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“El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.
De su experiencia, estos recuerdos.
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El Martiyo Producciones presenta…
"Memorias de un mercenario"
“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.
Jean Lartéguy
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Hoy: Una injusticia pornográfica
Les decía en mi última entrega que nunca agradezcan nada. (Ver Juego de tiburones)
Aquella vez para la revista Noticias yo había logrado una muy buena nota sobre –contra- Eduardo Eurnekian, a partir del muy buen material que silenciosamente me había enviado Julio Ramos. No le debía nada. Nuestros intereses se alinearon: yo tenía que escribir contra Eurnekian, y él quería destruirlo. No le debía nada, pero igual me lo cobró. Enseguida, antes de un año.
Eran los inicios de los 90 cuando los dueños de los medios se echaban sobre las privatizaciones del COMFER como gatos al camarón. El COMFER, entonces, lo dirigía Guinzburg, León Giunzburg. Ramos lo odiaba a él también.
Yo ya no estaba en Noticias, ya trabajaba de vuelta para la Editorial Atlántida (ver No odies a tu enemigo, contrátalo), en una revista recién nacida, casi abortada, hecha de apuro tan luego para dicho juego de gatos y camarones. La revista se llamaba Tele Clic, pero de ella les hablaré en otro momento, porque así, pequeña y nueva, de género menor, fue sin embargo una de las últimas y mejores y más ricas historias de mi carrera.
El caso es que llevado por la temática de las licencias y sus privatizaciones, allí una tarde me encuentro frente a Julio Ramos en su despacho de director y dueño del diario Ámbito Financiero, grabador en mesa, todo listo para la entrevista con aquél tiburón lleno de dientes, y de ferocidades…
No recuerdo nada de la entrevista, a no ser que en un momento, Ramos gritó:
-- ¡Lo que pasa es que Guinzburg es un coimero!…
El cazador de escándalos sabe reconocer una buena presa apenas la oye.. Le señalé el grabador, le recordé que grababa.
Ramos lo miró, se acercó bien a él, y en voz aún más alta, dijo:
-- ¡El señor León Guinzburg, director del Comfer, es un coimero!
Y luego se acomodó de nuevo en su sillón y me miró como quien sopla sus dos pistolas recién disparadas.
Contento con mi león abatido, publicamos la entrevista enseguida, y aquella frase en un destacado cuerpo 38.
La pólvora no estaba mojada, y explotó tal cual lo esperábamos. La nota armó su revuelo, y tanto, que poco tardó León Guinzburg en procesar a Julio Ramos por injurias y calumnias. Los grandes medios recogieron la noticia. Tele Clic crecía.
Pero yo me vi en problemas.
La denuncia de Guinzburg contra Ramos entró en el juzgado de la jueza María Servini de Cubría, y allí inmediatamente, apenas citado, Ramos se desdijo de todo alegando que eran todos inventos míos.
Me reí, yo había guardado, como corresponde, aquel cassette con los gritos de Ramos. Ja já. Me reí, sí.
Pero allí vino el doctor Pablo Argibay Molina, abogado entonces de la Editorial Atlántida , a explicarme que no, que no debía reírme. Que todavía faltaba mucho para los Kirchner, y que aun la ley protegía a los editores de las irresponsabilidades que firmaban sus periodistas, porque las vaquitas eran ajenas y bla blá, y que de nada servía ese cassette de mierda, porque además existía aún una figura legal llamada “vehículo de injuria”, por la cual yo, al reproducir aquellos dichos de Ramos, era ya tan culpable como Ramos, y ahora que Ramos se había desdicho, yo era el único culpable de todo. Nunca agradezcan nada.
De ese enredo no me sacó ni Argibay Molina, ni Ramos, ni mi nuevo abogado, que el día de la audiencia llegó dos horas tarde… De ese enredo me sacó, en tal caso, la amable doctora Servini de Cubría, a quien sí, ya que está, le agradezco. Nunca agradezcan nada, pero hacéte amigo del juez.
Habían pasado ya dos o tres años de todo aquello, yo no estaba más en Atlántida, y por supuesto Argibay Molina –Atlántida, bah- había abandonado mi defensa sin siquiera avisarme que la causa continuaba. Mercenario que para, mercenario que cierra...
El caso es que allí estaba yo ahora, en el banquillo y sin abogado, solito con mi viejo casette, frente a León Guinzburg -hecho un auténtico león junto a su adusto equipo de leguleyos-, y la doctora Servini de Cubría, que me miraba así … preguntándose como yo quién iba a defenderme…
Mi abogado por fin llegó, pero para entonces ya todo había terminado.
Hartos de esperarlo, expuse yo mismo los hechos, asistido por la más pura verdad, y para ilustrarlos mejor, les hice oír el cassette. Claramente era Julio Ramos el que allí decía lo que después dijo que no había dicho. Claramente, sí, pero… marche preso igual: el cassette no servía como prueba, y yo seguía en problemas.
Entonces la doctora Servini de Cubría, con el acuerdo de Guinzburg y de sus abogados -y sin que yo proponga nada-, aceptaron que yo aceptara la versión de Ramos, y me retractara allí mismo por haber inventado tales calumnias ¡y haberlas puesto encima en boca de otro!...
Se trataba de un injusticia de ribetes pornográficos, pero la alternativa era el calvario de una causa contra Ramos -mientras me defendía de Guinzburg-, que antes de acabar, acabaría conmigo.
Sin abogado aún, allí todavía, con la Servini ahí, que maternal y misericordiosa me aconsejaba mentir para salvarme; y don León al lado -vuelto de pronto un buen león muy compresivo-, y yo joven todavía, sí, pero cada vez menos (esto es: ya con más problemas que expectativas), bueno… para cuando entró mi abogado disculpándose por el tránsito, yo ya me había retractado de lo que nunca había dicho, y ya hablábamos todos de otra cosa. La doctora Servini ordenó una vuelta de café. La pasamos bonito.
Al día siguiente apenas, el diario Ámbito Financiero destacaba en un recuadro la integridad del señor Julio Ramos, cuya inocencia había sido demostrada en el causa por injurias contra León Guinzburg, a partir de la confesión de parte del propio Daniel Ares, autor de la nota…
Para entonces yo trabajaba en el diario La Prensa. Lo llamé a Ramos, desde la redacción, inmediatamente, apenas leo aquél recuadro.
Como era de esperar, Ramos no quiso atenderme, hablé con Roberto García, su mano derecha de toda la vida, un gran mercenario, un par, le recordé la verdad de los hechos, le pregunté si no era por lo menos para ahorrarse aquél recuadrito que todos sabíamos tan indigno…
Pero la verdad no recuerdo qué me dijo Roberto, si es que algo me dijo... Apenas me oí, sentí que hablaba solo, que le preguntaba a la lluvia por qué el agua mojaba…
Nunca agradezcan nada.
Al juez tampoco, ni el café.
(continuará)
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