Entontecidos
por la coyuntura y el plagio, los grandes medios del mundo no vieron la noticia
tan sólo comparable a la conquista de América: la hecatombe de los refugiados en Europa no es sino el cambio de piel de un continente entero. Con índices de natalidad
en baja, y de envejecimiento en alza, una invasión pacífica vino a renovarlos
cuando ya se morían. La Europa conocida, soñada o añorada, se terminó. ¿Cómo
será la nueva Europa? ¿Mestiza? ¿Musulmana? ¿Bélica? ¿Monárquica o teocrática?
EUROPA
EMPIEZA OTRA VEZ
Esta
sección, Europa en guerra, nació con El Martiyo y fue la única en ostentar
capacidades proféticas anunciando un nuevo fin del viejo continente, ya desde su
primer post titulado entonces Europa se termina otra vez.
Pero
nosotros, nobleza obliga, avistábamos una guerra, un gran conflicto bélico en
territorio europeo como resolución final de la crisis económica, política,
y sobre todo moral que desgastaba a Europa desde su última destrucción
completa. El derrumbe del euro, la recesión, la desocupación, los viejos odios,
esos pueblos que nunca se quisieron, que siempre se pelearon, antes o después colapsarían
en un todos contra todos por la presión de las circunstancias. En dicho
contexto, Ucrania era el primer chispazo.
Lo que
no vimos, al igual –sorprendentemente- que sus líderes, era esto: la mayor
crisis de refugiados desde la Segunda Guerra, el terrible efecto rebote del
incendio iniciado por ellos mismos a todo su alrededor, en el norte de África,
en el Medio Oriente, en la Magreb, en los Balcanes. Ahora es tarde: ahora Europa
se terminó otra vez.
La Europa
conocida, añorada o soñada, la de las grandes catedrales y los museos tan lustrosos; la de los príncipes mediáticos, las reinas y las ruinas; la Europa que se nos
aparecía tan civilizada y próspera, organizada y pulcra, la Europa blanca, occidental
y todo eso, ya es pasado pisado. Los cientos de miles y millones de refugiados asiáticos
y africanos que habrán de poblarla de ahora en adelante, darán, en apenas una
generación o dos, una Europa nueva, distinta. Otra Europa que la Europa que así
se terminó.
La
Europa del final del siglo XX, suntuosa y vanguardista y a la vez conservadora;
la de Chanel y Churchill, la de Picasso y Mastroiani; la Europa que la burguesía
argentina visitó durante años dispuesta a volver impresionada aún antes de
partir, esa Europa está muerta. Vivió la lucidez de su agonía durante los
primeros años del nuevo siglo, la década corta que estalló en el 2008, el alba
dorada del euro, la flamante y poderosa moneda única de la gran convertibilidad
continental, un sol mejor que el sol y que en su propio esplendor anunciaba el último
ocaso. Ahora es la noche.
Demasiados
siglos de aventuras imperiales, de invasiones, saqueos, genocidios, de ostentar
riquezas y sembrar miserias, aquí por fin
se encuentran con su destino universal... les diría Borges.
Una
nueva humanidad llega para ocupar sus tierras, y renovarlas.
Hombres
y mujeres y niños que pronto serán nuevos hombres y mujeres y más niños, pero
ya no refugiados, sino nativos, europeos ellos también. Con sus credos, sus
dioses y sus cosas, pero nacidos allí, ya ingleses, ya alemanes, belgas,
españoles…
No deja
de ser una buena noticia cuando todos los índices alertaban sobre una caída en
la natalidad y un envejecimiento poblacional. A punto de vaciarse, Europa se
llena de nuevo… ¿Pero serán bienvenidos?
O sea,
nos preguntamos, cuando en dos décadas –no más- los parlamentos europeos se
llenen de turbantes y de velos y las mayorías blancas ya no sean mayorías,
¿Será todavía la democracia el mejor sistema político en Europa?... ¿O habrá
uno nuevo?... ¿O uno viejo?...
La
noticia que no vemos en los diarios es que asistimos en directo a un hecho sólo
comparable a la conquista de América: el cambio de piel de un continente entero.
Esta
vez los invasores son del todo pacíficos, pero el proceso es sin embargo más
veloz, más contundente. Lo que en América tomó doscientos años hasta instalar
como nativa una sociedad ajena; en Europa tomará semanas, meses. Un par de
años.
Como
las aguas de dos océanos separados por un muro que por fin se abre –o se
rompe-, dos sociedades se encuentran, se chocan y se mezclan.
Una
nueva, musulmana en su mayoría, llega a la vieja Europa para asentarse,
trabajar, prosperar, crecer, y reproducirse. Trae la fuerza del hambre, la
certeza del horror, y conoce exactamente el valor de la vida. Del otro lado hay
una sociedad cansada, que envejece vencida por veinte siglos de guerras y el fracaso
reciente de una aventura comunitaria que redujo a colonias germanas a sus propios
estados miembros. Los que llegan sólo tienen futuro, los que estaban son el
pasado. Diría Machado, don Antonio: hay una Europa que muere, y otra Europa que
bosteza.
Pero el
parto no será sin dolor. Sobran los indicios de que esa sociedad que muere, no
se entregará sin resistencia. Por ello, y pese a este final abrupto por la vía poblacional,
no podemos descartar la guerra que siempre anunciamos. Por el contrario, el rechazo íntimo del europeo medio al medio extranjero, la situación laboral
de las grandes masas europeas, el estado calamitoso de las arcas de sus
estados y los grandes buitres financieros sobrevolándolo todo, sumado a un desastre migratorio como el actual; nos hacen pensar
con Shakespeare que esta noche negra no
se aclara sin una tempestad.
Lo
cierto es que con guerra o sin guerra, Europa la que decíamos está terminada.
El
desastre de los refugiados recién comienza y promete agravarse, pero un día
también terminará. Cuando todo pase, cuando amaine la tempestad, y la noche amanezca,
una nueva Europa surgirá de sus escombros. Otra vez.
* * *