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jueves, 8 de septiembre de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - HOY: "UN INFIERNO INTERIOR", (a propósito del Caso Candela).


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: "Un infierno interior"




Todo crimen es en sí mismo y objetivamente un compendio de horrores execrables, pero desde el punto de vista mediático, hay crímenes mejores y peores, más o menos importantes, y hasta los hay también, aún horribles, sin embargo insignificantes.
Es importante un caso, según el tiempo que soporte en la tapa de los diarios. De ahí para abajo, o hacia adentro, su importancia decrece.
Para que soporte mucho tiempo la tapa de los diarios, conviene que el crimen contenga sangre, sexo, poder, dinero, y política, y dos o tres si no todas estas variantes, ya que cuanto menos contenga, menos importará y más rápido será olvidado.
Pocos casos lo contienen todo, aunque el buen cronista intentará que así sea. Desde luego, por mucha que fuera su imaginación y mala leche, sin realidades que lo sostengan, antes que después el caso se le desinfla. En periodismo, muchas veces, es muy triste la verdad.
El Caso Candela, de reciente y aún actual exposición, será olvidado pronto, me animo a decir, hoy, 7 de setiembre, apenas pasen las elecciones del próximo octubre, sino antes.
Pese a los denodados esfuerzos de Clarín y La Nación, las implicancias políticas no existen, y la verdad se les reduce a las intrigas que surgen sin parar del propio entorno de la víctima. Las críticas a la impericia policial, los tiros por elevación al gobierno de la provincia, etc, ya no funcionan, el caso no les sirve, su espanto no importa. No rinde. La máquina de mentir no funciona así tan fácil.
Un buen caso, por ejemplo, es el caso Belsunce, porque no tiene política, pero le sobra sangre, dinero, y hay pasiones y lujo y traiciones familiares y una trama que se complica a medida que se aclara… pero nos sorprendería una rápida lista de nada más diez de esos casos que tuvieron en vilo al país por más de una semana, y que hoy nadie recuerda. No es trabajo para estas memorias.
Estas memorias confesionales tienen otro propósito, expiar viejos pecados de guerra, y antes aún, ilustrar a los jóvenes que se inician en el oficio con relatos de recuerdos que mejor que mil consejos, les avisen los peligros de la batalla, y sus horrores íntimos...
Porque puestos a recordar grandes casos policiales, pido la voz y el silencio porque yo he participado activa y ferozmente del caso policial más importante de la Argentina –siempre mediáticamente hablando-, y que aún hoy, cerrado sin resolverse, veinte años después, no termina de olvidarse.
Me refiero al Caso María Soledad Morales, del cual ya hice mi primer descargo en el episodio titulado Mea Culpa. No voy a repetir aquí cosas que ya conté ahí, pero vale sí una rápida composición de lugar, y hora.
San Fernando del Valle de Catamarca, 1991, María Soledad Morales, 17 años, alumna del colegio religioso más importante de la ciudad, aparece una mañana de lunes a metros de la ruta principal asesinada, desfigurada, violada y torturada.
Hasta entonces la dinastía Saadi gobernaba la provincia más o menos desde que había provincia. Pero entonces cuatro de los hijos del poder son señalados como sospechosos, esto involucró al gobierno nacional, y allí la prensa grande, toda, se dio un festín que no se daba desde los días de la guerra.
Es mucho lo que podría contarles de aquel caso, y sobre todo, de aquella cobertura, pero me voy a limitar aquí a una sola anécdota que pretende ilustrarle, al novato, de qué somos capaces los periodistas cuando la mente duerme y el músculo y la ambición no descansan.
Pasé ese verano entero enviado allí por la revista Noticias de la Editorial Perfil, de Jorge Fonteveccia.
