////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///
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miércoles, 7 de septiembre de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - Hoy: "UN INFIERNO INTERIOR", (a propósito del caso Candela).


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: "Un infierno interior"



Todo crimen es en sí mismo y objetivamente un compendio de horrores execrables, pero desde el punto de vista mediático, hay crímenes mejores y peores, más o menos importantes, y hasta los hay también, aún horribles, sin embargo insignificantes.
Es importante un caso según el tiempo que soporte en la tapa de los diarios. De ahí para abajo, o hacia adentro, su importancia decrece.
Para que soporte mucho tiempo la tapa de los diarios, conviene que el crimen contenga sangre, sexo, poder, dinero y política, y dos o tres si no todas estas variantes, ya que cuanto menos contenga, menos importará y más rápido será olvidado.
Pocos casos lo contienen todo, aunque el buen cronista intentará que así sea. Desde luego, por mucha que fuera su imaginación y mala leche, sin realidades que lo sostengan, antes que después el caso se le desinfla. En periodismo, muchas veces, es muy triste la verdad.
El Caso Candela, de reciente y aún actual exposición, será olvidado pronto, me animo a decir, hoy, 7 de setiembre, apenas pasen las elecciones del próximo octubre, sino antes.
Pese a los denodados esfuerzos de Clarín y La Nación
, las implicancias políticas no existen, y la verdad se les reduce a las intrigas que surgen sin parar del propio entorno de la víctima. Las críticas a la impericia policial, los tiros por elevación al gobierno de la provincia, etc, ya no funcionan, el caso no les sirve, su espanto no importa. No rinde. La máquina de mentir no funciona así tan fácil.
Un buen caso, por ejemplo, es el caso Belsunce, porque no tiene política, pero le sobra sangre, dinero, y hay pasiones y lujo y traiciones familiares y una trama que se complica a medida que se aclara… pero nos sorprendería una rápida lista de nada más diez de esos casos que tuvieron en vilo al país por más de una semana, y que hoy nadie recuerda. No es trabajo para estas memorias.
Estas memorias confesionales tienen otro propósito, expiar viejos pecados de guerra, y antes aún, ilustrar a los jóvenes que se inician en el oficio con relatos de recuerdos que mejor que mil consejos, les avisen los peligros de la batalla, y sus horrores íntimos...
Porque puestos a recordar grandes casos policiales, pido la voz y el silencio ya que un servirdor participó activa y ferozmente en el caso policial más importante de la Argentina –siempre mediáticamente hablando-, y que aún hoy, cerrado sin resolverse, veinte años después, no termina de olvidarse.
Me refiero al Caso María Soledad Morales, del cual ya hice mi primer descargo en el episodio titulado Mea Culpa. No voy a repetir aquí cosas que ya conté ahí, pero vale sí una rápida composición de lugar, y hora.
San Fernando del Valle de Catamarca, 1991, María Soledad Morales, 17 años, alumna del colegio religioso más importante de la ciudad, aparece una mañana de lunes a metros de la ruta principal asesinada, desfigurada, violada y torturada.
Hasta entonces la dinastía Saadi gobernaba la provincia más o menos desde que había provincia. Pero entonces cuatro de los hijos del poder son señalados como sospechosos, esto involucró al gobierno nacional, y allí la prensa grande, toda, se dio un festín que no se daba desde los días de la guerra.
Es mucho lo que podría contarles de aquel caso, y sobre todo, de aquella cobertura, pero me voy a limitar aquí a una sola anécdota que pretende ilustrarle, al novato, de qué somos capaces los periodistas cuando la mente duerme y el músculo y la ambición no descansan.
Pasé ese verano entero enviado allí por la revista Noticias de la Editorial Perfil, de Jorge Fonteveccia.
