////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///
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lunes, 15 de agosto de 2022

SERGIO MASSA, O EL MISTERIO DE CFK…

 

Atónito, desconcertado, el núcleo duro del kirchnerismo se pregunta qué hace Massa en el lugar donde soñaba a Boudou, tan luego como resultado del error histórico que será para siempre el hoy fantasmal Alberto Fernández. Detractores hasta la traición, uno y otro, Alberto y Massa, resultaron al cabo las mejores opciones de la gran electora nacional ¿Por qué?

 

LA RAZON DE SU VIDA





Mientras la imagen de Alberto Fernández pierde sustancia hasta ser poco más que un holograma; mientras Sergio Massa descubre que los días felices cuando hablar era gratis, se terminaron; mientras más atento a los grandes diarios que a la Constitución Nacional, el partido judicial sigue con su fulbito de ilegalidades, protegidos y perseguidos; el desconcierto recorre las filas del Frente de Todos, y cada día son más los fieles de Cristina, incluso, que se preguntan cómo votamos esto, cómo llegamos hasta aquí, cómo Alberto, cómo Massa… qué podemos esperar del Frente Renovador de pronto en el gobierno.

El Martiyo también se lo pregunta. Y aunque la respuesta precisa la dará, otra vez, la historia -y con el tiempo-, nos permitimos sin embargo ensayar hoy algunas posibilidades.

CRISTINA SE CANSÓ: El récord de denuncias contra un dirigente político, lo tenía, desde luego, Juan Domingo Perón con 120. Cristina ya suma 548, lo cual la convierte en la figura más perseguida de la historia argentina. Una persecución mediática-judicial inaugurada en junio de 2008, cuando la crisis llamada “del campo”, y que no dejó afuera ni a sus hijos ni a su madre, y que sigue todavía. 14 años de causas, denuncias, indagatorias, allanamientos, y ríos de tinta injuriosa que no cesan de correr. Harta, humanamente harta, un día decidió que probaran suerte dos de los grandes críticos de sus gobiernos, cuñas de su mismo palo: Alberto Fernández y Sergio Massa. Como quien hastiada dice por fin: “a ver vos que sos tan vivo…”

CRISTINA ENTENDIÓ: consecuente con el llamado hecho el 13 de abril del 16, ante a las multitudes que desbordaban Comodoro Py, cuando planteó la necesidad de un frente nacional -que entonces llamó frente ciudadano, y que acabaría en el Frente de Todos-, y en coincidencia con la síntesis originaria de Alberto Fernández –“con Cristina sola no se puede, sin Cristina no se puede”-, CFK decidió tender puentes hacia esa Argentina empecinada del otro lado de la grieta. Ayer en su columna dominical de La Política Online, Diego Genoud revelaba que “cerca de la vicepresidenta, no tienen dudas de que Massa es el mejor piloto de tormentas al que podían aspirar en este momento. "Si no le prestan a él que es de ellos, no le prestan a nadie. A nosotros directamente nos quieren voltear", dicen”.

CRISTINA SE RINDIÓ: harta, cansada, perseguida, injuriada, y tantas veces traicionada -Lousteau, Cobos, Alberto, Bossio, Massa, y otra vez Alberto, de a ratos Aníbal, y hasta Moreno, y siempre, otra vez, Alberto-, un día pateó el tablero y que se arreglen ellos, que siempre supieron más, que siempre fueron mejores, que siempre se llevaron bien con Magnetto, con Macri, con esta justicia que apesta, y con el “amigo Horacio”. Si así fuera, en tal caso, sería inhumano, no sólo ingrato, reprocharle nada. Hasta el mejor de nosotros tiene derecho a descansar un día.

Claro que esta última posibilidad impone otra pregunta brutal: ¿Y el pueblo?... el pueblo que siempre y tanto defendió, la razón de su vida, ¿no le importa más?...

Según las encuestas más favorables, el núcleo duro de Cristina no supera el 35% del electorado, con suerte, aquel 37 obtenido en las legislativas del 17. Si bien ningún otro político mide tanto, el sesenta y pico por ciento restante se divide entre los que dudan de ella, los que no la quieren, y los que la odian. Y por supuesto, aritmética pura, son mayoría, y también son el pueblo.

Es ese pueblo dispuesto a votar al gorila de Alfonsín, al segundo Menem, a Macri, a De la Rua, a la izquierdita inocua y reaccionaria, a cualquiera contra el real peronismo… es el pueblo capaz de aplaudir la llegada de los militares, o implorar su retorno; el pueblo que lleva ya demasiado tiempo intelectualmente intoxicado por un complejo mediático-cultural alineado hasta los años 40 con la Embajada Británica, y luego con el State Department. Ese pueblo también elige su destino.

En la escalofriante película La Caída, que cuenta los últimos días del Reich en el bunker de Berlín, y que está basada en el testimonio personal de Traudl Junge -mecanógrafa privada de Hitler-, hay una rápida escena sin embargo crucial. Ante la avanzada de las tropas soviéticas, ya en las puertas de Berlín, uno de sus generales le sugiere a Hitler la posibilidad de una rendición negociada. Hitler se opone, y ordena continuar con la resistencia hasta el último hombre. Entonces otro de sus generales intenta hacerlo reflexionar: ¿y el pueblo?, le dice... “¿El pueblo?”, le responde Hitler, “el pueblo me trajo hasta aquí”. 

Desde luego es imposible comparar a Hitler con Cristina, pero sí, en cambio, a ese pueblo con éste. Porque los pueblos eligen su destino, y envenenados por la propaganda, enceguecidos por el odio, son muy proclives a suicidarse eufóricamente al grito de "Barrabás, Barrabás"... y ya ni Dios los salva.


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domingo, 24 de julio de 2022

EXCLUSIVO: NOVEDOSO MÉTODO QUÍMICO REEMPLAZA AL PERONÓMETRO…

 

Parte del folklore peronista consiste en medir el peronismo de un peronista. Así nació el peronómetro, un aparato de precisión muy útil que sin embargo no existe. A cambio, y en exclusiva, El Martiyo revela aquí un novedoso procedimiento químico que permite precisar sin errores la intensidad de peronismo de un dirigente, o de una gestión.

 

REACCIONARIOS Y REACTIVOS

"Naturaleza justicialista", óleo de Daniel Santoro.


 

El peronómetro es un aparato muy útil que mide el grado de peronismo de un dirigente, o, con mayor precisión, de una gestión. Pese a que dicho aparato no existe, cualquier peronista tiene uno, lo cual vuelve el método tan subjetivo como inútil. 

A cambio, existe sí un procedimiento que permite medir con cierta exactitud la intensidad de peronismo de un dirigente, y/o, mejor, de una gestión. Se trata de un procedimiento químico, podría decirse, ya que se ejecuta a partir de una solución de reactivos.

“Si quieres saber cómo me fue en la guerra, pregúntale a mi enemigo”, decía el Magno Alejandro. Y es que acaso pocas cosas nos dan la estatura de un hombre, de una mujer, o de una gesta, como sus enemigos.

