Con nuevos sketchs, más imitadores, y un stand-up propio como
en sus días del Maipo, Jorge Lanata volvió a la tevé y sacudió el rating con un
informe que prueba antes que nada los efectos nocivos del consumo de cocaína,
la desesperación del Grupo Clarín en su caída, la ceguera del odio, los riesgos
del narcisismo, dos yuppies rabiosos, y la negligencia y futilidad del propio
conductor.
OPERACIÓN JA JÁ
Curiosa Argentina.
Dos pendejos duros de merca, ayer socios
y amigos, hoy se pelean por dinero. Alterados por la codicia, el ego o el clorhidrato,
deciden hacerlo en público y lo pescan a Lanata. Resentidos, incontinentes y
narcisistas, los dos pendejos –a los que les fue demasiado bien de golpe, y de
golpe demasiado mal- cruzan acusaciones millonarias, presumen amistades
presidenciales, y se arrogan el manejo de operaciones mafiosas. Los dos charlatanes son cuatros de copa, pero
el monopolio Clarín y su empleado estrella, ciegos en su desesperación, los confunden
con el Watergate tan soñado, y les dan estatus de estrellas. Inmediatamente,
una política políticamente extinta, denunciadora serial, corre a tribunales con
esa nada entre las manos. Pero antes de 24 horas el hablador número uno sale a
negarlo todo en un programa de chimentos, porque el escándalo incluye también un
par de vedetongas. Para entonces el país, sin embargo, ya no hablaba de otra cosa.
Curiosa Argentina.
El Martiyo asistió
dos veces dicho programa de Lanata, y las dos veces con toda la objetividad del
que busca razones reales para dejar de creer en lo que cree, si de verdad le
demuestran que cree en una mentira. A nadie le gusta comer vidrio.
Iniciado el show, al cabo de un largo stand up de Lanata, en el que fogoneaba odios sin aportar la más mínima
información -luciendo de paso toda su negligencia-, y luego de algunas
imitaciones de burlesque -y de una sueca que estaba bárbara-, una puesta en
escena sensacional anuncia la revelación por fin de La ruta del dinero K… Frente
al hondo silencio de su claqué, Lanata disparaba circense: La denuncia más fuerte de los
últimos años… dos años estuvimos investigando… 55 millones de euros que salen
del país… una historia a la que no le falta nada…
Y sí, ahí no mintió, a la historia no le faltaba nada: acción, suspenso,
sexo, farándula, política, mucho dinero, efectos especiales, y hasta fantasías para
los más chicos.
De arranque la escandalosa denuncia era apoyada apenas en el
relato personal de un tal Leonardo Fariña, un muchacho de 27 años, casado con
una modelo de la tele, un pibe de La Plata metido a yuppie y con
todos los tics del adicto a la cocaína. Duro, acelerado, paranoico, agresivo,
bastaba verlo fumar para saber qué había tomado.
Desde luego la técnica de la cámara oculta redobla la
gravedad de lo que allí se diga, aunque allí no se diga nada, pero esa nada, sonará terriblemente secreta. ¡Y no era para menos! ¡El hablador imparable, en penumbras, se
jactaba de haber lavado y trasladado toneladas de billetes para un poderosísimo
empresario socio de Kirchner, porque ni el presidente del país, ni el
poderosisímo empresario éste, consiguieron jamás a nadie mejor, para semejante
maniobra, que este charlatán farandulero. Raro.
Raro porque pese a confiarle semejante maniobra, el hablador
dice haberse encontrado con el expresidente apenas dos veces, una en un asado
(acaso entre otras cincuenta personas), y otra cuando “jugaron un partido de fútbol” (ámbito inconveniente para ese tipo
de acuerdos). Total: dos encuentros fugaces y en absoluto íntimos, que bastaron sin embargo para asociarlo en semejante delito, confiarle semejante fortuna, y arriesgarse
a semejantes consecuencias. Rarísimo, sí... Porque una de dos: o Néstor Kirchner
era trucho, o era boludo, ya que las dos características juntas, llevan más
rápido a la cárcel que a la
Rosada.
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Hablador Nº 1. |
Raro también el método a través del cual el hablador lavaba
ese dinero.
