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“El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11/08, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.
De su experiencia, estos recuerdos.
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El Martiyo Producciones presenta…
"Memorias de un mercenario"
“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.
Jean Lartéguy
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Hoy: Nunca sabrás nada
(una introducción)
El civil gusta imaginar que los medios periodísticos son lugares donde los periodistas van a decir lo que saben, o lo que piensan, o lo que sienten, según el grado de inocencia del civil que imagine. Así también ese civil suele enojarse con tal o cual periodista por lo que dice, calla o sugiere. Ja. El profesional de los medios contempla a dicho civil con una sonrisa estremecida entre la ternura y el cinismo. Como miraríamos al hombre que en plena partida de ajedrez, se pone a putear contra un alfil o, incluso, contra el mismísimo rey.
Algo de eso pretendí dejar en claro en Sangre, sudor y lucro, pero si hoy retomo en parte el tema es más bien para referirme a la condición técnica, no solo instrumental, del periodista. Que como tal es una especie de herramienta, sí, pero al ser humano, es una especie de herramienta con vida propia.
Porque el periodista –el periodista profesional, el periodista industrial-, es, antes que nada, un técnico, y como tal, consigue abstraerse con mucha facilidad de la materia con que trabaja, así como al cirujano poco le importa si el paciente que opera es un canalla o no. Pero cuidado: esto no tiene nada que ver con la presumida objetividad periodística –abstracto de la especie del Santo Grial- sino con las necesidades operativas, y finalmente comerciales de su faena.
Así también el civil suele soñar diferentes en importancia o seriedad al periodista de Página 12 o La Nación (esto ya según la canción que el civil guste de oír), frente al periodista por ejemplo de Crónica, o de Diario Popular. Otra ingenuidad similar a presentarse en los estudios Walt Disney para entrevistar a Pluto.
Al periodista –profesional, industrial- le da lo mismo el medio para el cual trabaje –no así su sueldo- porque su trabajo en nada muda con el medio. En todos tendrá que hacer lo mismo: manufacturar la realidad, en sustancias de imágenes y palabras, según las directivas del que pague, para obtener, a cambio, el dinero de la gente. Así en Le Monde Diplomatique, como en el Paparazzi, o en cualquier otro medio que contenga publicidad, precio de venta y distribución masiva. La sustancia que a tales fines le entreguen al periodista, no modifica la mecánica de su trabajo; así como no hay diferencias para el cardiólogo entre el corazón de un buen hombre y el de un hijo de puta. Los dos sangran, los dos laten, los dos mueren.
Para 1990 yo llevaba ya diez años de profesionalismo, los cinco primeros, en Editorial Atlántida, donde no faltaba un helicóptero si hacía falta, y cuyo archivo fue el oráculo más completo que yo conocí antes de Google. Una gran escuela, Atlántida, la facultad que entonces no existía. Todavía le agradezco. Allí hice de todo, mil guardias, persecuciones, investigaciones, deportes, parlamentarias, espectáculos, policiales, sociales, entrevisté políticos, artistas, estrellas y estrellitas, estadistas y asesinos, viajé por el mundo, cubrí giras presidenciales, la guerra de las Malvinas , el juicio a los comandantes, crímenes y castigos, hice de todo, aprendí mucho… Como además eran entonces los que mejor pagaban, allí trabajaban los mejores profesionales que hubiera sueltos, vivos, y a mano. Muchos me enseñaron mucho. Maestros. Mercenarios como sólo Larteguy y yo conocimos.
Asfixiado por las redacciones, ya todo un profesional, al quinto año me fui, soñaba ser free lance –como me gustaba llamarme-, y alcé el vuelo y volé…
Sobreviví, sí, y aprendí mucho más. Trabajé para editoriales pequeñas y medianas, y rodé por revistas donde a veces no había ni máquinas de escribir, ni siquiera otra revista a mano de dónde robar alguna foto… Y sobre todo en esas, en las más precarias, en las más pequeñas, en las más piratas, aprendí más y desarrollé un ingenio que de regreso a las grandes ligas iba a marcar la diferencia. No hay vuelta que darle: el que sobrevive al mar, pisa la tierra firme como si fuera suya.
