Enfrentado una vez más -y ya sin retorno- con quienes lo
llevaron al poder -Cristina y el kirchnerismo-, distanciado de -y eclipsado
por- su propio ministro de economía; sin territorio y sin votos, pero sobre
todo sin logros, el futuro político de Alberto Fernández se desdibuja como su
imagen, ya casi un holograma, de tan transparente, de tan insustancial.
EL HOMBRE INVISIBLE
A poco menos de tres años de haber asumido la Presidencia de la Nación,
Alberto Fernández se ha convertido en la figura política argentina más
transparente, en el sentido invisible de la palabra. Ya casi no se oye su nombre en los debates políticos, apenas aparece en la tapa de los diarios, sus
presentaciones públicas importan menos que las de Wanda Nara, sus discursos ya no interesan, sus grandes
promesas se licuaron en memes burlones, su soledad crece, sus ministros lo
abandonan, su mesa chica es cada día más chica. Los días de gloria de la pandemia
y sus filminas, terminaron hace mucho.
Enfrentado una vez más -y ya sin retorno- con quienes lo
llevaron al poder -Cristina y el kirchnerismo-, distanciado de -y eclipsado
por- su ministro de economía; sin territorio y sin votos, pero sobre todo sin
logros, su futuro político se desdibuja como su imagen, ya casi un holograma,
de tan transparente, de tan insustancial. La fundación del albertismo, fue
menos un sueño que un delirio.
Pronto la militancia más lúcida lo tachó de tibio, y
entonces la militancia más cándida acusaba a la otra de propiciar “la vuelta de
la derecha”. Pero pasó el tiempo, y no pasaron cosas. No se reformó la justicia,
no se reactivó la Ley de Medios, no se acabó el lawfare, no se investigó la
deuda -al contrario: se la refrendó-, no se paró la inflación -al contrario: se
duplicó-, no se recuperó el salario -al contrario-, no se expropió Vicentín, no
se nacionalizó la Hidrovía… Hoy casi toda la militancia siente que nadie más
que el propio Alberto propicia la vuelta de la derecha. De a poco su tibieza,
empezó a percibirse como una traición. Que vale recordarlo: tampoco sería la
primera.
Para no confrontar con Clarín, en 2008 abandonó el
gobierno de Cristina, y a partir de entonces se instaló en los estudios de TN a
llorar por el cepo y preguntar por Nisman. En 2017 infló a su muñeco
Randazzo para impedir la victoria de Cristina en las elecciones de medio
término. No, si ahora su mentada tibieza fuese una traición, tampoco sería
la primera.
Porque aún es el Presidente, aún tiene “la lapicera”, aún
puede “hacer daño”, como dicen que dicen en su entorno. Y sobre todo, aún es
una persona, un ser humano, un tipo que hace poco menos de tres años alcanzaba el
cielo de su suerte, y que de pronto se ve arrastrado por un fracaso que ni
siquiera termina todavía.
Ahora si el kirchnerismo y el massismo quieren un aumento
salarial de suma fija, él se opone. Si esos mismos sectores quieren suspender
las PASO, también se opone. Desde su entorno acorralado surgen operaciones destinadas a romper la relación entre Cristina y Massa, y entre éste y Máximo. Ante la diáspora de sus ministros, a los últimos tres
que se le fueron decidió reemplazarlos ya sin consultar con nadie. “Los que se van
son míos, así que yo pongo a los que vienen”, dicen que repetía fantasmal y
bravo, casi infantil, casi rabioso.
¿Y si fuera así?...
¿Y si rechazado, cada día más solo, ya frustrado, y por lo
tanto -humano al fin- resentido, pero con “la lapicera” todavía, sin capacidad
o sin coraje para la autocrítica, enloquecido por el poder que pierde y el
fracaso que lo aturde; decidiera vengarse y que su derrota nos arrastre a
todos, y que gane la derecha, así aprendemos?...
Si fuera así, estaríamos entonces ante alguien más peligroso
que el propio Mr. Griffin, el Hombre Invisible de H.G. Wells, que malogrado por un experimento fallido, frustrado, rechazado, enfurecido, deicidió inaugurar un reino del terror.
Que vendría a ser, la vuelta de la derecha.
* * *
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