La revista, como hoy, pretendía, por diseño, ser la Newsweek o algo así al sur del Colorado… Pero la sustancia de sus páginas satinadas a cuatro colores, eran pura basura; precariedad de medios para el trabajo, escasez de tropa, no permitían investigar con la seriedad que sin embargo sí anunciábamos, y que por otro lado no hacía falta tampoco. La información se editaba según los ánimos o los caprichos, y las más de las veces, claro, según los negocios de Fonteveccia y nada más.
En esencia, y en rigor, nuestro trabajo consistía en rastrear los argumentos que permitieran sostener con argumentos lo que Fonteveccia decía sin argumentos. Y Fonteveccia no más decía lo que su público, según él, gustaba escuchar.
Con esos principios y objetivos se cubrió también el caso María Soledad. Y dijera Whitman: “Yo fui el hombre, yo estuve allí”
El caso tenía de todo, sangre, política, poder, sexo, dinero, pobres y ricos, pasiones, infidelidades, orgías y más mentiras, y hasta el novedoso halo del gran narcotráfico por detrás, como un telón de fondo que anunciaba sin mostrar más y mejores maravillas…
Era tan bueno el caso, que no duró días ni semanas, sino meses y años, y los que estuvimos allá, sabemos que no terminó todavía, que algún día algo allí muy oscuro, quedará de golpe muy claro…
Tan bueno era el caso, en medio de un verano sin romances, suicidios ni divorcios, que toda la prensa grande saturó enseguida los hoteles, y fuimos los ángeles de la bendición de todos los restorantes, los bares y las putas de la ciudad…
La competencia entre los medios era tal, que ninguno se despegaba de ninguno por temor a que el otro tuviera lo que a uno le faltaba, y así cualquier rumor, en la psicosis de los días sin dormir y las trasnoches sin parar, cobraba la importancia de una primicia exclusiva…
El rating y las ventas subieron a tal punto, que Fonteveccia, con el olfato de las grandes aves, hacia el final del verano, más vivo que el viento, decidió un número especial dedicado exclusivamente al caso. Un éxito.
Cuando me lo avisaron, era domingo, yo estaba allí solo, apenas con un fotógrafo, pero para mi tranquilidad me dijeron que ente lunes y martes llegaban refuerzos.
El viernes debíamos cerrar sesenta páginas.
Llegaron dos refuerzos, cuatro con los fotógrafos, y el lunes, tal cual habían prometido, sí… pero traían vagas ideas lejanas del caso, y uno de ellos, y los dos fotógrafos, no conocían la ciudad.
Pero el viernes como campeones el número estaba cerrado, el domingo en los kioscos, y antes del martes ya agotaba su primera edición, Un éxito.
Ese número especial de Noticias tiene que estar por ahí todavía, y si alguien se tomara alguna vez el trabajo de estudiarlo bien y decodificarlo, advertiría magníficas incongruencias de tiempo y de lugar, de testimonios y descripciones entre notas que hablaban sin embargo de lo mismo. Y a eso le llamamos un éxito.
En un momento. desde Buenos Aires, mi superior al comando de la operación en el cuartel central, me llama y encomienda, en medio de las balas, una nueva, dura y delicada misión. Me dice así (lo recuerdo, creo, textual):
-- Jorge quiere fotos de la madre llorando, pero en primer plano… porque de lejos tenemos un montón, pero no tienen fuerza, y la queremos para la tapa… a ver si la conseguís…
Meter una tapa es todo un logro para cualquier novato, pero casi una obligación para un veterano que se supone está de vuelta de esas cosas (nunca hay paz en la batalla, más bien).
Tal vez algún día les cuente detalles y paisajes del infierno interior que crucé para conseguir aquella foto, pero la conseguí, no fue tapa por un problema de luz, pero si abrió una las notas centrales en página al corte. Un éxito, sí.
Sin embargo, ya lo ven, todavía me cuesta hablar de eso… un mercenario como yo, ya retirado y bien curtido, lleno de cicatrices y medallas, y aún así…
Porque el músculo se calma y la ambición por fin descansa, pero entonces puede que la mente despierte, y… son cosas que el novato, ante cualquier crimen, siempre hará bien en recordar.

