Mientras la cocaína y sus feroces derivados arrasan como un gran incendio bastos bosques sociales, la humanidad, aquí y allá, atontada, aturdida, perdida, con décadas de retraso, lucha por la despenalización de la marihuana, y hasta celebra sus tristes triunfos de hormiga atrapada entre las llamas.
GRACIAS POR EL FUEGO
Si avanza en todo el mundo la legalización de la marihuana, es también porque hace rato que a los grandes narcos ya no les interesa como mercadería. Ocupa mucho espacio por kilo, y genera mucho olor. Hasta un policía resfriado podría sentirlo. Y encima el lucro es muy inferior del que puede darles el mismo espacio sin ningún olor, o con un perfume tan suave, que ya hacen falta perros especialmente entrenados para sentirlo.
Además en Uruguay ya se vende en los comercios. (Farmacias, bueno).
En simultáneo al triunfo de Obama, se aprobaba en Colorado su libre venta ¡para “uso recreativo”!.
En la Argentina estamos todavía lejos del Uruguay, pero cada vez más cerca de Colorado.
Y más o menos por ahí va la polémica. Atrasa décadas en todo el mundo, sí, pero bueno, es lo que hay.
También por eso actualizamos muy de vez en cuando esta nuestra sección Legalización o Dependencia. Nos cansa repetir lo de siempre: estamos a favor de la legalización de todo tipo de drogas porque el tráfico de drogas es un negocio demasiado grande como para dejarlo en manos del crimen organizado, y porque la base del negocio de las drogas no son las drogas, sino justamente la prohibición de las drogas.
La historia de la Ley Seca en los Estados Unidos es una parábola de ribetes bíblicos, que en beneficio de los narcos -¿qué otra explicación puede haber?-, hoy no se quiere atender. Preferimos invertir millones en represión inútil. Así nos va.
La cocaína, y más, peor, el crack, el “paco”, se devoran cuanto encuentran a su paso. Mujeres, hombres y niños, bienes y destinos…
La clientela se expande en progresión geométrica. Desborda la represión que invoca, y en muchos casos, incluso, la absorbe, la incorpora.
En Argentina ahora, por ejemplo, en la provincia de Santa Fe, el jefe de policía de todo un estado, aparece envuelto en una red de narcotráfico. “Soy un preso político”, grita él. Y sí, puede ser. O acaso un narcotraficante que por algún motivo, por algún mal paso, perdió la protección política que hasta ayer lo encubría. O sea…
Desde luego, siendo esto una guerra, existen al menos dos bandos, de lo contrario no habría pelea. También están, y se ven a veces, los policías buenos, que ingenuamente, o por inercia, voltean una red, un aguantadero, 30, 150 kilos o más, de cocaína, incluso, o apenas de marihauan, pero se ven, sí… Tiempo perdido, inteligencia y fuerzas desperdiciadas, escupitajos en el océano del inmenso negocio narco. Vasos de agua arrojados al gran incendio social en el que hoy ardemos todos.
Por eso a los grandes, a los verdaderos narcos, les divierte nuestra pastosa polémica sobre la despenalización de la marihuana. Ja.
Blindado en lustrosos recipientes, el verdadero narco moderno, el grande, el jefe, ya no es un bandido evidente, un nítido pistolero. Ese grotesco sucumbió con la muerte en los tejados de Pablo Escobar Gaviria.
El nuevo narco, el grande, el que importa (y exporta), es ahora un hombre de apariencia indiscutible, de buen hablar y mejores ropas, muchas veces condecorado o en tal caso distinguido por alguna fundación, que él mismo fundó, y que lucha, cómo no, contra la droga. El narco de hoy es político, abogado, o juez, empresario, o jefe de policía. Ojo. Se parece más al Al Pacino del Padrino III, que al de Scarface.
Ese narco, claro, se indigna ante la intención de legalizar cualquier tipo de droga, ¡más bien! Defiende la familia (la suya, bueno); pero moderno, progresista, comprensivo, condescendiente, en fin, aceptaría, bah, no sin objeciones, la despenalización de la marihuana, total… Y como quien diría: con poco nos deja contentos.
¿No es entonces para agradecerle, el fuego que nos consume?
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