Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
Cuando el peronismo se instaló en el poder por primera vez, Borges fue promovido de su cargo como director de la Biblioteca Nacional, al de “inspector de conejos, aves y huevos”. Por supuesto, renunció inmediatamente, pero siempre habría de recordar aquellos días con un fino resentimiento que no por fino lo salvó de más enconos: "Cuando escucho a los historiadores hablar de fatalismo histórico, les recuerdo las turbas que entre un saqueo y un incendio daban horror a las noches de Buenos Aires vociferando: ¡Mi general cuánto valés! y los otros servilismos del repertorio". Con el tiempo superó la crispación y registró aquella sentencia inapelable: “el peronismo no es ni bueno ni malo: es incorregible”.
Sin embargo acaso el mejor chiste que logró su genial incomprensión, lo protagonizó en uno de sus habituales paseos solitarios por Buenos Aires, cuando un muchacho lo reconoce y se le acerca para ayudarlo a cruzar una calle, y mientras lo hacen, le confiesa su admiración, pero le dice:
-- Disculpe, Borges, pero debo avisarle que soy peronista…
-- No se preocupe, mi amigo –le responde él- yo también soy ciego…
-- Disculpe, Borges, pero debo avisarle que soy peronista…
-- No se preocupe, mi amigo –le responde él- yo también soy ciego…
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Como tantos medios públicos, EL Martiyo no deja de ser privado, y por lo tanto se reserva el derecho de pubicar o no los comentarios recibidos.