En respuesta a un aviso oficial, en otro de apurada hechura, tono escolar, pero simplismo avieso, el Grupo Clarín, viendo venir el 7 de diciembre como la propia guillotina, reduce sin resumir el asunto que trata, intenta un eslogan para sus cacerolas del odio, y a falta de verdades funcionales, prueba asustarnos con fantasmas o fantasías en un dramático final sin embargo hilarante.
NI EL TIRO DEL FINAL
Luego de un spot que relata hasta qué punto el Grupo Clarín se resiste sencillamente a cumplir con la ley; el Grupo, ni lerdo ni perezoso –aunque impreciso y torpe- respondió con otro aviso donde no dicen lo que quieren, ni mucho menos lo que deben, sino apenas lo que pueden -o se animan-, en un raro espectáculo de comicidad desesperada.
“El 7 de diciembre no debe suceder nada”, arranca diciendo, y ya con ese “debe” no deja claro si es que ruega o sueña, si impone o si implora. No se anima a decir “El 7 de diciembre no sucederá nada”. No. “No debe suceder nada”, dice, pide, sueña, ¿u ordena?...
Luego un viril locutor sin embargo maternal, nos explica como a niños, en muy poquitas palabras –sin entrar en detalles que podrían desbordarnos -, por qué “no debe”, o en tal caso, por qué “no debería” suceder nada el próximo 7 de diciembre: porque podrían prolongar la medida cautelar según un vericueto en el dictamen de la Corte , y porque la propia ley les concede(ría) un año más para pelear esa cautelar. Y punto.
En el final, la voz, ya preocupada, ya asustada, ya casi trémula, se pregunta -o nos pregunta, (o le pregunta a los dioses todos)- ¿Qué se busca instalar con el relato oficial? ¿Preparar el terreno para otra cosa? ¿Terminar con el estado de derecho en la Argentina ?...
Brrr, sí: brrrr…
Pero la comicidad del final no llena el vacío del resto.
Desde luego el aviso se cuida muy bien de recordarnos que la ley que cuestiona no sólo fue impulsada por el Ejecutivo sino aprobada por el Legislativo y certificada por el Judicial, y que así, por efecto de la secuencia, en este solo gesto el Grupo desconoce a los tres poderes del estado como un estado aparte.
El aviso no parece ni siquiera reparar en la esencia putrefacta de su propio planteo: “somos culpables, sí, nos cagamos en todo, es cierto, pero bueno, todavía podemos arrastrarnos un año más, y después quién te dice…”. El spot no propone otra cosa. Como si ya la única estrategia de los dueños del Grupo consistiera en morirse, hacer tiempo, embarrar la cancha, y que un día les llegue la parca primero que la derrota.
Tampoco dice que esté mal quedarse con 240 licencias contra las 24 que permite la ley; ni admite que el estado de derecho en la argentina les importa tanto hoy como durante los días del genocidio cuando se quedaban con todo el papel para diarios del país inaugurando así el monopolio que al cabo un día también se adueñaría del país. De eso ni hablar.
El aviso a lo sumo arriesga un eslogan para la cacerola de los suyos: “el 7 de diciembre no debe suceder nada”, les dice, los convoca o les recuerda, les pide o les ordena, no se sabe…
Pero acaso el punto cúlmine de su gracia lo alcanza cuando invoca para protegerse la misma ley que desconoce, y que según ellos les concede(ría) un año más para pelear.
¿En qué quedamos?... ¿Vale la ley, o no?
Un buen amigo les diría: “no aclaren que oscurecen”.
Pero quizá ya no tengan ningún buen amigo.
Así de indefendible se ha vuelto en la madeja de la historia la situación del Grupo Clarín, degenerado periodísticamente por la lucha política que lleva, reducido en su público a los sectores más reaccionarios, más retrógrados, o en el mejor de los casos, más indiferentes a la suerte de nadie a no ser de sí mismos. Así se hunde Clarín.
El spot en sí, en apariencia y contenido, con lo que dice más lo que calla, no agrega nada, no exime al Grupo ni a sus dueños de los delitos y crímenes en los que aparecen involucrados, sospechados, y/o, en muchos casos, imputados. Tampoco los excusa de la ilegalidad en la que se empantanaron acostumbrados a ponerse por encima de jueces, legisladores y presidentes. En sí el aviso no le sirve, al Grupo, de nada, y sin embargo, o por lo tanto, es un ejemplo fenomenal de lo corrosivo que resulta el pánico a la hora de pensar con calma.
De todo el ardid El Martiyo apenas rescata, con intriga, con esperanza, una de las preguntas que se hace en su dramático final tan hilarante, cuando aparece el Cuco y nos dice: ¿Qué pretende el relato oficial, preparar el terreno para otra cosa?
Cómo no preguntarse, allí, a qué “otra cosa” se refiere...
¿Otra cosa que vos, Clarín, por ejemplo?...
¿Otra cosa que ustedes y la Argentina que fueron ustedes?...
A partir de la intriga, levantamos la esperanza.
Así sea.
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