¿Visiones, proyecciones o alucinaciones? (*)
EL UNICORNIO VERDE-AMARELO
Medio periodístico unipersonal, de esencia nómade y redacción errante, El Martiyo se escribe y edita 17 grados al sur del ecuador sobre las costas del Brasil, país que conoce y habita desde hace muchos, muchos años. Por eso nos arrebata la carcajada cuando los indistintos políticos de la monolítica oposición, para atacar al gobierno, recurren al gastado clisé de compararnos con Brasil y elevarlo hacia el cielo como el modelo a imitar…
Nos arrebata la carcajada porque acaso nunca como en ese instante los muy graznadores florecen en su propia ignorancia, convencidos de una estupidez sólo comparable al tamaño de sus ambiciones personales. Y nos da la risa.
Primero que nada porque basta conocer el último índice elaborado por el Fondo para el Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, según el cual Argentina ocupa el segundo lugar entre los países latinoamericanos con el puesto 45 (apenas uno por debajo de Chile, 44), y tan luego 28 por encima de Brasil, que recién el año pasado alcanzó el puesto el 73… Por lo tanto, claramente, seguir a Brasil, significaría hundirse en el retraso por unos 30 puestos o más… teniendo en cuenta que proponen también “superar” a Brasil, no sólo imitarlo.
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Bahía (Brasil) |
Sin embargo, muy antes, muy por encima, y muy por debajo de tales estadísticas coyunturales, del fútbol y de la cercanía en los mapas; comparar el Brasil con la Argentina es comparar un kiwi con una sandía, o mejor, peor: un auto con una valija… los dos sirven para viajar, sí, pero… Nada que ver el uno con el otro.
Muchísimos, desmesurados, pujantes, desterrados en su propio continente por una lengua aparte, pero a cambio multitudinarios y por ello casi autosuficientes, Brasil es América toda en sí mismo, América la india, la blanca, la negra, la verde y la amarilla. Frondosos, tropicales y policromáticos, así también son sus problemas.
Porque Brasil, que ha crecido magníficamente durante el gobierno de Lula, que es hoy uno de las economías más grandes de la Tierra, que tiene su destino de potencia asegurado; tiene también, aún, incontables problemas, arsenales de problemas, problemas que incluso ni siquiera conoce todavía, pues por fantástico que suene, Brasil aún tiene regiones inexploradas, ignotas para su Estado…Y en las recientes elecciones generales, de los 125 millones de habitantes empadronados para votar, 73 -millones, sí- no habían pasado el segundo grado de la enseñanza primaria. Eso también vale decirlo a la hora de seguir el modelo. Tal vez por eso la oposición prefiere no recurrir al clisé Brasil cuando se habla de seguridad. El último octubre nada más que las víctimas de balas perdidas, tan sólo en la ciudad –no en el estado- de Río de Janeiro, cubrieron con sus cruces blancas todas las playas de Copacabana … y allí va el ejército, entrando con sus tanques a las favelas –villas en plena ciudad, ya no en sus periferias-, y sin que ninguna oposición chiste siguiera porque de verdad son tierra ocupada por los narcos, pedazos concretos del territorio nacional en manos del crimen organizado, del C.V -Comando Vermelho-, del PCC –Primer Comando Capital-, organizaciones delictivas que se extienden por todo este inmenso país reemplazando desde hace años al estado allí donde el estado no está… a ver si se entiende lo que propone en su ignorancia Duhalde, Macri, la Carrió… el mañetismo más puro, bah. Pero también en sus virtudes se distinguen de nosotros, no ya por territorio, extensión, clima y esas cosas, sino por nosotros, por ellos, por la gente que somos y son, por lo rarísimamente distintos que tan cerca nos criamos.
Y la mentada “alegría de los brasileros”, aunque también suene a clisé, es una de esas virtudes, y una primordial. Pero tiene su explicación, su origen: es la esperanza… casi diríamos: la fe.
Católicos o evangélicos, macumberos, umbandas, musulmanes o judíos, el brasilero medio –generalizando, sí, pero no mintiendo- es un hombre religioso, creyente, cae en pecado, claro, pero no vive en el miedo, en la desconfianza y en la maledicencia. En términos prácticos: mantiene una moral. Teme castigos, pero también espera con fe, y entonces espera sin desesperar. Navega la superficie de la vida, no bucea en sus complejidades sin solución hasta que la presión le reviente los oídos. Mantiene el rumbo y reza. Cree. Confía. Y así, eso que al argentino en general le da risa, al brasilero en general le produce alegría.
A la hora de los crímenes y los medios, acá las pantallas no sangran menos que allá, al contrario, todas las tardes todos los canales de aire tienen su programa dedicado a los robos y asesinatos del día y sangran como gallos de riña por un punto más de rating; y las catástrofes –inundaciones, sequías, derrumbes, etc.- suelen llevarse en su ferocidad multitudes continentales, y aún así jamás se escucha a nadie, ni en los noticieros ni en la vida, por mal que la pase, culpar a Lula ayer o a Dilma hoy, ni siquiera al prefecto de su ciudad, ya no al gobernador, no relaciona, es decir, el fracaso propio, o la hecatombe ajena, con el gobierno de turno. No los enceguece la derrota.
Trabajadores, honrados, esforzados cuando no eficientes, siempre sonrientes, humildes y gentiles, orgullosos, pero nunca arrogantes, comparar al brasilero medio con el argentino medio, también es comparar lo indebido.
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Bahía (Blanca) |
Tienen fama de nacionalistas, el fútbol los hace parecer chauvinistas, pero son patriotas. Aman a la nación que son por encima de cualquier distingo, y ni siquiera la oposición más rabiosa se permite atacar un acierto del oficialismo que de verdad beneficie al país. Curiosamente aman a sus ídolos en vida, no se alimentan de cadáveres. Hacen de sus muertos casi santos -Airton Sena, Vinicius, Garrincha-, pero saben profesarles, en vida, una adoración basada en el respeto y la ternura, no en el cinismo de una superioridad indemostrada hasta que la muerte se los lleve.
Al cabo ya de tantos años en Brasil, podría llenar hoy demasiadas páginas contando anécdotas reales que refrenden con hechos la verdad de lo que digo, pero me basta con saber que lo sé, y a manera de muestra, entre todas, en tal caso, prefiero siempre la misma, porque en su simpleza natural, resume tan inmensa diferencia.
El pájaro que allá todos llamamos, por su canto, “bicho feo”, porque eso es lo que le oímos decir, aquì es llamado “bem te vi” (bien te vi) porque eso es lo que le oyen decir acá.
Desde luego, damos fe, el pájaro, aquì y allá, dice lo mismo, su poesía universal nos deja a nosotros la interpretación de sus versos, y nosotros, y ellos, oímos lo que oímos, porque somos como somos. Distintos, muy distintos, así de distintos.
Lo que no saben –además- los habladores, es que en Brasil también la poderosa Red O globo, con sus políticos de ocasión, suelen usar de ejemplo a la Argentina para castigar a un gobierno que también los acorrala contra los abismos de su propio pasado.... Por eso nos arrebata la carcajada cuando los publicitarios del mañetismo sueltan a sus políticos a repetir el clisé de imitar a Brasil con la soltura del que te explica que para lograr el unicornio basta cruzar un burro con el pájaro carpintero.
(*) Publicado por primera vez el 11 de febrero de 2011, aquí lo reeditamos, sin actualizar, así como se reeditan sin actualizar los mismos clisés que entonces lo inspiraron...
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