Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
Avisábamos aquí el 10 de junio que habríamos de incorporar a Los chistes de Borges pasajes de su obra que demuestran que, esencia del espíritu de su naturaleza, el humor en él nada más fluía y se manifestaba allí donde encontraba un espacio, porque Borges, magistralmente, no se hacía el gracioso, lo era.
Este pasaje abre el relato El atroz redentor Lazarus Morell, el cual a su vez abre su libro Historia Universal de la Infamia.
“En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlo V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”.
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