////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

lunes, 16 de septiembre de 2019

REVOLUCIÓN FUSILADORA: BREVE CRÓNICA DE UN LARGO FRACASO…



En la agonía de otra ruinosa aventura del antiperonismo, en medio de una crisis social histórica, en emergencia alimentaria, en default, mientras el gobierno de Macri se diluye en su propia impericia; vale recordar el mediodía del odio de estos mismos sectores que en 1955 -siempre en nombre de la libertad y la república-, desconocieron la ley, destruyeron al país, 
y masacraron a su pueblo.


El Tiempo de los Asesinos





“El peronismo no es ni bueno ni malo:
 es incorregible”.
J. L. Borges



90 días después de la fecha fundacional del terrorismo en la Argentina, cuando un grupo de sediciosos secuestró aviones de la Armada y la Aeronáutica para bombardear la Plaza de Mayo y sus aledaños, acribillando las calles, hiriendo y asesinando centenares para siempre incontables de civiles inocentes; aquellos sediciosos -ya también asesinos-, derrocaban al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.
El levantamiento comienza en Córdoba, donde el general Eduardo Lonardi alza las unidades bajo su mando y comete el primer asesinato. Era sólo el principio de una masacre autoproclamada Revolución Libertadora, y cuyos crímenes contaban con la participación activa de la mayoría de los partidos políticos, especialmente la UCR –cuyos comandos paramilitares aterrarían el país por mucho tiempo-, la bendición de la Santa Iglesia Católica, la financiación de la banca exranjera, el auspicio de Sociedad Rural Argentina, y los apoyos expresos del Reino Unido y el State Department.

El vandalismo, los atentados y los homicidios siguieron y se multiplicaron hasta el 23 de setiembre, cuando no cesaron, pero se volvieron oficiales. Ese día el general Lonardi asumía la presidencia de la Nación, y al cabo de una semana de matar y matar, probaba suerte con la frase “ni vencedores ni vencidos”. A su lado, bañados en sangre, Isaac Francisco Rojas y Pedro Eugenio Aramburu lo miraban de reojo. 60 días después, ya lo habían barrido, y asumían el poder, Aramburu como presidente, Rojas como vice, y desde luego, con todo el apoyo de la UCR, la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido Comunista, la Santa Iglesia Catolica, los grandes medios de la hora (La Nazión, La Prensa, Clarín), la Sociedad Rural, el Reino Unido, y el State Department. La Plaza de Mayo desbordaba de gente, hay que decirlo.
Católicos apostólicos feroces como romanos, inmediatamente secuestraron el cadáver de Evita, y enseguida una ley abolió la memoria y prohibió los recuerdos. El decreto 4161 penaba incluso con cárcel la sola mención del "tirano depuesto" o su esposa muerta, exhibir imágenes de cualquiera de los dos, celebrar cualquier fecha instaurada por “el régimen”, y por supuesto, entonar siquiera silbando la marcha titulada Los Muchachos Peronistas.
Y mientras los comandos paramilitares de la UCR limpiaban a sangre y fuego sindicatos, unidades básicas, mutuales y centros sociales; en simultáneo sus correligionarios del comité organizaban las Juntas Consultivas, destinadas a sustentar la administración del Estado y otorgarle coartadas políticas al nuevo gobierno y su progresión delictiva.
Antes de un año, en junio del 56, más de 30 personas eran fusiladas. Obreros, militantes y militares. Aramburu era presidente. Alfredo Palacios embajador en el Uruguay. Américo Ghioldi, referente socialista, pasaba a la historia por la gracia de una sola frase: “se acabó la leche de la clemencia”. Y todos tan contentos.
Sin otro proyecto más que el odio, el fracaso estaba asegurado. Ocupados en destruir lo construido, rápido se complicaron los números y allí caían en dominó los salarios, el consumo, la producción, las exportaciones… Para 1957 Aramburu ya le pedía los primeros 700 millones de dólares al flamante Fondo Monetario Internacional.
Al año siguiente, corroída por su propia inoperancia, la Fusiladora convoca a elecciones con el peronismo proscrito, claro. Al grito de cualquiera menos Perón, los desarrollistas de Clarín proponen a don Arturo Frondizi y su tierno sueño de hacer una revolución sin pelearse con nadie. Gana con el apoyo del peronismo al que pronto desconoce. Tenía mandato hasta el 64, pero ya en el 62 no estaba más. “Entregó todas las cabezas, hasta que sólo le quedó la propia”, apuntaba Perón desde el exilio.
Un títere de apellido Guido allanaría el camino para la llegada del “honestísimo” Arturo Illía, a quien le basta un cuarto del electorado para quedarse con la presidencia, y así mantener al peronismo proscrito en nombre de la democracia y la república, claro. En junio del 66 lo sacaron a empujones de la Casa Rosada.  
Llegaba Onganía, su Revolución Argentina y sus noches de bastones largos, su pretensión de caudillo, su catolicismo delirante... “Onganía se cree Franco, pero Franco en España tuvo un millón de muertos, y Onganía en la Argentina tiene más de un millón de vivos”, se reía Perón desde Madrid.  
Sin embargo fue durante su gobierno cuando tan luego chicos de buenos apellidos y mejores colegios -provenientes ora de la Acción Católica, ora de los grupos Tacuaras soportados por el régimen, hijos la mayoría de aquella burguesía que había ejecutado, financiado, o cuando menos aplaudido a la Fusiladora-, fueron y fusilaron al fusilador Pedro Eugenio Aramburu.
Entonces trajeron un general olvidado en los Estados Unidos, un tal Roberto Marcelo Levingston. Lo pusieron ahí pero duró poco y no sirvió para nada. El levantamiento popular conocido como el Cordobazo había electrificado todo el país.
Era el final. La hora de gloria del general Alejandro Agustin Lanusse, quien veinte años antes, en 1951, había comandado el primer intento de golpe contra el gobierno de Perón, y que ahora lo mandaba a buscar a España porque ya nadie sabía qué hacer con el país.
Perón volvió y fue millones. El 23 de setiembre de 1973 ganaba las elecciones presidenciales con el 62% de los votos.
Y así, 18 exactos años después, el antiperonismo cerraba el círculo perfecto de un fracaso redondo.
Hoy, 64 años después, asistimos a un nuevo fracaso del mismo antiperonismo, con menos bombas y menos muertos, pero más miseria, más hambre, más desocupación, más deuda, mas ruina…
Porque el antiperonismo también es incorregible.
Pero malo.




* * *

domingo, 1 de septiembre de 2019

MAURICIO MACRI: DE GALTIERI A JOHN GOTTI…




En el imaginario vulgar argentino, el que tiene mucho dinero “no es ningún boludo”; como si no fuera posible enriquecerse apenas por la falta absoluta de escrúpulos, por la vía del delito, por la suerte de una lotería, o como suele suceder en esas clásicas historias donde un heredero tarambana recibe un imperio, rápidamente lo funde, y arrastra en su caída a propios y ajenos y a sí mismo también porque se creyó lo que no era.


