////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

sábado, 18 de marzo de 2017

Marcelo Bonelli, o la muerte de Claudio Tepongo…





En un hecho que auguramos será considerado un hito en la vertiginosa decadencia de Clarín, Marcelo Bonelli dice que Felipe González dijo lo que Felipe González dice que no dijo. El eterno recurso de la desmentida queda así abolido para siempre. La verdad ya no hace falta. Es el nuevo periodismo


PERIODISMO CERO




Dispuesto a la autodestrucción periodística total, el diario Clarín –lo que es, supone y oculta- alcanzó ayer una nueva marca que auguramos será un hito en su franca decadencia.
Por la mañana Marcelo Bonelli –poeta cuando se calla -, desde las páginas del diario afirmaba que en una “reunión a solas”, Felipe González le había preguntado a Macri “cuándo meterían presa a Cristina”; y más, peor aún: allí lo extorsionaba con que sólo entonces la Argentina recibiría inversiones extranjeras. Un desastre internacional express.  
Un expresidente extranjero y democrático, presionaba al presidente democrático argentino para que metiera en cana a una expresidente también democrática.  
En pocas líneas torpes, Bonelli lo acusaba a Felipe González de intromisión en asuntos internos de otro país, de presionar al ejecutivo argentino para que desconociera la división de poderes, y de extorsión. En pocas líneas torpes.
Cristina Fernández disparó en pocos minutos sendas cartas documentos para González y Macri exigiendo ratifiquen o rectifiquen lo que decía Magnetto. (Porque no hay que enojarse con Chirolita cuando el turro es Mr. Chasman).
Ni lerdo ni boludo, Felipe González salió corriendo a gritar que era todo mentira. Le mandaba una nota a Clarín exigiendo la desmentida; y le daba una entrevista urgente a Gustavo Sylvestre, a la sazón ex socio televisivo de Bonelli, que aún asuente, sin embargo, allí se prendía fuego.
Pero entonces vino lo mejor.
Porque ahí, casi en simultáneo, ya completamene carbonizado, desde el portal de Clarín, en pocas líneas urgentes -y por lo tanto aún más torpes-, el invulnerable Bonelli porfiaba su versión, resguardando por supuesto sus fuentes -cómo no-, y alcanzando así esa marca que auguramos como un hito en la formidable decadencia periodística del Grupo.
Porque el grotesco viene a ser la proyección de un hecho a su máximo absurdo. Ahí su gracia. Así muchos cómicos consiguen sus risas, y sus aplausos. Ya cuando es la realidad la que se vuelve grotesca, el chiste pierde su gracia y se reduce a un detalle de la crónica costumbrista.
Tan luego así Marcelo Bonelli acabó con la vida del personaje de Diego Capusotto Claudio Tepongo, un periodista que sabe cagarse en sus entrevistados, y digan lo que digan, él reproduce lo que se le da la gana.
A partir de ahora Felipe González bien puede pasarse el resto de su vida gritando que es todo mentira lo que dice que dijo Marcelo Bonelli, que Marcelo Bonelli morirá repitiendo que Felipe González dijo lo que él dice que dijo y chau.
Un hecho histórico.
Un hito.
Hasta ahora Clarín mentía en grande y desmentía en chiquito o no desmentía nunca –con la esperanza de que el que quiera creer que crea-, pero tampoco porfiaba en sus grandes mentiras una vez descubiertas. En tal caso inventaba una nueva.
Ya no.
Ahora la sostienen contra la propia fuente, contra el propio hecho, contra todo.
El viejo axioma de las redacciones “que la verdad no te impida hacer una buena nota”, alcanza al fin su consagración absoluta.
Ya no importa el sol si decimos que llueve.
Es la nueva era: el periodismo cero.
Claudio Tepongo ha muerto.
¡Viva Madzelo Bodelli!



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miércoles, 8 de marzo de 2017

CGT: LOS IDUS DE MARZO


En un hecho sin precedentes, ayer la CGT convocó a un acto y en el mismo acto fue decapitada por sus trabajadores. Un desenlace inesperado que desconcertó a propios y ajenos. Unos intentaron minimizar lo sucedido, mientras otros prefirieron negarlo. Pero lo que pasó pasó: el pueblo empoderado copó el escenario, y desplazó a quienes ya no lo representan. 
Y ahora Macri no tiene con quién charlar.