Qué hubiese sido del Cristo, por ejemplo, de no haber irritado al imperio de su tiempo y a la autoridad eclesiástica de su nación. Bonaparte, por su parte, se midió con el resto de Europa, Gran Bretaña y toda la Rusia de los Zares. Habríamos olvidado incluso a Hitler, si sólo hubiese masacrado el África, la India, y/o, el sudeste asiático, como hacían entonces los imperios británicos, franceses, holandeses, y un poco antes, españoles y portugueses también, cuyos respectivos genocidios -igualmente racistas- ya son olvido… ¿Sería tan grande Evita sin el “viva el cáncer”, sin el odio de los sectores más reaccionarios de la Argentina?... Acaso el peronismo todo se hubiera licuado como el radicalismo de no haber sido por el bombardeo a Plaza de Mayo, los fusilamientos, la persecución, el decreto 4161, los exilios, las cárceles, los desaparecidos… Los enemigos, como los reactivos, revelan mejor que nada la composición de una sustancia.

El peronismo cuando es peronismo irrita sin error siempre los mismos sectores: la oligarquía, la Sociedad Rural, las cúpulas eclesiásticas y militares, la banca financiera internacional, los grandes grupos concentrados, sus grandes medios por supuesto, y antes y primero, el State Department y su Embajada porteña.

Con este sencillo método se resuelve por ejemplo la eterna discusión sobre el peronismo de Carlos Menem, que indultaba a los militares genocidas, que era aplaudido en la Rural, que extranjerizaba las empresas nacionales, que era adulado por los grandes diarios porque les entregaba las radios y los  canales, que era bendecido por la Iglesia Católica en gratitud por la desregulación educativa, y que, sobre todo, mantenía relaciones carnales con los Estados Unidos. Peronismo cero.

Del mismo modo, y por la inversa, se puede medir el peronismo del kirchnerismo, que todavía subleva los reactivos correspondientes, exceptuando, de momento, la Iglesia Católica, cuyo papado actual parece crispar a los mismos sectores. Aunque a buena parte de los propios también.

De más está decir que según este procedimiento químico, hoy nadie consigue un grado más alto de peronismo que Cristina Fernández de Kirchner.

Claro que también se pueden agitar los mismos reactivos sin hacer peronismo. 

Sólo que entonces ha de observarse que se encrespan al mismo tiempo las propias bases, los pobres, los desheredados, los excluídos, y por lo tanto y por supuesto, a CFK.


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viernes, 8 de julio de 2022

ALBERTO Y CRISTINA: HOY UN JURAMENTO, MAÑANA UNA TRAICIÓN...

 

En los inicios de su mandato Alberto Fernández llamó a un periodista de La Nazión para hacerle un pedido y una promesa que marcaron la suerte de su desgracia. En exclusiva, El Martiyo tuvo acceso a esa charla, y aquí la revela. Cualquier parecido con la realidad, es la verdad.

 

AMORES DE ESTUDIANTES

 




Así como el canto del grillo resalta el silencio que lo envuelve, así las repetidas promesas de Alberto Fernández destacan la inoperancia de su gobierno. Desde la estatización de Vicentin o la Hidrovía, a la guerra contra la inflación, pasando por la investigación de la deuda externa, la reforma judicial, el fin del lawfare, y tantas otras que se repiten como un lejano crip-crip en la monotonía de su ineficacia.

En su favor hay que decir que algunas de esas promesas ya ni siquiera se oyen, como aquella de los inicios cuando afirmaba que “jamás volveré a pelearme con Cristina”.

Otra promesa que tampoco cumplió, pero que intentó hasta las últimas horas del domingo pasado, fue la que le hizo en privado al periodista de La Nazión Jorge Fernández Diaz en los inicios de su mandato, y a la cual El Martiyo tuvo acceso exclusivo a través de fuentes propias. Y que aquí pasamos a revelar públicamente. 

Una tarde de enero de 2020, cuando aún el covid era un problema de los chinos, el autor de estas líneas tuvo un amable encuentro con un viejo amigo y colega, a la sazón entonces -y todavía-, alto jerarca de la redacción de Clarín, y cuyo nombre por supuesto nos reservamos. Pero así fue como supimos que Alberto Fernández tenía una relación de casi amistad con el periodista de La Nazión y Radio Mitre Jorge Fernández Díaz, formidable gorila. El caso es que según nuestra fuente, a poco de asumir, Alberto llamó a Fernández Díaz para hacerle un pedido puntual:

-- No me peguen hasta que arregle con el Fondo, y después yo les prometo que me “la” saco de encima.

Creer o reventar, el mismo día en que se anunció el acuerdo con el FMI, Máximo Kirchner renunció como eyectado a la presidencia del bloque, poco después aparecieron aquellos afiches contra CFK, apedrearon su ventana del Congreso -sólo la de ella-, y así la distancia entre los dos se abrió en grieta y se volvió abismo.

A partir de entonces Alberto Fernández se perdió en la niebla de los grandes problemas argentinos. Aún hoy intenta esconderse bajo la excusa ya raída de la pandemia. Pero en nuestro posteo El Gran Prometedor recordábamos que la pandemia en la Argentina se inauguró con la cuarentena establecida el 20 de marzo de 2020, a los 99 días exactos de su asunción. Y que en esos primeros cien días siempre cruciales, no reformó la justicia, no investigó la deuda, ni siquiera restituyó la Ley de Medios, aprobada por ambas cámaras y refrendada por la Corte Suprema. Nada. 99 días tocando la guitarrita y posteando fotos de Dylan. Luego llegó la pandemia, y se escondió debajo. Porque semejante desgracia universal no le sirvió para enfrentar a los poderosos, negarse al Fondo, estatizar Vicentin, la Hidrovía, alguna energética (Edesur y/o Edenor), subir las retenciones, o salir a la caza de las cuentas offshore de los grandes fugadores… ni siquiera se animó al aporte solidario, que fue una iniciativa de los diputados Máximo Kirchner y Carlos Heller, no del Ejecutivo. Y entonces llegó setiembre, y se estrelló contra las urnas.

Con el apoyo de la oposición -siempre alineada con los intereses norteamericanos- cerró el acuerdo con el FMI, blanqueando así la deuda que prometía investigar, y negando un ajuste que practica diario.

Peor que solo, mal acompañado, se aferró a un entorno menguante que le trajo más problemas que soluciones. Desde su anterior vocero, Juan Pablo Biondi, creador de incontables operaciones contra CFK, y cuya novia, Guadalupe Vázquez -empleada del diario La Nazión-, filtró las mentadas fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez; hasta su adorado Martín Guzmán, que ni siquiera le explicó que el acuerdo que llevaba con el FMI no era más que una refinanciación, y que terminó renunciando sin previo aviso y en pleno sábado, para mejor agitar los mercados y atizar la crisis. O su exmujer Vilma Ibarra, autora del libro contra CFK “Cristina vs. Cristina”, o del otro escritor antiká, Matías Kulfas, guapo del off que lo dejó out. Y sin olvidar a sus queridos Emilio Pérsico y Fernando Chino Navarro, CEOs de la pobreza del Movimiento Carolina, cuyo virulento anticristinismo se hizo público por fin apenas Cristina cuestionó la caja que el macrismo les había regalado. Todos ellos y muchos otros encolumnados tras Alberto en pos del sueño imposible de un peronismo sin Cristina. Pero como todo sueño imposible, por definición, su destino era el fracaso.

