////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

lunes, 12 de noviembre de 2012

8N: LA RABIA DE LAS CAPITALES III



Siguen los ecos del 8N. Fin de semana de analistas, especialista, y habladores, columnas y pilares del pensamiento nacional, y no tanto. Oficialistas y opositores sin espacio para neutrales. Clarín y La Nazión insisten con el augurio tétrico y la subestimación del lector. Página 12 destripa la marcha víscera por víscera en su afán por liquidarla. El Martiyo repite: no pasó nada. Hervor de viejas broncas de históricos sectores sociales que no soportan la derrota, pero al menos ya esterilizados por la democracia: hoy golpean sus cacerolas, ayer la puerta de los cuarteles.

LA RABIA DE LAS CAPITALES III



Más allá de la banal y vana batalla de los números -que si fueron 700 mil, que si fueron 70 mil (total en términos de sufragio una cifra da lo mismo que la otra)-; lo que emerge de la furia y su ruido, es aquello que referíamos en nuestro post anterior (ver aquí): el drama tremendo y principal de lo que hoy generosamente llamamos “la oposición”. No los une el amor, ni siquiera el espanto. Ni a los manifestantes, ni a sus políticos, ni a los unos con los otros. Apenas la rabia los amalgama.
Según se vio los propios manifestantes se rompían en grupos incapaces de cruzar un par de cuadras para juntarse. Unos estaban en Plaza de Mayo, otros en el Obelisco, algunos en Acoyte y Rivadavia, otros en Cabildo y Juramento… bah.
Una vez llegados a sus respectivos puntos de concentración, comenzaban, vimos, a caminar en círculos, sin dirección, sin rumbo… como quien no tiene quién lo guíe ni sabe a dónde va. Uno que los conoce bien, sabe que incluso entre ellos se miraban con desconfianza. (Los que nos sabemos más vivos que los otros, siempre estamos alertas). De lo que se deduce que tampoco la proximidad los une por mucho que los junte.
Sin profundizar en lo más mínimo se podría decir que tal vez las consignas los unan.
Pero restadas las que no pasan de insultos o agravios, amenazas o malos augurios, quedan apenas las estrictamente ideológicas (no a la re re, andáte ya, etc); o ya directamente las impresentables, cuando no inconfesables: no al cepo cambiario (o sea: libre fuga de divisas y que al país lo salve Magoya); basta de clientelismo político (o sea: no ayudemos a nadie por mucho que lo precise). En suma –o resta-, ni ideas  ni proyectos, nada que se pueda presentar, ni representar.
Tanto es así que ni siquiera Joaqu-Inmorales Solá pudo darles consistencia en su columna, ayer, de La Nazión. Dice en un párrafo (cortamos y pegamos):
“La inseguridad, la inflación, la corrupción, el reclamo de una justicia independiente y eficaz, el "no" a la re-reelección, el fin de las prácticas autoritarias y un masivo respaldo a la libertad de expresión y a todas las libertades. El temario no es tan enrevesado. No es de izquierda ni de derecha. Son problemas que afligirían a cualquier sociedad”.
Si el lector no se apura en leerlo, verá que de tanto reclamo no sobrevive nada.
La inseguridad, la inflación, la corrupción, el reclamo de una justicia independiente y eficaz, se agotan en su propia obviedad. En tal caso el truco de Inmorales consiste en presentar como una tragedia original, vicisitudes sociales de la vida moderna, que todo gobierno quisiera y quiere resolver, incluso éste, Inmorales no lo ignora, apenas lo oculta.  
En cuanto a la “justicia eficaz”, Inmorales se cuida muy bien de relacionar el eslogan con la Ley de Medios sancionada por el Congreso Nacional y refrendada por la Suprema Corte de Justicia, y que tan luego sus patrones se resisten a cumplir.
Por lo demás, el "no" a la re-reelección, es un reclamo estrictamente partidario, el fin de las prácticas autoritarias (¿qué decís, Inmorales, sos loco? Autoritario era el general Bussi, al que vos ungiste de heroísmo durante el Operativo Independencia ¿no te acordás?); y en cuanto a un masivo respaldo a la libertad de expresión y a todas las libertades; no sólo que dicha consigna escaseó en los cartelitos, sino que sorprende la mencione tan luego el hombre que nos contaba desde Clarín qué bello y próspero país teníamos durante el genocidio; y tan luego desde las páginas de La Nazión, fanfarria intelectual de todos y cada uno de los golpes de estado que en la Argentina han sido.
