Un lector desprevenido nos preguntaba esta semana si “comprábamos” a Verbitsky, que es,
agregaba, “un hijo de puta”. Hasta
ahora, pese a lo mucho que se lo pedimos, nuestro amigo no envió ninguna prueba
al respecto, siquiera un argumento que sostenga lo que dice. Curiosamente, el
amigo en cuestión es también un colega, un periodista.
Nosotros en cambio, con educación y profesionalismo, nos
tomamos el trabajo de responderle y explicarle. Primero, que no conocemos a
Verbitsky, ni guardamos ningún aprecio especial por él. Y segundo, que tampoco
lo “compramos”, o en tal caso, no lo
compramos a él; más bien pagamos un abono mensual a Internet, y así tenemos
acceso a todos los diarios del mundo, y más cosas.
Por supuesto, sabemos que nuestro amigo no se refería a eso;
“comprar”, en tal contexto, y en boca
de un argentino, significa más bien “tragarse
algo sin masticarlo”, o, mejor, directamente, “creerse una mentira simple”.
Ahí -pueden leerlo-, nos limitamos a comentar el inusitado
enfrentamiento entre un periodista y el Vaticano, su papa y sus papistas;
destacando, eso sí, que el periodista presentaba pruebas, y los otros no.
También contrastábamos allí –vicios del oficio- las técnicas
periodísticas de Verbitsky, contra las de sus pares de Clarín y La
Nazión. Mientras aquél compone sus artículos en base a información
concreta –datos, fechas, textuales, documentos y etc-, sus colegas prefieren en
cambio el rumor improbable, la interpretación subjetiva, la suposición
hipotética, el futurismo, y otras variantes de la ficción. Desde luego si
tuviéramos que elegir un profesional para nuestro equipo, en defensa de la
credibilidad del medio, elegiríamos al más profesional, claro. En tal sentido,
sí “compramos” a Verbitsky.
Hoy por ejemplo, con singular sintonía, los tres principales
columnistas de los tres principales diarios argentinos, se ocuparon del mismo
tema: Daniel Scioli.
Aprovechamos, entonces, para medirlos.
Clarín y La Nazión, en la voces de
Joaqu-Inmorales Solá y Ricardo Kirchbaun, nos presentan a Daniel Scioli, casi
con iguales palabras, como una víctima inocente del cristinismo. En ninguna de
las dos columnas hay una mínima referencia a la más mínima impericia del
gobernador, ya fuera política, o ejecutiva. Por el contrario, el gobernador
emerge de ambas lecturas convertido en un pobre santo martirizado por su propia
iglesia.
Sin embargo, ni el uno ni el otro, ni Inmorales, ni
Kirckbaum, presentan datos concretos, fechas, textuales, pruebas, nada.
En simultáneo con ellos llegaba a los kioscos Página 12, donde su columnista principal
también se ocupa de Daniel Scioli, pero a partir de un informe detallado del
funcionamiento del narcotráfico en su distrito, y de sus cómplices policiales,
políticas y judiciales. Todo con nombres y apellidos, fechas, domicilios.
Información, bah.
Para graficar lo que decimos, reparemos en los tres primeros
párrafos de cada uno.
Bajo el título “Entre
la sumisión y la destitución”, en La
Nazión Inmorales comienza así:
“Sumisión o
destitución. La opción de Daniel Scioli es sólo ésa para el cristinismo. No lo
queremos echar, pero debe alinearse, condicionó Diana Conti, convertida en el
inconsciente explícito del cristinismo. Es decir, el oficialismo se propondrá
la caída de Scioli si éste no se sometiera”.
Reparemos: De arranque dispara un dilema que da por real
sólo porque así lo establece él. Inmediatamente se adjudica la capacidad de
interpretar la mente supuestamente monolítica del inconmensurable cristinismo.
En literatura eso lo hace un narrador omnisciente; en periodismo, un descarado.
Ahí nomás desliza como un textual de Diana Conti, lo que no es un textual (por
eso no lo encomilla), y de remate, con un rápido “es decir” -como si algo hubiera probado ya-, echa mano al tiempo
futuro y se lanza nomás a la profecía. De información, ni hablar.