UN VIVO BÁRBARO





Después de colaborar sin ningún pudor con el gobierno norteamericano en las luchas contrainsurgentes de Centro América, un día el hoy inconcebible Leopoldo Fortunato Galtieri volvió de una visita a los Estados Unidos como “el niño mimado de West Point”, considerado, allá, “un general majestuoso”. Aturdido por la soberbia y el alcohol, al rato nomás desató sin proponérselo una guerra antiimperialista contra toda la OTAN. 
Es el riesgo que se corre cuando se coloca a un idiota en un cargo importante: el idiota, como es idiota, cree que llegó por sus propios méritos, y se vuelve ingobernable.
Una suerte parecida corrieron los poderosos sectores económicos y políticos que apoyaron el ascenso de Mauricio Macri, desde su propia famiglia hasta el gobierno de los Estados Unidos. Sin proponérselo, el idiota los cagó a todos.
Galtieri
Héctor Magnetto –padre putativo de la criatura-, se jugó a sus patas los restos de la credibilidad de todos sus medios y sus periodistas. Hoy sus medios dan lástima, y sus periodistas risa. El 11 de agosto ellos también probaron su fuerza. Y también a ellos el 70% les dijo basta.
Su amado FMI ya le soltó la mano y corre con su escupidera a pedirle ayuda al hombre elegido por Cristina Kirchner. La vida te da sorpresas. Tantos años, décadas, saqueando y sometiendo países, para que el hijo mediocre de un tanito delincuente –según el propio hijo-, acabe por saquearlos a ellos sin dejarles otra esperanza que el peronismo.
Los románticos integrantes del Círculo Rojo, que tanto habían ganado durante la década ka, abjuraron de todo interés espurio y eligieron jugarse por sus más puros ideales de odio al peronismo. Hoy están todos encuadernados, las acciones de sus empresas por el piso, y sus nombres personales en la basura.
Jueces como Bonadío, Ercolini, Irurzum, Rosenkrantz, fiscales como Moldes, Extornelli, Marijuan, que alguna vez lo creyeron eterno y definitivo, de pronto descubren un chasco barato que les explota en la cara mientras la Justicia que creían propia, ahora se vuelve a por ellos.
La extinta y ya olvidada UCR, que soñó el imposible de volver al poder después tantos fracasos, nunca volvió al poder, pero igual volvió al fracaso.    
El gobierno de Washington, sponsor oficial de Cambiemos, ya no sabe qué hacer con ese payaso inútil al que apostaron todos los fondos de su Fondo, y ahora ven volver a Cristina mientras oyen a su candidato decir que si le rompen mucho las pelotas, se va a charlar con los chinos…
Su propia famiglia, que al cabo de medio siglo de sereno saqueo del Estado, fugando divisas con total normalidad, lavando activos alegremente, practicando con espíritu deportivo el contrabando agravado y variados otros delitos sin que nadie o casi nadie lo notara, de pronto acumulan causas, comienzan a desfilar por los tribunales, y hasta el hermano buenudo Gianfranco, y el hasta ayer ignoto primo Calcaterra, hoy se volvieron famosos.
A todos los cagó.
Apenas salvó a un selecto, muy selecto grupo de amigos y allegados, socios, hijos y entenados. Los dos Bullrich, los dos Caputo, Peña y todos sus Braun, su gabinete “panameño”, su “mesa chica”… y aún ellos deberán esperar para saber si vivirán en paz con su botín, o si de pronto el único país del mundo que juzgó y condenó a sus genocidas, resulta que también se animará con ellos, apenas ceos, publicistas, buscavidas y tilingos tanto más frágiles que aquellos verdaderos asesinos. Entonces también ellos dirán Mauricio nos cagó.
Y es lo que pasa cuando se pone a un idiota en un cargo importante.
Alguien podría objetar que Macri no es ningún idiota porque en el imaginario vulgar argentino el que tiene mucho dinero “no es ningún boludo”, como si no fuese posible enriquecerse apenas por la ausencia absoluta de escrúpulos, la propensión al delito, la suerte de una lotería, o simplemente, como en este caso, una herencia familiar, para lo que basta un capricho de la providencia, le puede tocar a cualquiera, incluso a un idiota, y entonces estamos ante el clásico heredero tarambana, como es el caso.
La historia ya tomó nota del desprecio intelectual que sentía Franco Macri por su primogénito, y que más de una vez manifestó públicamente. Fracasos empresarios, negocios frustrados, torpezas jurídicas, su insistencia para que no se dedicara a la política… el anecdotario de reproches y desconfianza paternas, ya es parte del folklore nacional y segura razón de ese resentimiento que estalló públicamente cuando el propio Mauricio trató a su padre de delincuente a pocos días de su entierro.
Pero como Videla, Galtieri o De la Rua, ahora lo que le resta de vida será para defenderse en los tribunales del centenar de causas que siguen y suman, y para digerir día por día la ignominia que la historia les reserva a los peores, su abismo sin fondo y sin olvido.
Entonces cabe preguntarse qué tan vivo es un hombre que en la plenitud de su vida, con salud y una fortuna capaz de garantizarle el bienestar de cuatro o cinco generaciones, de pronto -sin demasiadas luces, sin ningún patriotismo, sin formación personal, con un pasado que mejor esconder, con empresas offshores y cuentas en guaridas fiscales-, de pronto se embarca en una aventura pública que lo desborda por completo y cuyo inmenso y predecible fracaso arruina la vida de propios y ajenos y lo condena al desprecio popular y el oprobio histórico… Si ese tipo no es un idiota...
Gotti
Entre finales de los años 80 y principios de los 90, John Gotti fue el jefe de la familia Gambino, la organización mafiosa más poderosa de Nueva York. Tenían más de 300 soldados y dos mil socios. Manejaban la construcción, la recolección de residuos, el juego clandestino, las drogas y la usura. Las cosas marchaban cada vez mejor. Pero el gran Gotti no creía en las ventajas del bajo perfil, le gustaban los trajes caros y los lugares de moda, y más que nada esa fama de “vivo bárbaro” que incluso lo llevó a ser tapa de revistas. De nada sirvieron las súplicas de sus socios por llamarlo a la sobriedad y recordarle la verdadera naturaleza de sus negocios. Uno a uno fueron cayendo todos, él también.
En 1992 John Gotti fue condenado a cadena perpetua, murió diez años después en la cárcel de máxima seguridad de Marion, Illinois. Pero hacía mucho que ya nadie lo consideraba un “vivo bárbaro”.



* * *

domingo, 18 de agosto de 2019

MAGNETTO-MACRI: o la parábola del Dr. Frankenstein...




En la noche de rayos y centellas de octubre de 2015, Magnetto tocó el cielo de su gloria: la criatura que había fabricado con restos de otros cadáveres políticos ¡cobraba vida propia!
Pero como en la fábula de Mary Shelley, al final el monstruo lo destruyó todo, incluyendo al creador y su castillo de ilusiones amarillas.


