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¡EL MARTIYO CONVOCA!
¡u$s 50.000 de premio!
¡Y una estatuilla de Alfredo De Angelis sin los dientes!
¡u$s 50.000 de premio!
¡Y una estatuilla de Alfredo De Angelis sin los dientes!
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GRAN CONCURSO LITERARIO
“EL MARTILLO EN LOS DEDOS”
"PREMIO MANCO DE LEPANTO
PARA ESCRITORES SIN MANOS"
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"Los procesos de evolución pueden ser tan ricos como los procesos de decadencia".
(Henry Miller, Reflexiones sobre el escribir, El ojo cosmológico)
Cuando instauramos el concurso El Martillo en los Dedos, Premio Manco de Lepanto para Escritores Sin Manos, lo hicimos basados en ninguna certeza, sino humildemente en una duda: acaso la profusión de textos horribles en el grueso cada vez menos fino de los principales diarios argentinos, se debiera no a una decadencia degenerativa anterior y ya imparable, sino por el contrario, al surgimiento de una nueva forma de nuestra lengua, que acaso nosotros, El Martiyo, modernistas clásicos y retrasados, no podíamos compernder aún.
De allí en más no dejamos de apreciar con reversible interés cuanto párrafo cruel nos arrojaran cada mañana los grandes medios escritos, escogiendo del montón, para destacarlos, aquellos que nos parecen puntales emergentes, síntesis, compendio y apoteosis de este hundimiento quizá renacentista de la escritura periodistica argentina.
Con humilde humildad, mantuvimos la duda intacta.
¿Es esto es un desastre final, la aurora última de un mundo que se apaga... o el amancer de un nuevo sistema de estrellasy de soles?...
No podemos definirlo, y tan luego por ello, seguimos adelante con este concurso que al cabo aspira a ser, cuando menos, una regia antología de los mejores peores momentos de la escritura nuestra de cada diario día.
El Martillo en los dedos, Premio Manco de Lepanto para Escritores Sin Manos, es un certámen abierto sin friliación política ni más esperanza que volver a leer bonito; recordándonos de paso, que alguna vez los grandes diarios argentinos fueron escritos por Jorge Luis Borges, Roberto Artl, los hermanos González Tuñon, Osvaldo Soriano, Osvaldo Rossler, Petit de Murat, Scalabrini Ortíz, Jorge Asis, Nicolás Olivari, Roberto Fontanarrosa, y sigue la lista como sigue la nostalgia…
Hoy, para demostrar que la guerra contra Clarín es asunto del blog El Martiyo y no de este jurado, anunciamos el arribo del primer participante que no pertenece a dicho Grupo, aunque sí al monopolio (y se le nota mucho).
Con ustedes entonces, el autor y su pieza (un cuartito sin ventanas, en realidad), y nuestra consecuente apreciación al pie…
Con espantoso entusiasmo entonces, presentamos al quinto participante, empleado éste del diario La Nación.
Se trata nada menos que del bastante conocido Pablo Sirven, periodista especializado en espectáculos y televisión, y que supo ver, como tal, y antes que nadie, allá por los inicios de los 90, cuando surgía Marcelo Tinelli, que éste sería apenas un "éxito de verano".
Sin embargo sin desanimarse, Sirven no sólo siguió especializado en televisión sino que, acaso impulsado por sus dones proféticos –o porque apremian las expensas y otras cuotas-, decidió derramarse hacia variadas temáticas de la vida... mundial, para qué fijarse en gastos.
Actualmente, incluso, desde La Nación , se permite algo así como el aguafuerte o la acuarela, o la columna costumbrista, o confesional, autorreferente, blandengue y bien confusa, pero eso sí: extensa, muy extensa… dijéramos interminable.
De hecho la última nosotros no la pudimos terminar. (Ni siquiera terminar de recorre con el mouse, de larga que era).
Aún así, contrariamente a lo que ya es norma de este certámen, hoy nos vemos obligados a presentar los dos primeros párrafos del artículo en concurso, y no sólo el primero, como basta en general.
Según criterios periodísticos más o menos universales, el primer párrafo de una nota debería concentrar estilo, fuerza, temática, y la intriga necesaria como para disparar su lectura… Pero en el caso de Sirven el que dispara es el lector, pues la nota no arranca en el primer párrafo, y aunque tampoco en el segundo, ni aún hacia el quinto, ahí ya, el lector que se mantuvo despierto, huye con las manos hacia delante jurando no volver a leer ni siquiera su propia agenda...
