Medios,
magnates, gobernantes y políticos, intelectuales, periodistas y habladores en
general, encontraron al fin el origen de todos los males del mundo: las redes
sociales.
Se las
acusa de propagar noticias falsas, orquestar o sabotear campañas
políticas, manipular al usuario, y otras
lindezas hasta ahora exclusivas de los medios masivos.
La
situación es grave. No sólo peligra el negocio, sino, y sobre todo, el
monopolio de la realidad.
Pero detrás de las redes, estamos nosotros.
ENREDADOS
Frente
a la agonía imparable de los medios masivos de comunicación, sus dueños y sus
políticos, identificado el enemigo que se los come, embisten contra las redes
sociales, detrás de las cuales, claro, estamos nosotros. O sea…
El último
16 el portal de El País de España publica un artículo muy interesante, no tanto
por lo que dice como por lo que calla.
Bajo el
título Rebelión contra las redes sociales,
se intenta instalar, expresamente, el “annus horribilis” de las mismas. Se
invocan testimonios de impulsores o creadores arrepentidos, el repentino terror
por las fakes news, la manipulación del usuario, y la culpa de todos los males
modernos: el Brexit, Donald Trump, la secesión catalana, el calefón y La
Biblia. Annus horribilis.
Firmado
por Jesoba Ebola –cuyo nombre nos impide precisar su sexo -, allí se enumeran una
serie de graves críticas contra las redes sociales, que sin embargo, bien
leídas, les caben, todas y cada una, absolutamente, a los grandes medios
masivos.
En su
sinuoso artículo, Ebola, arrogándose algún tipo de representación popular, nos
dice en un fragmento:
“La percepción que tenemos de las redes ha mutado. Nacieron
como un instrumento para conectar con amigos y compartir ideas. Paliaban el
supuesto aislamiento que generaba Internet. Se convirtieron en una fuerza
democratizadora al calor de la primavera árabe. Parecían una herramienta
perfecta para el cambio social, empoderaban al ciudadano. “Daban voz a los que
no tenían voz”, recalca en conversación telefónica desde Reino Unido Emily
Taylor, ejecutiva del Oxford Information Labs que lleva 15 años trabajando en
asuntos de gobernanza en la Red. “En tan solo siete años, todo ha cambiado.
Preocupan esas campañas políticas de anuncios dirigidas a alterar los procesos
electorales”.
Vale preguntarle a Ebola: ¿los medios masivos de prensa nunca
hicieron campañas políticas dirigidas a alterar los procesos electorales, Jesoba?...
Muy preocupada por la paja del ojo ajeno, al toque Jesoba nos
advierte de otro peligro, oh, terrible también: “el efecto burbuja”.
“El usuario lee lo que le mandan sus amigos y la gente que
le es afín ideológicamente: un estudio publicado en la revista científica
norteamericana PNAS y que analizó 376 millones de interacciones entre usuarios
de Facebook concluyó que la gente tiende a buscar información alineada con sus
ideas políticas. “Si Facebook te filtra la información”, opina la investigadora
de redes Mari Luz Congosto, “al final solo te muestra una visión de los hechos,
te la refuerza y, por tanto, te radicalizas”.
Lo más lamentable de este párrafo quizá sea ese tono de quien
pretende descubrirnos algo que es más viejo que la espalda. Primero, porque
dicha burbuja (se) la crea el propio usuario o lector, que ahora elige sus
contactos, así como desde siempre eligió sus medios. Por eso existen, desde
siempre, medios de izquierda para el público de izquierda, y medios de derecha
para… Y por otro lado, tal ha sido también siempre el negocio de los medios
masivos: captar un público propio, y “cultivarlo”, en el sentido más
agropecuario de la palabra: sembrarlo, abonarlo, cuidarlo y cosecharlo. Eso es
más viejo que andar a pie.
Sin embargo, por fin hacia el final, Jesoba nos revela cuánto
calla con todo lo que dice:
“Es un hecho. Facebook es la plataforma líder en redirigir a los lectores hacia
contenidos informativos desde mediados de 2015, cuando superó en esto a Google.
Más de 2.130 millones de personas forman parte de su comunidad. Hay 332
millones en Twitter. Dos tercios de los adultos norteamericanos (el 67%)
declaran que se informan vía redes sociales, según un estudio de agosto de 2017
realizado por el Pew Research Centre.”
Ahí la verdad, la gran tragedia.
67%.
Lo que significa que sólo el 33%...
