Concentrados
en Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, Netflix –y siguen las firmas-,
asistimos con alegre indiferencia a la agonía de los medios de comunicación
masiva.
Como quien los ve morir sin mirarlos siquiera.
No hay noticia.
Pero nos llueve
en la cabeza una pregunta impostergable…
¿PARA
QUÉ QUEREMOS LOS DIARIOS?
Que
asistimos a la hora terminal de los medios masivos de comunicación, ya no es un
delirio recurrente de este blog, es un grito planetario, una realidad cada día más evidente tal y
como lo demuestran, además de los hechos, la profusión de ensayos, libros,
informes y artículos sobre el tema. Todo concluye al fin.
Cae el
encendido de la televisión abierta y satelital, caen y se cierran cada vez más
revistas, caen las ventas de las ediciones en papel de los diarios, y con un
agravante: todavía ningún diario en el mundo consiguió hacer rentable su edición
digital, por lo cual todos aún se financian con la de papel, cuyas ventas, fue
dicho, caen y caen. Algo se acaba, todo lo indica.
Si alguna
vez no hace tanto el fin de los medios masivos de comunicación sonó a delirio,
fue porque nacimos en esto, con ellos. Pero la cruda realidad es que esos
medios masivos, tal y como los conocemos, aún no cumplieron ni siquiera cien
años de existencia. Vale decir, la humanidad vivió toda su vida sin ellos.
Perfectamente. Progresando incluso.
Sin
embargo nada de esto significa que se acabe el periodismo, al contrario. Se
diluye en la masa, ahí el final.
Hoy
cada individuo lleva en sus manos un medio masivo de comunicación gráfico y
audiovisual, con distribución propia, gratuita, mundial, intantánea. Puede
filmar, fotografiar, relatar, escribir y publicar en directo para todo el
mundo. Hoy no es periodista el que no quiere.
Maravillados
por dicha maravilla, y siempre listos para abaratar costos, los dueños de los
medios van reemplazando así la producción propia por la réplica de lo que produce y
difunde su propio público. Como en un raro restorante donde te cobran lo que
comés porque lo llevaste vos. Eso no dura mucho.
Desde
el nuevo romance de Pampita a la muerte de Nisman, desde las filtraciones de
Wikileaks hasta los Papeles de Panamá, hace rato que las grandes noticias que
difunden los famosos grandes medios ya no surgen de investigaciones o fuentes
propias, sino de las redes, de la web… que se lo come todo. Todo.
Cada
día cada vez más vemos cómo la televisión, los diarios, los portales, replican
lo que se viraliza en las redes sociales, convirtiéndose así, en el acto, en
meros intermediarios. Lo que en sí fue la esencia del periodismo: llevar las
fuentes al público, o viceversa. Sólo que ahora el público tiene acceso directo
a esas fuentes, y entonces aquellos intermediarios se vuelven también
innecesarios ¿Cuánto aguantarán así?
Porque
a los tremendos cambios de paradigmas que supone la actual revolución
tecnológica, se agregó la inercia de una desidia inexorablemente trágica.
Los
diarios, sus ediciones en papel, envejecieron en una sola noche el día que se
inventó la radio. Sufrieron otro golpe mortal cuando nació la televisión.
Fueron arrasados por las cadenas de noticias de 24 horas, y ahora llegó la web
con todas sus redes para darles el tiro de gracia.
Sin
embargo, aún así, aún hoy -como esos japoneses del Pacífico que ignorantes del
fin de la guerra se mantuvieron durante décadas en sus posiciones-, aún hoy los
diarios en papel anuncian en sus títulos. Renunció
Mengano, Murió Zutano, Ganó Perengano. Como si ni siquiera la radio hubiese
nacido. Es decir: diarios cerrados anoche gritarán mañana lo que la tele ya
dijo ayer ¿Cuánto más podrán durar?
Este
cronista vivió los últimos años de una era de gloria cuando la redacción
proponía y la administración pagaba.
Días
dorados cuando los medios tenían dueños, personas con nombre y apellido, cuerpo
físico y vida propia, y por consiguiente, un prestigio en juego. El Crónica de
García, el Ámbito de Ramos, la Atlántida de los Vigil, la Abril de los Civitta,
el Clarín de Noble, La Nación de los Mitre, La Prensa de los Gainza Paz... Pasado
pisado: hoy son todos propiedad de sociedades anónimas como tales anónimas. Detectamos más o menos en el horizonte el
perfil de algún CEO, sí, pero nunca queda claro quiénes son sus verdaderos
dueños. Son conglomerados. Holdings. Grupos. Asociaciones privadas con fines de
lucro, y nada más. Días finales.
Porque
en esa avanzada las administraciones ganaron por fin su batalla y sometieron a
las redacciones imponiendo los números por encima de las letras, el presupuesto
por encima de las ideas, y el negocio por encima del oficio. Entonces la
obediencia relevó a la eficiencia, y el mejor periodista pasó a ser el más
barato.
Con
honrosas excepciones que no hacen más que confirmar la regla, toda la técnica
periodística actual fue reducida al “corte y pegue”. La mejor investigación de
los grandes medios rara vez trasciende las barreras de Google, cuya fuente nos
pertenece a todos. Y por el mínimo trámite de un rápido un clic.
Entonces
la nube de la duda rompe, y llueve la pregunta impostergable: ¿Para qué queremos
los diarios?
* * *
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