En fin. Tal los reclamos, tal la textura moral de sus portadores.
¿Qué se espera que haga, entonces, un político más o menos sensato, con esa melaza de incoherencias, vaguedades y obviedades?
Porque para entender dichos reclamos debidamente, primero hay que traducirlos de la lengua hipócrita, al idioma de la verdad. En el dialecto de Inmorales, libertad de expresión significa que el Grupo Clarín mantenga el dominio del 90 por ciento de los medios de Capital y Gran Buenos Aires, diseñando desde allí, cada día, el menú político sobre el cual elegiremos todos el presidente que ellos quieren.
Basta de inseguridad, significa retrotraer a tiempos para él más felices todo el sistema de garantías individuales, (¿qué tal al 77, Joaquín?).
En su lengua “autoritarismo”, insistimos, no es el que ejerce, por ejemplo, una dictadura militar, sino el que desciende de un poder conferido por las mayorías en elecciones libres, y especialmente, si esas mayorías son peronistas.
Arquetipo triunfal de ese argentino que expresa, tal el drama profundo de Inmorales Solá: no encuentra quién lo entienda, porque no se entiende lo que dice.
Al principio de su tiempo también Néstor Kirchner quiso creer que interpretaba el sentir de esas gentes, apenas porque creía que decían lo que querían, sin reparar en que esas gentes, rara vez quieren lo que dicen, sino más bien lo que callan.
¿Es mala esa gente? No. No quiere el mal de nadie, apenas le importa su propio bien.
Por eso ahora algunos de ellos reclaman por la Fragata Libertad, pero ninguno de ellos salió a decir nada cuando Menem remataba todo el resto. Jovenes y no tanto, son los mismos ahora que entonces.
En el 76 vivieron con alivio la llegada de Videla.  No querían -ni se imaginaban- los campos de concentración, el robo de bebés y las torturas, la destrucción sistemática de la industria nacional; ni se lo imaginaban, no sólo no lo querían. Querían nada más que se acabara aquella joda de Isabel y la violencia, y que sacaran de las escuelas la política. El resto, el horror, los sorprendió en el 83, cuando se los contó Alfonsín. Hasta entonces Clarín y La Nazión (y La Razón), les cantaban el arrorró, y ellos dormían como niños. Eran los mismos. Incluso los jóvenes del otro día, eran los mismos jóvenes de entonces. Buena gente pero... siempre se equivocaron.
Durante la dictadura creyeron que todo iba bien, que no había desparecidos, que eran inventos la izquierda, que el país era derecho y humano y, el dólar barato, campeones del mundo…
En los 90 otra vez se pensaron que por fin se cumplía nuestro destino de gloria cuando aquellos pesos de mierda un día despertaron hechos dólares: ¡éramos ricos de la noche a la mañana!.
Llegaron a creer, incluso, que sus dólares serían salvados, tan luego, por la trágica Alianza de Fernando de la Rua y sus peligrosos inútiles.
Llegaron a creer que Duhalde se los devolvería verde por verde.
Espejismos de una sed importada, carísima, así estos sectores tan sufridos de las clases exentas del hambre, vagan sin rumbo desde hace décadas por el desierto de sus propios delirios. Y hoy creen que el enemigo es Cristina.
Inmorales Solá, que los encarna ilustre, titula su columna “Al borde de una crisis política y social”.
Renovado augurio, vieja expresión de sus deseos que agita desde hace acaso ya demasiados años. El resto resume y refleja el descontento de los suyos en un rosario de inexactitudes, chicanas, subterfugios, chismes, descalificaciones al paso, vaguedades fáciles, omisiones oportunas, ninguna idea, ninguna propuesta, ninguna consistencia... apenas la espuma de la rabia que los amalgama, pero que los amalgama como amalgama la espuma.
Mientras golpeen nada más que las cacerolas –y mientras las cacerolas sean suyas-, que les den con ganas.
¿O no estamos en democracia?...



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