Ya nos hemos referido alguna vez a esa vocaciòn tan argentina de comprar lo que no existe y vender lo que jamás tuvimos, y dimos tambièn algunos ejemplos concretos: Riquelme, Alfonsín, Menem, Chacho, Orteguita, la crotoxina, Viedma Capital, en fin… La Compañía Argentina de Camelos, fundada con la patria, no descansa jamás.
Pero acaso ninguno de sus productos haya sido tan logrado, tan loado, y tan bien impuesto, como Ernesto. (La rima es un influjo de la primavera, pero también un intento suave por quitarle desde ya toda importancia al nombre).
Nos referimos, no hay suspenso, a Ernesto Sábato, autor de incontables libros (incontables porque mejor que no te los cuenten), y sobre todo, más que nada, o acaso “exclusivamente”, hombre comprometido con su país y su tiempo, con su pueblo y sus pesares, y con las más grandes causas que valgan la pena... o algún buen premio, en lo posible literario.
Como escritor, no hay mucho que decir de él. Publicó un expediente judicial muy importante titulado "Nunca más", y algunos varios ensayos ajenos, pero astutamente emparedados como ensanguchados con frases propias (o al menos sin comillas). Sus novelas, El Túnel y Sobre héroes y tumbas, son aburridas (felizmente ignoramos o hemos olvidado si hay otras). Sobre héroes y tumbas es una obra de largo aliento, preferible correr una maratón. El Túnel por lo menos es corta, se acaba rápido y la olvidás enseguida, metéle sin miedo, (aunque no perdés nada si seguís de largo).
Alegando que escribir lo deprimía (a nosotros leerte, mirá vos), durante muchos años Ernesto se mantuvo alejado de la literarutra. Fueron buenos tiempos, cómo no...
Pero todo concluye al fin y Ernesto, endeble pero indoblegable, volvió a las librerías para despedirse con un libro del cual se esperaba una dramática repercusión ya que sería, se dijo, su "último trabajo", y por ello iba titulado –con redobles de escobillas- “Antes del fin”... Sólo que después Ernesto siguió sin morirse, y claro... la gente se sintió engañada, y las ventas mermaron, lógico.
En cambio como hombre público, como hombre de su tiempo, como… ¿cómo decirlo?... como mentor y guía de la humanidad toda (no nos achiquemos) ahí, bueno... ahí cuidado, mucho cuidado, porque en tal sentido, podríamos decir, Ernesto es único, lo que se dice único.
Antiperonista biológico por aprehensión a los pobres, los negros, los otros y los muchos, sin haber sufrido -acaso- más que alguna detención momentánea por averiguación de antecedentes (o escándalos en la vía pública, como mucho), igual celebró la Libertadora , y recién muchos años después. qué vivo, condenó bombardeos y fusilamientos porque para entonces ya estaba colgado de la liana de Frondizi. Tan luego a Rogelio Frigerio le dedica El Túnel. (Que se joda Frigerio)
Luego iban a sucederse azules y colorados, vuela Frondizi, dibujan a Guido, llega Illía, lo sacan de una oreja, viene Onganía, la noche de los bastones largos y todo eso, cuando ya arrancan los Montoneros y se suceden Levingston y Lanusse, y pasa Campora, y vuelve Perón, vuelve y se muere ya en medio de la gran balacera, y ya es el golpe, la dictadura, desaparecen, son asesinadas, encarceladas, desterradas y torturadas miles y miles de personas, estalla la guerra con Gran Bretaña, la derrota, el fin, y durante todo este tiempo, que fue en menos de un párrafo desde 1955 a 1983, Ernesto estuvo siempre ahí, hay que decirlo. En su casa de Santos Lugares. Hablando de sí mismo, su tema predilecto.
(Vale la digresión: por aquellos años el cronista de estas líneas lo visitó justamente allí, en su casa de Santos Lugares. Hay testigos, podemos citarlos. Jóvenes, ilusos, otro como yo y yo quisimos conocerlo, y lo conseguimos. Una mañana oscura de sábado, nos concedió por fin una hora de su divino tiempo. Fueron exactamente 60 minutos de balanza, donde Ernesto nos habló tanto de Ernesto, que en un momento hasta nos dieron ganas de conocerlo y todo… Nos contó de su frágil salud, de sus retinas descapotables, de sus depresiones crónicas, y únicas, pues nadie podía entender cuánto sufría Ernesto a consecuencia de su trágica sensibilidad desde luego también única. Una tristeza enorme… La única alegría que ese día nos llevamos de esa casa, fue la visión de sus cuadros, porque Ernesto ahora pintaba. Eran cuadros terribles, horribles, precarios, imitaciones de principiante sin destreza ni vocación, pero fue un alivio saber que al menos ya no escribía. Y a los sesenta minutos exactos, Ernesto miró su reloj y nos despidió. Sin indemnización ni nada. Afuera la mañana seguía negra, y la dictadura con su fiesta).
Y eso es lo milagroso, ahí lo distinto, lo diferente, lo que hace de Sábato un hombre singular: en 30 de los años más violentos de la historia argentina, Ernesto, intelectual comprometido, aguerrido, insobornable, implacable, valiente y altruista, jamás, nunca, ni una sola vez -a diferencia de todos sus pares-, sufrió un día de arresto, ni un fin de semana de exilio (aunque más no fuera varado en Colonia por la lluvia), ni se ligó siquiera un empujón de un vigilante. Nada. Pintaba en Santos Lugares mientras hablaba de lo bien que pintaba. El único bife que le dio la violenta dictadura militar, se lo sirvieron el día que fue a almorzar con Videla en la Casa Rosada.
Y sin embargo su nombre cobró una importancia ecuestre.
Nos preguntamos entonces, antes de enloquecer: ¿Cómo lo hizo?...
Un hombre que escribió poco y mal, y se comportó peor, llegó sin embargo a convertirse en uno de nuestros más premiados escritores, y en un ejemplo de moral tal, que no se entiende cómo alguna vez la prensa del corazón no le inventó un romance con Teresa de Calcuta.
¿Cómo hiciste, Ernesto?...
Asombrados, perplejos, casi del todo desesperanzados, quisimos dejarle, entonces, nuestra humilde ofrenda.
Aquí te saludamos, Ernesto, y con gusto te dejamos, este martillazo puesto.
(Publicado por primera vez en El Martillo, Clarín.blogs - 26.10.08)
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