Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
Como parte de su esencia, el humor de Borges se manifestaba allí donde encontraba un mínimo espacio. También en su obra.
En el prólogo de 1969 a su libro Elogio de la sombra, Borges escribe la palabra psalmos, cuando ya la Real Acacemia Española autorizaba a escribir “salmos”. Más de allá de ellos, él igual dice allí “…hubiese preferido la respiración de los psalmos (1)”, y luego sí, en una llamada al pie, aclara:
1. Deliberadamente escribo psalmos. Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas: neuma, sicología, síquico. Últimamente se las ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos hablar de la obra de Kiplingo.
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