La parábola de Frankenstein 





Son pocos los mitos modernos, la antigüedad parece haberlos agotado, sin embargo, bien podríamos considerar como tal la parábola que alcanzó Mary Shelley con su Frankenstein, y que tan bien se aplica al trágico caso del contador Héctor Magnetto y su espantosa criatura Mauricio Macri.
Cual doctor Frankenstein, Magnetto también logró darle vida propia a un rejunte de muertos para fabricar un monstruo que al principio pareció toda una promesa, y auguraba en sí mismo una revolución, en este caso no científica, sino de la alegría. Pero el monstruo era un monstruo y todo terminó mal. Magnetto, su criatura, y su inmenso castillo de ilusiones amarillas.
Bajo sus escombros, entre los vestigios ya irrecuperables de la credibilidad de sus medios, hoy se oyen las voces agónicas de lanatas y majules aplastados por sus propias operaciones, diatribas y mentiras de pronto reducidas a gemidos. Son los bastardos sin gloria que referíamos en nuestro post del 30 de junio, y que ahora Magnetto abandona en su retirada.
Para saber cómo es la soledad, basta pensar en Macri. A una semana de las PASO ya no le atiende el teléfono ni Mirtha Legrand. El mundo que tanto lo admiraba, rápido tomó nota de su completa extinción. El Financial Times ya el martes le avisaba a ese mismo mundo que Macri “había perdido contacto con la realidad”. De eso no vuelve ni Frankenstein.
Ni lerdo ni perezoso el círculo rojo dejó de circular por Olivos y la Rosada y eligió las modestas oficinas de la calle México donde atiende Alberto Fernández. Hasta Majul, completamente arrepentido, y debidamente enmascarado, probó suerte allí.
Pero un largo escalofrío estremeció las filas y las bases del Frente de Todos, cuando se conoció que también Magnetto se había reunido con el candidato. Sin embargo, hoy desde un reportaje en Página 12, Alberto Fernández coincide con El Martiyo: esos medios ya no sirven más. Cuando le preguntan cómo se plantea la relación con ellos, responde:
“Yo tengo bastante menos conflicto con eso porque la verdad no convencen a nadie. Si fuera verdad lo que dicen no nos hubieran votado. El viernes publicaron ‘Los mercados ya votaron y hasta el viernes seguían publicando encuestas diciendo que estábamos empatados, que la situación era delicada y que Macri podía ganar: y sacamos 15 puntos de ventaja. A esta altura deberíamos descubrir que es un bleff la historia de que ellos influyen, que con tres tapas cambian la historia. Eso no existe más”.
Y luego agrega:
“Creo, y lo hablé con la gente de Clarín, que ellos simbolizan una parte de la grieta y que tienen que hacer su esfuerzo para terminar con eso. No se trata de hablar bien de mí sino de dejar de hacer las cosas que hicieron. Es terminar con la etapa de Daniel Santoro que dijo que Nilda Garré y Máximo tenían no sé cuántos millones de dólares en un banco. Esas cosas no están bien y esa agenda hay que terminarla”.
Ya referimos aquí los motivos del origen de El Martiyo en octubre de 2008, al cabo de la llamada crisis del campo –cuando cortar calles y rutas era fino-, y la población en su mayoría salió a defender los intereses de los cuatro machos del agronegocio. Una alucinación de ese tamaño sólo podía ser proyectada por un conglomerado de medios del tamaño del Grupo Papel Prensa. La resolución no-positiva de aquella crisis, era una prueba del tremendo poder que había alcanzado Magnetto. Rota la alianza con Néstor Kirchner, ya nadie contuvo a Cristina, y por fin un presidente se enfrentaba al gran enemigo abiertamente.
En paralelo por aquellos mismos días, y con el mismo objetivo, nacía también el programa 678, rápidamente estigmatizado y perseguido con la excusa de su militancia ka, escondiendo así el verdadero motivo: al igual que El Martiyo, 678 se proponía descubrirle al gran público la trastienda de la manufacturación de la realidad de esos grandes medios que tanto poder habían demostrado.
Montados cínicamente en la vieja y lucrativa coartada de la libertad de expresión, fundaron la volanta “la guerra con los medios”, y comenzaron entonces su “periodismo de guerra”, donde todo, cualquier cosa, creían permitida. La lucha fue intensa, y el desgaste mutuo. Pero el huracán Cristina de 2011 le demostró a Magnetto que por primera vez enfrentaba un poder de su tamaño. Trabajó duro.
Con restos y pedazos de todos los cadáveres políticos que habían quedado a su alrededor, en los sótanos más tenebrosos de sus medios, entre fulminantes descargas de odio, alentado por el miedo que le daba terminar preso por sus crímenes de lesa humanidad; el viejo doctor comenzó a darle forma a su muñeco. Trabajó duro.
Lanatas, santoros y dalessios, leucos y leucocitos, bonadíos y extornellis, lilitas y vidalas, le dieron los pedazos necesarios para fabricar su espantosa criatura: Mauricio Macri. Y en la tétrica noche de rayos y centellas del 25 de octubre de 2015, el monstruo cobró vida y se echó a andar. Magnetto lo había logrado.  
De un plumazo abolió la Ley de Medios, puso a uno de sus abogados al frente de la Corte Suprema, a uno de sus columnistas más opacos al frente del Ministerio de Hacienda, a un gerente en el Incaa, al otro en el Anses… Pero todos conocemos el final de Frankenstein. El monstruo lo destruyó todo. El inmenso castillo de las ilusiones amarillas, la comarca que Magnetto creyó suya, y a Magnetto también.
A menos de cuatro años de aquella noche tétrica de rayos y centellas, al cabo de una persecución mediática y judicial que no reconoció éticas ni reglas -ni verdades mucho menos-, y cuyo solo objetivo fue siempre la destrucción total de Cristina Kirchner y su fuerza política, la fórmula dispuesta por Cristina Kirchner arrasa en las urnas.
El enclenque canal de cable C5N, cuyos dueños mandó a encarcelar, aplastó en la mediciones a su poderoso sistema de medios con TN y El Trece a la cabeza. Las ventas del diario no paran de caer, y las visitas a su portal no aumentan. El domingo el 70 por ciento del país le dijo basta a Macri, pero también a Clarín. Las caras de Lanata y todos sus lanatas en los últimos días causaron más carcajadas que veinte temporadas de Los Simpson. Ellos tampoco sirven más. Y mientras Magnetto se reúne con Alberto Fernández para felicitarlo por la victoria, Santoro se prueba el traje a rayas. “Esas cosas no están bien, y hay que terminarlas”, avisa el candidato vencedor.
Así termina Frankenstein.


* * *

lunes, 12 de agosto de 2019

MACRI: ADIOS MUÑECO…



Shockeado, aturdido por la tremenda derrota, sin siquiera mentiras nuevas, como abandonado hasta por sus propios guionistas, Mauricio Macri pretende que sigue en campaña, insiste con la herencia recibida, y su dorado futuro sin presente posible. Como Alfonsín o De la Rua en sus finales, mantiene la investidura presidencial. 
Pero nada más.


EL TRONAR DEL ESCARMIENTO

Mago Sin Dientes... ahora sin presidente tampoco.