Lo sacaba en mochilas estudiantiles, bolsos deportivos…
toneladas y toneladas de billetes en infinitos bultos cruzando fronteras,
aduanas y aeropuertos través del continente, sin que nadie nunca intercepte
ninguno, nada. Hablamos ya de una red continental que involucraría a todos los
gobiernos de la región, desde Buenos Aires a Panamá… Rarísimo, sí.
Rarísimo también porque el hablador daba muchos nombres –Lázaro, Cristobal, Néstor-, pero ningún
apellido.
Íntimamente consciente del delirio que presentaba, entre flashes
de imágenes que lo ilustraban (un avión, un campo cualquiera, un Báez con
Kirchner); Lanata intenta sostenerlo todo con una entrevista al exsocio de
Fariña, un tal Federico Eraska, otro pendejo del estilo del primero, que allí se nos presenta como “financista desempleado”, pero sobre todo, como víctima de su exsocio, Leonardo Fariña, el hablador número uno.
El hablador número dos, a su vez, involucra
a un tercero, marido éste de una vedette tan luego hija de un cómico famoso, y así en
cuatro rápidos pases llegamos de Néstor Kirchner a Juan Carlos Calabró. El caso
gana en potencialidades mediática, aunque pierde en gravedad.
Fariña lanza tremendas declaraciones que no dicen nada: “El día que murió Néstor, ¡los aviones de
Lázaro iban y venían!”… ¿y?... “Néstor
lo armaba todo”… ¿eh?...
El hablador número dos, en cambio, prefiere apuntarle al
uno, su bronca es con él. Eran socios. Amigos. Si hasta habían convivido. Se
descuentan mil noches blancas meta champú y efusivas declaraciones de fraternidad.
Se huele en su relato el gas venenoso del resentimiento, trata de rebajar a Fariña,
de ningunearlo: “era un apenas cadete
multimillonario de Báez”. Lanata cree tener algo, y se hace el entendido. Pero la sustancia no aparece.
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Hablador Nº 2. |
Ambos habladores involucran a Lázaro Baez, empresario de Santa
Cruz, “amigo íntimo de Kirchner”,
establece Lanata así nomás, y luego, con cinta scotch, trata de pegar a Báez
con Cristina a partir del hijo de aquél, a la sazón presidente del Club Boca
Juniors de Río Gallegos, en cuyas instalaciones, Cristina estuvo una vez. Ergo:
Cristina lavó toda esa guita. Simple.
Con la misma simpleza el informe denuncia además una mesa de
dinero que dice que llaman La Rosadita, y que
funcionaría en un edificio de Puerto Madero, el mismo donde vive el
vicepresidente Amado Boudou, dice Lanata, y donde la familia presidencial, dice
Lanata, tendría ocho cocheras. Pero de todo esto la única prueba que presenta
la investigación es una foto de lejos de una ventana de un edificio.
En uno de los momentos más graciosos de la noche –incluyendo
los sketchs-, Lanata trata de explicar la ruta del dinero, y nos dice que “la guita la llevaban en bolsos porque era
tanta que en valijas no entraba”… ¡¿Cómo, cómo, cómo?!... ¿Los bolsos son naturalmente más grandes que
las valijas?... ¿Nacen así?... ¿Y en qué bolso caben 55 millones de euros todos
juntos?... ¿O se trataba de varios bolsos pequeños como valijas?...
A esa altura del programa y sus rarezas, nos preguntábamos si además de esos
dos habladores, suposiciones forzadas, y nexos cosidos de apuro, Lanata tenía
alguna prueba concreta... o con todo su peso había saltado al vacío sin un
paraguas siquiera.
Pero entonces Lanata dice que sí, ¡que tiene documentos!... ¡Pruebas!,
ya no decires… y luego de extensos minutos de autobombo, guapea, por fin, tres.
Una certificación de una empresa aparentemente off-shore; un poder general extendido por dicha
empresa a nombre del hijo de Báez (Martín); y el extracto de una cuenta en
Suiza según el cual dicha empresa tiene en su haber un millón y medio de
dólares. O sea, según los propios habladores del informe, faltarían allí aproximadamente
54 millones de euros; pero Lanata –que conoce el ardid de las valijas y los bolsos (guarda)-, también nos explica que se hace así, porque el mucho dinero se reparte entre
muchas cuentas, para no avivar giles como vos. Pero no muestra nada de ninguna
otra cuenta. Eso es todo.