Y mientras los salarios suben por escalera, y los precios en cohete, con una excusa que reduce a ficción nuestra Guerra de la Independencia, el 17 de octubre, la guerra de Vietnam, la Revolución Francesa, la rusa, la china, la cubana, y muchas otras; el presidente invoca la “correlación de fuerzas” para justificar esa inoperancia tan parecida a la impericia, y que con frecuencia el pueblo en general percibe como una incapacidad, y sus votantes en especial como una traición.

El 10 de diciembre de 2019, frente a una Plaza de Mayo desbordada y feliz, Cristina le aconsejó creer en el pueblo, confiar en él, ignorar las tapas de los diarios y las presiones del establishment. Pero político de gabinete, profesor de aulas adentro, palaciego y leguleyo, Alberto no cree en el pueblo, en su fuerza, en su existencia. Para él es una entelequia, un abstracto, un decorado, un montón de estadísticas... La prueba es que ya van dos 17 de octubre de gobierno peronista, y en ninguno de ambos el presidente convocó a la Plaza, y ni siquiera apareció ante los que otros convocaron o se autoconvocaron.

Dialoguista dialogador dialoga con todos, con la UIA, la AEA, la Adepa, que parecen oírlo como quien oye llover. Le implora a uno de los mayores tiburones de la industria alimenticia que resigne su codicia y lo ayude a bajar los precios, y esa misma noche, el tiburón se los aumenta. Y aunque ya no llama "amigo" a Rodríguez Larreta, ni comparte misas con Macri, hasta ayer nomás insistía en dialogar con cualquiera, menos con Cristina, su base electoral. Magnetto chocho.

Única estrella con luz propia en todo el sistema, sol alrededor del cual giran opacos los demás astros, Cristina detiene el país en cada aparición pública, y arrasa con toda la actividad mediática y política por días y semanas y ecos que no se apagan hasta su siguiente aparición pública. Pero ella tampoco es inocente, y lo sabe.

Un proverbio árabe reza “si me traicionas una vez, te maldigo; si me traicionas dos, te maldigo y me maldigo; si me traicionas tres, me maldigo”. Y Alberto Fernández ya la traicionó tres veces.

La primera en 2008, cuando en plena crisis con los machos del agronegocio, abandonó el gobierno, según sus propias palabras, “porque confrontar con Clarín era ser revolucionario, y nosotros no somos un gobierno revolucionario, somos un gobierno reformista”. Y allí nomás se instaló en los estudios de TN para atacar a Cristina, preguntar por Nisman, y llorar por el “cepo”. La segunda fue en 2017, cuando infló a su muñeco Florencio Randazzo para romper el peronismo y evitar la victoria de CFK contra Esteban Bullrich. Su actual gestión es la tercera.

Pero Cristina se mira en la historia como otros en el espejo, y consciente de su responsabilidad y su estatura, un día dejó de maldecirse, y volvió al ruedo. Tal vez a eso se refirió el ministro de acción social de la Provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, cuando dijo “se terminó el tiempo de la moderación, y de la autoflagelación”.

En las últimas horas del último domingo, contra toda su voluntad, acosado por el fracaso -y hasta por Estela de Carlotto-, rodeado por el fuego de un país en llamas, y con el caballo completamente exhausto, Alberto rindió la promesa hecha Fernández Díaz, y por fin llamó a Cristina.

Si fue demasiado tarde, temprano lo sabremos. 

Suele ocurrir que el grillo todavía canta cuando ya nadie lo escucha.


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jueves, 3 de marzo de 2022

ALBERTO FERNÁNDEZ: UN PRESIDENTE QUE PROMETE…


En el comienzo de la última mitad de su mandato, el Presidente Alberto Fernández inauguró las sesiones ordinarias del Congreso con un discurso que mantuvo las mismas convicciones, los mismos objetivos y las misma promesas que ya expresara en su campaña de 2019. Nobles aspiraciones que más rápido que despacio el tiempo convierte en tristes chistes amargos. Pero no hay que desesperar…

 

EL GRAN PROMETEDOR




 

Inoperante, ambiguo pero gran hablador como buen radical, Alberto Fernández inauguró este martes la mitad final de su gobierno con un discurso que por tercera vez renovó las promesas hechas en campaña y todavía pendientes: la reforma judicial, la investigación del origen y destino de la deuda externa, el castigo a sus responsables, trabajo para todos, salarios dignos, jubilaciones justas, y otras palabras hermosas que tal vez un día...

Quedó claro que el Presidente no duda de la urgente necesidad de una reforma judicial sin la cual, entre otros infinitos riesgos, cualquiera de sus políticas puede ser abatida en cualquier juzgado, como bien le enseñaron ya oportunamente su “amigo Horacio”, o su otro amigo “Don Héctor”.

Sin embargo, y pese a tan honda convicción, el Presidente todavía no pudo ni siquiera indicar un reemplazante para Highton de Nolasco, manteniendo así la Corte Suprema en manos de cuatro abogados que se le cagan de la risa.

Con respecto a la investigación de la deuda mundialmente histórica contraída por el gobierno anterior -y blanqueada por el actual-, el Presidente tampoco ignora la sed de justicia de este pueblo que todos los días se hunde un poco más en la pobreza, mientras mira por tevé a los responsables de ese endeudamiento pasando sus vacaciones en Punta del Este, en Suiza o Miami, o en una reposera en Lago Escondido junto al usurpador inglés… quien dicho sea de paso, sigue sin ser incomodado por nadie.

Tan consciente está, el Presidente, de esa sed de justicia, que no sólo prometió en campaña investigarlos, sino que una vez asumido realizó la correspondiente denuncia penal. Pero tal y como le explicó hace unos días al animador televisivo Gustavo Sylvestre, “yo la denuncia la hice, ya si la justicia no avanza, qué más puedo hacer”. No pocos se preguntan si de verdad no sabía cómo eran las cosas cuando hacía esas promesas.

En el plano económico, y con debido orgullo, remarcó el fabuloso crecimiento del último año de casi un 10%. Con debido orgullo y cierta nostalgia, porque ya para el año próximo el FMI le puso un techo del 2%. Aunque eso no lo dijo, como tampoco dijo que, tal y como le había advertido Cristina, tanto crecimiento “se lo quedaron los cuatro vivos de siempre”.  

Infelizmente pese a los esfuerzos de Martín Guzman y su equipo, el acuerdo con el Fondo -que tantos anunciaban que allí anunciaría- no llegó a tiempo para la ocasión. Sin embargo, y pese a que expertos, analistas, propios y ajenos consideraron esa deuda impagable; el Presidente apostó a pagarla confiando en el futuro de “un sendero de crecimiento posible”. Sin entrar en detalles, ni reparar en los misterios del insondable porvenir, allí nomás bosquejó algunos planes de prosperidad que a su vez evitarán -o evitarían- que el pueblo la pase todavía peor. Como suele decirse: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Y mientras una familia tipo precisa un ingreso de 80 mil pesos -sin contar alquiler- para no caer bajo la línea de la pobreza; el salario mínimo es de 33.000, y la jubilación mínima -la PUAM, que es la verdadera mínima – apenas supera los 22.000.

