El lector común ignora la trastienda de los grandes redacciones, cuyas leyendas abrigan fantasías de bohemia, heroísmo, justicia y otras ilusiones infantiles. La realidad es muy distinta y bien más cruda, y aquí El Martiyo –avalado por su larga experiencia en el periodismo industrial (ver Memorias de un mercenario)-, la revela en exclusiva para usted, como jamás ellos lo harán.
QUERIDOS ESTUPIDOS
Es bueno que todo lector sepa que en el crudo mundo del periodismo industrial, puertas adentro de las grandes redacciones, al lector no se lo llama “el lector”, ni al “público” “el público”… En el áspero apuro cotidiano de las grandes redacciones del periodismo industrial, donde el que escribe casi nunca cree en lo que escribe, al público, al lector, genéricamente –en la Argentina por caso-, se le llama la gilada. En otros países tendrá su mote equivalente, pero es bueno que todo lector en todo el mundo lo sepa.
Y no siempre hay maldad ni simple desprecio en la expresión, a veces también hay compasión, una especie de piedad nacida más o menos de la culpa.
Raymond Chandler decía “los periodistas se vuelven cínicos porque manejan más información de la que pueden dar a conocer”. Ahí la compasión por el lector: el que informa sabe que lo engaña, y recuerda que es su cliente, que el otro le paga por la verdad, y que él lo estafa. Entonces la compasión nacida de la culpa.
Es bueno que el lector lo sepa, y es bueno que recuerde algo que sabe y con frecuencia olvida: el periodista industrial, se llame como se llame, el periodista pago, no dice lo que piensa… a veces ni siquiera piensa lo que dice, nada más hace su trabajo, que consiste, en su caso, en decir lo que le dicen decir. No le pagan por creerlo, no precisa creerlo, y entonces claro, su lector cautivo, el que sí cree -¡y encima repite!- lo que él tanto escribe sin creer, pasa a ser, a sus ojos, la gilada. No hay maldad, es casi un acto reflejo. Un vicio del oficio.
Al periodista industrial no le importan las consecuencias extrapersonales de su trabajo. Si lo que dice no le trae elogios, negocios o problemas, no lo conmueve en absoluto. Con el tiempo llega a olvidarlo apenas lo dice, mucho antes incluso de que lo dicho llegue a los kioscos.
Y es que la problemática del periodista industrial, está muy lejos de ser la que imagina el lector al otro lado de los kioscos, de la pantalla o lo que fuera.
La problemática del periodista industrial –salvo puntuales excepciones- es, en tal caso, la del propio lector: la supervivencia, ni más ni menos: su sueldo, su suerte en la empresa que lo emplea, sus vacaciones, sus francos, su pan, y su descanso, además del cosmos infinito de la vida de cualquiera. Y entonces va y hace blanco donde le dicen, pero no piensa que está perjudicando o enloqueciendo a nadie en particular, porque sino su trabajo se haría imposible, más bien. Ja.
Y mucho más que el prestigio, la seriedad, la ética, el diseño o los detalles del medio para el cual trabaja, suelen importarle, al periodista industrial, sus condiciones de trabajo en dicho medio, el despacho, el escritorio, los horarios, el jefe, el más jefe todavía, sus pares, la durísima convivencia con el resto de la tripulación, a veces, durante días y noches enteros literalmente enteros…
Y a la hora de escribir –es bueno que el lector lo sepa y se lo grabe-, el periodista industrial no piensa tanto en los efectos sociales de lo que escribe, como en la hora, el taller, el diagrama, las fotos, el jefe que apura, los miles de caracteres que ya escribió o que le faltan, y de nuevo el taller, y de nuevo el jefe…
Si al cabo todo eso está bien, si su sueldo, sus condiciones personales, sus compañeros, su escritorio o su despacho, su máquina, sus francos, sus vacaciones, sus viáticos, su ascenso y su cadena de mandos; si a la hora señalada cumplió con la misión que le encomendaron, si alcanzó su objetivo, y entregó su nota en tiempo y forma; entonces ya está en condiciones de olvidarlo todo y recibir otra misión, nuevas órdenes, otro objetivo… Lo recién escrito ya es pasado. Ya.
Por eso cuando se topa con un lector que repite y respalda lo que él dijo no recuerda cuándo, el periodista industrial experimenta esa triste superioridad llena de culpa que le inspira la gilada por estafarla así.
No hay maldad: es la mecánica de la industria.
Justamente por eso ellos no se lo cuentan, y El Martiyo sí. * * *
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