(continuará)


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martes, 7 de junio de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO. HOY (en el día del periodista): "Un hombre desesperado".



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: "Un hombre desesperado"

 

“Traicionar se dice pronto…
 pero hay que encontrar la ocasión”.
L. F. Céline


En periodismo es el escándalo la sal de la tierra. El escándalo conlleva la sorpresa y desata el debate, su onda expansiva avanza según su fuerza, y así en la polémica, el hecho, la noticia –y por lo tanto el medio que la maneja- alcanzan cada vez mayor difusión, es decir: publicidad gratis, que se traduce en ventas, lo cual a su vez –aunque no siempre- puede mejorar la paga del soldado.
Porque nunca falta un nuevo lector siempre bienvenido, es bueno recordar que escribo estas memorias no sólo para demostrar con hechos lo que arriba digo, sino también para alumbrar al joven que quiere ganarse la vida en este oficio, y evitarle -o por lo menos avisarle- las torpezas y los desencantos -cuando no los desastres- que producen en el frente de batalla las boludeces aprendidas en las aulas… Y en caso de no ser dinero lo que el aspirante busca, entonces hemos de recodarle que desde que se inventó la web, no hace falta un medio ajeno para ejercer el periodismo de manera pública, con absoluta libertad, y para mejor, con alcance mundial.
Pero descuento que a esta altura, el aprendiz que siguió con atención estas sinceras memorias de un auténtico exmercenario, sabe que en las redacciones de verdad, no son bienvenidos los idealistas. Exigen demasiadas explicaciones, y eso siempre retrasa el cierre... cuando la única verdad es el taller, que imprime o mata.
Revisados estos conceptos y principios, vuelvo a la lucha, su victoria o su derrota.
En el episodio anterior, Las mieles de la victoria, habíamos quedado en la derrota. Tele clic, aquél semanario de pronto en mis manos, se iba a pique. No era mi culpa, pero yo no sólo estaba de pronto al mando, sino todavía a bordo. Y atento a mis antecedentes (Ver No odies a tu enemigo, contrátalo), Atlantida, no se había animado a contratarme en firme, y me mantenía con el frágil estatus de colaborador. Pero de hecho no sólo estaba a bordo, sino ahora, también al mando.
La derrota siempre es dura, sí, pero está llena de oportunidades. Como la revista se hundía, Constancio Vigil, su dueño, se fue de viaje a Miami, tal vez a llorar lejos -por primera vez el rey midas de Atlántida, cuyos productos siempre eran un éxito, ahora mordía el polvo del fracaso-, pero antes de partir, perdidos por perdidos, nos dejó una consigna tan imprecisa como promisoria:
-- Hagan lo que puedan.
Tele clic había sido inventada para apoyar, difundir y defender al canal Telefé que Atlántica acababa de adquirir, sí… pero los muertos no atacan ni se defienden, y Tele clic se moría. En otras palabras: ya a nadie le importaba nuestra suerte… Constancio se iba y nos daba absoluta libertad a manera de extramaunción, y Telefé ya nos miraba como mira un elefante una hoja en la en la tormenta…
Perdidos por perdidos, decidí atacar. A Telefé y a todos. Hasta entonces las revistas de televisión vivían de exaltar sus figuras, sus periodistas en general eran amigos de los "famosos" que ellos llamaban "artistas" y apenas un divorcio más, otro romance, una pelea, les daban cada tanto un pico de ventas… Nosotros salimos a pegarles a todos donde más les dolía, cuestionamos sus trabajos, la valía real de sus celebridades vacías, la vigencia de algunos “eternos” ya perimidos; inspirados más en el Satiricón de los 70 que en la Radiolandia de los 60, pero decididos a ser los 90, ordené la iconoclacia y empezamos a escupir las imágenes sagradas: Mirtha Legrand, Lucho Aviles, Alejandro Romay y su Susana Giménez -entonces estrella de Canal 9-, y otros que ahora no recuerdo, porque de verdad terminaron entonces. Por supuesto debíamos cuidarnos con Telefé, pero al principio importábamos tan poco, que parecíamos libres…
El caso es que antes de lo esperado todos los aludidos comenzaron a respondernos, y por lo tanto, a mencionarnos. A la postura pendenciera le dimos un tono coloquial y un lenguaje moderno, y no reprimimos el humor sin provocarlo tampoco. Teníamos “gracia”.
Las ventas subían semana a semana, y Tele clic se convertía en el boom de los kioscos.
Sentí que era la hora de meter un buen golpe, un buen escándalo. Y hubo suerte.
Pocos meses antes Jorge Cacho Fontana, el histórico locutor de las madres y las novias, había vivido un patético episodio de violencia doméstica, azotando a una chica, mucho más joven que él, de oficio desconocido, ella, y que él llevaba largo tiempo presentando públicamente como su novia. La chica, de nombre Marcela Tiraboschi (aunque usted no lo crea), salió a gritar por cuanto micrófono le abrieran que Fontana era un golpeador, y, oh, ¡un drogadicto que tomaba cocaína!.
Cocaína.
Fontana.
Cacho.
Era 1991. La noticia se incendió con él adentro.
En cuanto pudo librarse de la prensa, Fontana desapareció de todos los lugares que solía frecuentar, incluso tuvo un intento de suicidio en Bariloche -del que lo rescató Tito Lectoure-, y luego pasó al ostracismo, volvió a la casa de los viejos, se encerró junto a su madre, y nadie nunca supo más nada de él... y si alguien, algún medio, algún periodista sabía algo, lo callaba, lo protegía.