Por eso cuando habló de la inflación imparable que pulveriza la subsistencia de los argentinos, no le tembló la voz a la hora de responsabilizar a “esa costumbre seriamente arraigada en muchos sectores de remarcar los precios por las dudas”, y a “la complicidad judicial con el poder económico real”. Los cuatro varones de la Corte, allí presentes, más ocultos que protegidos detrás de sus barbijos, ni siquiera pestañearon.

Si hasta ahora ninguna de estas promesas pudo ser cumplida, explicó también, fue por la pandemia, iniciada el 20 de marzo de 2020, a sólo 99 días de haber asumido. Esos primeros 100 días -cruciales para cualquier gobierno que pretenda ejecutar cambios profundos- se fueron, infelizmente también, entre canciones y guitarreadas junto a Dylan y Lito Nebbia.

Pero no hay que desesperar.  

Este primero de marzo una vez más, como en 2020 y 2021, el Presidente renovó todas aquellas promesas de campaña, y así parece decidido a hacerlo hasta el último día de su mandato.


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martes, 23 de noviembre de 2021

BUENOS POLICÍAS: CASOS AISLADOS...

 

Alentados por esos políticos que a falta de ideas desbordan de odio, en apenas una semana la policía argentina asesinó a dos personas, reventó a golpes a otras dos -todos inocentes-, y hasta consiguió herir a otra -también inocente- mientras intentaba controlar a un loco armado con un cuchillo, al que le hicieron, entre cinco efectivos, 14 disparos. Y todo por impericia, por ignorancia, por falta de preparación, por mala leche, y en gran medida, porque van sacados, duros de merca.  

 

MALDITOS FALOPEROS

 

 
Gabriel Issasi, José Nievas y Fabián López.
Otros tres policías asesinos.


 

La policía volvió a matar. La Policía de la Ciudad, la Bonaerense, la de Córdoba, toda la policía mata. La Metropolitana, desde su creación, hace cinco años, ya mató 121 personas. Dos por mes. En 2020, en todo el país, fueron 538 los asesinatos policiales. Desde que volvió la democracia -1983- hasta hoy, son ya más de ocho mil los casos. Los gobiernos pasan, cambian, pero la policía no para de matar.

El miércoles pasado tres oficiales de la Metropolitana interceptaron un auto con cuatro chicos de 17 años, futbolistas que venían de entrenar, y los acribillaron. Pese al esfuerzo, consiguieron matar a uno solo, Lucas Gonzáles, de dos tiros en la cabeza. Luego se dedicaron a encubrir el hecho con -va de suyo- una serie de cómplices, pares y superiores. Todos delincuentes.


El fin de semana previo, en Córdoba, una pareja de chicos en moto (18 ella, 20 él), son detenidos por tres policías. Dos de ellos empiezan a moler a golpes al chico, y cuando la chica saca su celular para filmarlos, el otro de los policías le rompe la boca de un culatazo, le arranca varios dientes, y una vez en el piso de una sola patada le fisura dos costillas.


El jueves, al día siguiente del fusilamiento de Lucas Gonzáles, otra vez la Metropolitana supo destacarse. En el barrio de Constitución, en pleno día, en una plaza (la Garay), cinco efectivos precisaron de 14 disparos para controlar a un loquito armado con un cuchillo. Un transeúnte fue herido. Hubo suerte.

Al día siguiente, en cambio, viernes, ya madrugada del sábado, la Bonaerense, en la ciudad de San Clemente del Tuyú, retira detenido de un hotel a un hombre que encerrado en su cuarto provocaba disturbios. Alejandro Martínez, 35 años. Cincuenta minutos más tarde el hombre aparecía muerto en un calabozo de la comisaría interviniente. Hay 9 policías detenidos. Pero en el frente de la comisaría una pintada decía: “No son 9, son todos”.

Y dejamos para otra ocasión los policías que no matan pero encubren a los que matan, en una actitud corporativa que ellos sueñan “espíritu de cuerpo”… y dejemos también para otro momento los involucrados en robos, golpes comandos, secuestros, narcotráfico, coimas, “peajes”, zonas liberadas, trata de personas, espionaje ilegal, y otros beneficios de la repartición.


Por supuesto detrás, debajo, arriba y en el fondo de todos estos crímenes, están los políticos que los alientan en busca de votos caiga quien caiga, porque qué carajos importa el hijo ajeno. Candidatos sin ideas pero llenos de odio que sólo piden “meter bala” porque no se les ocurre otra cosa. “Que los dejen como un queso gruyere, y después vemos”, dice el guapo televisivo José Luis Espert. El fracasado López Murphy, en cambio, sugiere que esto se arregle “como sea” (¡?). Mientras Milei, payaso trágico, asegura que sólo “cuando todos estemos armados habrá más seguridad”, y pone de ejemplo a la sociedad norteamericana, donde los asesinos en masa, seriales, policiales y comunes, son moneda corriente. No le importa la verdad, sólo el odio. Es su estrategia.

Sin falta y sin vergüenza, mientras tanto, frente a cada caso de estos, los empleados de los medios sacan a relucir uno de sus lugares comunes predilectos: “la mayoría son buenos policías“ (sic, porque también desconocen el castellano), y/o “no todos los policías son iguales”, y/o “no hay que juzgar a toda la fuerza por un caso aislado”, y bla, bla, blá. Pero si dichas frases se convirtieron en lugares comunes, fue justamente de tanto repetirlas, lo cual demuestra que no son “casos aislados”, sino, por el contrario, frecuentes. Cada vez más.

¿Por qué?... Por una mezcla de impericia, ignorancia, inoperancia, falta de preparación, y también, y en gran medida, por faloperos. Están muy sacados.

Y es que además de la falta de estado físico (policías gordos, adiposos, lentos, cuya única gimnasia es mangar comida); además de la falta de formación intelectual (casi todos semianalfabetos), y de la falta de adiestramiento práctico (botón de muestra: los 14 tiros contra un cuchillo); uno de los mayores problemas de la repartición, es la cantidad de cocaína que consumen sus miembros.  

Allá por 2017, el malevo Cristian Ritondo, Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, anunció controles toxicológicos para sus “93 mil policías en 90 días”. Pero para 2019 sólo habían sido testeados 4.038 efectivos, de los cuales apenas el 3 por ciento dio positivo. Parecen pocos, sin embargo, el número a tener en cuenta es que de esos 4038, el 82 por ciento había sido advertido del control, y apenas el 18 por ciento fue de sorpresa. Con lo cual ese 3 por ciento se eleva al infinito. Esto en la Bonaerense, de la Metropolitana no hay ninguna información al respecto. O sea… consumo liberado.

