En
Brasil se consuma un golpe de estado sin romper siquiera un vidrio. El NO gana
en Colombia, el Brexit en Inglaterra, Macri en la Argentina, Rajoy en España, y
Clinton o Trump –qué más da-, ganarán en los Estados Unidos.
Un
tremendo desconcierto estremece la Tierra como un gran escalofrío: ¿Se suicidan
los pueblos?...
La
respuesta es más vieja que Poncio Pilatos.
CUANDO LA
TURBA GRITA BARRABÁS
Mientras
Mauricio Macri apenas aparece en público, y siempre enjaulado entre vallas,
blindado en autos de acero y rodeado por un ejército de acero también; Cristina
Kirchner se presenta en cualquier lugar, es ovacionada en los actos radicales, y
se pasea por las villas expuesta y sonriente. Fuera del país resulta difícil
explicar que el hombre aterrado y repudiado es el presidente recién electo, la
gran esperanza blanca, el Cambio que el pueblo reclamaba; y la mujer sonriente
y vivada es la chorra, la yegua, la kretina. La peor de todos, incluyendo a
Videla.
Para
que dicha paradoja se entienda en cualquier lugar y tiempo, hay que entrarle
una vez más al nervio del poder de las democracias eternas: los medios de
comunicación.
Remontémonos
por algunas líneas a la jornada definitiva del año 33.
Poncio Pilatos
no aspira a la posteridad. Es un burócrata mediocre confinado a la
administración de una colonia periférica y conflictiva. Trata de llevarse bien
con los principales sectores en pugna, terratenientes, comerciantes, usureros,
y sobre todo, con la jerarquía religiosa de ese pueblo tan intenso. No quiere
problemas. Sólo piensa en su retiro, y en volver a Roma… cuando un día, ese
día, la vida o la muerte del Hijo del Hombre, quedan en sus manos.
La
ciudad estalla y se divide, el caos se anuncia, grupos de fanáticos ya se
enfrentan por las calles. De un lado presionan el Sanedrín, los comerciantes,
la aristocracia, los terratenientes; y del otro las multitudes que siguen al carpintero
de Galilea. Unos piden su cabeza, y los otros su libertad. Después de orinar, mientras
se lava las manos, Pilatos tiene una idea genial: elecciones directas ya.
Desairados
y enfurecidos pero astutos, Caifás, su Sanedrín, sus burócratas y sus financistas,
sin perder un minuto, lanzan un ejército de agitadores a sueldo que se infiltra
en la multitud recalentando los ánimos en contra del que había multiplicado los
panes y los peces para mantener vagos, y que en una demostración de autoritarismo
mesiánico inaceptable había echado a patadas en el culo a los pobres usureros
del Templo, que eran gente de bien, de trabajo, amigos de Caifás, incluso, personas
prósperas, no como ese populista que defendía putas, leprosos y cabecitas...
Los
resultados de aquellos comicios son por todos conocidos: la turba gritó Barrabás.
La
fundación de la democracia libre y universal resultó así una catástrofe que dos
mil años después todavía sufrimos. Y el pobre Pilatos pagó su gran invento con
el oprobio eterno ¿Qué falló?
El
sistema acaso era el mejor que podía pensarse, pero ya desde el principio
mostró su fisura fatal: antes o después terminaba en manos de los más ricos, de
los más poderosos, de los poderes concentrados, o sea: de quienes pudieran
pagar la mayor cantidad de agitadores. El sistema era buenísimo, descubrieron
los malos. Nacían los medios de comunicación masiva.
Con los
siglos de los siglos aquellos agitadores se autoproclamaron periodistas y/o
publicistas, hicieron de su rebusque una industria muy lucrativa, refinaron sus
técnicas de extorsión a gran escala, y supieron aprovechar cada invento moderno:
la imprenta, la radio, la tele, el Internet, y lo que venga. Soportes, los llaman hoy. Quizás Caifás
también los llamó así en su arameo irrecuperable.
Llamen
como les llamen, el fin es siempre el mismo: los medios.
Y si
hoy los grandes bancos avanzan sobre ellos sin parar, es porque saben de su
importancia decisiva en las democracias modernas, electrónicas y teledirigidas. Allí donde los medios hacen el viejo trabajo: agitar.
Desde
entonces, con frecuencia, la turba grita Barrabás.
A puro combustible
mediático la superpoderosa Red Globo logra en Brasil un golpe de estado sin que
se le caiga la cara a nadie. El NO gana en Colombia, el Brexit en Inglaterra,
Macri en la Argentina, Rajoy en España, y Clinton o Trump –qué más da- ganarán en
Estados Unidos.
Un tremendo
desconcierto como un gran escalofrío estremece la Tierra: ¿Se suicidan los
pueblos?...
No. Los
pueblos no se suicidan.
Pero
intoxicados por los medios que fabrican realidades, bien pueden alucinar una
pradera allí donde no hay más que un abismo. Eso sí.
* * *