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miércoles, 8 de marzo de 2017

CGT: LOS IDUS DE MARZO


En un hecho sin precedentes, ayer la CGT convocó a un acto y en el mismo acto fue decapitada por sus trabajadores. Un desenlace inesperado que desconcertó a propios y ajenos. Unos intentaron minimizar lo sucedido, mientras otros prefirieron negarlo. Pero lo que pasó pasó: el pueblo empoderado copó el escenario, y desplazó a quienes ya no lo representan. 
Y ahora Macri no tiene con quién charlar.


EL TRUENO DEL ESCARMIENTO




El inesperado final del acto convocado por la CGT desconcertó a los analistas, propios y ajenos, que ya fuera por pobreza intelectual, por falta de lucidez o de reflejos –o las tres deficiencias combinadas- tardaron en comprender lo que había pasado, o se negaban a verlo.
Todavía se agitaban los disturbios en las calles cuando en América 24 el inefable Rolando Graña divisó una remera de Milagro Sala entre los que coparon el escenario, y ya vociferaba sin más que “la izquierda radicalizada” les había copado el acto. A la misma hora, ya Página 12 saludaba la masiva convocatoria, y apenas de salida mencionaba “algunos incidentes” hacia el final.
A las nueve de la noche todavía, en C5N Víctor Hugo Morales se preguntaba por la disconformidad de los trabajadores con sus representantes, pero apretado entre Silvestre y Navarro, no se animó profundizar. Los “tanques periodísticos de C5N” –VHM dixit- minimizaban los “disturbios” apurados por el mero temor deportivo a lo que pudieran decir ahora el gobierno y sus medios. Ivan Yabrovsky, el “superpibe” –según otra vez el propio VHM-, le adjudicaba los desmanes a grupos minoritarios, “ojo que nosotros nada más vimos una partecita de lo que pasaba”, clamaba. Casi con las mismas palabras con que Héctor Daer a la misma hora reducía a un grupúsculo ka su reciente decapitación pública.
Pero para las diez de la noche, Navarro y Silvestre –con Yabrovsky incluido- ya habían cambiado su percepción de los hechos.
En el medio había pasado por el programa de Silvestre el sindicalista Leonardo Fabre. Hasta entonces el conductor, a dúo ahora con Verónica Magario -intendente de la Matanza, referente del PJ-, aún insistía en subestimar los “disturbios”. Hombre de Moyano, Fabre, en cuanto pudo hablar, allí nomás anunció que pediría la renuncia del triunvirato, y reveló el incendio que en ese mismo momento arrasaba la cúpula de la CGT.
Avisado, a las diez Navarro ya salía con los tapones de punta contra la cabeza de esos dirigentes que apenas en diciembre brindaban felices con el gobierno que más pobres creó en menos tiempo en toda la historia del país.
Ya no importaba lo que dijeran mañana el gobierno y sus medios, que previsiblemente se valieron del final del acto para invocar por millonésima vez la barbarie peronista y negar lo sucedido.
Sin más argumentos que el odio gorila que lo mantiene vivo, hoy en La Nazión Inmorales Solá –tamborcito de Tacuarí del Operativo Independencia en Tucumán- insistía engolado con que el kirchnerismo ya no existe, mientras en el mismo divague le adjudicaba el manejo de los trabajadores y las organizaciones sociales.
Sin embargo en su ripio de hoy en Clarín, Eduardo Van der Koy –ese auténtico duro de leer-, sin dejar de culpar él también a los inadaptados de siempre (el kirchnerismo, claro); alcanza a advertir lo que de verdad pasó: el gobierno se quedó sin interlocutores en la CGT, es decir: sin ese colchón de paciencia que absorbía hasta ayer la presión popular que ahora nadie contiene. El desastre había sido tan grande, que alcanzaba para todos.
Y no es para menos. Se trata de un hecho histórico: la CGT convocó a un acto, y en el mismo acto fue decapitada por su propio pueblo.
En estos momentos, hoy, 8 de marzo, la central obrera está conducida por tres fantasmas, y por lo tanto sin rumbo, amotinada. Eso fue lo que pasó ayer.
Los empoderados ocuparon el escenario desplazando a quienes ya no los representan.
Eso pasó.
Y Mauricio Macri ya no tiene con quien charlar. Eso también.
Dos de las más célebres sentencias de Perón se combinaron fatales: a partir de ahora será nomás con la cabeza de los dirigentes, porque agotada su paciencia, el pueblo hizo tronar el escarmiento. 


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