que le roben, y en nombre de sus convicciones, está dispuesto a cagarse hasta en sus propias convicciones.
MISTERIOSA BUENOS AIRES
"La desesperación es mala:
lleva a perder la dignidad"
Proverbio japonés
Mientras el occidente –y por lo tanto el mundo- surgido de la Segunda Guerra se desploma con estrépito minuto a minuto; mientras se prenden fuego los pueblos del Islam, mientras Latinoamérica surge como la esperanza más inmediata, y mientras en ella la Argentina crece a un ritmo del 9 por ciento anual, y sus reservas (que en 2003 eran de 8 mil millones de dólares), hoy alcanzan ya los 50 mil millones; Clarín –ese amasijo de medios, miedos, intereses y arlequines-, se demora en el nuevo campeonato de la AFA , en los alquileres del juez Zafaroni, en los resentimientos personales de Alberto Fernández, y en las menores pajitas del ojo ajeno. La desesperación es mala, pero en el caso del Grupo Clarín, es entendible.
Inmensamente más curiosa es la razón de los lectores que le quedan. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué todavía leen Clarín (algunos incluso lo compran), y lo que es más extraordinario, ¡lo repiten!, eh? ¿Por qué aceptan difundir sin cuestionar los quejidos de una empresa privada, monopólica y multinacional que más allá -y mucho antes- de este gobierno, fue cómplice, no sólo de la dictadura militar y su genocidio, sino después también socio –y mayoritario- de cada gobierno democrático que manejó, le sirvió o desechó?... ¿Por qué ese lector, supuestamente progresista, humanista, ilustrado y moderno, siente de pronto placer en que se ataque a las Madres de Plaza de Mayo, y a las Abuelas, mientras se ensalza a Duhalde, o se excusa a Videla? ¿Qué es lo que disfruta ahí?... ¿Por qué ese ciudadano, de moral supuestamente incuestionable, se caga sin embargo en las escuchas ilegales de Macri, en la mugre ya demostrada de su campaña, en su procesamiento por asociación ilícita ya confirmado en Cámara, en su manifiesta xenofobia; y en que Clarín encima oculte o maquille todo eso… por qué, eh? ¿Comparte esas miserias, le gusta que le mientan, que lo estafen? Por qué ese argentino, supuestamente más vivo que los otros, permite que Macri con su guita le pague a Clarín 900 dólares por netbooks que valen menos de 300, y va y lo vota igual, y compra Clarín, ¡y lo repite! ¡Y con énfasis! ¡Acalorados! Convencidos… Tristemente convencidos.
Asombra, cómo no.
Son hombres y mujeres que han recibido al menos diez o quince años de educación formal, cívica, democrática, algunos más; muchos de ellos incluso deben recordar perfectamente quiénes son y qué (no) hicieron Patricia Bullrich, Eduardo Duhalde, Rodríguez Sáa, Elisa Carrió y otras figuras que ahora Clarín amalgama en una remake fast food de la Unión Democrática de Braden… y sin embargo, por resucitar figuras como estas, esas mujeres y esos hombres creen traer alguna verdad. Mejor aún: La Verdad. Fuera de ellos, del otro lado, sólo hay ignorancia y crispación. Sería de risa si no estuviese en juego la suerte de todos.
Alguien podría decir que las mismas cosas se podrían decir de quienes defienden a este gobierno, y sí, tal vez. Pero la diferencia a favor es sustancial: porque estos defienden lo que va bien, no lo que fue mal.
Nos preguntamos con interés casi científico qué puede sentir una persona que explicó sin entender -y durante años- ¡los terribles peligros! de una política que nos alejaba comercialmente de papá Estados Unidos y de mamá Europa, para juntarnos con todos esos países latinoamericanos de cuarta; y de pronto ver esto, ver el derrumbe de ese occidente y de todo lo que dijo y comprobar una vez más que Clarín lo mandó a repetir boludeces, y ni disculpas le pide… Y lo más increíble: aún así ese argentino no desiste, insiste, sigue, repite y repite lo que mande Magnetto, muchas veces, incluso, palabra por palabra: ley mordaza, viento de cola...
Cómo no preguntarse qué raro instinto, que ignoto placer lo impulsa...
Y acaso lo más curioso de todo: ¿qué lo lleva a pensar, aún así, que piensa?...
Brrrr...
Misteriosa y tétrica Buenos Aires.
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