Ahí el pánico de los grandes medios frente a las redes
sociales que todos los días se los comen un poquito más, y más, y más…
Botón de muestra: en los últimos cinco años el diario New
York Times mantuvo su mismo margen de renta, no subió, ni bajó. En el mismo
lapso Facebook lo multiplicó año tras año.
Poco
antes de aparecer ese artículo de El País, el mulitibillonario George Soros ya
se había manifestado públicamente contra las redes, y con los mismos argumentos,
oh casualidad, que luego difunde El País.
En paralelo
y en Francia, Emanuel Macron también la embiste contra las redes y pretende que
algún tipo de comisión integrada inexorablemente por seres humanos, interceda y
censure lo que crea, le parezca, o se le ocurra falso. Annus horribilis.
La preocupación
de gobernantes, magnates y políticos frente a las redes sociales, es razonable.
Ya los motivos invocados, en cambio…
Es razonable
que se preocupen porque ya tenían consumado su matrimonio eterno con la prensa
industrial, cuando se les aparecieron las redes y su prensa individual,
multitudinaria, y por lo tanto incontrolable. Nacidas para el mejor control de
las masas, de pronto son su herramienta de liberación. Hacen bien en
preocuparse.
Ya que
invoquen entre sus motivos la lucha contra las noticias falsas, el Santo Grial
de una información veraz y objetiva, o el respeto al público; es menos un
chiste que una burla.
La
prensa grande, la industrial, la que les pertenece, los catapulta o los
entierra, nunca dejó de mentir, de difundir noticias falsas, de radicalizar y
manipular a su público, y ni Macron ni nadie dice ni mú cuando los catapultan,
apenas, y a veces, cuando los entierran.
Lo que
de verdad les importa, lo que está en juego, en peligro, es el monopolio de la
realidad.
El principio
de la Caverna de Platón que les permitió reinar hasta nuestros días, y que
ahora ven, así, que se desbarata.
La
realidad –esa percepción hecha de informaciones más o menos ciertas y no- ya no
les pertenece. Peor, mejor: ya no es un monopolio. Dejó de ser un producto
industrial, ahora es algo más artesanal. Todo está en peligro.
La
construcción del sentido común, el arreo de las masas, la producción en serie
de nuevos políticos más serviles, la justicia por encima de la Justicia que
saben impartir con cuatro tapas, todo, todo lo serio, todo lo que importa, todo
lo que justifica la existencia de un medio masivo, perdido por un montón de
imbéciles que de pronto habitan una caverna propia donde proyectan su propia
realidad.
Y
entonces, aterrados, los grandes medios reclaman para sí la exclusividad de la
información, o sea, de paso cañazo, el monopolio de las fakes news. Una
licencia para mentir, dijéramos.
El
último 12 de enero publiqué apenas en Facebook un texto titulado Escupidas al cielo. El texto se viralizó, luego alguien le puso voz y música, alcanzó la
radio, y siguió rodando, cuando entonces Norberto Fortunato Diniro lo editó
todo en un video que en pocos días superó las 25 mil reproducciones y sigue y
suma… Hoy es imposible saber cuántas personas ya lo vieron o leyeron ese texto…
una potencia de alcance directo que dudo me haya dado alguna vez alguno de los
muchos grandes medios para los que trabajé en tantos años de oficio. Mucho
menos con la absoluta libertad de decir lo que se me de la gana. Y nada de eso
hubiera sido posible sin Facebook. Ahí el temor de Clarín, Le Monde, El País, Soros,
Macrón, y sus otros empleados.
Lo
decíamos hace poco en nuestro post Para qué queremos los diarios: los medios masivos se mueren pero el periodismo
no. Por el contrario, el periodismo se diluye en la masa, y por eso justamente
se mueren los medios masivos. Las redes, nosotros, los abatimos.
Como
suele ocurrir con estas modas, a los magnates, sus medios y sus gobiernos, se
les suman intelectuales, sociólogos, escritores y habladores en general que de
pronto también han descubierto en las redes sociales el origen de todos los
males del mundo.
Una
campaña que recuerda a la que durante décadas sufrió la televisión cuando la
televisión era la televisión. La caja
boba, le llamaban, adjudicándole al soporte, la miseria de nuestros
contenidos.
No, las
redes no tienen la culpa.
Las
redes no son ni buenas ni malas: son nosotros.
Y eso
es lo que les molesta. No Facebook, ni Twitter ni Youtube, no les molestan las
noticias falsas, ni la burbuja ni la manipulación del lector: nosotros, les
molestamos. Nosotros los aterramos, y a por nosotros vienen.
Haríamos
bien en preocuparnos.
* * *