En síntesis, y más allá de los habladores, lo único que
parece concreto de todo el informe, es que un hijo de Lázaro Báez sería
apoderado de una empresa aparentemente offshore, que tendría
tan solo un millón y medio de dólares en una cuenta en Suiza. El resto, por
ahora, es un cacareo rabioso, un relato lleno de inverosimilitudes, y un berrinche entre dos chicos que se creyeron grandes.
Por supuesto la duda ya fue instalada, y aunque la justicia
la investigara a fondo, y todo resultara una farsa, la duda seguirá quedando en
los que igual ya dudaban. Por eso el informe nos parece al cabo inocuo.
Televisivamente, el programa midió muy bien. Políticamente, en
cambio, no agrega nada: los ka no lo creerán -para eso le sobran fisuras-, y los otros no lo precisaban -por más fisuras que les sobren-. Judicialmente,
no pasa de un programa televisivo con sketchs y otras atracciones. Y por todo
esto, periodísticamente, fue endeble, insustancial. Inválido.
Los grandes empresarios participan del poder y la política
desde siempre. Son el poder, y hacen la política. Buscan negocios allí, y eso
es más viejo que andar a pie. Luego, en gratitud -y sobre todo en vista de más
negocios-, aportan dinero a las campañas de los partidos. De todos. Al
menos, de todos los que tienen posibilidades de ganar. Y al que gana, luego, tratan
de cobrarle su inversión. Así funciona el poder en todo el mundo, y desde siempre.
Si Báez hizo negocios durante el gobierno de Kirchner,
incluso con apoyo del gobierno de Kirchner, eso no significa, directamente,
que haya lavado dinero; y si lo lavó, no significa, directamente, que lo haya
lavado en complicidad con Néstor Kirchner. Los empresarios hacen aportes a las
campañas, pero no siempre comparten sus ganancias.
Pensar así sería pensar que la guita de Magnetto y Ernestina
es también de Videla; que los Macri reparten la suya con los Galtieri, o que la
fortuna de los Vigil es también la de Menem; por dar sólo algunos rápidos
ejemplos.
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Habladora permanente. |
El informe era pobre, pero ruidoso. En una producción muy de
Clarín, ni lerda ni perezosa, y siempre previsible, Elisa Carrió corrió a los tribunales con esa
nada entre las manos, y allí le dieron menos bola que en las urnas. Pero para
entonces los medios del miedo ya estaban a los gritos. El espectáculo brillaba.
Sólo que antes de 24 horas el hablador estrella ya lo negaba todo en un programa de chimentos, asegurando que sabía que lo estaban filmando, y que entonces le hizo la cámara a Lanata.
Aún así desde el domingo no falta quien se pregunte por qué
este pibe hace lo que hace, y especulan sobre a quién favorece, y a
quién responde, y si lo operan de aquí, o lo operan de allá… Sorprende la duda porque el propio hablador la disipó en la
cámara oculta: quiere un trato. Sintéticamente: quiere que Lanata limpie su
imagen. Su imagen, esa es la cuestión. Y se lo propone sin vueltas: “yo
quiero blanquear que no soy un delincuente, que soy un tipo capaz”. A cambio
está dispuesto a todo. Es el mito de Narciso, ahogado en su propio reflejo.
Estábamos listos para publicar este post hacia el final de la tarde de ayer, cuando entonces apareCe por la tele el
hablador número dos, Eraska, desmintiéndose también. Reconociendo allí lo que escribíamos aquí, que “estaba caliente con Fariña”, que todo era “mentira”, que “nunca
lavó dinero”, que “no conoció a Lázaro Báez”, y lo que es peor: que “cinco
veces le pedí a Lanata que no pase la entrevista”, avisándole que “era todo
mentira”. Lo que decíamos aquí: una pendejada. Y Lanata, y Clarín y los suyos, ciegos en su desesperación, se la compraron.
Ahora Fariña desfila y se desdice por los programas de chimentos de
América perseguido por la otra hija de Calabró; mientras Lanata recorre los programas del Grupo prometiendo más revelaciones para el próximo
capítulo, con todo el apoyo de Elisa Carrió, líder natural del uno por ciento
del electorado.
Graciosa Argentina.
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