Las elecciones en Buenos Aires y Santa Fé, nos cuentan de un nuevo encuentro entre las dos argentinas de siempre, como siempre en pugna. Ya las posiciones parecen irreconciliables. No porque una y otra busquen cosas distintas en direcciones opuestas. El drama es acaso más hondo.
QUERER Y NO QUERER
Realistas y libertarios, unitarios y federales, peronistas y gorilas, gallinas y bosteros, membrillo o batata, tinto o blanco, siempre hubo dos Argentinas, y las dos, en todos los tiempos, encontraron sus símbolos para distinguirse y sus razones para enfrentarse. Hoy es Cristina, los Ka, y los antiká. Pero todo, aquello y esto, es igualmente falso.
Las dos fuerzas que se enfrentan desde siempre en la Argentina , son las mismas dos que se enfrentan por la tierra en el alma de los hombres desde el principio de los tiempos: el amor, y el miedo. Allí los dos bandos en pugna: el amor, que a veces parece sólo celo; y el miedo, que a veces parece puro odio. Porque el que quiere, quiere, y el que no quiere, por definición, no quiere.
Los que quieren a Cristina, y el modelo que ella representa, conduce y ejecuta, saben lo que quieren: quieren eso: quieren la inclusión como principio y hecho, quieren la AUH , quieren las jubilaciones para todos, quieren efectivamente al Estado sirviendo al pueblo, y no viceversa; quieren, sienten orgullo, de habernos por fin alineado con la América Latina que nos corresponde, mientras comerciamos con el mundo como se nos da la gana sin pedirle más permiso a nadie; quieren una Argentina exactamente así: solidaria, igualitaria, multirracial, industrial, productiva, economicamente independiente, políticametne soberana, y socialmente justa… es decir: saben lo que quieren, no se confunden, no dudan, no les da lo mismo cualquier otra cosa. No celebran victorias ajenas.
La otra Argentina, en cambio, no sabe lo que quiere, ni se demora demasiado en saberlo, porque sabe sí, pefectamente, lo que no quiere. Por eso esa Argentina celebra tanto a Macri como a Binner o Duhalde, a Carrió, Biolcatti o el payaso Del Sel, no importa, ninguno importa. No se trata de quien gane: se trata apenas de quién pierda. Son, como aprendieron a decir, “no positivos”, (porque también les da miedo decir lo que son), pero son eso: son lo que niegan, lo que no son, lo que no hacen, lo que impiden, lo que rechazan... son lo negativo.
¿Están locos? No: tienen miedo. Y es tanto el miedo, que por momentos parece odio. Porque no quieren, y el que no quiere, al no querer, parece odiar. Pero no es odio, no.
Temen una Argentina a la deriva por la historia, ya sin la guía ancestral y santa de la Santa Iglesia Católica y los patrones de la Sociedad Rural y los grandes grupos económicos multinacionales que hasta hace poco y desde hace tanto llevaban las riendas del país sin que les tiemblen las manos, carajo. Y más miedo les da cuando se ven ya sueltos del paternal y protector Occidente capitalista -que acaso hoy en su derrumbe nos aceptara como un par-; y les asusta muchísimo la amistad en cambio con todos estos locos de Chavez y Correa y Evo Morales, manga de zurdos subversivos. Temen también una Argentina sin la certeza de vivir sin rivales que nos dan los monopolios. (Temen las represalias que puedan tomar los monopolios maltratados). Les asusta una Argentina llena de fábricas que a su vez se llenen de trabajadores, un país incapaz de importarlo todo, ¿o para qué mierda somos el granero del mundo?; les aterra una Argentina que siga regalándole guita a los pobres en vez de mandarlos a trabajar o a la cárcel, que por algo son pobres; y se enceguecen de pánico ante una Argentina idiota poblada de negros, de bolivianos, de paraguayos y esas cosas… ¡que se vayan todos!, grita muerta de miedo esa Argentina que no quiere a nadie más que a sí misma, que sueña con una Argentina para pocos, ni siquiera para todos los argentinos, o sí, pero donde los únicos privilegiados serán los blancos bien vestidos, ilustrados, pensantes, y no positivos…
A esa Argentina, claro, le da lo mismo Binner, Duhalde, Macri o los Midachi, no importa quién gane: importa quien pierda; porque esa Argentina, que no sabe querer, no puede querer sino la derrota, y ahí su victoria.
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