Como el problema no es nuevo, ni se trata de “casos aislados”, en noviembre de 2019, después de las elecciones -sabiendo ya que se iba-, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, como quien le pasa la bomba al que sigue, creó la Unidad de Pruebas Toxicológicas para todos los miembros de las fuerzas de seguridad, advirtiendo controles “obligatorios y sorpresivos”. Desde entonces no hubo más noticias al respecto.

Por falta de información, de imaginación, y de profesionalismo, los medios -todos-, convocados por los hechos, llevan ya más de una semana dedicados a los crímenes, abusos y disparates policiales, y ni siquiera los medios que se pretenden “progres” rozaron el tema del consumo. Pese a que dos de los familiares de los chicos que viajaban con Lucas Gonzáles, llamaron a los policías “faloperos”.

Y es comprensible que lo sean porque la consiguen gratis -la incautan, cuando no es parte de la "cuota" que reciben de los punteros que protegen-; les insufla un coraje del que por lo general carecen; y saben que nadie va a denunciarlos, porque sus superiores toman de la misma. Y porque nadie los controla.

Mientras los controles toxicológicos no sean constantes, sorpresivos y obligatorios para todos -todos- los policías, uniformados y encubiertos -Grupos de Tareas que se pretenden “brigadas”-; seguirán así, patrullando las calles armados y rabiosos, resentidos y racistas, envalentonados por la química, y alentados por los políticos que piden más muertes.

Hasta que al fin por fin un día entenderemos que los “casos aislados” no son los malos policías, sino los buenos.

* * *

domingo, 19 de septiembre de 2021

AGRUPACIÓN LA VANDOR: EL SUEÑO DE UN PERONISMO SIN CRISTINA…

 

Desde que asumió Alberto Fernández, El Martiyo guardó silencio. Quisimos otorgarle los primeros cien días, y el día 99 estalló la pandemia y su dominó de consecuencias. Durante ese lapso, las dudas sobre la marcha del gobierno fueron y vinieron, y volvieron. Ahora sabemos que también Cristina callaba y esperaba. La hecatombe de las últimas PASO detonó todos los silencios. También el nuestro.

 

La Derrota de la Victoria


 

"Si ganábamos, perdíamos"

Hebe de Bonafini


Inspirada en el hombre que en vida de Perón soñó un peronismo sin Perón, así en 2017 Florencio Randazzo soñó un peronismo sin Cristina, y fundó sin fundar lo que aquí bautizamos la Agrupación Augusto Vandor. (Ver aquí).

Una agrupación sin destino, se dirá, sin embargo allí está por ejemplo la izquierdita argentina, celebrando como una victoria un 5 por ciento en las elecciones que marcaron el récord histórico de baja participación. Minucias de la alegría que la democracia prodiga. Pero la Vandor es otra cosa.

La Unión Democrática primero -con socialistas y comunistas-, la Fusiladora después -con don Alfredo Palacios como embajador, por ejemplo-, dejaron en claro para siempre que la derecha argentina odia al peronismo, pero la izquierdita también. Sin embargo, es la Vandor el primer experimento de un antiperonismo peronista. Randazzo fue apenas su big bang, un estallido que así lo dejó. Hoy mal puede protagonizar una serie de spots involuntariamente cómicos para delicia del gorilaje. Pero la Agrupación fue mucho más allá del pedo que la parió.

El espectral Eduardo Duhalde, Il Capo Luis Barrionuevo, el despechado Guillermo Moreno, los vestigios de Julio Bárbaro, el viscoso Fernando Chino Navarro, el resucitado Julián Domínguez, son apenas fragmentos de esa galaxia que gira alrededor del sol del sueño de un peronismo sin Cristina. Y hoy vale recordar que en los albores de esa nebulosa, Alberto Fernández fue una de sus estrellas más brillantes.

Alejado del primer gobierno de Cristina luego de la crisis de la 125 -cuando él se oponía a confrontar con Magnetto-, a partir de entonces fue número puesto en los programas de TN, desde donde criticaba y horadaba al gobierno y la figura de Cristina con su tono siempre calmo, amable hasta lo meloso. En 2015 diseñó la campaña de Sergio Massa, en el 17 la de Florencio Randazzo. Sería injusto desconocer el impulso que le dió a la Vandor.

Desde los inicios de El Martiyo -harán ahora 13 años-, advertimos que considerarnos un blog cristinista, era apenas una ilusión óptica. Lo que de verdad sucede es que Cristina es martiyista, hace lo que nosotros queremos, y también afirmábamos allí, que así se apartara apenas de nuestras convicciones, la criticaríamos como a cualquiera.

Pero esto sucedió solo dos veces: cuando decidió reivindicar en vida la figura del gorila de Raúl Alfonsín; y cuando eligió a Alberto Fernández para presidente.

Olvidemos el primer caso, casi sin consecuencias para el país. Ahora el que importa es el segundo, la elección de Alberto Fernández para encabezar la fórmula presidencial.

Aterrados por la velocidad de la destrucción de la Argentina durante el gobierno macrista, como millones de compatriotas decidimos tragar ese sapo con la trémula esperanza de que el beso de Cristina pudiera convertirlo en príncipe. Pero la trémula esperanza pronto fue vana ilusión.

Apenas elegido candidato, frente al propio Magnetto, llamándolo “Don Héctor”, Alberto daba por terminada “la guerra con los medios”. Por supuesto Magnetto se cagó de la risa: un acuerdo de paz unilateral, no es más que un eufemismo por una rendición incondicional.  

Durante los dos primeros años de gobierno de Alberto Fernández, El Martiyo, diría don Bernardo de Irigoyen, guardó un silencio muy parecido a la estupidez. En un principio decidimos concederle los clásicos primeros 100 días, y ya garabateábamos algo cuando el día 99 se impone la pandemia y su dominó de consecuencias. Nos pareció innoble juzgar a un gobierno atravesado por un desastre universal sin precedentes, y seguimos callados.

En todo ese tiempo, las dudas que teníamos sobre Alberto Fernández y su gobierno, fueron y vinieron, sobrevolaban, y se quedaban. Nos ilusionamos con la imprescindible y urgente reforma judicial, pero poco a poco, la ilusión degeneró en fantasía. Nos ilusionamos con la investigación de la aberrante deuda externa contraída por el gobierno de Macri… pero pronto la renegociación de esa deuda, fue más importante que su origen espurio. Por un instante el caso Vincentín borró todos los temores. Pero enseguida los instaló definitivos. Nacía la sospecha de la tibieza del gobierno, mientras al mismo tiempo los medios de la “paz unilateral” lo acusaban de títere. Ya nadie se ilusionaba con la reposición de la Ley de Medios Audiovisuales, aprobaba por ambas cámaras, refrendada por la Corte Suprema, abolida por un decreto de Macri, y fin de la historia. Tremenda lucha, perdida así… Total, que durante estos dos años de silencio nos ilusionamos y nos desilusionamos muchas veces. Pero nunca olvidamos que la alternativa era el abismo, y preferímos callar, esperar.

