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jueves, 1 de febrero de 2018

¿PARA QUÉ QUEREMOS LOS DIARIOS?

Concentrados en Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, Netflix –y siguen las firmas-, asistimos con alegre indiferencia a la agonía de los medios de comunicación masiva. 
Como quien los ve morir sin mirarlos siquiera. 
No hay noticia. 
Pero nos llueve en la cabeza una pregunta impostergable…


¿PARA QUÉ QUEREMOS LOS DIARIOS?




Que asistimos a la hora terminal de los medios masivos de comunicación, ya no es un delirio recurrente de este blog, es un grito planetario, una realidad cada día más evidente tal y como lo demuestran, además de los hechos, la profusión de ensayos, libros, informes y artículos sobre el tema. Todo concluye al fin.
Cae el encendido de la televisión abierta y satelital, caen y se cierran cada vez más revistas, caen las ventas de las ediciones en papel de los diarios, y con un agravante: todavía ningún diario en el mundo consiguió hacer rentable su edición digital, por lo cual todos aún se financian con la de papel, cuyas ventas, fue dicho, caen y caen. Algo se acaba, todo lo indica.
Si alguna vez no hace tanto el fin de los medios masivos de comunicación sonó a delirio, fue porque nacimos en esto, con ellos. Pero la cruda realidad es que esos medios masivos, tal y como los conocemos, aún no cumplieron ni siquiera cien años de existencia. Vale decir, la humanidad vivió toda su vida sin ellos. Perfectamente. Progresando incluso.
Sin embargo nada de esto significa que se acabe el periodismo, al contrario. Se diluye en la masa, ahí el final.
Hoy cada individuo lleva en sus manos un medio masivo de comunicación gráfico y audiovisual, con distribución propia, gratuita, mundial, intantánea. Puede filmar, fotografiar, relatar, escribir y publicar en directo para todo el mundo. Hoy no es periodista el que no quiere.
Maravillados por dicha maravilla, y siempre listos para abaratar costos, los dueños de los medios van reemplazando así la producción propia por la réplica de lo que produce y difunde su propio público. Como en un raro restorante donde te cobran lo que comés porque lo llevaste vos. Eso no dura mucho.
Desde el nuevo romance de Pampita a la muerte de Nisman, desde las filtraciones de Wikileaks hasta los Papeles de Panamá, hace rato que las grandes noticias que difunden los famosos grandes medios ya no surgen de investigaciones o fuentes propias, sino de las redes, de la web… que se lo come todo. Todo.
Cada día cada vez más vemos cómo la televisión, los diarios, los portales, replican lo que se viraliza en las redes sociales, convirtiéndose así, en el acto, en meros intermediarios. Lo que en sí fue la esencia del periodismo: llevar las fuentes al público, o viceversa. Sólo que ahora el público tiene acceso directo a esas fuentes, y entonces aquellos intermediarios se vuelven también innecesarios ¿Cuánto aguantarán así?
Porque a los tremendos cambios de paradigmas que supone la actual revolución tecnológica, se agregó la inercia de una desidia inexorablemente trágica.
Los diarios, sus ediciones en papel, envejecieron en una sola noche el día que se inventó la radio. Sufrieron otro golpe mortal cuando nació la televisión. Fueron arrasados por las cadenas de noticias de 24 horas, y ahora llegó la web con todas sus redes para darles el tiro de gracia.
Sin embargo, aún así, aún hoy -como esos japoneses del Pacífico que ignorantes del fin de la guerra se mantuvieron durante décadas en sus posiciones-, aún hoy los diarios en papel anuncian en sus títulos. Renunció Mengano, Murió Zutano, Ganó Perengano. Como si ni siquiera la radio hubiese nacido. Es decir: diarios cerrados anoche gritarán mañana lo que la tele ya dijo ayer ¿Cuánto más podrán durar?
Este cronista vivió los últimos años de una era de gloria cuando la redacción proponía y la administración pagaba.
Días dorados cuando los medios tenían dueños, personas con nombre y apellido, cuerpo físico y vida propia, y por consiguiente, un prestigio en juego. El Crónica de García, el Ámbito de Ramos, la Atlántida de los Vigil, la Abril de los Civitta, el Clarín de Noble, La Nación de los Mitre, La Prensa de los Gainza Paz... Pasado pisado: hoy son todos propiedad de sociedades anónimas como tales anónimas.  Detectamos más o menos en el horizonte el perfil de algún CEO, sí, pero nunca queda claro quiénes son sus verdaderos dueños. Son conglomerados. Holdings. Grupos. Asociaciones privadas con fines de lucro, y nada más. Días finales.
Porque en esa avanzada las administraciones ganaron por fin su batalla y sometieron a las redacciones imponiendo los números por encima de las letras, el presupuesto por encima de las ideas, y el negocio por encima del oficio. Entonces la obediencia relevó a la eficiencia, y el mejor periodista pasó a ser el más barato.
Con honrosas excepciones que no hacen más que confirmar la regla, toda la técnica periodística actual fue reducida al “corte y pegue”. La mejor investigación de los grandes medios rara vez trasciende las barreras de Google, cuya fuente nos pertenece a todos. Y por el mínimo trámite de un rápido un clic.
Entonces la nube de la duda rompe, y llueve la pregunta impostergable: ¿Para qué queremos los diarios?



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