Embarrados por la taimada lucha
política en la que se enterraron durante los últimos años, los grandes medios,
con Clarín a la vanguardia, abjuraron
de la veracidad abiertamente, y así rifaron buena parte de su otrora aceptada aunque
relativa credibilidad. Por contagio del mercado -con puntuales excepciones que no hacen la regla-, el periodismo en
general sufrió el mismo abaratamiento, el oficio perdió rigor, la recolección de
chimentos reemplazó la investigación, y la sana competencia por la primicia y/o
la exclusiva, derivó en la barbarie descarada de la fabricación de escándalos
artificiales. La buena noticia, para los vagos del gremio, es que ya no hace falta chequear ninguna
información. Hoy puede decirse cualquier cosa. Hoy una mentira más, es apenas
otra mancha en el tigre de los días.
La falsedad, el invento, la
tergiversación, todo eso que en la sección política resulta propio del juego, en espectáculos intrascendente, y en deportes imperceptible; en policiales repugna,
asquea, y lo que es peor: amenaza.
Apenas apareció el cuerpo sin vida
de Ángeles Rawson, ya ninguno de los encumbrados habladores de turno se bajaba
de “la violación seguida de
homicidio”. Cuando pocas horas después la violación fue descartada por los
peritos, ninguno de esos habladores, sin embargo, renunció a su puesto. Qué va.
El show recién comenzaba.
Durante horas y días una tanza de
pesca había sido el arma homicida, y entonces el padrastro, pescador
profesional, encajó en el nuevo guión mejor que Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes. Una
mirada, un mínimo gesto suyo, una imperceptible inflexión de la voz, se
llenaron de golpe de sospechas horrendas. Cuando la tanza resultó ser un hilo
sisal, ya era tarde, el padrastro ardía entre las llamas, y los habladores,
lejos de echar agua, echaron más leña.
Con el orgullo de los necios, el
inmediato allanamiento al domicilio de la víctima –a todas luces lógico,
previsible en la secuencia de la investigación-, les dio toda la razón y bañó
enseguida en sangre a la familia entera. Su dolor ya no importaba más. Un árbol
genealógico de los Rawson floreció en todos los noticieros, y a cada nombre, y
su fotito, le correspondían ahora mil dudas como sospechas.
Sin mucho vocabulario, pero plenos
en bríos, los teledectives de cada canal, minuto a minuto, levantaban nuevas
teorías con los escombros aplastados de la anterior. Todo les cerraba todo el tiempo, y desde luego, siempre
estaban un paso más adelante que el fiscal y la policía.
Botón de la muestra, el miércoles
por América Facundo Pastor, puesto a biógrafo de los Rawson, informaba que uno de los hermanos de la víctima -Axel-, no vivía con la familia porque estaba
internado en una clínica con problemas psiquiátricos.
Apenas el jueves, al día siguiente,
en el mismo noticiero, el mismo Facundo Pastor –o uno idéntico a él- se preguntaba
intrigante por qué todavía no le habían tomado declaración a “su hermano Axel”.
Todo era posible. Pastor también
A salvo de cualquier intento de zapping, los
mismos clisés, las mismos lugares comunes sonaban en todos los canales. Los supuestos y
las sospechas, pegoteados con todos los potenciales y condicionales de la
lengua, sus dirían, sus habrían dicho, sus parecerían y sus podrían,
más el misterio metafísico que es propio de los impersonales tipo se dice, se cree, se sospecha; reemplazaban
en su amasijo cualquier forma de verdad. Era el jubileo de la fantasía.
El viernes por la noche la
presidenta de AVIVI (Ayuda a víctimas de violación) –una mujer llena de buenas
intenciones, pero sin mucha conciencia del lugar donde decía lo que decía-
decía en el noticiero de América
TV, para todo el país, que el
padrastro parecía “muy
nervioso”, y que “no
estaba quebrado, al contrario, miraba para todos lados, como alerta”…
Guillermo Andino se apuró a exprimir esas pocas palabras con desesperación de náufrago.
Mónica Gutiérrez intentó contenerlo; pero ya era tarde. Las declaraciones de
esta buena señora sirvieron a la ficción de todos los noticieros, y antes de la
noche del viernes la hoguera alcanzaba su esplendor. El padrastro ya parecía carbonizado.
Y el sábado bien
temprano detenían al portero del edificio, mientras en simultáneo, ¡la misma
mañana!, con la certeza que lo caracteriza, Clarín
distribuía su edición con un título catástrofe: "Acusan del crimen al
padrastro y a un medio hermano". El peso tremendo de la palabra
escrita para siempre.
Sin embargo el domingo el plantel
de Clarín se mantenía intacto. Nadie había
renunciado.
En la garúa noticiosa del fin de
semana, el hit de los zócalos fue, cómo no, “sorpresiva detención del portero”;
y así en pocas palabras, borraban todas las otras. Y una y otra vez las imágenes repetidas del hombre con la cabeza baja, y la policía
que se lo lleva. El padrastro ya era ceniza del olvido. Pero nadie en ningún medio
renunció tampoco.
La muerte no es la única certeza que nos da la existencia. La otra es que todo se paga en esta vida.
La lucha política soterrada,
travestida de "periodismo
independiente", los alejó del oficio hace años, y aquí están los
resultados. Un periodismo que miente, porque total no importa. La credibilidad
ya no hace falta, el juego quedó por fin del todo claro: el público paga por
escuchar la canción que más le gusta, y los medios, que siempre vivieron de
eso, ya no precisan disimular objetividad, ni ostentar más veracidad. Es sólo un
show ¿No lo sabían? La sangre no es jugo de tomate, los muertos son de verdad, pero el resto es
una puesta en escena, una música acorde, y un showman histriónico. Es el nuevo
periodismo, su evangelio es Clarín, Lanata el mesías.
Ya son varias sus mentiras
descubiertas, pero apenas aquella acusando a un vicepresidente de la nación de
sacar dinero sucio del país, le hubiese costado, a cualquier periodista, en
cualquier medio serio del mundo, algo más que su nombre y su programa. Lanata, para el Grupo, no es más que otro gargajo
en ese océano que son.
Sin embargo hay que decirlo: su
público tampoco lo condena. Por el contrario, lo aplaude y lo sigue. No le importa
que mienta. Le da lo mismo la verdad o cualquier cosa. El periodismo, ese
oficio, ya no hace falta. El show importa.
Angeles Rawson tampoco importa. Es
más arcilla de ese artesano impío. El caso vende, y allí vamos todos, los
diarios y las radios, los noticieros, pero también los programas de chimentos, donde hasta el más fútil de los panelistas tiene una sospecha nueva, una intriga mejor, otro
chisme a falta de más información. Todo vale. Mentir, inventar, retorcer, el
hoy se lo lleva el viento, y mañana es otro día y todo vale de vuelta: mentir,
inventar, retorcer… Angeles Rawson no importa nada.
Como un coro de sordos improvisan
al aire un guión amorfo y maleable pero con el ceño fruncido y el tono severo
del que investiga y sabe. Con eso basta. Las cejas en V, y la voz urgente, como
apremiada por la primicia. Pero la primicia, como no es una primicia, tampoco
importa. Nada importa ya. Sólo vender, y el crimen paga.
Acaso por fin algún día esta
investigación concluya, y quizás, tal vez, sepamos toda o casi toda la verdad. Aunque
acaso ese día ya no importe demasiado. Acaso entonces otro caso esté en su
esplendor, y de nuevo el horror brillará en todo su espanto. El show debe seguir.
De
periodismo ni hablar.