Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
En 1980, Borges recibía el Premio Cervantes de Literatura. Compartía el galardón con el poeta español Gerardo Diego. Los dos se conocían desde su juventud, y ahora, allí, octogenarios ambos, se encontraban después de mucho en la ceremonia de entrega. El Rey Juan Carlos ya estaba listo para su discurso, cuando por fin Gerardo Diego logra llegar hasta el célebre ciego, y lo saluda.
-- Hola, Borges...
-- ¿Quién es?.
-- Soy yo, Gerardo...
-- ¿Quién?
-- Diego.
-- ¿En qué quedamos?
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