Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
El cronista de estos chistes cierta vez tuvo la suerte de conversar de Borges con su gran amigo Ulyses Petit de Murat, quien ostentaba con orgullo el raro privilegio de tutearse con él. Se conocían desde la juventud, habían trabajado juntos en el diario Crítica; me contó muchas cosas de las cuales rescato tres historias. Aquí va la primera.
Un día hacia mil novecientos ochenta y algo, algunos diarios franceses, y hasta el New York Times, difundieron la falsa noticia de la muerte de Borges.
-- Apenas pude –recordaba Ulyses-, me comuniqué con Georgie y le expresé mi desagrado por la noticia apócrifa de su muerte.
-- Apócrifa no –me corrigió él-, prematura nada más.
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