Porque además las apariciones puntuales y precisas de Cristina, mientras tanto, dejaban la esperanza de una conducción lúcida, enfocada en una gestión a la altura de lo esperado, reclamando coraje de los funcionarios, pero también salarios, jubilaciones, reavivar el consumo para reavivar la producción, una distribución más justa… reclamando, en síntesis, más peronismo. A su lado Alberto, entre arengas y más promesas, se limitaba a sobreactuar su amistad con ella y la unidad del Frente de Todos, ante un pueblo que esperaba algo más, mucho más.

El domingo 12 de setiembre por fin enfrentó las urnas y obtuvo la mayor derrota electoral del peronismo. El propio entorno presidencial fue sorprendido…  ¿No la vieron venir? La derrota estaba ahí, en los altos índices de pobreza e indigencia, en la suba imparable de precios, y la caída libre del poder adquisitivo; en el vacunatorio vip y la fiesta de Fabiola, hechos que hubiesen pasado inadvertidos en otro gobierno, pero que los medios de la “paz unilateral” supieron magnificar hasta el delirio. La derrota estaba ahí, no la vieron venir, porque no quisieron mirarla.

Entonces apareció Cristina, con su costumbre de terremoto nacional que no deja nada en pie. El novio de la periodista de LN+ que diera a conocer las fotos de la fiesta de Fabiola, el vocero Juan Pablo Biondi, fue eyectado. El gabinete saltó por el aire y la oposición quedó congelada en su festejo. Los vencedores del domingo ya no importaban más. Vilma Ibarra salía a negar lo que el propio gobierno acababa de afirmar. Alberto tuiteaba cosas. Un terremoto nacional.

Los medios del miedo y sus pinochos intentaron instalar una crisis institucional, incluso hablaron de "golpe de estado". Son los mismos que encubren un tráfico de armas en apoyo del golpe de estado que aún niegan en Bolivia. Los que tanto se quejan porque los políticos transan a espaldas del pueblo, los mismos que reclaman transparencia, no pudieron soportar el saque de transparencia de quien una vez más demostró que se debe a sus votantes, y no a quienes estos votan. Al peronismo, no a sus dirigentes. Al pueblo. Que la Vandor es otra cosa.


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viernes, 9 de julio de 2021

9 DE JULIO, DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA, NO INDEPENDENCIA…

 

 

La economía argentina hipotecada en Washington, el aparato mediático-cultural alineado con la Embajada de Estados Unidos, y parte del territorio nacional ocupado por Gran Bretaña y las fuerzas de la OTAN.

En dicho estado colonial, nos pretendemos un país libre y soberano.

Menos que una fantasía, se trata apenas de un oxímoron.


LA NOCHE BAJO EL SOL




 

“Seamos libres y lo demás no importa nada”.

José de San Martín

 

 

Tal y como nos enseñaron a repetir desde la escuela primaria sin hacernos reparar jamás en el detalle, el 9 de julio se conmemora el Día de la Declaración de la Independencia, ninguna independencia. La distancia entre declararse libres y serlo es tan grande, que sigue todavía.

205 años después de aquella notable jornada, cuando un distinguido consorcio regional manifestó su voluntad política de liberar del yugo extranjero a estas provincias del sur, tenemos la economía en manos de Washington, el aparato mediático-cultural alineado con la Embajada de Estados Unidos, y parte del territorio nacional ocupado por Gran Bretaña y las fuerzas de la OTAN. Pretendernos un país soberano, libre, es infantil. Como creer que el 9 de julio es el Día de la Independencia Nacional. Ninguna independencia.

Una suerte de nuevo plan cóndor blando -y no tanto- se despliega sobre la región sin tantas balas –mientras no hagan falta-, pero armado mejor con la fuerza de los grandes medios de comunicación y la corrupción personal de los abogados que ejercen el poder judicial de cada país. 

Por eso Maduro gana las elecciones y es aislado y amenazado, por eso Lula arrasa en las encuestas y va preso, Correa parte al exilio, por eso Macri colabora con el golpe en Bolivia, y Cristina lleva ya más de diez años de persecución mediático-judicial sin que aparezca todavía una sola prueba concreta en su contra. Porque no somos libres.

Mucho menos en la Argentina, que además de sufrir todos los males de la región, mantiene –y es preciso repetirlo una vez y otra vez-, parte de su territorio ocupado por un país extranejro.

Diarios, portales, radios, canales, editoriales y librerías, productoras de cine y series, el 90 por ciento de todo ese aparato mediático-cultural está en manos del Grupo Papel Prensa, cuyo alineamiento con la Embajada de Estados Unidos no sólo es obvio desde hace mucho, sino que además hace mucho quedó al descubierto y en detalle con las filtraciones de Wikileaks.

Podemos llamar a elecciones todos los días pero la historia del mundo seguirá sin registrar un solo caso de colonia de verdad democrática. Se trata de un vacío lleno, una noche soleada, un oxímoron, una figura retórica, ninguna realidad.

Hace 39 años tropas y más tropas argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas y se parapetaban dispuestas a una guerra que desde entonces tratamos de olvidar. Poco días antes, nuestra soberanía territorial había sido recuperada en forma completa.

En respuesta inmediata la CEE bloqueaba comercialmente a la Argentina, mientras Juan Alemann -entonces ministro de economía- se apuraba a garantizarle al enemigo el pago puntual y completo de nuestra formidable deuda externa. Ningún bloqueo a nadie. Así empezó la rendición. Ese espíritu cipayo del gobierno de facto, pesaría más que todos los pertrechos y todos los cuerpos de todas las tropas, y volvería inútil cualquier sacrificio en el frente.   

Esa misma cúpula genocida y cipaya que había endeudado al país en forma record –al menos hasta la llegada de Macri-, cuando vio a los ingleses de cerca, se rindió sin chistar. Incluso agradecida.

El retorno al estatus de colonia fue entonces tan rápido –y era ya tan antiguo-, que ni siquiera lo sentimos. Primero nos distrajo el Mundial de España -¡debutaba Maradona!-, y luego la campaña de desmalvinización llevó la derrota bélica al plano moral, y la extendió desde las Islas a todo el país y hasta nuestros días.

Los mismos grandes medios que tanto apoyaban la gesta cuando “estábamos ganando”, a partir de entonces se dedicaron a explicarnos que todo había sido un gran error y una locura. La locura de un solo tipo: un borracho, que ya no precisaban más. Y chau.

Nunca más debíamos desafiar a ningún imperio, a ningún poderoso. No era importante tener parte del país ocupado por otro país, qué va. Tonterías escolares. Teníamos un territorio inmenso, ¿para qué pelear por dos islas más o menos? Pronto nos dejarían votar, y chau.

La flor de la derrota fue la democracia. Una democracia nominal, endeble, encorsetada por los vencedores de la guerra, teledirigida desde los grandes medios más grandes que nunca, y que voló por los aires en 2001 pariendo con dolor el primer proceso político de liberación nacional desde los ya lejanos días del general Perón… y que al cabo de 12 años de lucha, desbarrancó en Mauricio Macri y su destrucción total y su entreguismo absoluto, porque un oxímoron es un oxímoron y una colonia es una colonia.  

El 9 de julio de 1816 se declaró la independencia.

