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viernes, 30 de noviembre de 2018

CASO MALDONADO: EL FIN DEL PRINCIPIO…




Macha y brava –porque el vino es macho- Patricia Bullrich salió a celebrar ayer el sobreseimiento de su gendarme Echazú. En simultáneo, el juez Gustavo Lleral le confesaba a la familia Maldonado que había fallado por presiones. La ministra sin embargo, con esa imprudencia que también es propia del alcohol, ya daba por terminada una historia que recién comienza.


Demasiado rápido para brindar






“Los malvados tienen una felicidad negra.”
Víctor Hugo, Los miserables.



coro con una entonada Patricia Bullrich, lo que va quedando del círculo cuadrado de creyentes de Magnetto –sustancia esencial del núcleo duro de Cambiemos- salió a celebrar ayer la absolución del gendarme Echazú, involucrado en la invasión ilegal a territorios mapuche, la represión por lo tanto ilegal allí ejecutada, y la muerte como consecuencia de Santiago Maldonado, cuyo cuerpo permaneció desaparecido por 78 días. Víctor Hugo tiene razón: los miserables tienen una felicidad negra.  
Estos sectores sociales –por llamarlos de alguna manera- son los mismos que reclaman mano dura, que se quejan de "las puertas giratorias" del "garantismo", pero que no tienen ningún empacho en extremarlo más allá de la ley si esto permite la libertad de un genocida amigo.
Entre la ingenuidad y la ignorancia, los más viejos de ellos supieron aplaudir la llegada de Videla en marzo del 76, y quedan algunos aún más viejos que celebraron también los bombardeos a la Plaza de Mayo, el asesinato en masa de más de 400 civiles inocentes, los fusilamientos de militantes, obreros y militares en 1956; son los que apoyaron a Onganía, a Levignston y a Lanusse… Incapaces de otra pasión que el odio al peronismo, en 1983 votaron incluso a Raúl Alfonsin, y tuvieron otra noche de éxtasis, aunque por supuesto a la mañana siguiente ya lo habían abandonado a su suerte. Espantados siempre por los mismos cucos, en el 89 votaron contra Menem, pero ya en el 95 –cuando vieron que de verdad estaba dispuesto a destruir el país-, sí le dieron el voto, y luego al bobo letal de Fernando De la Rua y ahora a Macri y así vienen errando a través de la historia argentina de fracaso en fracaso.
Con patriotismo primario y fervor colonial, se les va la vida entre declamaciones escolares y políticas de entrega nacional. Prefieren un amo blanco a una igualdad mestiza. No les molesta la corrupción, de no ser peronista. No les molesta subsidiar millonarios, pero sí negros. En el arco voltaico de sus propias contradicciones, son intelectualmente fulminados.
Se rasgan las vestiduras por los héroes de Malvinas y dicha “patriótica gesta”, pero les importa nada que Macri entregue las Islas y en el paquete vaya la Antártida. Son bravos defensores de nuestras Fuerzas Armadas, pero les parece bárbaro que los poderes económicos las usen para sus saqueos y luego las arrojen al oprobio. Justifican la dictadura genocida en nombre de la guerra sucia que debieron vencer, pero se pasaron los doce años del kirchnerismo llorando porque nos gobernaban los montoneros, ¿a quién vencieron entonces?... A nadie: brutales a falta de razones, atropellan la historia y la historia se los lleva puestos.
“Nunca estuvimos peor que con el kirchnerismo”, confesó Jorge Rafael Videla poco antes de morir. Nadie como él ostentó un poder tan absoluto, se le permitió robar, destruir la industria nacional, la moneda, endeudar al país como nunca hasta hoy, secuestrar, torturar, matar, desaparecer y traficar recién nacidos. No conoció oposiciones ni siquiera blandas, no enfrentó un congreso hostil, no lo incomodaron los sindicatos, nada ni nadie se le opusieron, y reventó en el inodoro de una cárcel... Los malvados, los miserables, no sólo tienen una felicidad negra, sino también fugaz.
Macha y brava –porque el vino es macho- ayer Patricia Bullrich festejó públicamente la absolución de su gendarme, como si dicha absolución explicara en sí misma la muerte de Santiago Maldonado. Mientras la Bullrich descorchaba, el juez Lleral le confesaba a la familia que había fallado como falló porque tuvo muchas presiones. Como en tantos otros casos argentinos, la etapa que sigue se bifurcará en dos caminos paralelos: la investigación de la muerte de Santiago Maldonado, y la de su encubrimiento. Pasarán el tiempo y muchas cosas.
Sin embargo -con esa imprudencia que también es propia del alcohol-, así como hace poco subestimó la organización de un partido de fútbol, ahora la ministra Bullrich parece dar por terminada una historia que recién comienza.
Acaso en Chile, acaso en España, quizás en Ruanda, en Brasil, pero nunca nada fue tan simple en la Argentina. Si no bebiera tanto, lo recordaría.
Videla, Masera, el Tigre Acosta, Ramón Camps, el mismo José Alfredo Martínez de Hoz, Astiz, Echecolatz, y tantos otros, también tuvieron su instante de gloria, de victoria. Su felicidad negra.
Y fugaz.


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