Destellos ajenos:
“Así se creía él en el centro de la vida; creía que las montañas cercaban el corazón del mundo; creía que el suceso inevitable nacía del caos del accidente en el momento inexorable, como sumando de su vida. El mundo batía las otras faldas, ocultas, de lo montes inmutables, como un mar vasto y umbrío, lleno de los grandes peces imaginados por él. En este mundo no visitado, la variedad era infinita, pero el orden y el designio eran seguros: no habría desperdicio en la aventura; el valor iría del brazo de la belleza, el talento sería coronado por el éxito, todo mérito tendría su justa recompensa. Habría peligro, habría trabajo, habría lucha. Pero no habría confusión ni esfuerzo inútil. No se andaría a tientas. Pues el Hado caería, en el momento oportuno, como una ciruela madura. No había desorden en el hechizo”.
Thomas Wolfe
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