Y eso es todo por ahora.

La lucha continúa.





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domingo, 21 de febrero de 2021

GINÉS-VERBITSKY: EL VERDADERO DELITO…

 

 

El viernes último, mientras colapsaba la página del gobierno de CABA para la vacunación, y eran procesados por espionaje ilegal los exjefes de la AFI Silvia Majdalani y Gustavo Arribas entre otros; apenas presentado el Consejo Económico y Social con todas sus expectativas, un hecho inesperado frenaba las rotativas y eclipsaba cualquier noticia: el periodista Horacio Verbitsky confesaba haberse vacunado contra la covid merced a sus buenas relaciones con el Ministro de Salud Ginés González García. Nada importaron las sendas trayectorias de los protagonistas. Un diluvio de piedras de los que jamás pecaron, no deja de caer. 

Pero el verdadero delito es muy otro.

 

LA CORRUPCIÓN NO IMPORTA




 

Según su propia confesión, Horacio Verbitsky accedió a la vacuna contra la Covid-19 merced a su amistad con el ahora ex Ministro de Salud Ginés González García. El Ministro fue echado, Verbitsky linchado.

En su portal, El Cohete a la Luna, hoy se disculpa, Verbitsky, reconoce el error, y lo lamenta. Y por mucho que nadie le crea o se lo permita, admite que él también es capaz de una estupidez. De un lado y del otro de la grieta, no paran de llover las piedras de los que jamás pecaron, y lo sepultan.

El affaire recuerda el explosivo caso de “los bolsos de López”, cuando la indignación gorila desbordó su propia pecera y anegó incluso el núcleo duro del kirchnerismo. Vestiduras rasgadas de un lado y del otro. Pero en ambos asuntos, la razón del escándalo es la misma: el error, el desliz, la falta -“el crimen”, si se quiere- no estaba ni está en los bolsos llenos de dinero inexplicable, ni en la vacuna otorgada a un “amigo”. El problema, en ambos casos, consiste en la ideología que ostentan los responsables: ser o pertenecer o apoyar un gobierno peronista. El resto son apenas excusas.

Porque un presidente argentino puede tener 50 off-shores, y no pasa nada. Es más, un presidente argentino puede modificar por decreto una ley aprobada por ambas cámaras del Congreso para permitir el blanqueo de la fortuna que él y su propia familia amasaron a partir de largos de años de fuga de divisas y evasión impositiva. Todo bien.

Un presidente argentino puede incluso entregarle a sus amigos centrales eléctricas, parque eólicos, infinitos buenos negocios; intervenir la justicia a través de una mesa judicial desde luego ilegal; utilizar los servicios de inteligencia del Estado para perseguir adversarios y de paso encarcelarlos; puede hostigar, presionar o eliminar fiscales y jueces para limpiar sus propios delitos; aumentar las tarifas de las autopistas de su propiedad para inmediatamente venderlas más caras; robarse el Correo y perseguir a quien lo investigue; reunirse con jueces para instruirlos sobre su fallos, y hasta sacrificar un submarino de la Armada Argentina con sus 44 tripulantes, y mucho más. Todo le es permitido.

Mejor, peor: un presidente argentino, incluso ilegítimo, puede saquear el Estado, destruir la industria nacional, secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer miles y miles de personas, arrojar seres vivos pero narcotizados a las aguas del Río de la Plata, traficar recién nacidos, y mucho más, y tampoco pasará nada, los grandes medios lo seguirán aplaudiendo, y la justicia seguirá ausente. Apenas debe tomar la precaución de no ser peronista, y bueno, y por lo tanto, facilitar los grandes negocios de las grandes corporaciones que lo sustentan. Caso contrario…

De hecho en la Argentina ni siquiera hace falta ser presidente para transgredir la ley o carecer de la más mínima ética y seguir como si nada, basta apenas con ser antiperonista, y la protección mediática -y por lo tanto judicial-, estará asegurada.

La diputada Carolina Píparo y su marido intentaron asesinar a unos motociclistas, y ella sigue sin renunciar a su banca ni a su cargo como directora de Asistencia a las Víctimas. Todo bien. Pero un diputado peronista, en cambio, no podrá tocarle una teta a su esposa sin perder la banca.

Un presidente del Banco de la Nación Argentina puede otorgar créditos récords aun sabiéndolos incobrables, siempre y cuando los beneficiarios sean amigos, por muy fundidos que estén -caso González Fraga-Vicentín-, y ni siquiera será llamado a indagatoria, ya no detenido. Pero un ministro peronista, aún muriendo de cáncer, sufrirá prisión domiciliaria sin siquiera el permiso para tratar su enfermedad tan solo porque los grandes diarios lo acusan de encubrir a los responsables de la voladura de la AMIA. Tampoco importarán, ni se admitirán, las pruebas de su inocencia.

Oscar Aguad, Ministro de Defensa del gobierno macrista, puede perder un submarino, ocultar durante meses que ya lo encontró, mentir públicamente, cagarse en la tripulación sacrificada y en todos sus familiares, y seguir de vacaciones. Pero un ministro kirchnerista debe ir preso por una tragedia ferroviaria por mucho que el maquinista confiese que fue su culpa.

En dicha línea, las analogías posibles son innúmeras, ni vale la pena el inventario, porque la corrupción no importa: el corrupto es lo que importa. Si es peronista, o no. Ahí el error, el desliz, el verdadero delito: ser o pertenecer o apoyar a un gobierno peronista. El resto es espuma mediática, su consecuente agitación judicial, y desde luego, la correspondiente indignación pequeño burguesa, esa vieja tentación hipócrita de sentirse mejor que nadie apenas porque el otro fue descubierto, y nosotros no.


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viernes, 6 de noviembre de 2020

DEL QUE HABLA DE IRSE, Y DEL QUE SE FUE Y VOLVIÓ…

Sin más esperanza que el caos, los grandes medios alientan la diáspora, y varios de sus figurines más sonoros amenazan con dejar el país sin que ninguno termine de explicar en qué consistiría exactamente la amenaza.
Pero alrededor del circo, de sus payasos y sus bestias, está el público expectante, la masa de ilusos que alucina la tierra prometida de “un país serio” que a la vez sin embargo nunca encuentran en los mapas.
En primera persona, apenas aterrizado de regreso a la patria al cabo de veinte años en el extranjero, me permito estas líneas.   