Hasta que alguien nos acercó la información casi como un chisme, más o menos así:
-- Parece que Fontana tuvo una parálisis facial, y anda sin un mango, vive con la vieja en un departamento de la calle Entre Ríos, y todos los días cena solo en el Chiessa.
El Chiessa era un restorante de la calle Entre Ríos, ya no existe, pero entonces era buen lugar, yo solía frecuentarlo, tradicional, sencillo y muy reservado.
La información podía ser falsa, no estaba chequeada. Pero en tal caso, para chequearla, no debíamos invertir más que un novato de guardia frente al Chiessa por el resto de su vida… y si algo sobraba en Tele clic, eran novatos.
Mandamos uno con su correspondiente fotógrafo y sus ordenes expresas:
-- No te muevas de allí hasta que no lo caces a Fontana.
Y lo preparamos mentalmente para una vida allí, por la calle Entre Ríos, entre el Chiessa y la casa de la madre de Fontana como su nuevo solo mundo.
A las dos horas sin embargo, el novísimo novato ya estaba de vuelta.
Antes de ser ejecutado de manera sumaria logró explicarme con toda calma y sin ninguna emoción –con absoluta inconciencia-, que casualmente se había encontrado con Fontana comprando una revista en un kiosco frente a la dirección que le habíamos dado, que efectivamente no se lo veía muy bien, que tenía un ojo medio cerrado y que hablaba con dificultad, pero que no quiso fotos, que apenas le pudieron sacar una sola, cuando ya Fontana le pidió por favor que le pidiera a su jefe que no publicara nada de nada, que antes lo llamara por teléfono.
-- Quiere hablar con vos.  
Me dijo aquél buen novato y allí me entregó el teléfono de uno de los hombres más buscados de la hora.
Lo llamé. Fontana atendió falseando la voz, hasta que le dije quién era. De allí en más fue un largo monólogo suyo como un lamento interminable inventariando todas sus desgracias, la parálisis en la cara su madre ciega, la causa penal que le seguían por agresiones, la posibilidad de la cárcel, la falta de trabajo, el dinero que se acaba, el oprobio, la vergüenza, sus hijas…
Yo apuntalaba la autoentrevista con un “ajá” y un “claro claro” cada tanto, mientras tomaba nota de todo, y otro como yo, en otro teléfono, calladamente, grababa lo que a mí se me escapaba.
Era una confesión explosiva.
El ocaso de un gigante en voz del propio gigante, y en primicia absoluta.
Gente, Noticias, Clarín, la tele, cualquier medio pagaría fortunas por ese material.  
Fontana me pedía por sus hijas que yo no publicara nada. Ni una palabra de todo lo que me decía. A cambio me prometía el primer reportaje en exclusiva una vez que su causa tuviera sentencia en firme...
-- Entienda que cualquier cosa que diga ahora, puede perjudicarme y mucho…
También yo le  pedí que él entendiera como profesional lo que tenía en mis manos. Y él decía entenderme, pero insistía. Y me pedía por sus hijas una y otra vez. Parecía un hombre desesperado. Recordé que había tenido un intento de suicidio.
Cuando vi que ya no me diría más nada porque ya me lo había dicho todo, le prometí que no publicaría ni una línea, y cortamos.
Por supuesto lo traicioné sin dudarlo. En tapa fue apenas la única foto que le pudimos sacar, pero adentro todo lo que me dijo. No traicionarlo hubiese sido traicionarme.
Pero en la misma nota admitía mi traición, y para mitigar el golpe, le di la forma, el tono y el título de una “Carta abierta a un grande”,  y convertí su dolor en un largo elogio y en un canto de esperanzas; delaté su presente, sí, pero subestimé su desastre desde la perspectiva de su brillante pasado, confiando así en un seguro porvenir mejor...   
La revista cerraba los jueves, se imprimía los viernes, y entre sábado y domingo llegaba todos los kioscos del país.
Ese viernes, recuerdo -pero no recuerdo por qué-, cené con una amiga en el Chiessa, y allí estaba Fontana, en otra mesa, solo, de espaldas a la puerta, ajeno a los talleres donde a esa hora se imprimía mi tración, y ajeno al hombre que lo había traicionado, y que allí tan cerca lo miraba ahora… Recordé su intento de suicidio, y sentí como pocas veces el vértigo del poder de fuego de mi oficio.  
El número estalló en los kioscos y todos los diarios, la tele y las radios, levantaron la noticia, y hablaron de Fontana y de Tele clic durante toda la semana, multiplicando así las ventas y los comentarios, y tal y tal... Un golazo. 
Pero yo -sin decirle a nadie- temí todo el domingo y todo la mañana del lunes la noticia del suicidio de Fontana... y recién cuando en su programa de los mediodías en ATC, la madre de sus hijas, Liliana Caldini, en nombre de sus hijas, le agradecía a Tele clic por el homenaje a Cacho… recién entonces festejé la victoria como corresponde…
Porque eso sí: por más que todo parezca un juego de metáforas, la batalla, el frente, el mercenario, y mis etcéteras, en este juego se juega de verdad con la vida de los otros… Eso el novato no debe olvidarlo nunca, ni pensarlo tampoco demasiado... o como decíamos de arranque: o mejor olvidarse de lucrar con este oficio.

