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jueves, 14 de marzo de 2013

BERGOGLIO: LAS PAPAS CALIENTES DEL NUEVO PAPA...





Por insensato que suene, una de las virtudes del nuevo Papa más destacada por la prensa mundial, es que viajaba en subte. Medios de todo el mundo lo repiten como un rezo que bastaría para salvarnos, o como una cualidad inédita del cristianismo.
Su Santidad Francisco –Bergoglio para nosotros- fue recibido con esperanza por allí, desconfianza por acá, denuncias, ilusiones y polémicas, rosarios de lugares comunes, absurdos televisivos, alegría argentina, tristeza brasilera, y la también previsible indiferencia del resto del mundo no católico.
Todos parecen olvidar el problema que le encajaron.


FRANCISCO EL DE FLORESTA

 Jorge Bergoglio


“Recuerdo una magnolia allá en Floresta,
Y una fiesta a su sombra, y otra fiesta”.
Daniel Giribaldi


Quien haya vivido alguna vez en Grecia, o en Rusia, o en Japón, o en cualquier otro país no católico, sabrá qué poco importa un nuevo papa por allí.
Dentro del occidente si católico, romano y apóstólico, en cambio, la noticia resultó mayor de lo esperado: no sólo había un nuevo papa, sino que el nuevo papa era nuevo del todo.
Con avidez periodística insalvable, ahora los medios del mundo revisarán la biografía del nuevo Papa y en el camino habrán de toparse con la historia moderna de la iglesia católica argentina. La grey católica nativa se lanzo ayer en un festejo acaso apurado, a veces mejor no llamar la atención.
El impacto de la noticia llevó a instantes de delirio. Los medios brasileros, que daban por cantada la victoria de su pollo el cardenal Odilio Scherer, no tardaron en rescatar las denuncias por la desaparición de dos jesuitas, su férrea oposición al matrimonio igualitario, y los días de la dictadura. El corresponsal de la Globo, incluso, insinuó que la curia brasilera sospechaba una conspiración cardenalicia contra Scherer. Otro maracanazo.
Los ingleses, para quienes el papa es un asunto ajeno (quién olvida los carteles de “Please no popes here” que esperaban a Woytyla en 1982), aludieron a la mano de Dios; y los medios de los países más católicos, perturbado por la sorpresa, o aturdidos por la confusión, se rindieron ante la curiosidad de sus hábitos tranviarios y sus zapatos viejos. “Viaja en subte”, repetían atónicos.
Pero los medios argentinos, como era de esperar, no se privaron de nada. Desbordados por el ego nacional, soltaron sus lenguas y fueron lo más lejos que pudieron.
En un brote de brutalidad, el cómico involuntario Eduardo Feinman, desde Roma, por c5n, llegó a decir: “¡además, un argentino que tenemos cerca, porque es de la Capital Federal!”. Un argentino que vive en Salta,  cabe preguntarse, ¿está lejos de la Argentina?.
El impacto de la noticia no dejaba pensar y todavía hoy, 24 horas después, enturbia la razón.
Porque más allá de las esperanzas o ilusiones que pueda levantar y levante el nuevo papa –latinoamericano, amante de los medios de transporte, hincha de San Lorenzo, oriundo de Floresta, y todo su cotillón-; más allá incluso de las denuncias hechas en su momento por Horacio Verbitsky -y refrendadas hoy en Página 12-; parece olvidarse que no se trata, sólo, de la persona o la figura o las intenciones de Jorge Bergoglio, ni siquiera de sus delitos personales –los hubiera o no en su pasado-; se trata antes del hasta ayer jefe de la Iglesia Católica Argentina, institución profundamente complicada con el genocidio inaugurado en 1976; complicidad que la propia institución admitió ante la justicia frente a la documentación que probaba el encubrimiento de muchos de aquellos crímenes. Es la misma iglesia que hoy comulga con Jorge Rafael Videla. La Iglesia que todavía no excomulgó a ningún genocida. La Iglesia que sistemáticamente ha salido en defensa de los capitales concentrados y los poderes establecidos a lo largo de toda la historia argentina.  Bergoglio no es un solista.
Tampoco se trata de la inclinación por los pobres que tenga o no el nuevo papa, porque la problemática que lo espera al frente del Estado Vaticano, hace mucho que no es la pobreza. Ni ahí.
Es, antes, el IOR, ese su sospechoso banco, sacro paraíso fiscal fuera del clearing internacional por no cumplir los controles de lavado de dinero, y entre cuyos clientes hay jefes de la Cossa Nostra; es la legión de pedófilos que se extiende por todo el mundo y trepa hasta las más altas jerarquías eclesiásticas; es el terrible caso aún irresuelto de Emanuela Orlandi, la niña de 15 años, hija de un contador del Vaticano, secuestrada en 1983, desaparecida desde entonces, y por el cual fue acusado Enrico de Pedis, uno de los mafiosos más importantes de la Roma de los 80, luego asesinado a balazos en 1990, y cuyo cuerpo sería enterrado en el mismísimo Vaticano, en la capilla de San Apollinere, entre papas y cardenales. tal cual descubrió después de un llamado anónimo Benedicto XVI, que por algo se fue como se fue. Poco después de las revelaciones conocidas como Vatileaks, el sacerdote Gabriel Amorth, jefe de exorcistas del Vaticano, y uno de los investigadores del caso Orlandi, dijo sin más vueltas que Emanuela había sido una esclava sexual usada en varias orgías en el Vaticano, y luego asesinada.
Así de seculares y materiales y judiciales y policiales son los problemas que tiene el Vaticano hoy. Problemas mucho más urgentes que los pobres que hace ya más de dos mil años que esperan para nada.
Problemas enormes y complejos que habrá de enfrentar el nuevo Papa, Francisco, este muchacho de Floresta, hincha de San Lorenzo, conocedor de la red de subterráneos de Buenos Aires, y lleno de buenas intenciones, dicen, pese a la iglesia que lo parió.
Después la historia nos contará el resto.

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