El viento nuclear de una bronca profunda se llevó anoche en pocas horas el país amarillo con su flora y su fauna de ceos y especuladores, grandes medios y periodistas mediocres, jueces y fiscales aventureros, duranes y barbas, caputos y bullrichs, chocobares, lanatas, majules, bonadíos, extonerllis, dalessios y fariñas. No quedó nada. Solo el Mago Sin Dientes, ya sin presidente tampoco.
Aturdido, sin reacción, con los reflejos de un mueble, lo que restaba de Macri salió a tirar la toalla aún antes de conocerse ninguna cifra oficial, en tanto insistía con una campaña que acababa de acabarse. Y todos a dormir. Ya no había globos. Nadie bailó. Si otra gracia le faltaba a la tragedia, la inestable Elisa Carrió salió a subestimar el desastre augurando para octubre el triunfo de “la República por más del 50%”, y anunciando a continuación la palabra de María Eugenia Vidal… pero el hada, inmaterial, insustancial, ya era un fantasma, ni siquiera una ilusión. Apenas un gas.
El final tantas veces anunciado –y no sólo por El Martiyo- por fin surgía de las profundidades y había llegado. Tres larguísimos años y medio de impericias y mentiras, de persecuciones políticas, de espionaje ilegal, de falsas denuncias y crecimientos invisibles, de marketing y puro marketing, de saqueo, endeudamiento y miseria, reventaban en las urnas como un chasco barato, como un viento nuclear. Nada quedó en pie.
La revolución de la alegría, la pobreza cero, el mejor equipo de los últimos 50 años, la lluvia de inversiones, el semestre que viene, la herencia recibida, la transparencia pretendida, los ricos no roban, un inmenso edificio de prejuicios, falsedades y mentiras se derrumbaba de golpe sobre los mismos cuerpos de sus albañiles, arquitectos e ingenieros. Qué risa.
La mentada Smartmatic que tanta celeridad auguraba, seguía sin dar resultados cuando ya nadie los precisaba. Todo había terminado. Los amigos de la barra de la timba financiera ya habían comenzado su estampida, las llamas envolvían al gobierno, Macri  nos mandaba a dormir, pero la fiesta recién empezaba. Todo era jauja. Un 70 por ciento del país reía, el otro 30 daba risa.
Por los canales del Grupo y sus satélites comenzaba un desfile de involuntaria comicidad. En una galería de rostros desopilantes, se sucedían las caras de Lanata, a punto de implosionar; Majul casi tan rabioso como asustado; Leuco verde, Leucocito azul; Eduardo Van der Koy –ese duro de leer-, pretendiendo que la alegría anticipada de Nilda Garré podía suponer “un vínculo secreto con Smartmatic”. Genial. Enfrente, sonriendo nerviosa, perdida, desorientada, María Laura Santillán, cual heroína del Titanic, quiso echarle una mano y le preguntó si estaba “mandando fruta”. En El Trece a esa hora pasaban un capítulo de El Zorro. Mel Brooks ya parecía un pelotudo.
En competencia feroz, América salió con algo mejor que los Midachi.
Los animales de la mesa de Fantino querían “incendiar el laboratorio del Pro”. Sí, sic. Otros preferían linchar a los encuestadores al cabo de semanas de conjeturar sobre cualquier encuesta que les gustara. Gorilas en la niebla, ya no sabían a quién culpar, ni de qué vivir en lo sucesivo. Aterrado por la cotización del dólar, Fantino hurgaba su celular, y a tal punto llegó su pánico, que en un momento se agarró la cabeza poniendo en serio riesgo su nuevo peinado. Otra que Les Luthiers.
Idiotas y patéticos, inútiles y peligrosos, codiciosos y malvados, se van así, dejando un país en llamas, un pueblo en la miseria, un futuro incierto, el inexorable fracaso del antiperonismo de siempre y su amor al odio.
A este desastre que recién amanece llegamos por eso, por las tapitas de Clarín y los sketchs de Lanata, por las ficciones de La Morsa y la Carrió; por Santoro y su Dalessio; por el comando venezolano iraní que asesinó a Nisman y desapareció atravesando las paredes; por la organización guerrillera mapuche financiada desde Londres; por la entonada Bullrich y sus amigos de la DEA y el State Department; por la adorable Christine y su FMI; esta hecatombre se la debemos a ellos, a Macri y sus vivillos, a Magnetto y sus lanatas, a Mirtha y sus invitados, a Trump y sus trampistas; ninguno es inocente.  
Solito con su Pichetto, inmune a la realidad, sin siquiera mentiras nuevas, como abandonado hasta por sus propios guionistas, más de 20 horas le tomó a Macri aparecer ante el país con su nuevo discurso que era el mismo de siempre. La pesada herencia, el futuro sin presente, el Kuko Ka, el río que no terminamos de cruzar, y lo mucho que nos quiere el mundo. Lo que se dice acelerar en la arena.
Como De la Rua en su diciembre, como Alfonsín después del triunfo de Menem, Macri mantiene la investidura presidencial, y ya nada más.
La probada insensibilidad de su gobierno no sólo le impidió sentir el dolor del pueblo, sino también su hartazgo. Lo de ayer en las urnas no fue una paliza, fue una clara patada en el culo. La paciencia abusada.
Falta mucho para octubre, cien años para diciembre.
Anoche estalló el trueno del escarmiento.
Su onda expansiva recién comienza.


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sábado, 10 de agosto de 2019

Las PASO, y un misterio universal…



Mañana lo sabremos…




Mañana se vota.
Las PASO, el primer paso.
La primera contienda electoral al mejor de tres.
Mañana se eligen candidatos y se marca una tendencia que será de esperanza o desesperación.
Mañana puede ser el principio del fin de una de las fases más infames de nuestra historia… o un salto al vacío que bien puede ser el último que demos.
Mañana empezaremos a dejar en claro hasta qué punto nos importa el otro, o nada.
Mediremos en porcentajes bastantes precisos la solidaridad, la esperanza, la indiferencia, la estupidez y el odio.
Y el peso específico de los medios del miedo, de sus figuritas, de sus operaciones, de sus espías, de sus mentiras.
Mañana no se elige presidente, ni legisladores ni gobernadores, no se define nada, pero se juega todo.
No se decide entre dos proyectos de país, entre dos modelos… mañana se decide un destino: el horror de un presente proyectado al infinito, o el regreso al futuro que supimos tener en el pasado.
Mañana sabremos si aceleramos para ir más rápido, o si paramos por fin este delirio.
Mañana vamos por la patria, que somos todos… o la dejamos ir, y que Dios nos lleve.
Porque mañana en la Argentina comienza a develarse una de las más grandes dudas de la historia humana: ¿se suicidan los pueblos?...


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viernes, 9 de agosto de 2019

MACRI: LOS GLOBOS DEL FINAL...



Bajo este mismo título y con esa misma foto, el 20 de julio del año pasado anunciábamos el principio del fin de esta nueva aventura neoliberal, y como tal fallida. Todo salió mal excepto la destrucción del país. 
A menos de 48 horas para las PASO, el gobierno ni siquiera puede garantizar la pulcritud de los comicios, mientras el pánico a bordo avisa el naufragio inminente, y hasta los trolls colapsan.