(continuará)

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lunes, 23 de mayo de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - HOY: "LAS MIELES DE LA VICTORIA".



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: "Las mieles de la victoria"

 


Larteguy tiene razón. Los mercenarios que yo he conocido también combaten de los veinte a los treinta por rehacer el mundo, y despuès, hasta los cuarenta, por esa idea que de sí mismo se han inventado. Yo entonces tenía 35. Estaba en el momento justo para batirme por esa idea que me había inventado de mí mismo. Si algo había aprendido al cabo de tantas batallas, era hora la de probarlo… y de probarme.  
Es bueno que el novato sepa que tarde o temprano, si no cae en la contienda, llegará su momento.
Aquella pequeña revista, de género menor, dedicada a la tevé y su farándula, demorada durante meses en números ceros que nunca llegaban al uno, con su escuálida redacción de principiantes; y que yo creía condenada a ser apenas un satélite de Telefé, ya tenía nombre -Tele clic-, ya llegaba a los kioscos, y ya me había demostrado que, tras su apariencia inofensiva, era en realidad un comando especial para operaciones encubiertas. (Ver Nunca sabrás nada de nada). Pero apenas nacida, ya se moría.
Pensada para vender al menos entre diez y quince mil ejemplares (recordemos que se trataba en principio de una revista de programación, con algunos recuadritos de exaltación a las figuras de Telefé), apenas lanzada, con toda la fuerza de Atlántida y el apoyo audiovisual de Telefé y Continental, picó de salida en nueve mil ejemplares, y de allí empezó a caer semana tras semanas… hasta que cayeron sus directores, claro.
Eran Jorge Lafauci y Marita Otero, buena gente, pero no aguantaron las presiones. Demasiados amigos en la farándula, y Tele clic ya nacía llena de enemigos (el resto del mundo menos Telefé, claro). Nunca llegaron a echarlos, la tempestad se los tragó, renunciaron a coro en mitad de un cierre, el taller babeando de ansiedad, y el número aquél a la deriva… y a bordo veinte novatos y un solo profesional: yo.
Aldo Proietto dirigía por entonces El Gráfico, pero brazo derecho de Constancio Vigil, controlaba todas sus revistas, exceptuando La Chacra, pero incluyendo Tele clic, y mucho más en ese preciso momento, cuando ya no la dirigía nadie.
Pálido bajo el neón de los tubos, miró a su alrededor, uno por uno a los novatos… y yo.
Perdido por perdido, se le cayó la pregunta de la boca
-- ¿Te animás?- me dijo.
Sonreí. Bastaba asentir para que de pronto una revista de Constancio Vigil, el hombre al que yo había mandado preso pocos meses atrás (Ver No odies a tu enemigo: contrátalo), de pronto quedara en mis manos. Asentir hubiese bastado, pero hice más.
Joven, atrevido, valiente o temerario, dispuesto a batirme por la idea que me había hecho de mí mismo, hice más que asentir: sonreí, me encogí de hombros con sobrada obviedad, y recuerdo que le dije:
-- Más bien…
Proietto se atajó. Supongo su escalofrío: de golpe sin otra alternativa que el naufragio, o yo…
-- Es sólo por este cierre… -aclaró como para calmarme pero para calmarse.
-- Por mí no hay problema –le respondí para que se calme, y no.
Asintió sin sonreír.
-- Metéle –me dijo, y le metí.
Allí tenía yo, por fin, un buen buque mercante bajo mi mando por primera vez. La nave no era en sí gran cosa, pero la respaldaba una de las flotas más poderosas del continente: Atlántida-Telefé-Continental
La nave en sí no era gran cosa, y para peor se estaba hundiendo, es cierto. Pero mejor: no habría presiones. Tenia mucho para ganar y nada para perder. Si se hundía, no era yo el que la había hundido, y si flotaba… era yo quien los salvaba a todos del naufragio…
Mentiría si dejo aquí las cifras exactas de las ediciones sucesivas, recuerdo sí –y aún debería estar en aquellos balances de Atlántida- que las ventas empezaron a subir una semana tras otra, que enseguida pasamos los diez mil ejemplares y los veinte mil, después los treinta y los cuarenta mil, y que antes de un año alcanzamos los 120 mil ejemplares, que era el tope de ventas de Noticias y Gente, los dos semanarios de mayor circulación por entonces.
Como suele ocurrir, de a poco la victoria se llenó de traidores, y al año me fui… Pero durante ese año fue una campaña triunfal, y en tal caso acá lo que importa es cómo lo conseguimos, las técnicas de combate que nos dieron la victoria… Y no me refiero a las grandes estrategias de marketing o a los pretenciosos estudios de mercado, que si fueran tan efectivos no fallarían nunca. Me refiero a lo que no falla nunca: a los recursos y la experiencia recogidos en el frente, a esas cosas que fuera de toda ortodoxia -y no necesariamente éticas-, resuelven la batalla y aniquilan al enemigo.
Era la hora de probar lo aprendido... y de probarme.
Eureka- eureka, la pólvora explotaba, sí.
Pronto Tele clic era nombrada, discutida o elogiada en casi todos los programas de la tele y la radio, alcanzábamos la tapa de los grandes diarios, y pronto imponíamos y sacábamos figuras y programas de la televisión argentina. Luego comenzamos a exportarla.
¿Cómo lo hicimos?
Para explicarlo necesito un espacio igual a éste así que mejor la sigo en el próximo episodio. Prometo esta vez no demorarme tanto, que ya hace más de un mes desde la última entrega, lo sé...
Pero es que lo mercenarios somos así. Larteguy allí no lo dice, pero cuando no dejamos la piel en la batalla, ni nos derrota la cirrosis –y encima un modesto botín de guerra nos permite un retiro relajado-, a veces nos relajamos demasiado, sí, puede ser… son las mieles de la victoria, como les llaman.
Es bueno que el novato sepa que no siempre se pierde.

(continuará)

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sábado, 2 de abril de 2011

"MEMORIAS DE UN MERCENARIO". Hoy: "¡VIVA LA GUERRA!"... (Recuerdo de Las Malvinas...)




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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si exhausto, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: ¡Viva la guerra!

"Yo fui el hombre,
yo estuve allí".
Walt Whitman.


