Con una
diferencia de apenas 700 mil votos por encima de Scioli, decir que la mayoría del
pueblo eligió a Macri, es como decir que ese vaso está medio lleno porque está
medio vacío. Los números crudos le dieron la victoria, pero también le
avisaron: te espera un país partido en dos mitades, y entre las dos, la nada.
LA
GRIETA Y EL ABISMO
700 mil
votos le dieron la elección a Macri.
704.860
es el número exacto que informa hasta hoy la página de la Dirección Nacional
Electoral.
12.903.301,
contra 12.198.441.
Ningún
millón siquiera.
Nada. Una
diferencia exigua. Mínima.
Pocos y
volátiles, muchos de esos votos quizá ya desaparecieron. Sobre todo aquellos
que lo votaron con el solo objetivo de ver perder al peronismo. Esos, todos, la
mañana del 23, ya no estaban. A muchos otros, en breve, se los llevará como
hojas del árbol caído el huracán de los primeros tarifazos que ya están
anunciando.
Es más:
conocido su gabinete y confirmados la Bullrich en Seguridad, el exgerente de
Shell a cargo de Energía, y en Economía Prat Gay y Melconian y los mejores muchachos de Cavallo ya a cara descubierta, quizá,
hoy, Mauricio Macri no llegue ya al 50 por ciento. Pero hoy ya es tarde. Ahora
tiene que gobernar.
Gobernar
un país partido en dos mitades. Una mitad que lo votó pero que ya se deshace en su
propia victoria, y otra mitad que no lo votó porque no le cree ni lo quiere y
que no está sola ni espera ni piensa renunciar a ninguna conquista.
Y entre
una mitad y la otra, hay, hoy, apenas 700 mil personas. Muy poco. Muy volátiles.
Espuma, viento, y nada.
Ninguna
luna de miel les espera a Macri y sus gerentes. Por el momento siguen en
campaña como si nada hubiera sucedido, atacando a Cristina y su gobierno, chochos
con lo bien que les fue con eso… pero el diez de diciembre avanza a paso firme
en los relojes y ni Durán Barba podrá detenerlo, ¿y entonces?...
Y
entonces seguirán en campaña, disimulando cada fracaso propio bajo la vieja alfombra
de la “pesada herencia recibida”, y otra vez se nos pedirá paciencia, como hacía
De la Rua, que nunca entendimos para qué se postuló si no sabía lo que le
esperaba.
Danza
con globos tampoco lo sabe y también se postuló y también ganó, y ahora, como
De la Rua, debe gobernar. Lo sepa o no.
Si esta
nueva Alianza –compuesta por muchos de los que formaron la anterior-, repite
los comportamientos que ya tuvieron (¿y por qué iba a ladrar el chancho si es
chancho?), entonces los primeros meses de este gobierno –como sucedió con aquél-,
transcurrirán entre tropiezos, excusas y fracasos. Los costos, claro, los
pagaremos todos. Y nos pondrán nerviosos. Claro. Los paros y las protestas, los
cortes de calles y de rutas, se multiplicarán. Macri, tal como se espera –porque
ya lo ha demostrado en la CABA-, reprimirá. Con su brava policía, la del
Indoamericano, la que les pegaba a los enfermos del Borda, pero ahora ya del
todo desbocada, ya sin bozal y sin correa. Entonces Macri precisará más suerte
que De la Rua o Duhalde para que a ninguno de sus bravos policías se le escape
ningún tiro contra ningún pecho de ningún manifestante. Porque cuando ocurren
esas cosas, los presidentes pierden imagen y sustancia y ya no le sirven ni al
helicóptero que se los lleva.
Los
medios del miedo, mientras tanto, no darán más miedo. Al contrario. Pase lo que
pase, caiga quien caiga, maten a quien maten, culparán a “la crisis”, o
buscarán infiltrados, y justificarán, una vez más, cualquier cosa. Con la
experiencia y la práctica de haber encubierto el genocidio más grande de la
historia argentina, esto será un paseo. Pero ojo: ni Clarín ni La Nazión
descartan que Macri sea descartable. A De la Rua también lo defendieron alguna
vez. Incluso a Kirchner. La gente les sirve hasta que no les sirve más, manual
de estilo.
Pero la
pregunta es: ¿Dónde estarán entonces, cuando todo se complique, esos 704.860
que un domingo de furia lo votaron?... ¿Llenarán la plaza de Mayo al grito de
Macri o muerte?... O más bien reciclarán sus cacerolas, que acaso de poco y
nada les sirvieron con Cristina, pero que tantas satisfacciones les dieron con
la Alianza anterior.
Apoyado,
sostenido en esa puntita casi invisible del 1,40%, decir que la mayoría del pueblo votó a Macri, es lo mismo que decir
que ese vaso está medio lleno porque está medio vacío.
Sin
quererlo o no, la revolución de la alegría está en marcha. Mauricio Macri la encabeza. Lo espera el
tremendo problema del narcotráfico, para lo cual no tienen más planes que
repetir fracasos ya mil veces probados. Lo espera su propia promesa de levantar
el cepo, disparar el dólar, y perder en pocos días el control de la economía. Lo
espera un parlamento sin mayoría propia. Lo espera el juez Griessa para
llevarse hasta las lapiceras. El FMI, con la servilleta puesta. Su amigo Cameron,
para decirle que se olvide de las Malvinas. Pero sobre todo, lo espera el gran
pueblo argentino. Sus dos mitades.
La
mitad que lo votó porque no quiere a Cristina aunque tampoco lo quiera a él, y
que le crea o no le crea igual le va a exigir algo más que globos de colores; y
la otra mitad, que no lo votó porque no le cree ni lo quiere, pero que igual le
va a cobrar y sin demoras todo ese bienestar que tan alegremente prometió
cuando hablar le parecía gratis.
Entre
una mitad y la otra, está la famosa grieta. Su vacío. El abismo.