La revista, como hoy, pretendía, por diseño, ser la Newsweek o algo así al sur del Colorado… Pero la sustancia de sus páginas satinadas a cuatro colores, eran pura basura; precariedad de medios para el trabajo, escasez de tropa, no permitían investigar con la seriedad que sin embargo sí anunciábamos, y que por otro lado, no hacía falta tampoco. La información se editaba según los ánimos o los caprichos, y las más de las veces, claro, según los negocios de Fonteveccia y nada más.
En esencia, y en rigor, nuestro trabajo consistía en rastrear los argumentos que permitieran sostener lo que Fonteveccia decía sin argumentos. Y Fonteveccia no más decía lo que su público, según él, gustaba escuchar.
Con esos principios y objetivos se cubrió también el caso María Soledad. Y dijera Whitman: “Yo fui el hombre, yo estuve allí”
El caso tenía de todo, sangre, política, poder, sexo, dinero, pobres y ricos, pasiones, infidelidades, orgías y más mentiras, y hasta el novedoso halo del gran narcotráfico por detrás, como un telón de fondo que anunciaba sin mostrar más y mejores maravillas…
Era tan bueno el caso, que no duró días ni semanas, sino meses y años, y los que estuvimos allá, sabemos que no terminó todavía, que algún día algo allí muy oscuro, quedará de golpe muy claro…
Tan bueno era el caso, en medio de un verano sin romances, suicidios ni divorcios, que toda la prensa grande saturó enseguida los hoteles, y fuimos los ángeles de la bendición de todo los restorantes, los bares y las putas de la ciudad…
La competencia entre los medios era tal, que ninguno se despegaba de ninguno por temor a que el otro tuviera lo que a uno le faltaba, y así cualquier rumor, en la psicosis de los días sin dormir y las trasnoches sin parar, cobraba la importancia de una primicia exclusiva…
El rating y las ventas subieron a tal punto, que Fonteveccia, con el olfato de las grandes aves, hacia el final del verano, más vivo que el viento, decidió un número especial dedicado exclusivamente al caso. Un éxito.
Cuando me lo avisaron, era domingo, yo estaba allí solo, apenas con un fotógrafo, pero para mi tranquilidad me dijeron que ente lunes y martes llegaban refuerzos.
El viernes debíamos cerrar sesenta páginas.
Llegaron dos refuerzos, cuatro con los fotógrafos, y el lunes, tal cual habían prometido, sí… pero traían vagas ideas lejanas del caso, y uno de ellos, y los dos fotógrafos, no conocían la ciudad.
Pero el viernes como campeones el número estaba cerrado, el domingo en los kioscos, y antes del martes ya agotaba su primera edición, Un éxito.
Ese número especial de Noticias tiene que estar por ahí todavía, y si alguien se tomara alguna vez el trabajo de estudiarlo bien y decodificarlo, advertiría magníficas incongruencias de tiempo y de lugar, de testimonios y descripciones entre notas que hablaban sin embargo de lo mismo. Y a eso le llamamos un éxito.
En un momento. desde Buenos Aires, mi superior al comando de la operación en el cuartel central, me llama y encomienda, en medio de las balas, una nueva, dura y delicada misión. Me dice así (lo recuerdo, creo, textual):
-- Jorge quiere fotos de la madre llorando, pero en primer plano… porque de lejos tenemos un montón, pero no tienen fuerza, y la queremos para la tapa… a ver si la conseguís…
Meter una tapa es todo un logro para cualquier novato, pero casi una obligación para un veterano que se supone está de vuelta de esas cosas (nunca hay paz en la batalla, más bien).
Tal vez algún día les cuente detalles y paisajes del infierno interior que crucé para conseguir aquella foto, pero la conseguí, no fue tapa por un problema de luz, pero si abrió una las notas centrales en página al corte. Un éxito, sí.
Sin embargo, ya lo ven, todavía me cuesta hablar de eso… un mercenario como yo, ya retirado y bien curtido, lleno de cicatrices y medallas, y aún así…
Porque el músculo se calma y la ambición por fin descansa, pero entonces puede que la mente despierte, y… son cosas que el novato, ante cualquier crimen, siempre hará bien en recordar.

(continuará)


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