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sábado, 2 de marzo de 2019

MACRI EN EL CONGRESO: LOS GRITOS DEL FINAL…



Muy a su pesar Mauricio Macri inauguró las sesiones ordinarias del Congreso acaso por última vez, según el deseo de muchos propios y de todo el resto.
En un discurso previsible por vacuo pero sorprendente por nervioso, el presidente demostró que la foniatría no es una ciencia exacta, probó el humor involuntario, la fantasía llana, la promesa vencida, y la mentira simple.
Una multitud lo acompañó.
Una multitud de policías.

EL RUIDO Y LA FURIA

Captura de pantalla de Página 12


Acaso por última vez -según el deseo de muchos propios y de todo el resto-, Mauricio Macri inauguró las sesiones ordinarias del Congreso con su viejo rosario de inexactitudes, fantasías o alucinaciones, mentiras simples, y promesas vencidas hace mucho.
Futbolero de raza, así como existen “goles de otro partido”, probó suerte con un “discurso de otro país”.
Mientras la señorita maestra Gabriela Michetti trataba de poner orden en la clase pisando el discurso presidencial, interrumpiéndolo constantemente; Macri trataba de sobrevivir a su propia dicción entre rasgos de humor involuntario al referirse a sus logros (“los jubilados ganan cada vez más”, “todos los argentinos pueden acceder al crédito”. “hemos creado 700 mil puestos de trabajo”), y una bravura tan sobreactuada al hablar de la lucha contra el narcotráfico, que terminó destacando “el apoyo del narcotráfico”, (con el fantasma del intendente Sergio Varisco sobrevolándolo todo, la causa de los aportantes truchos perdida en el limbo de su justicia, y el sobrino de su Escribano General de la Presidencia, famoso como agente de la DEA, preso por asociación ilícita, extorsión y otros beneficios).
Acompañado por una escueta claqué dirigida por los inestables Elisa Carrió y Fernando Iglesias; ajeno a todas las encuestas como a la realidad, Macri intentaba salvar los abucheos y las risas recordando que estaba allí porque lo había votado la mayoría… hace ya tres larguísimos y penosos años que justamente nadie quiere recordar.  
No dejó de pasar su aviso sobre la energía eólica –uno de sus últimos grandes negocios junto al rompe-jugadores Carlos Tevez-, pero tanto le cobró el diablo semejante matufia, que la expresión “radiación solar” se le hizo imposible. Probó con algo así como “rasialón sosar”, luego intentó con “relación solar”, por fin enganchó “radiación” pero volvió “sosar”, y a partir de allí ya su indómita lengua prácticamente lo abandonó.
En uno de sus grandes instantes consideró que el déficit fiscal cero que le impone tan luego el FMI, será “el acto de justicia social más grande de los últimos 70 años”.
El resto fue ruido y furia.
Las risas, los abucheos, las puteadas, hervían.
La claqué oficial aplaudía con rabia entre la fritura de los rechazos.
La señorita maestra, también a los gritos, no paraba de retar a los alumnos más díscolos, mientras en un segundo plano Macri probaba seguir, terminar y rajar.
Invulnerable a cualquier verdad, volvió al desopilante “crecimiento invisible” del año pasado, cuando al llegar al Congreso saludaba a sus multitudes también invisibles. Inventarió escuelas, obras, planes, y otros progresos siempre invisibles. Un auténtico visionario.  
A los 150 mil millones de dólares por los cuales endeudó al país por más de cien años, -embargando ya el 97 por ciento del PBI-, lo llamó “respaldo internacional inédito”.
En obediencia a su gran amo del norte, no olvidó castigar a Maduro, porque además la paja ajena rinde más que la viga propia, sobre todo cuando en lo propio ya no hay más que vigas para mostrar.
Abrazado a la grieta como al último madero de un naufragio atroz, volvió a la carga con “la herencia recibida”. Pero lo que ayer tanto enojaba a la oposición, hoy nada más da risa.
Con el país en recesión, la inflación imparable, la actividad industrial en caída libre, el desempleo sangrando sin parar, las PYMES cayendo como moscas, y la tasa de interés más alta del mundo; afirmó que “estamos mejor parados que en el 2015”.
Acaso por temor a no ser visto, el pequeño canciller Fauri aplaudía de pie al hombre que en pleno G20 lo burlara delante de Valdimir Putin en directo para todo el mundo. Un gesto de genuflexión que resume toda la política exterior del Gobierno.
Cada vez más nervioso, furioso, sacado, limitado el aplauso de su claqué paga, en el fondo de su alma triste no pudo no sentir el rechazo de todo el resto del país. Lapsus y furcios se multiplicaban conforme cada frase le salía al paso. Cuando quiso hablar de sus políticas de género, la palabra “visibilizar” se lo llevó puesto.
Alrededor la realidad se despegaba de su discurso como la suela de un zapato barato.
Afuera una multitud lo acompañaba, pero eran todos policías.
El pueblo que no lo quiere no fue. El otro tampoco, tal vez ya no existe.
Sin siquiera terminar de escucharlo, el dólar y el riesgo país se disparaban.
Sólo cuatro gobernadores presentes.
Su escueta claqué.
Un huracán de soledad, y en el ojo él, inconciente, indiferente o ignorante, señalando el sol bajo la noche cerrada, prometiendo sin que se le entienda lo que ya nadie le cree, naturalmente nervioso.
Perdido por perdido, futbolero de raza, entre vaguedades últimas, inciertas o insustanciales, terminó a lo barra brava, subido al paravalanchas invisible de sus logros invisibles, gritando ya rojo de rabia vamos Argentina bajo un diluvio de tomatazos invisibles, que sin embargo se veían reventar claramente contra su rostro triste por desencajado y final.
Por más que lo distraigan bufones y mandantes, sabe que deja su nombre en la historia, impreso para siempre sobre el mayor de los fracasos de la democracia argentina.

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