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miércoles, 10 de julio de 2019

LA HERMANITA PELLONI: UNA SEMBLANZA…




La religiosa Martha Pelloni, heroína mediática de los 90, vuelve a las pantallas montada en la campaña electoral, y como para romper el hielo, y como si fuera gratis, acusa públicamente a La Campora de ser “el brazo del narcotráfico de la política de Cristina”… La acusación sin dudas y sin pruebas, cual revelación divina, es una constante en su trayectoria televisiva. Más que una costumbre.

EL HÁBITO DE LA MONJA




En los primeros días de enero de 1991 llegué a Catamarca enviado por la revista Noticias para cubrir la investigación del asesinato de María Soledad Morales. La monja Martha Pelloni era una de las estrellas mediáticas del momento.
Directora del colegio religioso al que asistía la víctima, ahora encabezaba las novedosas marchas del silencio que ya eran el hit de los noticieros, y luego rompía todos los silencios con acusaciones directas y furibundas contra el gobernador Ramón Saadi, su gestión, su ser y su familia.
Vale recordar que recién ese mismo verano Cavallo iba a parir la “convertibilidad” que le daría sustento político al gobierno de Menem, quien hasta entonces llevaba ya casi dos años sin hacer pie entre devaluaciones y corralitos. En ese convulso contexto, Ramón Saadi se disponía a pelearle el PJ en las próximas internas. Entonces apareció despedazado el cuerpo de María Soledad Morales.
El caso tenía su repercusión pero estalló a nivel nacional cuando la misma monja acusó del crimen a quienes rápido titulamos “los hijos del poder”: Guillermo Luque –hijo del diputado nacional Angel Luque, mano derecha del Ramón entonces y de don Vicente antes-, Arnoldito Saadi –sobrino de Ramón Saadi-, Diego Jalil –hijo del intendente de San Fernando del Valle- y Miguel Ángel Ferreira, hijo del jefe de la policía de la provincia. Según la monja, los cuatro iban en el auto al que subió María Soledad por última vez.
Por extraño que hoy parezca, rápido olvidamos a los otros tres que según la monja iban en el auto con Guillermo Luque. Los tres tenían coartadas, y aunque Luque también, de pronto quedó solo en el auto. Como si con él bastara para seguir adelante.
Pero el caso era un éxito. Batiría el record de la Guerra de Malvinas de permanencia en tapa de los diarios, ventas y mediciones. Yo me quedé en Catamarca hasta fines de marzo. Noticias clausuró la temporada de verano con un número especial dedicado al caso que triplicaría sus mejores tiradas. Más allá de lo publicado por aquella revista, yo me permití investigar cuanto pude sin los prejuicios de la hora. Ya capturado y encerrado Guillermo Luque, ya rumbo al linchamiento judicial, ya cumplido el mediático, nos volvimos. Poco después cayó Saadi. Pasamos a otro tema.
De la monja lo que mejor recuerdo es su obsesión con Ramón Saadi y su gobierno. Quería voltearlo, reclamaba la intervención nacional de la provincia denunciándolo por narcotraficante, más de una vez ese verano visitó la Casa Rosada, y al menos una fue recibida por el presidente Menem… El caso en sí, la investigación del crimen, parecía no interesarle. O más bien lo daba por resuelto. De hecho, no admitía ninguna otra hipótesis, aunque tampoco podía explicar por qué de pronto Guillermo Luque quedaba solo en aquel auto, ni muchas otras dudas. Ni te oía. No precisaba razones. Su verdad tenía el tono de la revelación divina. Hasta donde yo pude averiguar, la operaba directamente Eduardo Bauzá, entonces ministro del interior.
Tras sucesivos juicios que no se atenían al clamor popular, años después finalmente Guillermo Luque fue condenado a 21 años de cárcel sin que nada pudieran probarle, ni siquiera que había estado en Catamarca el fin de semana del crimen, así que tampoco nada fue esclarecido en dicho juicio: ni dónde, ni cuándo, ni cómo habían matado a María Soledad Morales, y por lo tanto, tampoco quiénes. Junto a Luis Tula –ex amante de la víctima-, el jurado sentenció a Guillermo Luque basado en el principio de “intima convicción”. Ramón Saadi ya era pasado. Cosa juzgada.
La monja Pelloni siguió almorzando con Mirtha, pero nunca más agitó la investigación, ni reclamó la verdad ni volvió a preguntar por los otros tres del auto, ni nada.
Años después me la crucé en un programa de ATC, invitados los dos a propósito del Caso, que se había reavivado no recuerdo por qué. Era un programa pedorro con espacio para tres o cuatro lugares comunes, y ningún debate. Pero al final, ya fuera del aire, en un aparte, le pregunté si ella podía explicarme, tanto tiempo después, exactamente cómo, dónde y cuándo habían matado a María Soledad Morales.
Se encogió de hombros, me acuerdo, sonrió y me dijo:
-- Eso capaz no se sabe nunca.
La hermanita Martha.

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