Cuando el negocio es la carroña, una guerra es un festín.
Desde el Mundial 78 los grandes medios argentinos no habían vuelto a facturar como lo harían en los días de Malvinas. Duplicaron y hasta triplicaron las ventas. Y duró más que un mundial.
Lo recuerdo perfectamente, puedo decir como Whitman: “Yo fui el hombre, yo estuve allí”. Entonces tenía la edad para ser un soldado, pero tuve la suerte de ser un corresponsal de guerra.
El 2 de abril de 1982 yo era un auténtico novato, no llevaba ni dos años en el oficio, estaba en Somos, la revista que Editorial Atlántida había inventado para apoyar el proceso en general, y el plan económico de Martínez de Hoz en especial. Ustedes se preguntarán: ¿no conseguiste nada mejor para empezar? No. Ese era el mejor lugar para empezar. Una de las empresas periodísticas más grandes de Sudamérica. Más allá del contenido (que se decidía en otro planeta del que yo habitaba por entonces), trabajábamos con los mismos recursos de los mejores medios del mundo. Y además, por aquellos días, todos los medios eran oficialistas excepto los que no existían. A lo sumo, alguno se oponía a cierto sector de las fuerzas armadas, pero amparado por otro. Y mucho más cuando empezó la guerra, que es lo que importa aquí.  
Importa que había estallado una guerra, y que yo estaba allí. Con la edad para ser un soldado, y la oportunidad de ser un corresponsal... ¿O qué otra cosa puede querer un chico saludable que recién empieza en el periodismo y despierta con una guerra a mano, sino ser corresponsal de guerra, eh?...
Era viernes. Temprano rompieron las marchas militares y los primeros comunicados que nadie podía entender porque nadie podía creer. El cielo estaba cubierto de nubes. Un gran desconcierto reemplazaba al sol. Dos días antes la CGT había organizado el primer paro con movilización desde el comienzo de la dictadura, y la marcha masiva y la represión ya inocultable, abrían las primeras fisuras públicas en el proceso. Yo había estado allí, también, ese día, entrel os gases y los palos, más bien. Yo era el cronista. Primera línea, carne de cañón.  
Pero de pronto dos días después los balcones se llenaban de banderas y el primer desconcierto ya se resolvía en festejo. ¡Las Malvinas ahora sí eran Argentinas!.
Me río porque en la redacción el desconcierto seguía. No veían venir lo que venía. Años de periodismo oficialista habían anquilosado todos los reflejos. Ni bien llegué esa mañana, me rebotaron para la Plaza de Mayo sin pasaje de vuelta ni órdenes precisas. No sabían qué hacer. 
En la plaza empezaba a juntarse la gente y allí me lo encuentro ya a Miguel Wyñazki -testigo presencial de lo que cuento-, camarada en la misma trinchera de la mesa de cronistas de Somos, carne de cañón él también, primera línea, y como tales. allí ya estábamos los dos, exáctamente bajo del balcón al cual en un rato se asomará Galtieri a guapear aquello de “Si quieren venir que vengan…". Borges diría: un coraje borracho…
Las multitudes seguían llegando y antes del mediodía y ya llenaban la Plaza. Y todos estábamos de acuerdo por primera vez. Las Malvinas son argentinas. Eso ni se discute. Negros y blancos, ricos y pobres, buenos y malos, bosteros y gallinas,  allí estaban todos... parafreaseando a Miguel Hernández: parecía la primera vez de la Argentina, la sola vez de su total imagen…
A partir de entonces los días se licuaron en sus horas, el pasado fue abolido de repente, y la gran tragedia de la guerra se desplegó en todo su delirio.
La cúpula de Somos, sin embargo, seguía todavía sin saber si dedicarle o no todo el número a Malvinas… Me río, sí, pero no eran los únicos: los principales diarios daban el tema en tapa, claro, pero adentro la vida quería seguir como si nada; se hablaba del mundial de España, que empezaba en julio, que debutaba Maradona, que no podìamos perder...
Pero la guerra se ríe de la vida. Antes de una semana ya no se hablaba de otra cosa, y allí partía yo, el viernes 9 de abril, rumbo a Ushuaia, Tierra del Fuego, con la mínima misión de hacer alguna nota de color, ver qué decía la gente, fotos de los hospitales con las cruces pintadas en los techos, y el lunes de vuelta a la redacción, que hacía falta tropa para correr al archivo, a la Plaza, o por ahí…
Pero la guerra es verdadero caos, y en el caos verdadero... todo es posible.
El sábado 10 de abril a las 9.21 de la mañana yo aterrizaba en Puerto Argentino, Islas Malvinas, a bordo de un Fokker F28 de la Armada, colado en un reducido y listado grupo de periodistas, un poco por astucia, un poco por petiso, un poco encubierto por la noche interminable de aquellas latitudes... pero más que nada camuflado en el despelote general que ya se notaba en todo.
No volví el lunes a Buenos Aires. Más bien. Aquél mismo sábado por la noche un avión militar me despachó con los otros periodistas de regreso a Río Grande. Nadie consiguió quedarse, pero allí estaban el informe y las fotos. Ni bien mis jefes supieron de la hazaña, me colgaron en Tierra del Fuego hasta el final... En rigor, volví pocos días antes de la rendición, el 10 de junio, así que también estaba allí cuando llegó el Papa, y después, el 14, cuando capituló Puerto Argentino y cayó Galtieri; y además recorrí de ida y vuelta por tierra todo el Frente Sur, y vi y viví un montón de otras cosas que no voy a contar aquí porque ya lo conté casi todo en una novela que publicaría muchos años después bajo el título Banderas en los balcones.(*)
Y además se supone que estas Memorias de un mercenario son relatos breves destinados a demostrar con hechos que la prensa comercial es un industria voraz como cualquiera, y mucho más perversa acaso... 
En esa novela cuento cómo funcionaban el tráfico de fotos y de información, la tabla de precios que llegaron a tener las imágenes con heridos, los bombardeos y los cadáveres en playa; lo mucho que rezaban muchos para que el conflicto no se acabara nunca porque nunca habían ganado tanto, los dueños, porque vendían, los periodistas, porque sumábamos viáticos y llovían colaboraciones hasta de Marte; y después la necesidad de exprimir la posguerra hasta su última gota de sangre para sostener de alguna forma la inercia de las ventas, al menos hasta que empezara el mundial. ¡Debutaba Maradona! ¡No podíamos perder!... Las banderas en los balcones, siguieron allí.
El público detrás de lo medios, lo medios detrás del público arengando al público alineados con el gobierno; el público por patriotismo, por ingenuidad o lo que fuera; el gobierno por delirium tremens; los medios, siempre, por dinero... pero todos estuvieron allí, yo también, por eso lo cuento, porque lo vi de cerca, de sur a norte, de principio a fin, por fuera y por dentro… y como hoy es 2 de abril y todo el mundo lo recuerda...  
...Aunque en el contexto de estas memorias acaso sólo importe eso: la inolvidable felicidad de todos aquellos editores -dueños y no-, cuando vender era tan facil, cuando la tipografía catástrofe te quedaba chica en serio, cuando la foto más pobre te daba una doble central, cuando las ideas para la tapa llovían del cielo como las bombas…
Por eso digo: si tu negocio es la carroña… ¡Viva la guerra!