LA HECATOMBE DE LA ALEGRÍA 
(II)






“Siéntete libre de Mauricio, no te relajes”
Andrew Bonetta, troll, contemporáneo




En la agonía de su catastrófica gestión, el gobierno de la 2ª Alianza se arrastra hacia las urnas del domingo ya sin ninguna fe, sin argumentos, sin explicaciones –sin propuestas por lo tanto-, y sin candidato casi.
Borrado de los afiches, escondido en el fondo de las boletas, desaparecido de los medios, Macri ya ni siquiera se expone con los periodistas del coro oficial. Pastorcito sin lobo, sus mentiras ya no le sirven más. A nadie.
Veloces y furiosos, la formidable destrucción nacional ejecutada en estos tres años y medio, no dejó nada en pie. Ni la economía, ni la justicia, ni la ciencia ni la educación, ni el periodismo tampoco. Bajo los escombros de su derrumbe, Macri también sepulta a los grandes medios que lo alzaron. (Ver Bastardos sin gloria).
Lanata y todo TN hundiéndose en el rating; Inmorales Solá balbuceando su confusión ante Alberto Fernández; Mirtha reducida a una espléndida Cachavacha de la Argentina devastada; Daniel Santoro procesado; Majul, Feinmann, Leuco y su Leucocito estallando por simpatía como fuegos de artificio que se encienden y se incendian en sus propios resentimientos… todo salió mal.
En una capitulación intelectual inédita para un candidato, Macri llama a que lo voten “sin necesidad de argumentos, sin que haga falta dar explicaciones”. Ya ni siquiera hay falsas promesas. Como abrazados a un viejo rencor, no les queda más que todo el odio que supieron propagar, sin advertir que fue justamente ese odio lo que los trajo hasta aquí.
Al cabo de años de una persecución mediática y judicial inversamente proporcional al encubrimiento oficial, Cristina desborda el Monumento a la Bandera y todos los estadios que le ponen delante, mientras Macri no puede cruzar sin riesgo de insultos una vereda nocturna. Todo salió mal.
Porque tal y como avisábamos ya el 16 de enero de 2016, en nuestro post La fiesta del odio: “…el odio es una fiesta muy cara, un lujo de los ricos, de los hartos. El hambreado, el humillado, el desocupado, tienen otras urgencias. Otros sentimientos”.
La inflación disparada, el dólar imparable, la deuda externa y eterna, la desocupación de vuelta por encima de los dos dígitos, la pobreza en ascenso constante, los discapacitados abandonados a su suerte, las tasas de interés más altas del mundo, las Pymes en plena extinción, las vacunas te las debo, los jubilados que se mueran, el tétrico fantasma de una industria nacional que hasta hace tan poco… Ninguna revolución, ninguna alegría.
Perdidos por perdidos, acorralados por la realidad, desesperados –y por lo tanto más peligrosos que nunca-, ya sólo les queda el fraude. Pero campeones mundiales en la disciplina Tiro por la Culata, lo más probable es que también eso les salga mal.
Insensibles acaso por inconcientes, por incapaces, por inmorales o por lo que fuera, no pueden sentir el sufrimiento del pueblo, pero tampoco su bronca.
Fieles a una lógica propia, todo indica que el domingo probarán suerte mintiendo también los resultados provisorios de los comicios. Un salto al vacío. Antes o después la verdad saldrá a la luz, y entonces veremos la última implosión, su hongo atómico, y su lluvia de escombros.
Y a todo esto y mientras tanto, desde el fondo del pantano de tan profundo fracaso, miran alzarse aterrados el monstruo malherido de Marcelo Dalessio. Todo se cae.
Porque más allá del resultado de estas PASO, aún en el sorpresivo caso de una victoria limpia, la 2ª Alianza está condenada al desastre por esa su propia naturaleza que vuelve tan improbable dicha victoria limpia. Y ellos lo saben mejor que nadie, ahí los gritos, las payasadas, la falta de argumentos, de propuestas y de fe.
La fiesta se terminó. Macri no baila hace mucho; Gabriela Michetti no canta más, ni siquiera sale en las selfies; el Hada Buena ya no sonríe como antaño, al contrario, ruge, invoca tragedias, amenazas. Pichetto ni sabe qué decir. Carrió se empastilla y delira pero ya no divierte a nadie, y mucho menos a los propios. El fantasma de Nisman no asusta más. Los trolls colapsan y entran a repetir incoherencias que sin embargo el presidente festeja como aturdido. Massot ya escapó. Es el pánico a bordo, la dinámica del naufragio.



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martes, 23 de julio de 2019

SERRAT y yo: ALGO PERSONAL…





“No es bueno asomarse detrás del escenario y descubrir que el tenor de voz ángel azota a su esposa”, decía Jack London en referencia a esa imagen o ilusión que el arte proyecta sobre nosotros, y que a la vez oculta o desfigura al artista que la proyecta.
El otro día rodó por Facebook una foto de Joan Manuel Serrat abrazado a Jorge Fernández Díaz y Alfredo Leuco en Radio Mitre, y me recordó esta otra foto y se me dio por contar esta historia…


Y uno se cree…






“Yo me manejo bien con todo el mundo”.
J.M.S.