En Clarín, ese auténtico duro de leer que es Ricardo
Kirchbaum, con menos síntesis que Inmorales, pero el mismo guión, titula El
sitio a Scioli lo enfrenta con un dilema: romper o capitular; y empieza así (no
se duerma, es corto):
“El sitio kirchnerista
a Daniel Scioli busca que el gobernador bonaerense capitule en su proyecto
presidencial y que se discipline a los planes de Cristina Kirchner. Esto es que
acepte mansamente el destino que la Presidenta le tiene reservado. Si fuera por ella
y su entorno, Scioli no merece más consideración que la que le dispensarían a
un ex menemista. Eso desde la ideología. Pero la práctica política y la
necesidad electoral es otra cosa. Esa necesidad de la Casa Rosada es,
precisamente, la fortaleza de Scioli”.
Revisemos: Larga y se adentra en una metáfora bélica acaso
infeliz, pero igualmente imaginaria. A partir de esta ficción, hilvana sin
pudores una serie de suposiciones que tampoco refrenda con información ninguna.
Imagina primero, elucubra después. Un procedimiento habitual en el novelista,
inconveniente para el periodismo. Hacia el final del párrafo, abre las puertas
a lo que luego será una invitación a Scioli para sublevarse, ofreciéndole desde
allí, soterrado, el apoyo irrestricto del Grupo, como el lobo con Caperucita.
En Página 12, bajo
el título La máquina de encubrir,
Horacio Verbitsky también se ocupa de la figura del gobernador, pero a partir
de un informe detallado del accionar del narcotráfico en su distrito. Arranca
así:
“El 23 de julio de
2008 en el estacionamiento del shoping Unicenter de Martínez un breve tiroteo
acabó con la vida de dos hombres. El jefe de gabinete provincial Alberto Pérez
dijo que se trató de “una venganza vinculada al narcotráfico” y que habían
actuado sicarios. Las víctimas fueron los paramilitares colombianos Héctor
Edilson Duque Ceballos y Jorge Alexander Quinteros Gardner. A principios de 2009
cayó abatido del mismo modo otro colombiano, Juan Sebastián Galvís Ramírez,
esta vez en San Fernando. La primera causa era investigada por el fiscal Diego
Grau; la segunda por su colega Luis Manuel Angelini. En busca de nexos que
ayudaran a esclarecer el doble crimen, el fiscal Grau participó en una reunión
con dos colegas que llevaban causas similares: Juan Bidone, de Mercedes, quien
tenía a su cargo el expediente por el triple crimen de General Rodríguez (donde
fueron asesinados Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón en agosto de
2008) y Analía Córdoba, de la UFI
4 de La Matanza,
quien investigaba otro doble homicidio de ciudadanos colombianos en San Justo.
El intercambio de información y la coordinación estratégica quedaron truncos
porque el fiscal general adjunto de San Isidro, Marcelo Vaiani, ordenó a Grau
que dejara aquel encuentro y acudiera a la sede departamental para impartirle
directivas burocráticas sobre la forma de llevar las estadísticas. Debido a un
cruce de llamadas telefónicas Grau y Angelini habían solicitado el allanamiento
en la sede de una de las empresas de los hermanos Gustavo y Eduardo Juliá,
Federal Aviation, que no fue concedido por el juez de garantías Esteban
Rossignoli. En enero de 2011 los Juliá fueron detenidos en España con una
tonelada de cocaína”.
Se trata de un torrente informativo, sin adjetivación, sin
calificativos, sin interpretaciones personales, sólo datos, fechas, nombres,
textuales encomillados. Informaciones puras que el lector o quien fuera puede
chequear y desmentir, si así correspondiese. De arranque ya precisa una fecha,
un lugar, y un hecho. Luego añade un testimonio, menciona a los involucrados,
aporta más fechas, más datos, más nombres. Más hechos. Es el más extenso de los
tres primeros párrafos citados, pero acaba sin un calificativo, sin una
suposición, sin proyecciones improbables.
El civil acaso desconoce una regla básica del buen cronista
que pertenece al ABC del oficio. La inventaron los americanos, por eso la
llaman la regla de las Cinco W. Se supone
que una buena crónica contiene en su primer párrafo las 5W: What ,when, where, who, why. Qué, cuándo, dónde, quién, por qué.
Note el principiante, el aficionado –incluso el que lleva
años en el oficio sin conseguir aprenderlo- que Verbitsky también atiende ese
principio.
Y el otro. El que reza ni una línea sin una información.
Se trata sin dudas de un tremendo hijo de puta.