Los chistes de Perón
Si alguna vez lo argentinos consiguiésemos el nirvana tangible de una divisa estable, esa nueva moneda debería llevara impresa, en sus dos caras sin ceca, las imágenes yuxtapuestas de Borges y Perón; como el yin y el yang de una Argentina sola, que en su doble anverso, grabara así la riqueza de nuestras contradicciones, unidas entonces por las solas banderas de la gracia de la inteligencia, la agudeza de la sensibilidad, y la sabiduría siempre que revela el humor.
Por ello aquí El Martiyo, en un gesto estético histórico -pero histórico por estético-, reúne, funde, en un mismo marco, en idéntico formato, a este dueto imposible, y sin embargo… Esperamos que así como los peronistas disfrutan de Los chistes de Borges, así la otra Argentina disfrute de Los chistes de Perón, quien supo tener, indiscutido, el sentido de la risa que es propio de los grandes. Y que nos hace mejores.
Poco antes de las elecciones del 24 de febrero de 1946, el embajador norteamericano Spruille Braden, viendo venir inevitable la derrota de su Unión Democrática, visitó al coronel Perón en su despacho de la secretaría de trabajo, y le propuso, en sucio español, colmarlo de favores si él se ponía al servicio de su gobierno una vez que llegara al poder…
Perón, divertido, se mostró complaciente y le explicó.
-- Si por mi fuera… pero sabe qué pasa, acá, en mi país, a los que hacen esas cosas, los llamamos hijos puta.
Braden, inmediatamente ofendido, se retiró tan rápido que hasta olvidó su sombrero.
Aunque Perón después aclararía:
-- Más que el sombrero, Braden se olvidó la cabeza.
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