A fines de 1984 cubrí parte de la gira nacional de Joan Manuel Serrat por las ciudades de Córdoba y San Miguel de Tucumán; enviado por la revista Somos de Editorial Atlántida, junto a Gerardo Horovitz, el Zoilo, excelente fotógrafo, y mejor compañero.
El año anterior Serrat se había presentado ya en Buenos Aires, en una serie de recitales multitudinarios que dejaron en claro hasta qué punto su ausencia durante la dictadura lo había convertido en mito. Pero aquella ahora era su primera gira nacional después de tanto.
Como muchos de mi generación, yo había crecido con sus canciones y su actitud rebelde y comprometida.
Pero de pronto yo trabajaba para Somos, una revista identificada con la dictadura -de hecho había nacido con ella y para ella-, y Serrat, claro, simbolizaba exáctamente todo lo contrario…. Sin embargo ahora Somos quería lavarse de su pasado y era de pronto alfonsinista y democrática, y encima en la redacción tenían una especie de deuda conmigo, así que propuse la nota y la aceptaron. Viajé.
El jefe de fotografía era el Tano Eduardo Forte, a quien no le gustaba nada que le pidieran tal o cual fotógrafo, él te asignaba el que quería, para eso era el jefe. Yo nunca le había pedido ni rechazado ninguno, pero el Zoilo no sólo era un buen compañero de viaje, sino que entonces era el fotógrafo privado de Les Luthiers, a la sazón productores de aquella gira de Serrat. El Tano me lo concedió, y eso facilitó las cosas. Serrat aceptó la nota y nos abrieron las puertas. Todo salió bien. Durante algunos días compartimos la intimidad de la gira y sus mesas. El sueño del pibe.
Tal como me lo esperaba, Serrat –al que enseguida yo también empecé a llamar Juan, como todos-, era un tipo encantador. Carismático, repentista, gracioso, informado, hedonista, curioso, ocurrente. Contaba chistes que te hacían reír sin esfuerzo. En una parrilla de Villa Carlos Paz que cerraron para nosotros, de sobremesa sacó un canuto de su tierra y fumamos como chinos. Deslumbrante.
Viajaba con una chica, una admiradora a la que había conocido, me contaban, el año anterior, pero como entonces aún era menor de edad… La chica compartía nuestra mesa, pero nunca se sentaba a su lado, y cuando quería una foto con él, yo, cualquiera, debía sumarse para que en ningún caso aparecieran los dos solos.
Sus músicos, todos, incluyendo a Miralles, andaban uniformados con sus correspondientes camperas azules con la inscripción SERRAT en la espalda, y comían, siempre, en otra mesa. Y todos lo llamaban el jefe.
Otro mediodía en Córdoba almorzamos en un restaurante del centro de la ciudad, estaba lleno, la gente lo aplaudió cuando entramos, y él agradeció con una sonrisa que a mí me pareció todo un esfuerzo. Inmediatamente, por encima del bullicio, desde los parlantes empezó a sonar un tema suyo. Ni bien nos atendieron, le dijo al mozo: ¿Puede sacar la música, que a este tipo no me lo aguanto? El mozo se rió y la música siguió. Serrat me miró y me dijo: me parece que este se pensó que era un chiste, no?. Sí, le dije. En cuanto volvió el mozo se lo pidió bien en serio y la música cesó.
En Tucumán se puso verde. Ya en Córdoba se había filtrado hasta mí un escándalo interno, una fuerte pelea, una bronca suya por la escasez y/o mala ubicación de los avisos de sus presentaciones en los diarios locales. El ambiente quedó tenso. En Tucumán estalló porque mientras íbamos del aeropuerto al hotel, y la gente lo saludaba a su paso como al Papa, él descubría que no había suficientes afiches de su show en las paredes.
Una mañana de esas fuimos a pasear para hacer fotos al dique El Cadillal. Apenas él, Chiche Aizemberg –productor de la gira, representante de Les Luthiers-, el Zoilo y yo. En un momento paramos para hacer unas fotos con el dique de fondo, y dos tipos que estaban a unos cuantos metros se alborozaron y se nos vinieron encima. Mi nota iba a cada vez mejor. Eran León Gieco y Gustavo Santaolalla que estaban grabando sonidos ambientes o algo por el estilo. Chiche los presentó, ellos se alegraron de verlo, Gieco sobre todo, le dijo: “el año pasado te fui a ver al Luna, dos horas arriba del escenario, yo decía, la puta, cómo aguanta este mono”, él sonrió. Le quisieron hacer escuchar lo que estaban grabando, le encajaron unos auriculares y al cabo de unos pocos segundos me miró y me dijo: “Daniel, toma, tienes que escuchar esto”, y se los sacó de encima. Nos convidaron un vaso de vino que él prefirió no tomar, y entonces Chiche dijo que debíamos irnos. Se acercaba la hora sagrada del almuerzo.
Pero antes de salir del Dique, el Zoilo dijo que quería unas últimas fotos con no sé qué fondo. Con el fondo monetario, es lo único que te falta, chilló Chiche y todos nos reímos pero Serrat le dijo, deja trabajar al Zoilo, y yo de pronto sentí que estaba frente al clásico dúo del policía bueno y el policía malo.
Hechas las fotos que el Zoilo quería, a punto de subir al auto, desde lejos nos gritan tres hombres, tres operarios de una de las represas, ¡Seyat, Seyat!, comienzan a gritar pero no pueden acercarse poque están detrás de un enrejado. Serrat los saluda con un brazo en alto ya metiéndose en el auto, cuando Chiche lo despierta de un grito: ¡Juan!, y le basta una seña con los ojos para marcarle la oportunidad de la foto. Serrat va, sin muchas ganas camina hasta los operarios, el Zoilo detrás, hacen las fotos, pero él vuelve con menos ganas de las que llevó: “encima me preguntan si lo conozco a Julio Iglesias”, se quejó. Me reí yo solo.
Mi idea de la nota era una crónica íntima de la gira, y un reportaje exclusivo, que hicimos esa tarde, ya en el estadio, poco antes del concierto, mientras probaban el sonido. De todo lo que charlamos lo que más recuerdo es que fue él, ahí, quien me descubrió El Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa, que había sido publicado poco antes, y que él ya estaba leyendo. La entrevista duró una media hora. Fue amable y paciente… ante un periodista que ya le había confesado su admiración, claro.
Cumpliendo una rutina, esa noche, terminado el show él y sus músicos dejaron el escenario mientras el público clamaba por un bis. Una más y no jodemos más, etc… Cumpliendo la rutina, en un momento por fin él vuelve a escena ante la ovación general, pero sus músicos se retrasan. Yo estaba a un costado del escenario, lo vi todo. Él sonriéndole a la multitud, los brazos en alto, la ovación en pleno pecho… y los músicos que no aparecen y entonces él que gira y ya es otro, se transforma, se endurece, camina hacía la parte trasera del escenario, descubre a sus músicos sentados, fumando, ajenos, y allí la furia, un rapapolvo como un trueno que los deja temblando, los pone de pie como soldados y allí marchan en fila, con Miralles a la cabeza, compungidos y contrariados de regreso a la fiesta. El jefe se había enojado.
Para entonces yo ya tenía en claro que trataba con un gran empresario catalán, Joan Manuel Serrat, dueño, fabricante y responsable de un delicado producto que generaba millones: Joan Manuel Serrat.
Con nosotros fue siempre muy cuidadoso. Me dejó la impresión de que sentía por el Zoilo una sincera simpatía –por otro lado inevitable en su caso - y por mí, en cambio, una cálida desconfianza. Tal vez por Somos y su fama…
Sin embargo y por eso, ya una mañana en Córdoba, en un puentecito sobre un río donde nos quedamos los dos solos a escupirle al agua como dos chicos, ahí yo, rindiendo todo profesionalismo, abjurando de la revista que representaba, le avisé claramente: quedate tranquilo, Juan, esta nota no va a perjudicarte en nada: si yo crecí con tus canciones.
Y recuerdo perfectamente que entonces él se encogió de hombros, me guiñó un ojo, y nada más me dijo: vamos a comer.
Nos despedimos en Tucumán, ellos seguían para Salta, nosotros debíamos cerrar.
Volvimos a vernos unas semanas después cuando clausuró aquella gira con un par de recitales en Velez a cielo abierto y estadio repleto. Mi nota ya había sido publicada, y aunque allí dejaba constancia de sus “malas lunas”, era lo que podríamos llamar “periodismo de exaltación”. Medio esperaba su gratitud.
Mi esposa de entonces quería conocerlo, así que pasamos al camarín y se lo presenté. Charlamos un rato, le pregunté si había visto la nota, y entonces me dijo:
-- Uf, tío… recién cuando la leí me quedé de verdad tranquilo.
Los otros días rodó por Facebook esta foto con Fernández Díaz y Leuco en Radio Mitre, y me recordó esa otra en el dique El Cadillal, en Tucumán, con el Zoilo querido… y se me dio por contar esta historia sobre los riesgos de asomarse detrás del escenario.



