La agonía de la prensa gráfica es
universal, ecuménica. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco, y la
terminan. Reducidos a instrumentos de poder y de negocios, los medios pierden
credibilidad, y se autodestruyen. La falta de oficio y de imaginación de sus
hacedores, hacen el resto. Clarín es una prueba. Le sigue, ahora, Página 12.
LOS DIARIOS TAMBIÉN SE MUEREN
Crítica, El Mundo, La Prensa, La Razón, Última
Hora, Noticias… los diarios también se mueren. Algunos de manera abrupta,
súbita, otros agonizan durante años, como Clarín, La Prensa o Página 12.
La Prensa, el viejo La Prensa, murió con
la vuelta de la democracia, alcanzó su mediodía con la Fusiladora, y de allí el
lento declinar hacia el ocaso. Resucitó en formato tabloide allá por 1994, para
agonizar desde entonces, ya casi fantasmal.
Clarín resultaba incontestable, mucho más
desde que distribuía el papel para la competencia. Y pese a su expresa
complicidad con la Fusiladora primero y la dictadura genocida después, y pese a
ser ya desde entonces un instrumento de poder, más que un producto
periodístico, mantuvo su hegemonía en la opinión pública hasta su
enfrentamiento con el kirchnerismo, cuando su credibilidad fue popularmente
cuestionada, y definitivamente dañada. Según el IVC (Instituto de Verificación
de Circulación), fue el diario que más lectores perdió en el quinceno
2003-2018. La constante caída en las mediciones de sus productos audiovisuales,
marcan el pulso de su agonía. Pero este cronista había visto ya a fines de los
años 80 una pintada en la esquina de Carlos Calvo y Defensa que avisaba desde entonces:
“Nos mean, y Clarín dice que llueve”. Una muerte anunciada.
Página 12 fue la última novedad en diarios
en la Argentina. Atento al avance de los medios audiovisuales, decidió ser un diario de
análisis, investigación y opinión, más que de información, y sus tapas, lejos
de anunciar, editorializaban con buena gráfica y humor. Jorge Lanata ya estaba
en venta pero todavía nadie lo había comprado, eran los días dorados de
Pasquini Duran, del mejor Bonasso, Horacio Verbitsky, las contratapas de
Osvaldo Soriano, Eloy Martínez, Juan Gelman, el Tano Dal Masseto… altri
tempi.
Sombra de lo que fue, hoy Página 12 es un
diario mal escrito y peor corregido, cuyas notas, apuradas o desganadas -cuando
no pretensiosas- no llegan a ser artículos justamente por su falta de
articulación en el desarrollo, y más bien parecen una pegatina de informaciones
que se deshilachan como quien se desangra.
La imprecisión en la información era hasta
no hace tanto algo impensable para Página. Hoy son frecuentes las fes de
erratas, las aclaraciones y las explicaciones sobre lo que se quiso decir
cuando se dijo lo que no se dijo -caso reciente, Acuña-Priebke-, cuando no los
errores y las falsedades que, si pasan, pasan.
Pero si algo distinguía a Página 12 era su
independencia frente al poder político, más allá de su orientación jamás
oculta, de su parcialidad, sin renunciar al rigor informativo, la
investigación y la primicia. Eso también se terminó allá por 2016, cuando el
“sindicalista y empresario” Víctor Santa María, presidente del PJ Capital, y
Secretario General del sindicato de los porteros, se hizo cargo del diario, y a
poco de andar, echó a Verbitsky porque este insistía con denunciar a Mauricio
Macri. Allí quedó expuesta la fractura que lo rompió.
Desde entonces Página, como Clarín, dejó
de ser un producto periodístico para convertirse en un instrumento de poder
político, y por lo tanto, de negocios. Inspirado en Magnetto, Santa María comprendió
el asunto.
Ahora, mientras se cocina por dentro entre
problemas gremiales y económicos, amenazado como todos los diarios del mundo por
la virtualidad y sus redes, reducida su suerte al público progre-peronista que
le regalan los otros medios, Página 12 agoniza despacio, pero seguro.
Convertido ya en un suplemento de su
propio suplemento Las 12, la temática feminista casi no deja espacio para el
deporte o las internacionales, mientras abunda en historias autorreferentes,
repetitivas, y previsibles desde sus títulos.
Sus viejos grandes columnistas
sobrevivientes -Wainfeld, Bruchstein, Granovsky- parecen apurados o desganados.
Wainfeld insiste con un tono enunciativo que nunca se resuelve en conclusiones
ni información, sino apenas en interpretaciones que se presumen análisis, y
conjeturas y proyecciones que la realidad desbarata con frecuencia. Bruchstein
se limita a comentar la actualidad como en una sobremesa por escrito, sin
aportar información ni sorpresa tampoco. Granosvky también parece cansado.
Eduardo Aliverti, alambicado y lento, capaz
de complicar la frase más simple, se extiende durante párrafos y párrafos entre
sinónimos y rebusques para decir lo que ya sabíamos que iba a decir. Mempo
Giardinelli, siempre indignado, dice lo de siempre y siempre a los gritos, pero
nada nuevo nunca. Y a la semana se repite.
Algunos redactores, como Fernando Cibeira,
Werner Pertot, y/o Romina Calderaro, son
literalmente ilegibles, y no solo por sus problemas sintácticos y gramaticales.
Exceptuando el Cash, sostenido por los
buenos trabajos de Alfredo Zaiat, Raúl Dellatorre y David Cufré, los otros suplementos son cada vez más elitistas, endogámicos, y fatuos, como el
Radar. El Radar Libros, en cambio, no pasa de ser un chivo de las novedades
editoriales que lo sustentan. ¿Sátira 12 sería gracioso? Las 12 no hace falta, fue dicho, para
eso está el diario. Líbero, el deportivo, acaso por su propia esencia, parece
escrito con los pies.
Las contratapas, las famosas contratapas
de Página, hace rato que no importan más. José Pablo Feinmann divaga, se enrosca
en sus propios silogismos para terminar desparramado entre conceptos confusos,
neblinosos. Noé Jitrik sabe mucho de literatura, lo que no lo convierte en
escritor, y confunde el artículo con el ensayo en ripios ilegibles, sobre todo
por aburridos. Fresán, con sus módulos inarticulados y su “homo-ego”, sólo
habla de sí mismo, y de otras minucias que tampoco importan. Enrique Medina parece
escribir las suyas mientras hace otra cosa. Las contratapas, las famosas
contratapas de Página 12, tampoco importan ya.
El chiste de tapa es cada día más triste,
como Rudy, y ni el pirulo de tapa se salvó, cuyo espíritu destacaba en muy pocas líneas un detalle
revelador y relevante, mientras hoy suele ser una especie
de copete de una de las notas interiores, o una curiosidad rescatada de las
redes dos o tres días tarde.
Encorsetado por las operaciones políticas
y los variados negocios del propio Santa María -que por ejemplo le cedió el
hotel de los porteros en la Triple Frontera a la hermana de Horacio Rodríguez
Larreta, mientras al mismo tiempo impulsaba la candidatura de su pareja Gisella
Marziota junto a Lamens contra aquél-, hirviendo en conflictos internos, financieros
y fiscales, sin control de calidad, sin ideas o sin ganas, Página 12 también se
muere.
La agonía de la prensa gráfica, es
ecuménica, universal. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco. Pero la
degeneración del oficio del periodismo en propaganda, y sobre todo, la falta de
imaginación de sus propios hacedores, son su tiro de gracia.
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