(continuará...)


(*) Banberas en los balcones, Daniel Ares, Editorial de la Flor, Buenos Aires, 1994. En breve en edición digital.

viernes, 25 de marzo de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - HOY: "NUNCA SABRÁS NADA DE NADA" (con los hermanos Herrera Noble)...


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: Nunca sabrás nada de nada



Nunca sabrás nada "de nada", habría que agregar al título del último episodio. Porque fue sin embargo en aquella revista que aún no era una revista ni nombre tenía –ni futuro le veía yo-, esa revista de género menor, limitada a la farándula y la tevé, y condenada a no ser más que un satélite del canal que acababa de comprar Atlántida; en ese pasquín, digamos, del que yo no esperaba grandes emociones, y en el que sin embargo me encargaron por primera y única vez en todo mi deambular por distintios medios, una investigación a fondo del extraño caso de los hijos de la dueña de Clarín. Por eso digo: nunca sabrás nada de nada.
Rápida composición de lugar. Abril de 1991, Menem presidente, gran remate gran, salen a licitación también las señales de cable y los canales abiertos, las radios nacionales, provinciales, todo se vende, bah… Las grandes empresas periodísticas entran en guerra. Atlántida se queda con Canal 11, varias radios y algunas señales, Clarín agarra el 13, y otro paquete grande… pero duhaldista ya, se oponía a Menem.
El tema de los hijos de la Noble serpenteaba desde siempre en forma de rumor y en voz muy baja entre políticos o periodistas o gente muy informada, y ya corría el riesgo de convertirse en leyenda, en fábula sin moraleja, o mentira simple… Alguna vez Alfonsín, siendo presidente, había intentado encararlo … pero otra vez retrocedió enseguida.
Sin embargo, por aquellos días, poco antes de esta historia, Guillermo Patricio Kelly había presentado una denuncia contra la viuda en la justicia. Sin demasiada repercusión en los grandes medios, por supuesto..
Hoy  todo eso parece muy claro, entonces no era tan así. La guerra de los medios por más medios estaba en pleno combate –se peleaba por muchísimos millones de dólares-, y entre el humo, las balas y los muertos, nada se veía tan claro…
La nota me la encargó personalmente Constancio Vigil, dueño de esa revista y de la mitad de la Editorial, el hombre que pocas semanas antes yo había mandado preso… (Ver  No odies a tu enemigo: contrátalo).
Era la primera vez que nos encontrábamos a solas cara a cara… Me pareció que le costaba mirame (despuès de todo yo era el hombre que lo había denunciado, que conocía sus miserias); recuerdo que fue serio casi solemne, y muy preciso. No tengo las palabras que usó, pero sí el contenido de sus órdenes: yo debía sugerirlo todo sin afirmar nada, y, sin acausar a nadie, rondar el tema dejando en claro que sabíamos mucho más de lo que decíamos. Inmediatamente, me sugirió hablar con Kelly.
Kelly ya se murió, pero entonces estaba en plena forma, y era temible. No para los periodistas, con quienes solía ser muy gaucho; sino para sus enemigos, que pretendían presentarlo como un payaso, un loco, un espía multinacional, un mercenario… y era un poco todo eso, sí, pero le temían porque los investigaba en serio, y porque muchas  veces los mandaba presos de verdad.
Yo lo traté sólo esa vez, creo que en su casa, donde me citó… recuerdo que grabé la entrevista, pero él también. Apenas encendí mi grabador, Kelly enmudeció de repente, desplegó su rara sonrisa de payaso loco pero peligroso, alzó las manos, me hizo una seña para que espere, y encendió él también un grabador.
-- Si nos grabamos nos grabamos todos  –me dijo y yo también le sonreí.
 Y luego me lo contó todo. Todo lo que hoy tanto hacen por ocultar la señora de Noble, sus socios, sus abogados, sus empleados y sus cómplices... Pero esa es otra historia, no quiero desviarme.
Después de hablar con Kelly investigué un poco más (lo suficiente como para confirmar algunos datos puntuales que le daban veracidad al resto de la historia), y me escribí una nota que me valió algo más que buenos elogios del patrón.