El hambre siempre está, si la gente no come, es culpa del cocinero. Si la gente no lee… la culpa, en este caso, es de Sirven, que sin que nosotros le hiciéramos nada, nos escribe así:
“Trabajar en un hospital público y no acceder a afiliarse fue su perdición: en 1954, mezclada con los telegramas de felicitación por la llegada al mundo de mi hermana Mariana, llegó la cesantía para mi padre. Su pronta reubicación en el consultorio médico de una empresa privada se debió a los buenos oficios de un amigo. Peronista, claro.
Meses más tarde, tras la caída de Perón, los tantos se invirtieron y papá debió preocuparse por el amigo en desgracia. Habían intercambiado los papeles, pero la amistad entre ellos seguía sin fisuras. No se habían dejado arrastrar por las pasiones aleatorias de la política. Así permanecieron: amigos hasta la muerte”.
(Pensar distinto no es pecado, Pablo Sirven, La Nación , 18.03.11).
Apreciación:
El gran artista es el que innova, sin dudas. Pero, desde luego, además de innovar debe acertar, de lo contrario es como el hombre que dice que vuela, y vuela, sí… pero sólo hasta estrellarse contra el piso. Sirven, aquí, como vemos, no innova ni vuela, y sin embargo, igual se estrella contra el piso. Ahí su gracia.
El gran artista es el que innova, sin dudas. Pero, desde luego, además de innovar debe acertar, de lo contrario es como el hombre que dice que vuela, y vuela, sí… pero sólo hasta estrellarse contra el piso. Sirven, aquí, como vemos, no innova ni vuela, y sin embargo, igual se estrella contra el piso. Ahí su gracia.
Ya desde el título el autor nos avisa su afección por el lugar común. "Pensar distinto no es pecado", equivale, cómo no, a un "La democracia es buena" o "Matar hace daño". Luego, la nota en sí, como anticipamos, no arranca en el primer párrafo, y ya en el segundo, tampoco. No lo hará -pueden buscarla en La Nación si no confían en nosotros (y si ningún responsable la leyó todavía)-, ni siquiera en su final, porque en realidad, la nota, ya en su comienzo está terminada. Si el texto continúa, es sólo porque Sirven no se da cuenta.
Con un tono pacato pero estable -es decir: aferrado sin soltarse a la monotonía monocorde de un lloriqueo lento de esos que amenazan con durar toda la noche-; entre frases largas (que sospechamos el autor pretendió cortas, pero se ve que tropezó con las palabras y se fue a la mierda), y reflexiones breves como prejuicios profundos (“Peronista, claro”), ya en esas primeras líneas Sirven nos deja entrever apenas el motivo de su historia, reemplazando hábilmente la intriga bien urdida, por la insuficiencia propia del que no tiene recursos. El resultado es el mismo, con una leve variante: no sabemos de qué se trata, pero ya tampoco nos importa.
Sin embargo y sin gracia, a partir de allí, tono, vocabulario, clima y acción. nos dicen que se trata de nada, de la historia de su familia narrada con la prosa de una postal de vacaciones, entre nombres y detalles tan insustanciales y comunes como las fotos familiares de cualquier álbum familiar del mundo. Desdeñando todo enfoque original, o al menos sorpresivo, lejos del autor descuartizar a sus parientes a la manera de Céline en Muerte a crédito o el Miller de los Trópicos, en absoluto, ja, no, qué va… al contrario, se trata más bien de una mantilla de alabanzas navideñas y villancicos de elogios para cantar a coro sus primos con el lector…. Esto al menos hasta el sexto o séptimo párrafo, donde llegamos nosotros… hubiésemos ido más allá, pero tuvimos la precaución de recorrerla antes con el mouse, y nos sobrecogió la magnífica extensión de ese vacío sin contornos, sin hondura ni relieves... para peor, cuando volvimos al párrafo donde habíamos parado, ¡ya no lo encontramos! ¡todo era vacío!, hacia atrás y hacia delante, desolación y ruina, y… y salimos corriendo, brrrr…
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ACLARACIÓN EN DUDAS DEL EDITOR
No nos interesa molestar a esta gente que se gana la vida engañando a sus jefes que no leen lo que publican. Allá ellos todos, ¿pero qué hay nosotros, los que sí los leemos, eh?... ¿Qué hay de aquellos que acaso desayunando desprevenidos y angelicales somos sorprendidos en la lectura diaria por un párrafo que te escupe el café con leche, eh?... ¿No valemos nada, nosotros, ya no los lectores, sino cuando menos los que desayunamos?...
Guita y respeto queremos todos, carajo.
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¡EL MARTILLO EN LOS DEDOS!
¡Por la salud de nuestros hijos!
¡No deje su diario al alcance de los niños!
¡ELLOS TAMBIÉN TIENEN DERECHOS!
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¡PREMIO MANCO DE LEPANTO PARA ESCRITORES SIN MANOS!
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