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domingo, 14 de julio de 2019

DECADENCIAS ARGENTINAS: DE LAS FUERZAS ARMADAS, a los “milicos”…




De San Martín a Videla, de Belgrano a Aguad, del glorioso Ejército del Norte a los grupos de tareas de la ESMA, del cruce de Los Andes al bombardeo a Plaza de Mayo, de las victorias hasta el Alto Perú a la rendición en Malvinas, los militares argentinos recorrieron un largo camino de la gloria al oprobio.
El desfile del último 9 de julio dejó esta magnífica foto de Pepe Mateo, y una colorida gama de reacciones que fue de la nostalgia de los menos al desprecio de los muchos.
Sin embargo el sueño de un pueblo orgulloso de sus fuerzas armadas, alguna vez fue realidad. 
Pero entonces llegaron los milicos.



UN EJÉRCITO LLAMADO MARTA

Foto: Pepe Mateo




Tampoco dejaremos de ser una colonia hasta que no logremos integrar pueblo y Fuerzas Armadas. Unas Fuerzas Armadas profesionales, bien entrenadas y bien equipadas, concentradas en el desarrollo y la defensa nacional. Y un pueblo orgulloso de ellas.
Las Fuerzas Armadas que forjaron San Martín y Belgrano, pero también  Savio y Mosconi. Las del Cruce de Los Andes y Fabricaciones Militares. Las que luchaban por la independencia de la patria en todos los planos de la Nación.
Esas Fuerzas Armadas que no existen hace mucho.
Una vez expulsado el español, ya desterrado San Martín, bajo una flamante independencia nominal, el prócer escolar Bernardino Rivadavia decidió que no fuéramos libres por el novedoso truco imperial del endeudamiento externo. Mientras tanto las cúpulas patricias del ejército contaminaban su espíritu con la puerilidad tilinga de la oligarquía terrateniente, anglófila, y por lo tanto cipaya. Antes de un siglo estaban a su entero servicio.
Ni la espantosa guerra contra el Paraguay, ni la confusa Conquista del Desierto mejoraron las cosas, y para 1930 probaron llevarse puesta la Constitución, voltearon a Yrigoyen, creyeron que iban bien, saludaron el pacto Roca-Ruciman, custodiaron con sus propios sables la entrega del país a lo largo de toda la Década Infame... y acabaron lógicamente bañados en mierda.
Distintos, acaso avergonzados –o ambas cosas-, surge en el propio seno de las Fuerzas Armadas un grupo de oficiales (unidos, bueno) que lentamente las rescata de sí mismas. O al menos lo intenta.
Por una breve primavera que en los hechos no dura ni diez años, las Fuerzas Armadas vuelven a servirles a la Nación y a su pueblo. Son los sueños de Savio, los días de Pistarini, Mosconi. De pronto en los hoteles de Chapadmalal veraneaban juntos obreros y militares. Dirá Perón desde el exilio: “yo sabía que eso nunca me lo iban a perdonar”.
Hartos de esos cabecitas negras que ensuciaban sus playas con sus hijos, el 16 de junio de 1955 -siempre con el apoyo del State Department-, aquellas cúpulas patricias, tilingas, aspiracionales, anglófilas, eligieron la sedición y el crimen, bombardearon a su propio pueblo, y a partir de entonces lo vigilaron, lo censuraron, lo persiguieron, lo fusilaron, lo secuestraron, lo torturaron y lo asesinaron o lo desaparecieron. También lo saquearon y lo endeudaron. Y así las Fuerzas Armadas dejaron de existir. Nacían los milicos. De mierda.
La sociedad civil aprendió a temerles, pero sobre todo a despreciarlos. Y a resistirlos.
La violencia engendra violencia, repetían los bombarderos y los fusiladores.
Condenados al eterno fracaso, antes de dos décadas aquellos tristes milicos fueron a buscar a Madrid al general que ellos mismos habían echado porque ya no sabían qué hacer con el país. Pero tanta violencia hace tanto engendrada, comenzaba a florecer.
Todos sabemos lo que pasó después.
De una vez por todas San Martín fue eclipsado por Videla, Brown por Masera, Belgrano por Camps, Güemes por Bussi. El glorioso Ejército de Los Andes quedó reducido a un cuerpo de policía del tipo Gestapo. Ya no se distinguían por sus fabricaciones militares sino por sus campos de concentración. 
Soberbios, ignorantes y malevos, una noche de copas confundieron al patrón con un amigo y se lanzaron a pelear contra la OTAN. Pero la Guerra por las Malvinas tampoco mejoró las cosas. Al contrario.
Soy testigo presencial de hasta qué punto el pueblo de pronto parecía perdonarles todo en apoyo a la campaña en las Islas. Pero otra vez mintieron, otra vez fallaron, ¡otra vez torturaron!, y por fin se rindieron y escaparon. Y al final otra vez los héroes serían del pueblo. Los soldados desconocidos y unos cuantos oficiales reconocidos. El alto mando volvería a casa con sus camperas de duvet intactas.
Pero fue entonces, diría Borges, cuando por fin se encontraron con su destino sudamericano.
Los mismos grupos de poder que tanto los habían usado y abusado, asqueados como traicionados por la aventura Malvinas, un día descubrieron la verdadera potencia de los medios de comunicación, optaron por la democracia, y los abandonaron a su suerte. Y su suerte fue poca. Desamparados, descubiertos, ni siquiera hizo falta la venganza: bastó con la justicia. De pronto eran públicos los crímenes más horrendos de aquella organización armada: los milicos. De mierda.
Los juicios comenzaron y ya nunca pararon.
Las Fuerzas Armadas pudieron encararlos como una oportunidad histórica para separar la paja del trigo y limpiarse como institución de un pasado para siempre imperdonable. Pero no. Optaron por abroquelarse en una actitud corporativa que ellos prefieren soñar “espíritu de cuerpo”, pero que en los hechos los revuelca en el fango de los mismos crímenes hediondos. Un Balza no hace verano.
Derrotados por la OTAN, abandonados por su pueblo al que tanto habían maltratado, a partir de 1983 comienzan el oprobio interminable y el deterioro sin fin.
Las dos décadas del infame Cavallo se llevaron el resto como un viento nuclear. En el Pacto de Madrid se firmó de una vez por todas la rendición en Malvinas. Por mandato norteamericano rápidamente se desmanteló el proyecto Cóndor; de los catorce establecimientos que tenía Fabricaciones Militares sólo quedaron cuatro; se privatizaron entre otras cosas los Astilleros Almirante Storni y el complejo naval TANDANOR, que terminó por fundir en 2001. Para el amanecer del nuevo siglo las Fuerzas Armadas Argentinas eran apenas un vestigio de sí mismas incapaces de enfrentar de igual a igual a la hinchada de Chicago.
Recién a partir de 2003 se reactivó FM para la producción de material ferroviario; en 2008 el Estado recuperó para sí TANDANOR; en 2009 se reabrió la Fábrica Argentina de Aviones dispuesta a producir con Brasil la aeronave de transporte KC390 con capacidad para 21 toneladas. Comparado en dólares con el presupuesto de Defensa de 2015, el de 2109 registra una caída del 41,64 por ciento.
En el marco del ajuste impuesto por Washington y su FMI, de las 88 agregadurías militares que había en las distintas embajadas por todo el mundo hasta 2017, este año sólo quedarán 30. Pero en la Casa Rosada festejan los ocho mil millones de pesos que esperan sacar vendiendo tierras militares en todo el país.
Más allá de los discursos escolares, y el menudo favor que les hace a los militares actuales la defensa oficial de los viejos genocidas, este gobierno los desprecia acaso más que ninguno desde el regreso de la democracia.
De los dos submarinos que poseía la Armada, acaban de perder uno con sus 44 tripulantes sin que al gobierno le importe en absoluto. Por el contrario, se esfuerza en ocultar las razones del desastre. No les importan los 44, pero está claro que todos los demás miembros de las tres fuerzas, tampoco.
En la extenuante historia de la desmalvinización nacional, nunca una administración fue tan lejos como la actual Alianza, entregando alegremente sus recursos naturales, ofreciendo el aeropuerto de Córdoba para que hagan escala los vuelos chilenos a Puerto Argentino, reconociendo al gobierno kelper como “autoridad legítima” de las Islas, despreciándolas como una sobra “porque tenemos un territorio inmenso”, borrándolas de los mapas oficiales, o llamándolas faklands sin ningún pudor.
Quizá la frutilla de tan apestoso pastel haya sido el año pasado, cuando la banda de la Fuerza Aérea entonó God save the Queen en la embajada británica para celebrar el cumpleaños de la reina de Inglaterra.
A cambio y como todo protagonismo, otra vez les ofrecen arrastrarlos a la doctrina de la seguridad interna, para usarlos otra vez contra el pueblo y después otra vez abandonarlos a su suerte.
O los hacen desfilar el 9 de julio, inflados por las fuerzas policiales, para exhibir lo que les queda cuando pasen bajo la ventana del embajador norteamericano.
Sin embargo en 2015 el 85 por ciento del voto militar fue para Macri, y en 2017 fue el 83 por ciento.
Será que les gusta que los llamen Marta.