 

 

DEL QUE VUELVE 
AL QUE SE VA


 
 



“Partir es morir un poco”
Jorge Luis Borges
 
“La vida es vida en todas partes”
Fiodor Dostoievski
 
 


Más divertidos que Los Tres Chiflados de pronto algunos mediáticos amenazan con irse del país sin que se entienda del todo en qué consiste la amenaza.
La evasora y fugadora serial Susana Giménez, el engolado Oscar Martínez, el despechado González Oro, el payaso rabioso de Alfredo Casero; la pobre Cristina Pérez, el pobre Eduardo Feinman (nadie quisiera ser ellos); Juanita Viale y Jonatan Viale -que no son hermanos aunque operen para el mismo páter-; el desgraciado Baby Echecopar –quería ser actor, y acabó siendo él-, son sólo algunos de los que impulsan el éxodo. Sin embargo lo dicen con tono de amenaza. Es gracioso.
¿Seríamos un país más pobre, menos culto, si por fin se va Susana Giménez?... Hoy que el gremio actoral sufre como pocos los rigores de la pandemia, ¿sería tan grave que Oscar Martínez y Alfredo Casero dejaran espacio a otra gente?... ¿Seríamos incapaces, como nación, de reemplazar a la mínima Cristina Pérez, al insignificante Eduardo Feinman?... ¿Baby Echecopar?... qué risa.
Tampoco saben muy bien a dónde ir, en este mundo apestado y en plena recesión. Los grandes medios -cuya sola esperanza es el caos-, alientan la diáspora y hablan de Uruguay, Australia, Suecia, Júpiter… pero las ilusiones duran lo que tarda el público en informarse de verdad.
Porque debajo y detrás de todos esos habladores, está la masa de ilusos que sueña un nuevo Eldorado en un planeta que revienta por todas sus costuras entre una pandemia universal, y la ruina sucesiva de cualquiera de sus economías, grandes, medianas, chicas, o miserables. Creen que existe eso que llaman “un país serio”, y aunque nunca consiguen ubicarlo en los mapas, saben que allí sin sudar demasiado reconocerán sus talentos aquí inadvertidos. 
Creen que en “cualquier lugar” estarán mejor que “en este país de mierda”, porque el mismo delirio les impone el desprecio por el lugar donde nacieron y donde tienen todos los derechos que en ningún otro lado volverán a tener.
Y esto porque la inmensa mayoría de ellos no conoce ningún otro país. Tal vez visitó alguno, o varios, puede ser, pero no vivió en ninguno, no conoce ninguno. Hizo turismo, claro, fue de vacaciones a gastar dólares, y creyó que la gente le sonreía porque “allá” era más amable. Pero en ninguno de esos países sufrió su justicia, su salud, su seguridad, su fisco, su burocracia, su día a día, y sus otros… Pasó una semana en un all inclusive de Punta Cana, y desde entonces cree que República Dominicana es una potencia mundial.
Nunca fue un chicano en los Estados Unidos, ni un sudaca en Europa, ni un gringo en Brasil, ni siquiera un curepí en el Paraguay. Que se vaya. Que pruebe. Que se entere.
En sus locas ilusiones cree que la inseguridad es un invento argentino. Bueno. Que pruebe en Brasil, donde las grandes organizaciones del crimen como el Comando Vermelho, y sobre todo el PCC -o en su defecto los comandos paramilitares que nacieron para combatirlas-, funcionan como estados paralelos en guerra permanente en cualquier calle de cualquier ciudad y a cualquier hora. Que prueben si no en los Estados Unidos, meca de los serial killers, los asesinos en masa, y el crimen organizado; (y eso cuando el peligro no es la propia policía, racista y brutal, sobre todo con los negros y los chicanos y los inmigrantes en general). Que vaya, sí. Que vaya a Europa si quiere seguridad, pero que no tome el tren en Atocha, que evite los subtes de Londres, los teatros de Francia, las plazas de Alemania, y que ni se le ocurra mencionar a Alá… Que vaya, sí. Que pruebe. Que se entere.
Alucinan que los problemas económicos o laborales se resuelven con solo cruzar la frontera, que “allá” el provenir existe y reluce, que entonces no habrá más pena ni olvido, y está bien, porque ese espejismo es la chispa de la historia de todas las migraciones del mundo. Que vayan. Si temen que tales fantasías puedan redundar en futuras frustraciones, que vayan, que no se queden con las ganas. Pero que sepan.
Dejar el país, irse, vivir en Europa, en una playa tropical, en París o Nueva York, son fantasías habituales, como jugar en la Selección, triunfar en Hollywood, o ganarse el Nobel… Pero luego hay que irse de verdad, dejarlo todo, afectos, amigos, calles, bares, lengua, y partir… porque como dicen los italianos, una cosa es morir, y otra molto diverso é parlare de morire. Nada que ver.
El que de verdad se vaya -no el hablador- debe saber que allí donde vaya será un extranjero. Parece una obviedad, pero es un badajo de hierro colgando del cuello para siempre. Si se quiere tener una idea más precisa de lo  que digo, vale reparar en cómo se trata a los extranjeros en la Argentina. Bolivianos, paraguayos, peruanos… el que de verdad se vaya, que mire, que observe, que se ponga en sus lugares. Porque más antes que después, allí donde vaya, escuchará el viejo grito “si no te gusta volvete a tu país”.
Debe saber que además de un extranjero, será, en cualquier lugar del mundo, un argentino. Y entonces la descarga de la sorpresa que significa descubrir la diferencia que hay entre lo que un argentino cree que es un argentino, y lo que el resto del mundo cree que es un argentino.
Debe saber que las gracias por Maradona duran cinco minutos, que rara vez somos bienvenidos, que los brasileros nos sonríen cuando vamos de vacaciones porque llevamos dólares, no porque son más alegres; que en Europa nos miran de reojo porque ni todos somos Messi, que algunos ni siquiera nos distinguen de colombianos o mexicanos o bolivianos, que muchos ni siquiera saben muy bien dónde queda la Argentina; que el resto de los latinoamericanos nos mira incluso algo peor porque en general nos creemos algo mejor, en fin… que el resto del mundo también está lleno de prejuicios y xenofobias y racismos y chauvinismos, que no inventamos nada, que no somos más que nadie, si te vas mejor saberlo.
Y es importante además recordar que si no sos astrónomo, físico nuclear, cardiocirujano cuando menos, entonces tu mayor virtud será tu indefensión social, y si conseguís trabajo es porque tenés apremios pero no papeles, y entonces tampoco tendrás vacaciones, aguinaldos ni francos… y eso siempre y cuando las cosas vayan bien. En general, lejos y solo, se complican.
Escribo estas líneas con la autoridad que me confieren veinte años de exilio, acaso voluntario, podría decirse, pero si bien se los revisa, los exilios nunca son del todo voluntarios. Veinte años. Cinco en Europa -protegido y muy bien acompañado- y los últimos quince en una playa tropical de esas que salen en todas las postales, y donde tampoco la pasé del todo mal. Nada reclamo. Agradezco a los dos países. Pero no me limito a mi experiencia. Hablo de lo que sé, de lo que viví y lo que vi, de la cantidad de historias de extranjeros que un día dejaron de hablar y lo dejaron todo y se fueron en serio, y de muchos a los que les fue bien, y a muchos mal, y a la gran mayoría igual que en cualquier parte, pero ninguno jamás encontró el paraíso de sus fantasías, y todos en todas partes llegaron a decir, en algún momento, ¡qué país de mierda!, y tampoco dejaron jamás de sentir esas ganas de volver que siempre vuelven.
Porque eso también tiene que saberlo el que se va: irse es difícil, seguro… pero volver puede serlo mucho más.  A veces, incluso, imposible.
Ahora que se vayan.  
Yo estoy de vuelta.


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