Concentrado en impresionarlo (no para congraciarme con mi reciente víctima, sino por  anunciarle o mostrarle que yo estaba para algo más que esa revistita de mierda), derribé sin desperdicio de municiones cada uno de los objetivos impuestos. En tercera persona, un sobrio narrador omnisciente denunciaba el caso alardeando de su muy buena información, cuidando profesionalmente de sus fuentes, y, sin acusar a nadie, sospechaba de todos, se preguntaba sin responder ni afirmar, pero revelando en cada línea, que sabía mucho más. Que lo sabía todo, bah…
Esas palabras de Constancio, cuando leyó la nota en crudo, sí las recuerdo.
-- Muy bien, eh… casi demasiado bien, le diría…
Nunca entendí lo que me quiso decir.
De cualquier forma tan excelente trabajo pasó por la imprenta pero no vio jamás la luz del día, quedó allí, en un número cero del que hoy no quedarán seguramente ni cenizas…
Y tal vez allí también hubiera quedado este episodio, y yo me habría ido a la tumba por mis cenizas sin comprender jamás el por qué ni el para qué de tanto esfuerzo, tanta precisión y tanta enjundia para nada…
Pero con los años, conseguí otras piezas del puzzle. No todas… pero sí las necesarias como para revelarnos el motivo general…
Esta fuente la reservo para siempre. Un periodista, un colega, un amigo, un mercenario como yo, al servicio entonces del diario La Nación, me cuenta años después que allá, muy en los inicios del menemismo, en el 91 exactamente, lo invitan y asiste a un almuerzo para periodistas en la quinta presidencial de Olivos, del cual también participa la señora Ernestina de Noble. Repito: por entonces Clarín, ya duhaldista, se oponía a Menem.
Tanto así, que en algún momento del almuerzo, medio en broma nunca en broma, Menem le reprocha a la señora de Noble el castigo que recibe de su diario. Este amigo me cuenta que ella se excusa, y en nombre de la libertad de expresión, les endosa la culpa a sus “muchachos”… Más risas.
Hasta que se acabó el almuerzo. Y las risas.
Todo según mi fuente –gente cien por ciento confiable-, la viuda de Noble es invitada entonces a un aparte con el presidente, su secretario Alberto Kohan, y algunas otras personas...
Luego, alguien que estaba adentro iba a contar afuera que allí el mismo Menem le explicó a la señora el doble filo de la libertad de expresión. Y al mejor estilo Michael Corleone e en El Padrino I, le recuerda que ellos también tienen medios, y ahí nomás le tira una revista, aún inexistente, a punto de ser lanzada por una poderosa editorial, y cuyo primer número presentaría una larga y muy completa nota contando por primera vez para el gran público argentino, la verdadera historia de sus hijos adoptivos…
-- Medios tenemos todos… -nos gusta pensar que le dijo.
Hoy ya es pública la historia del pacto Menem-Clarín, que luego se rompe cuando el enfrentamiento con Duhalde llega a su punto más caliente, y Menem le tira con el juez Marquievich, y… hoy todo está más claro.
Y está claro también lo que ya dije alguna vez en El Martiyo: ningún periodista argentino, mayor de 40 años, ignoraba la historia de los hijos de Ernestina… Ninguno.  Se llame como se llame, Morales Solá, Santo Biassati, Ricardo Kirchbaum, o el tibio Bonelli. Todos lo sabíamos así como cada uno de nosotros sabe por qué calló… o calla todavía. (Aunque la razón entre mercenarios, es siempre la misma, a qué engañarnos: el dinero).
No, no puedo asegurar que esa revista con la cual Menem amenazó a la Noble era aquél número cero de Tele clic. Pero tampoco descartarlo.
Si sé que por aquellos días Constancio Vigil era un habitué de Olivos; que la guerra de los medios era un título de las revistas, pero una carnicería cierta; que los ataques al Grupo Clarín desde Tele clic continuaron por un buen tiempo pero limitados a lo institucional, a sus productos y sus figuras; y que cesaron de pronto un día en el cual el propio Constancio bajó a la redacción para darme la orden expresa y personalmente con su gravedad castrense.
-- De aquí en adelante, no nos metemos más con Clarín. Ni a favor ni en contra.
Alguna victoria, alguna tregua, se había conseguido.
Alguna forma de extorsión, había vuelto a funcionar.
No los nombramos nunca más. Pero la guerra continuó. Enemigos nunca faltan, por suerte...
Y pronto mis artes de mercenario andado serían muy valoradas en aquella revistita que ahora descubría que en realidad era un comando especial camuflado para operaciones encubiertas.
Nunca sabrás nada de nada.


(continuará)...