Con el
crédito que nos da haber anticipado hace tanto y en detalle el presente que hoy
anuncian como noticia los diarios, El Martiyo reflexiona sobre el momento actual
de Grecia y la Europa franco-alemana, de pronto en sus manos. El domingo el
pueblo griego decidirá si Europa continúa... o tal y como advertimos siempre: se
termina otra vez.
ESCLAVO Y AMO
OXI (oji): NO. |
“Seamos
libres, y lo demás no importa nada”.
José de
San Martín.
Todo lo
que ahora sucede en Grecia -y por lo tanto en Europa (o viceversa)-, no es
noticia para El Martiyo, sino apenas la confirmación fáctica de antiguos
anuncios que en un juego de imaginación presentamos oportunamente como visiones
o profecías, pero que eran puro análisis. Periodismo
de anticipación, técnicamente hablando. Un género asaz riesgoso, porque si
luego los hechos no refrendan las palabras, el profeta, como si fuera fulminado,
queda reducido a un charlatán. Pero no fue éste el caso.
Basta
revisar nuestra sección Europa en Guerra para comprobar que avisamos hace
muchos años la actual crisis a punto de empezar –porque hasta ahora nada más
estiraron el prólogo como una agonía-; el inminente referéndum griego -que ya
en noviembre de 2011 proponía Georgos Papandreu y que entonces El Martiyo
saludaba con entusiasmo (ver Juegos de guerra)-; la evidencia ya innegable de
la (des)Unión Europea, “esa patria grande cosida de apuro con países que nunca
se quisieron, que siempre se pelearon”; la codicia de los grandes bancos que un
día reemplazaron a los políticos europeos por exgerentes propios nunca del todo
exs; y puntualmente advertimos la importancia de aquel principio de resistencia
del pueblo griego cuando le gritaba su OXI (NO) a las políticas de ajuste ya el
1 de julio de 2011, frente al Parlamento en la plaza Sintagma, mientras adentro
y a sus espaldas sus legítimos representantes decían que SI. (Simplemente No)
Todo lo
anunciamos, paso a paso, en detalle. No somos adivinos, proyectamos sin
pasiones, sin engaños, la Argentina de la convertibilidad sobre la Europa del
euro, y la multiplicamos a escala continental, con el agravante insoslayable
que recién hoy parecen considerar los grandes habladores de Europa: la temeraria
renuncia de todos esos países a su soberanía monetaria. Todo lo anunciamos.
Con esas
credenciales de anticipación, nos permitimos ahora estas reflexiones, cuyo
valor profético, precisará la historia una vez más.
Por fin
los griegos se encuentran, diría Borges, con su destino sudamericano. El estado
de colonia, y/o, semicolonia, que ahora deberán enfrentar. Curiosamente, ellos
–como los otros países de la zona del euro-, no fueron conquistados, o invadidos
militarmente (aún), ni nada por el estilo, no hizo falta: solitos sin que los
empujen, incluso alegremente, entregaron sus soberanías en nombre del sueño alocado
de una integración continental, tan luego entre países siempre –o casi siempre-
en guerra, y por lo tanto, plenos de resentimientos ancestrales, hoy
evidentemente insolubles.
Baste
como ejemplo la rápida oposición de los sometidos España y Portugal cuando
Grecia pidió una quita para su deuda… ¿Alguien imagina a Venezuela y Brasil o
Ecuador y Bolivia haciendo lo mismo cuando Argentina consiguió su quita? Ahí la
unión europea, que sus difusores
pretenden con mayúsculas.
Pero
todo eso es pasado. Todo eso ya terminó. Grecia está a punto de estallar, y con
ella, por simpatía, la eurozona.
La
mitad de los griegos teme una posible la salida del euro, la otra mitad quiere
salir. Grecia tiembla, se divide y resquebraja. Pero más tiembla el resto de la
eurozona. Sus banqueros, sus bancos.
Grecia parece
contra las cuerdas, obligada a elegir entre la silla eléctrica y la horca. Aceptar
las imposiciones de la troika –la llamen como la llamen- supone entregar toda
forma de independencia, además de los bienes y recursos del estado y sus
ciudadanos, condenados entonces a incontables generaciones de pagar y pagar. Pero
abandonar el euro es adentrarse en la niebla de un destino incierto. Ni el
sueño de un romance con Putin, ni mucho menos con China, serán así nomás tolerados
por sus socios de la OTAN. De arranque no será perdonado el mal ejemplo de
Alexis Tsipras y su extraña nación, capaz de contagiar al resto de las colonias
francoalemanas de la Europa Occidental. En síntesis, si dejan el euro, los
griegos serán duramente castigados por sus soberanas ínfulas. Sin grandes recursos
naturales, sin industria desarrollada ni siquiera en los días dorados del euro
–porque dilapidaron la guita en fastuosas olimpíadas y otros delirios (que
tampoco lo olviden)-; sin fuerza militar propia –porque los fierros son de la
OTAN-; sin más ganadería que las cabras que a duras penas abastecen sus propias
pascuas, ni más agricultura que la que les permite su estrecho territorio
escarpado y su suelo volcánico; y abandonados del todo por sus socios
convertidos de pronto en acreedores rabiosos, los griegos no la tienen fácil,
no. Pero más difícil la tendrá entonces la Europa que hoy los somete.
De
arranque, si Grecia sale del euro, el euro ya no será el euro. Y si la salida redunda
en una recuperación de la economía helena –esto es: si apenas mitiga la negrura
actual-, España, Italia, Portugal, Irlanda, y siguen las firmas, harán cola
para rajarse. Y entonces antes o después Alemania y Francia quedarán solas de
nuevo, cara a cara, repletas otra vez de mutuos reproches. De hecho, ya comenzaron.
Si
Grecia sale del euro el sueño de la moneda única habrá reventado como la pompa
política que en esencia es, y el resto será sólo inercia, la respiración
artificial de los grandes especuladores con sus grandes medios de prensa, sus
repetidores políticos y sociales, y el eco a su vez de sus voces... Pero sólo eso,
retumbos e inercia de una bola de nieve que arrastrará en su caída muchos otros
sueños. La unión continental, el estado de bienestar, la sociedad
multicultural, la hermandad entre esas naciones, y por consiguiente, la paz
entre ellas. Europa la tendrá bien más difícil.
De
momento, caen las bolsas, el mañana es incierto, y el euro sangra. Por ahora
sólo gotea, pero si esa herida sigue abierta y se abre más...
Ahora
todo lo que importa, para Alemania, es sacarse de encima a Tsipras y su bando
de loquitos desubicados que no se toman en serio la tremenda ingeniería
financiera diseñada durante tanto tiempo para esta emboscada final. El plan de
los grandes bancos –los mismos que les enseñaron a los griegos a dibujar sus
balances- era éste: prestar diez para cobrar cincuenta o quedarse con todo.
Pero en esta hegeliana fenomenología del amo y el esclavo, de pronto la
superviviencia de Alemania y de toda su Europa bancaria, quedó en manos del pueblo
griego, que mañana decidirá la suerte de Europa y sus banqueros, si continúa, o se termina.
Si acepta la sumisión, o
si será libre.
Lo
demás no importa nada.
* * *