EL TRUENO DEL ESCARMIENTO




El inesperado final del acto convocado por la CGT desconcertó a los analistas, propios y ajenos, que ya fuera por pobreza intelectual, por falta de lucidez o de reflejos –o las tres deficiencias combinadas- tardaron en comprender lo que había pasado, o se negaban a verlo.
Todavía se agitaban los disturbios en las calles cuando en América 24 el inefable Rolando Graña divisó una remera de Milagro Sala entre los que coparon el escenario, y ya vociferaba sin más que “la izquierda radicalizada” les había copado el acto. A la misma hora, ya Página 12 saludaba la masiva convocatoria, y apenas de salida mencionaba “algunos incidentes” hacia el final.
A las nueve de la noche todavía, en C5N Víctor Hugo Morales se preguntaba por la disconformidad de los trabajadores con sus representantes, pero apretado entre Silvestre y Navarro, no se animó profundizar. Los “tanques periodísticos de C5N” –VHM dixit- minimizaban los “disturbios” apurados por el mero temor deportivo a lo que pudieran decir ahora el gobierno y sus medios. Ivan Yabrovsky, el “superpibe” –según otra vez el propio VHM-, le adjudicaba los desmanes a grupos minoritarios, “ojo que nosotros nada más vimos una partecita de lo que pasaba”, clamaba. Casi con las mismas palabras con que Héctor Daer a la misma hora reducía a un grupúsculo ka su reciente decapitación pública.
Pero para las diez de la noche, Navarro y Silvestre –con Yabrovsky incluido- ya habían cambiado su percepción de los hechos.
En el medio había pasado por el programa de Silvestre el sindicalista Leonardo Fabre. Hasta entonces el conductor, a dúo ahora con Verónica Magario -intendente de la Matanza, referente del PJ-, aún insistía en subestimar los “disturbios”. Hombre de Moyano, Fabre, en cuanto pudo hablar, allí nomás anunció que pediría la renuncia del triunvirato, y reveló el incendio que en ese mismo momento arrasaba la cúpula de la CGT.
Avisado, a las diez Navarro ya salía con los tapones de punta contra la cabeza de esos dirigentes que apenas en diciembre brindaban felices con el gobierno que más pobres creó en menos tiempo en toda la historia del país.
Ya no importaba lo que dijeran mañana el gobierno y sus medios, que previsiblemente se valieron del final del acto para invocar por millonésima vez la barbarie peronista y negar lo sucedido.
Sin más argumentos que el odio gorila que lo mantiene vivo, hoy en La Nazión Inmorales Solá –tamborcito de Tacuarí del Operativo Independencia en Tucumán- insistía engolado con que el kirchnerismo ya no existe, mientras en el mismo divague le adjudicaba el manejo de los trabajadores y las organizaciones sociales.
Sin embargo en su ripio de hoy en Clarín, Eduardo Van der Koy –ese auténtico duro de leer-, sin dejar de culpar él también a los inadaptados de siempre (el kirchnerismo, claro); alcanza a advertir lo que de verdad pasó: el gobierno se quedó sin interlocutores en la CGT, es decir: sin ese colchón de paciencia que absorbía hasta ayer la presión popular que ahora nadie contiene. El desastre había sido tan grande, que alcanzaba para todos.
Y no es para menos. Se trata de un hecho histórico: la CGT convocó a un acto, y en el mismo acto fue decapitada por su propio pueblo.
En estos momentos, hoy, 8 de marzo, la central obrera está conducida por tres fantasmas, y por lo tanto sin rumbo, amotinada. Eso fue lo que pasó ayer.
Los empoderados ocuparon el escenario desplazando a quienes ya no los representan.
Eso pasó.
Y Mauricio Macri ya no tiene con quien charlar. Eso también.
Dos de las más célebres sentencias de Perón se combinaron fatales: a partir de ahora será nomás con la cabeza de los dirigentes, porque agotada su paciencia, el pueblo hizo tronar el escarmiento. 


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