El gran remate nacional que terminó en el desastre del 2001, no hubiera sido posible sin la participación invalorable de Bernardo Neustatd, encantador de las clases medias más incautas que acompañaron con su aplauso el subsiguiente desastre que despuès se las tragó.
Hoy su lugar lo ocupa Jorge Lanata, quien quizá no sea mejor periodista que Neustadt, pero sí es mejor actor. Apenas contratado por Clarín, ya está de gira por todo el país encantando a esas mismas gentes con las mismas melodías hacia el mismo abismo.
Durante la dictadura y después, mientras el poder se mantuvo en las mismas manos de siempre -a través de Alfonsín, Menem, etc-, Bernardo Neustadt le prestó a esos intereses un servicio inestimable. No sólo nos adormecía durante el genocidio, sino que el gran remate nacional de los 90 no hubiera contado con la aceptación y el entusiasmo de las clases medias, que en su “plaza del Sí”, consagraron su estrella. Él fue el flautista de Hamelin que condujo con sus bobas melodías a tan vastos sectores de la teleplatea hacia el abismo del 2001. Los llamaba Doña Rosa, y lo seguían igual. Los arrojó en la nada.
Muerto el perro no se acabó la rabia, pero ya no hubo quien la encause, quien le diera sustento -ya que no sustancia-, quien le inventara esos rápidos eslogan tan pegadizos que a su vez suplantan las ideas que no tienen, encubren la verdadera ideología que pregonan, y, sobre todo, funcionan como una coartada moral para ese argentino medio que, indecente, indiferente, incauto, individualista, y/o, idiota, lo escucha, lo sigue, y lo repite.
El irrelevante vacío dejado por la desaparición absoluta de Neustadt (nada nos ha dejado a no ser por estas tristes evocaciones con todo el desprecio que resume su nombre), resultó sin embargo un duro golpe sentido y cómo por los dueños de ese poder, y sus intereses. A los hechos actuales nos remitimos.
En busca de un reemplazo para tan único ser, uno por uno, los dueños de ese poder, probaron de todo: el siempre tan sospechoso Eduardo Duhalde, la bola de humo de la Carrió , el intrascendente Cobitos, el borroso Mauricio Macri, el parricida Sergio Shocklender, incluso el aborrecido por ellos mismos Hugo Moyano, en fin… nada parecía funcionar cuando un superhéroe inesperado les salió de un grano que hasta hace poco tenían en su propio culo: Jorge Lanata.
Enemigo acérrimo de Clarín ayer nomás y desde siempre, aquí nos exime de mayores comentarios este video de presentaciones televisivas y radiales de Lanata a favor de la Ley de Medios, y en contra del monopolio al que sirve ahora tan descaradamente.
(Le advertimos a nuestros lectores que se trata de un compilado casi pornográfico de su cambio de postura, si usted es impresionable, no lo vea AQUÍ).
Y sin embargo, allí tenía el Grupo Clarín-La Nazión (lo que es, supone y oculta), el flautista de Hamelin que tanto y tanto buscaban.
Por 30 dineros compraron su alma, los vestigios de su prestigio, su cosa de progresista redimido, sus frasecitas rápidas, sus contradicciones profundas emparchadas con sus chistes previsibles; y así de urgidos, sin maquillaje ni nuevas ropas, ya lo sacaron de gira por todo el país, con presentaciones en vivo, y resistiéndose con toda modestia –nos cuenta Clarín- al grito de “se siente, se siente, Lanata presidente”...
Porque eso hay que decirlo: es mejor que Neustatd. Mucho mejor.
Neustadt no era actor. O sí, bueno, pero de un solo papel, no tenía la ductilidad de Lanata. Neustadt nunca se hizo el zurdo, no le salía. Ni tampoco hizo comedia en el Maipo. Ni participó de ningún clip con Calamaro. No era roquero, Neustadt, ja, nada que ver. (Lanata tampoco, pero por lo menos dice que sí). Ni se disfrazaba de nada para ninguna foto, Neustadt. Ni mucho menos se dejaba maquillar para una tapa de revista. No, Neustadt no era actor, ni modelo, ni nada.
Serán igualmente narcisistas, pero Lanata es un actor del tamaño de Robert De Niro.
Más de una vez, incluso, adelgazó hasta 50 kilos para interpretar su papel. En nuestra sección Brulotes Brutales, hace rato recordábamos sus días cuando se hacía el novelista moderno con su ropa de Bali y un gorrito igual al que usa ahora el rabino Bergman (ver aquí). Amanecían los años 90, y así de flaco y disfrazado, furibundo defensor de las Madres de Plaza de Mayo, revoloteaba farandulero por la noche más espumosa de Punta del Este. Otra que Marlon Brando.
Neustadt jamás defendió a las Madres de Plaza de Mayo, además.
Serán igualmente cínicos, pero la ductilidad de Lanata es muy superior.
Hoy odia a las Madres de Plaza de Mayo, no se pelea más con Clarín, al contrario, le sirve, lo defiende, lo compadece y le pertenece, y nos regala a su paso, sin necesidad de pensarlas demasiado, un montón de frases infelices que los infelices repiten contentos, convencidos y suicidas.
Porque vale recordar que el flautista de Hamelín ahogó primero a todas las ratas del lugar, pero luego, porque no le pagaron lo que él quería, ahogó a todos sus niños.
Como Neustadt en 1975, así también Lanata sueña hoy con un golpe de estado que borre a este gobierno que no lo quiere, y le devuelva el espacio que nunca tuvo y siempre soñó. Una mezcla de periodista oficial de la Argentina y pastor de los incautos, que intelectualmente rodeados por el monopolio de siempre, lo sigan sólo a él tras sus bobas melodías hacia el próximo abismo.
Y entonces un día lo recordaremos a él, como hoy recordamos a Bernardo, claro que sí.
Mesa de amigos: Neustadt, Mariano Grondona,
y el genocida Emilio Eduardo Massera.
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