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miércoles, 10 de julio de 2019

LA HERMANITA PELLONI: UNA SEMBLANZA…




La religiosa Martha Pelloni, heroína mediática de los 90, vuelve a las pantallas montada en la campaña electoral, y como para romper el hielo, y como si fuera gratis, acusa públicamente a La Campora de ser “el brazo del narcotráfico de la política de Cristina”… La acusación sin dudas y sin pruebas, cual revelación divina, es una constante en su trayectoria televisiva. Más que una costumbre.

EL HÁBITO DE LA MONJA




En los primeros días de enero de 1991 llegué a Catamarca enviado por la revista Noticias para cubrir la investigación del asesinato de María Soledad Morales. La monja Martha Pelloni era una de las estrellas mediáticas del momento.
Directora del colegio religioso al que asistía la víctima, ahora encabezaba las novedosas marchas del silencio que ya eran el hit de los noticieros, y luego rompía todos los silencios con acusaciones directas y furibundas contra el gobernador Ramón Saadi, su gestión, su ser y su familia.
Vale recordar que recién ese mismo verano Cavallo iba a parir la “convertibilidad” que le daría sustento político al gobierno de Menem, quien hasta entonces llevaba ya casi dos años sin hacer pie entre devaluaciones y corralitos. En ese convulso contexto, Ramón Saadi se disponía a pelearle el PJ en las próximas internas. Entonces apareció despedazado el cuerpo de María Soledad Morales.
El caso tenía su repercusión pero estalló a nivel nacional cuando la misma monja acusó del crimen a quienes rápido titulamos “los hijos del poder”: Guillermo Luque –hijo del diputado nacional Angel Luque, mano derecha del Ramón entonces y de don Vicente antes-, Arnoldito Saadi –sobrino de Ramón Saadi-, Diego Jalil –hijo del intendente de San Fernando del Valle- y Miguel Ángel Ferreira, hijo del jefe de la policía de la provincia. Según la monja, los cuatro iban en el auto al que subió María Soledad por última vez.
Por extraño que hoy parezca, rápido olvidamos a los otros tres que según la monja iban en el auto con Guillermo Luque. Los tres tenían coartadas, y aunque Luque también, de pronto quedó solo en el auto. Como si con él bastara para seguir adelante.
Pero el caso era un éxito. Batiría el record de la Guerra de Malvinas de permanencia en tapa de los diarios, ventas y mediciones. Yo me quedé en Catamarca hasta fines de marzo. Noticias clausuró la temporada de verano con un número especial dedicado al caso que triplicaría sus mejores tiradas. Más allá de lo publicado por aquella revista, yo me permití investigar cuanto pude sin los prejuicios de la hora. Ya capturado y encerrado Guillermo Luque, ya rumbo al linchamiento judicial, ya cumplido el mediático, nos volvimos. Poco después cayó Saadi. Pasamos a otro tema.
De la monja lo que mejor recuerdo es su obsesión con Ramón Saadi y su gobierno. Quería voltearlo, reclamaba la intervención nacional de la provincia denunciándolo por narcotraficante, más de una vez ese verano visitó la Casa Rosada, y al menos una fue recibida por el presidente Menem… El caso en sí, la investigación del crimen, parecía no interesarle. O más bien lo daba por resuelto. De hecho, no admitía ninguna otra hipótesis, aunque tampoco podía explicar por qué de pronto Guillermo Luque quedaba solo en aquel auto, ni muchas otras dudas. Ni te oía. No precisaba razones. Su verdad tenía el tono de la revelación divina. Hasta donde yo pude averiguar, la operaba directamente Eduardo Bauzá, entonces ministro del interior.
Tras sucesivos juicios que no se atenían al clamor popular, años después finalmente Guillermo Luque fue condenado a 21 años de cárcel sin que nada pudieran probarle, ni siquiera que había estado en Catamarca el fin de semana del crimen, así que tampoco nada fue esclarecido en dicho juicio: ni dónde, ni cuándo, ni cómo habían matado a María Soledad Morales, y por lo tanto, tampoco quiénes. Junto a Luis Tula –ex amante de la víctima-, el jurado sentenció a Guillermo Luque basado en el principio de “intima convicción”. Ramón Saadi ya era pasado. Cosa juzgada.
La monja Pelloni siguió almorzando con Mirtha, pero nunca más agitó la investigación, ni reclamó la verdad ni volvió a preguntar por los otros tres del auto, ni nada.
Años después me la crucé en un programa de ATC, invitados los dos a propósito del Caso, que se había reavivado no recuerdo por qué. Era un programa pedorro con espacio para tres o cuatro lugares comunes, y ningún debate. Pero al final, ya fuera del aire, en un aparte, le pregunté si ella podía explicarme, tanto tiempo después, exactamente cómo, dónde y cuándo habían matado a María Soledad Morales.
Se encogió de hombros, me acuerdo, sonrió y me dijo:
-- Eso capaz no se sabe nunca.
La hermanita Martha.

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