Volví a las grandes ligas a fines de 1990, (ver No odies a tu enemigo: contrátalo), y a principios de 1991 ya estaba de vuelta en Atlántida, un mes después de haber mandado preso a su dueño, y para una revista nueva... ni siquiera eso: para una especie de proyecto menor, dedicado a la farándula y la tevé, pero destinado al apoyo del canal Telefé que Menem acababa de adjudicarles.
Una revista de género menor, un house organ satelital del nuevo gran negocio de la empresa, condenada, clara, abiertamente, a sofocar cualquier verdad que los perjudicara, así como a difundir cualquier mentira que los beneficiara. Nada que no hicieran los otros medios, pero este así: clara, abiertamente.
Yo no sólo había acabado con el prestigio público de Constancio Vigil apenas unas semanas antes, sino que cinco años atrás me había ido de Atlántida llevándome el cien por ciento de la indemnización correspondiente, pese a que el jefe de personal me advirtiera ya en ese momento que "si la quería toda” debía renunciar a la posibilidad de volver a la empresa alguna vez. También por todo eso que yo ahora quería volver.
Pero si ellos, pese a todo eso, estaban dispuestos a indultarme, era antes que nada porque llevaban meses convocando profesionales sin convencer a ninguno por mucho que les pagaran. Así de mierda era el barquito por el cual y para el cual me “perdonaban”.
Pero además de perdonarme, me ofrecían el triple de lo que en ese momento ganaba en Noticias. Y yo ya era un verdadero profesional, con más deudas personales que cuando no lo era, sin embargo.
Como la cuenta era muy simple, no demoré más que lo que toma pensar tres por uno cuatro, y allí estaba de vuelta en Atlántida, cinco años después, diez más viejo, más zorro, más sólido, con 35 de edad y en plena forma, y todo para eso… para una revista de género menor que ni siquiera me podían explicar.
La buena noticia era que no habría grandes presiones, advertí rápidamente.
De arranque no sería yo el responsable de nada, sino apenas un redactor estrella (o sea: muy bien pago). Para mejor, pragmáticos siempre, no aspiraban a vender más de 15 mil ejemplares, al fin y al cabo, era poco más que una revista de servicios, con la programación de todos los canales, destaques a Telefé y sus figuras -claro-, pero en reportajitos acordados, de promoción, insulsos, insípidos e incoloros, ideales para el inodoro. La paga no sólo era buena, sino que mis últimos cinco años habían sido tan demasiado agitados, que un poco de calma no me vendría nada mal.
Pero si algo no se cansa de enseñarte la vida, es que nunca sabrás nada.
Antes de dos meses aquella revista quedaría en mis manos, y antes de seis alcanzaríamos los 120 mil ejemplares, a la par de Noticias o Gente, que eran las que más vendían entonces. Ninguna calma me esperaba, sino todo lo contrario. Nunca sabrás nada.
Así también supe que el éxito puede ser más áspero que la batalla, pronto la victoria se llenó de traidores, y...
Pero eso fue después. Primero fue ese grupo de novatos a mi mando, ese barquito endeble, esa campaña trinfal, que nunca valió nada para el mundo pero sí para la empresa, que llegó a facturar con ese producto 500 mil pesos-dólares por semana; y también para nosotros, su capitán, sus oficiales, sus tripulantes, los que estuvimos allí en esa hora, los que la vimos nacer, crecer, imponerse, destruirse… completar el ciclo de una epopeya íntima, pero epopeya al fin.
La revista por fin se llamó Tele clic –recuerdo que yo despreciaba su nombre-, y fue, así como era, menor y liviena, sin embargo puntual en mi carrera.. Era mi hora de probar lo aprendido hasta entonces. ¿Sabía o no? La materia no importaba. Las técnicas. El paciente era siempre el mismo: un pecho abierto y un corazón ensangrentado. El objetivo también: el dinero de la gente. No me pidieron, jamás -en ninguna empresa periodistica-, otra cosa. ¿Sabía conseguirlo o no?...
Con permiso del buen Salinger, si de veras les interesa lo que voy a contarles, esto es sólo el principio de esa breve y tan rica historia.
Una introducción, diría JD.
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