Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
El mismo filo que supo darle a sus cuchillos en palabras, se lo dio a sus opiniones, sobre todo, cuando hablaba de lo que sabía más que muchos que sabían mucho: de literatura.
Por encima de él quedaban nada más los dioses que él mismo se inventaba, Homero, Whitman, Shakespeare, su amigo Macedonio, etc… De allí para abajo, ni el Ulises de Joyce merecía piedad:
-- Podría mostrarse como ejemplo de libro en que naufraga el autor: aquí y allá, en una página y en otra, flotan restos brillantes…
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